15 Ene
Durante el reinado de Isabel II desde 1843 hasta 1868, estuvieron presentes una serie de características comunes que se manifiestan invariables a lo largo de los 25 años que duró su reinado. Entre estas características destacamos, una monarquía liberal conservadora, plasmada en la constitución de 1845, que establecía un régimen basado en la participación política exclusiva de una oligarquía de propietarios, burguesía agraria, mercantil… apoyó y se alineó con el moderantismo; presencia de militares entre los gobernantes del país como Narváez, Espartero y O’Donell. Otra característica exclusiva es la presencia en la vida parlamentaria de partidos burgueses hasta 1854, como los moderados y los progresistas. Por último, otra característica es la exclusión de la mayoría de la población. Ni los campesinos, no los obreros ni los trabajadores tuvieron nada que agradecerle.
En noviembre de 1843, Isabel II fue proclamada reina.
Los rasgos de su carácter favorecieron que estuviera muy influenciada por la camarilla cortesana, que la convirtió en uno de los mayores peligros para la pervivencia del régimen liberal. La conquista del poder por los moderados hizo que Narváez accediera al gobierno en mayo de 1844. Esta subida al trono representaba: la entrada a la escena política de un grupo de militares jóvenes, el triunfo social y político de la burguesía terrateniente financiera y la corona. Para gobernar y dar satisfacción al gobierno de las paces, nació la Constitución de 1845. Fue una ley más conservadora, que estuvo vigente 23 años. En los siguientes artículos se plasma el modelo político de los moderados: rechazo de la soberanía nacional y la sustitución de ésta por una soberanía compartida. La corona logró un enorme poder: el poder judicial quedó reducido a una mera «Administración de Justicia». Se suprimió la Milicia Nacional y se mantuvo la Declaración de Derechos.
Los moderados crearon el Estado español, y las normalizaciones entre Iglesia y Estado culminan en 1851 con la firma del concordato con la Santa Sede, por lo que se establecía el retorno a la Iglesia de los bienes que no habían sido vendidos. Desde este pacto, la postura de los católicos fue respaldar a Isabel II. La reforma fiscal y de la Hacienda fue obra de un ministro (Pidal y Mon) que racionalizó el sistema impositivo y recaudatorio mediante la centralización, en manos del Estado, de los impuestos. Hubo otras medidas; respecto a la educación, el Estado controló la instrucción pública en la que se fijaron 3 niveles de enseñanza clásicos y se elaboraron planes de estudios oficiales. Se creó la Guardia Civil, encargada de mantener el orden público y la vigilancia de la propiedad privada. Se llevó a cabo una amplia política de obras públicas.
En 1854, el régimen moderado estaba muy desgastado. Su impopularidad se debía a varios factores: la tensión y el descontento social aumentó por una subida de los precios, el intento del gobierno de controlar más la vida pública, incluida la prensa. Como respuesta a ésto, un grupo de generales moderados, encabezados por O’Donell, se pronunció en Vicalvaro. O’Donell se retiró hacia Andalucía donde los sublevados publicaron un manifiesto redactado por Antonio Cánovas del Castillo, el «Manifiesto de Manzanares». Se produjo un levantamiento de progresistas en todo el territorio nacional. La reina entregó el poder de nuevo a Espartero, que lo compartirá con O’Donell, dando paso a un gobierno que se mantendrá sólo dos años, durante el Bienio Progresista.
En estos dos años, los gobiernos se encontraron con muchos obstáculos. Por ello el contenido del Bienio fue reducido, destacando la elaboración de una nueva Constitución (1856), que no fue promulgada por la escasa duración del gobierno progresista; la desamortización civil de 1855; una ley de ferrocarriles en 1855 que permitió el establecimiento de una red férrea y una ley de S.A. que facilitó el funcionamiento de una banca moderna, Estas medidas no repercutieron en la mejora de la calidad de vida de las clases más desfavorecidas, sin embargo, sí se notó el aumento de libertad en el auge de la prensa. Ante la situación de desorden que se produjo en el país, Espartero dimitió y la reina encargó el de O’Donell, que restauró el régimen que él mismo había ayudado a derribar.
Entre 1856 y 1863, se produjo un período de estabilidad, dominado por O’Donell y su partido, la Unión Liberal, con dos etapas de gobierno.
En la primera etapa de O’Donell se restableció la Constitución de 1845. Las manipulaciones electorales del ministro Posada dieron al traste con la imagen de honradez pública que se intentó dar. La primera presidencia de O’Donell, fue breve, y el retorno de Narváez propició una política muy conservadora con el apoyo de la reina y del clero.
La segunda etapa de O’Donell, transcurrió entre 1858 y 1863. Durante esta etapa, se agudizaron los conflictos internos y, todo el período estuvo marcado por la vuelta al moderantismo.
Entre 1863 y 1868 se alternan gobiernos moderados y unionistas. Una serie de factores aceleraron el proceso de descomposición del régimen isabelino:
– El desprestigio de la Corte y de la propia figura de la reina por su vida pública, las protestas estudiantiles por la expulsión de sus cátedras de personajes relevantes, la desaparición de los grandes líderes políticos de la monarquía isabelina (O’Donell murió en 1867 y Narváez en 1868). La crisis financiera e industrial que se combinaron con una crisis de subsistencia, que se inició con una serie de malas cosechas que produjeron un alza en los precios del trigo, alimento básico de la población.
La unión de estos factores, puso en marcha una conspiración antiborbónica, con lo que la caída de Isabel II sólo era cuestión de tiempo.
Tras la caída de Isabel II y la restauración de la monarquía borbónica en la figura de su hijo Alfonso XII, se produjo la revolución de 1868.
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