01 Mar
Actitudes de los Apologetas en Relación con la Filosofía
Los apologetas cristianos adoptaron diferentes posturas frente a la filosofía. Se pueden identificar dos principales actitudes, representadas por figuras clave:
Acogida y Respeto (Padres Griegos)
Algunos apologetas, principalmente los Padres Griegos, mostraron una actitud de acogida y respeto hacia la filosofía. Valoraron el esfuerzo filosófico por acercarse a la verdad, considerándola incluso precursora de la fe cristiana. Asumieron parte de su temática y vocabulario para explicar su doctrina.
Rechazo (Tertuliano y algunos Padres Latinos)
Otros, como Tertuliano y ciertos Padres Latinos, adoptaron una postura de rechazo. Preocupados por la pureza del mensaje evangélico, enfatizaron la incompatibilidad radical entre la filosofía y la revelación cristiana. Estas dos actitudes se repiten a lo largo de la historia y se pueden reconocer, con matices, incluso en la actualidad.
Representantes Clave
San Justino Mártir (100-165 d.C.)
Nacido en Siquem (Samaria), Justino se dedicó con pasión a la filosofía. Recorrió varias escuelas sin encontrar satisfacción. Al descubrir el Evangelio, halló la respuesta a su búsqueda de la verdad: el Evangelio era para él la verdadera filosofía. Se dedicó a enseñarla y defenderla, viajando y estableciendo una escuela en Roma. Fue un cristiano ejemplar y murió por su fe. La Iglesia lo venera como santo.
Justino representa la actitud de acogida de la filosofía. Tras su conversión, no la rechazó, sino que reconoció que la filosofía había llegado, por medio de la razón, a descubrir muchas verdades. Sin embargo, afirmó que la fe cristiana es una forma de conocimiento superior, que revela la plenitud de la verdad y garantiza la autenticidad de las verdades filosóficas.
Tertuliano (160-240 d.C.)
Nacido en Cartago, Tertuliano se convirtió al cristianismo y se transformó en uno de sus defensores más enérgicos y radicales. Se afilió a los montanistas (una secta que se desviaba del cristianismo genuino) porque la doctrina moral de la Iglesia no le parecía suficientemente rigurosa.
Representa la actitud contraria a la filosofía. Despreció las corrientes filosóficas de su tiempo (platonismo, estoicismo…) y sostuvo que los filósofos antiguos no tenían nada que aportar frente a la verdad revelada por Cristo. Para él, lo único necesario era el Evangelio, y figuras como Sócrates y Platón eran guías que conducían al error. Llegó a pronunciar la célebre frase: «Credo quia absurdum» (creo porque es absurdo), estableciendo una antítesis irreconciliable entre la fe cristiana y la razón. La Iglesia considera errónea esta postura.
La Iluminación Según San Agustín
San Agustín distingue dos tipos de iluminación o formación:
Iluminación Segunda o Expresa
Esta iluminación deriva de la primera y se refiere a las formas que adopta cada ser al manifestarse y actuar. Se manifiesta de manera diferente en los cuerpos y en los espíritus:
En los Cuerpos
Es natural o necesaria. Los «números físicos impresos» (leyes naturales) imponen necesidad y determinismo. Los seres materiales actúan según leyes necesarias. Estos números físicos impresos causan necesariamente los números físicos expresos; es decir, son la razón de la forma y el comportamiento de un cuerpo (por ejemplo, el ser de un caballo determina su aspecto y sus acciones: trotar, galopar, relinchar, etc.). Las formas y movimientos ordenados de los cuerpos son resultado de los números impresos que los constituyen.
En los Seres Espirituales (Alma Humana)
Los «números éticos» no son necesarios. Regulan la acción moral, pero no la determinan. La iluminación o formación expresa es libre y personal. Puede darse o no, dependiendo de la opción de la persona:
- Opción Positiva (Conversión): Agustín la llama conversión («vuelta hacia dentro»). El hombre se vuelve hacia su propia naturaleza, «es él mismo». Alcanza la iluminación segunda y se convierte en una criatura formada y perfecta. Conoce y ama a Dios verdaderamente, siendo sabio, feliz, libre y semejante a Dios.
- Opción Negativa (Aversión): Agustín la llama aversión. El hombre se aleja de su propia naturaleza, «no es él mismo». Queda privado de la formación segunda y se convierte en una criatura deforme. Se ama a sí mismo por encima de Dios, siendo desgraciado, desconociéndose a sí mismo y a Dios, y viviendo alejado de su principio en la región de la desemejanza. Sin embargo, puede, con la gracia de Dios, salir de su de-formidad mediante una nueva conversión que lo re-forme.
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