06 Ago

La Fundación

Personajes

Tomás

Sin duda es el personaje protagonista, del que se nos muestra el sucesivo paso de la enajenación al reconocimiento de la realidad. Su condición de preso político condenado a muerte lo lleva a huir, en su locura, de una doble realidad: la de su condena y la de sus compañeros, al no ser capaz de soportar la tortura. En su enajenación, junta a elementos de su esquizofrenia que lo llevan a ver y oír otras realidades, afloran datos que revelan su lucha interior entre la alucinación y la verdad. Su mente libra una batalla en la que, ayudado por la actitud de sus compañeros, la realidad va penetrando hasta desmoronarse la imaginada Fundación.

Desde el primer momento da muestras de inseguridad y perplejidad que se van acentuando progresivamente. Poco a poco va percibiendo cada vez más desajustes entre el mundo imaginario y el real: no se entiende la Alhambra que quiere ver, no funciona la supuesta TV, ni la música. Comprende que la mímica de sus compañeros es un engaño porque es eso, solo mímica. El proceso de vuelta a la realidad tiene un momento climático con la llegada de los carceleros a recoger el cadáver del compañero muerto desde hace días, que él creía enfermo, en que el mundo de la Fundación se derrumba, aunque no desaparece del todo. Será a través de Berta a través de quien se produzca la vuelta definitiva a la percepción de la realidad.

Berta representa un alter ego de Tomás, es la manifestación visible de su conciencia extinguida; sus diálogos muestran el debate interior del personaje, y el motivo del ratón es una metáfora de la auténtica identidad del protagonista. Esa novia no aparece nunca ante los compañeros pese a la insistencia de ellos por conocerla; solo al final de la obra, en la búsqueda definitiva de algo firme, se arriesga a traerla. La constancia por parte de todos de que Berta no está ni ha podido estar nunca en la habitación lleva a reconocer a Tomás, por primera vez, que está delirando, lo que supone el regreso definitivo a la realidad.

En el desenlace de la obra, Tomás empleará la locura para encubrir la muerte de Max, pero ahora él domina su imaginación en lugar de ser dominado por ella; ya no delira y, junto con Lino, piensa en la acción futura para alcanzar la libertad. El antiguo loco asume el papel de Asel, una vez muerto este, y acepta luchar por un cambio de la vida futura.

Asel

Desempeña un papel como el de un demiurgo, supuesto médico que va determinando el proceso de curación de su amigo. Es el de más edad, maduro y reflexivo, que habla con la voz de la experiencia. Razonador.

Técnicas de escenificación

En la obra se utiliza un único espacio escénico en el que transcurre toda la situación. Su tratamiento está al servicio de mostrar la progresiva vuelta a la realidad del protagonista, Tomás, de cuya locura el espectador tomará conciencia a medida que él vaya recuperando la cordura.

En el primer cuadro, el escenario no ofrece la visión real de la sórdida cárcel en la que se desarrolla, sino la de la fantástica Fundación que Tomás imagina. El espectador ve a través de sus ojos; el escenario es el que Tomás tiene en su mente enferma: cómodos sillones, etc.; al igual que el protagonista, no es consciente de que la realidad sea otra. Buero utiliza desde el primer momento un procedimiento de inversión: a través del tratamiento del espacio escénico, obliga al público a penetrar en la mente del personaje.

Están presentes desde el inicio algunos elementos discordantes, como la taquilla de hierro, la percha y los seis talegos, que no se corresponden con el ambiente. En el cuadro segundo, las disonancias, al igual que la perplejidad de Tomás, aumentan. Al principio, dos de los cinco sillones son sustituidos por petates enrollados y las sábanas de la cama han desaparecido; la escoba es ya un escobajo sucio. Cuando el mundo imaginario de Tomás se derrumba al reconocer la realidad de la presencia de un compañero muerto, y no enfermo, en la habitación, se produce un cambio en el escenario que muestra dicho derrumbe: la luz, que era clara y daba una tonalidad de irrealidad a la escena, es ahora gris, triste y cada vez más cruda; la vajilla y la cristalería son ahora platos y tazas toscos. La puerta de fina madera pasa a ser de chapa con clavos, la nevera desaparece y la gran estantería está oculta por un lienzo gris de pared.

Al empezar el tercer cuadro ya no hay ningún sillón, la mesa es de hierro y está anclada al suelo, al igual que la cama en el muro. Los uniformes de los personajes son los tonos presos, aunque Tomás conserva todavía el traje del principio. La evidencia se va imponiendo en la mente del protagonista y, paralelamente, en el escenario. A continuación se ve afectado el paisaje: parte de él se transforma en el corredor de la prisión; el cuidado cuarto es ahora un mugriento e insano lugar lleno de humedad y suciedad que Tomás reconoce como tal, al igual que el resto de transformaciones. Al tiempo que admite su propia realidad de preso político condenado a muerte, antes de caer el telón, sin personaje alguno en escena, el escenario se transforma y recobra de nuevo el aspecto de la Fundación, lo que cabe interpretar como un deseo de prevenir contra todo lo que en la realidad enajena, limita; si esa prisión se ha visto descubierta, otras muchas acechan constantemente.

Estos cambios de decorado van acompañados de otros efectos escénicos, sobre todo de luces, y de sonido, como la música de Rossini que aparece al principio y luego, más tarde, desaparecerá para volver a sentirse en ese cambio final del decorado.

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