15 Nov
Epistemología
Immanuel Kant, filósofo del siglo XVIII, se sitúa en una época marcada por el racionalismo (primacía de la razón) y el empirismo (la experiencia como origen del conocimiento). Kant supera ambas corrientes con su idealismo trascendental: el conocimiento parte de la experiencia, pero el sujeto la modifica mediante condiciones a priori como el espacio y el tiempo. Kant responde a la crítica de Hume a la causalidad (ejemplificada con la bola de billar) afirmando que el entendimiento posee las categorías a priori de «substancia» y «causalidad».
Kant defiende la doxa (experiencia) y la episteme (razón), postura similar a la de los milesios, pluralistas, Sócrates y Aristóteles. Descartes (racionalista), como Parménides y Platón, prioriza la razón. Hume, al igual que Heráclito y los sofistas, defiende que el conocimiento depende solo de la experiencia. La escolástica (San Agustín, Santo Tomás) defiende la fe. Kant es objetivista (podemos alcanzar la verdad absoluta), como los racionalistas, Aristóteles, Sócrates, Platón y presocráticos. Empiristas y sofistas son relativistas y escépticos.
La «Idea» en Kant es un concepto de la razón sobre objetos no percibidos, mientras que en Platón son los «moldes» de las entidades del mundo sensible.
Ontología
El noúmeno kantiano es el ser en sí, no captado por la experiencia. En Platón son las Ideas y en Aristóteles el Ser. Las Ideas trascendentales kantianas (Dios, mundo y alma) son similares a las tres sustancias de Descartes (res infinita, res extensa y res cogitans). Para Platón es la Idea de Bien y para Aristóteles el Primer Motor. El realismo (el objeto modifica al sujeto) se opone al idealismo (el sujeto modifica al objeto).
Ética
La ética kantiana es universal, formal y autónoma: se basa en máximas extensibles a todos, no describe un bien supremo y el individuo decide cómo actuar. Otras éticas son materiales y heterónomas, con un bien supremo como guía. Kant propone imperativos categóricos (sin un fin), mientras otras éticas usan imperativos hipotéticos (con un fin). Los imperativos categóricos derivan de la razón, oponiéndose al emotivismo moral de Hume (los sentimientos guían la conducta) y al intelectualismo moral de Sócrates (solo quien conoce la virtud es virtuoso). La felicidad para Kant es subjetiva, mientras que para Aristóteles es objetiva (vida teorética).
Política
En el estado natural kantiano, el ser humano tiene una «doble naturaleza»: irracional (guiado por deseos) y moralmente bueno. El «contrato social» crea el Estado Civil, garantizando seguridad y libertad. El individuo es colegislador, acatando solo las leyes aprobadas con su consentimiento. Hobbes describe el estado natural como «guerra perpetua», donde el contrato social ofrece seguridad a cambio de libertad. Rousseau plantea un estado natural plácido, donde la propiedad privada genera injusticia. El contrato crea un Estado justo con leyes aprobadas por «voluntad popular». Kant defiende la República representativa, Rousseau la democracia directa y Hobbes la monarquía absoluta. Kant y Rousseau proponen la división de poderes, mientras Hobbes defiende el poder supremo. Kant, Rousseau, Hobbes y St. Pierre defienden la paz jurídica, mientras Maquiavelo, San Agustín y Santo Tomás apoyan la guerra justa.
La República de Kant y la democracia representativa actual
En el siglo XVIII, Kant propuso la República, un sistema de gobierno alternativo a la monarquía absolutista y el despotismo ilustrado. La representatividad de los ciudadanos es fundamental: un poder redacta las leyes con el consentimiento de los individuos.
Casi tres siglos después, la democracia representativa, similar a la República kantiana, es el modelo predominante en Europa. España, desde 1977, tiene parlamento y división de poderes. Sin embargo, la representatividad actual es cuestionable: ¿realmente nos representan los diputados y senadores?
En España, elegimos formaciones políticas, no parlamentarios directamente. Estos se guían por la disciplina de partido, no por el electorado. La participación ciudadana es mínima, sin referéndums (como en Suiza) y con trabas a la recogida de firmas. El ciudadano no actúa como «colegislador», contradiciendo a Kant. La representación no refleja la voluntad popular, como muestran las últimas elecciones autonómicas, con reparto descompensado de escaños.
El distanciamiento entre representantes y representados es evidente. Las teorías políticas de Kant, aún vigentes, podrían ofrecer soluciones.
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