11 Sep

Comentario del Leviatán de Thomas Hobbes

Capítulo II: De la imaginación

En el segundo capítulo se habla sobre la imaginación, afirmándose que “cuando una cosa está en movimiento continuará moviéndose eternamente a menos que algo lo detenga”, una idea según Hobbes que cuesta ser entendida por el género humano en tanto en cuanto “el hombre es la medida de todas las cosas” (se recurre así a Protágoras), de tal forma que se atribuyen a objetos apetencias propias de la naturaleza humana como el descanso, un error proveniente de la escolástica, siendo preciso por ende abandonar ese subjetivismo de la medida de los hombres.

Capítulo III: De la consecuencia o serie de imaginaciones

En el tercer capítulo Hobbes explica cómo funciona el proceso por el cual se encadenan los pensamientos y cómo funciona el diálogo interior o discurso mental. Afirma que los pensamientos no se encadenan de forma casual sino que siempre hay un hilo que va conectando una idea con la siguiente aunque en ocasiones no nos demos cuenta de que dicha conexión está ahí, distinguiéndose entre dos tipos de discurso mental o encadenamiento de pensamientos.

El primero sería el sueño, que sería una concatenación de pensamientos incoherentes, poniéndose ya los primeros ejemplos relacionados con la Guerra Civil de su época.

El segundo tipo de discurso mental sería el esfuerzo consciente de encadenar unas ideas con otras, siéndose aquí plenamente consciente de cada paso que se da para articular ese discurso o reflexión consciente. Así, habría dos tipos de pensamiento en este segundo tipo:

  • Uno primero que se genera cuando se trata de deducir o de pensar sobre las causas de un fenómeno determinado (efecto imaginado), siendo este tipo de pensamiento común a humanos y animales.
  • El segundo tipo de pensamiento vendría a ser la capacidad de determinar los efectos de algo, es decir, la previsión de las consecuencias de un determinado fenómeno o acción, algo que el autor entiende como exclusivo del género humano.

Comentario profesor: esta idea de que los objetos que nos rodean nos influyen a través de los sentidos y esa “tabla rasa” es la misma que utiliza Condorcet en sus discursos posteriores, por lo que cabría destacar así una cierta influencia de un autor en otro.

Capítulo IV: Del lenguaje

En este capítulo se reflexiona sobre los usos del lenguaje en lo que respecta al conocimiento y a la expresión de sentimientos. La parte más importante del capítulo aparece cuando se empieza a hablar de los cuatros usos especiales del lenguaje así como de sus cuatro vicios.

Usos especiales del lenguaje:

  • Registrar el pensamiento, gracias a lo cual existen las artes.
  • Expresar y trasladar el conocimiento, es decir, compartirlo.
  • Trasladar las voluntades de una persona.
  • La recreación por medio del lenguaje.

Vicios del lenguaje:

  • Equivocarse con los términos de las palabras, es decir, querer denominar una cosa de una manera siendo la correcta otra.
  • El uso metafórico que, con intención estética, realmente busca llamar una cosa con el nombre de otra cuando son realmente cosas distintas y esto puede, por tanto, fomentar la confusión.
  • Cómo las palabras se usan para engañar.
  • Agraviar e insultar a cualquier otra persona, es decir, el uso de la palabra para la provocación de daño, relacionándose este último vicio precisamente para ejemplificar el tema de la Guerra Civil y el agravio del conflicto.

Se continúa con una reflexión de la palabra y del conocimiento, hablándose del papel del logos de la Antigüedad pero también sobre el silogismo o la manera de usar la palabra.

Así mismo se habla de los vicios y desventajas del lenguaje, en tanto en cuanto para Hobbes los nombres de los objetos son universales pero realmente dependiendo de cada persona lo mismo una cuestión que para alguien es verdadera para otra es falsa, de ahí que la conclusión del capítulo verse sobre esa relatividad y subjetividad en torno a la idea de verdad y falsedad, que se diferencia conceptualmente del error. El error vendría a ser producto de una mala comprensión intelectual de la naturaleza, mientras que la falsedad provendría de un mal uso del lenguaje de manera consciente para lograr unos fines determinados. Es importante manejar correctamente el lenguaje y el análisis filológico que hace está ligado a un análisis de la naturaleza.

Capítulo XIII: De la condición natural del género humano, en lo que concierne a su felicidad o miseria

Capítulo basado en la Antropología de Hobbes para justificar el Estado. Para Hobbes no existe desigualdad en la naturaleza, porque la media en general iguala todos los particularismos que puedan diferenciar a un ser humano de otro. Así se ejemplifica a principios del capítulo cómo en ocasiones un hombre más débil puede matar a otro más fuerte. Lo importante es el aprendizaje, de ahí que como todos los hombres sean iguales surge de esa forma una competencia y desconfianza. Como todos son iguales, terminan por competir y ambicionar lo mismo, despertando un deseo de supervivencia. Como no existe una sociedad ni moral la mayor forma de supervivencia es imponerse al más débil para garantizar la supervivencia. No merecía la pena invertir en cosas como el comercio en estos momentos porque nadie puede garantizar la conservación de los frutos y beneficios de esa actividad (situación de guerra e inestabilidad permanente ante la ausencia de Estado).

El ser humano tiene por tanto inclinación para buscar la paz no porque sea bueno por naturaleza sino por necesidad de conservar el propio género humano, siendo así como Hobbes entiende que se genera poco a poco el Estado, no por la existencia de una moral natural sino porque los seres humanos llegan a la conclusión de que para parar ese estado de guerra permanente la única forma de hacerlo es ceder parte de la libertad y derecho individual en pos de un Estado que garantice esa paz.

Capítulo XIV: De la primera y segunda leyes naturales y de los contratos

Hobbes entiende que la ley natural es la libertad del hombre para actuar como quiera, para conservar su vida y hacer todo lo que considere necesario para ello fruto del instinto de supervivencia, pero Hobbes entiende que aparece el concepto de razón que debe impedir al hombre a que se actúe en contra de la propia vida. El concepto de derecho y ley aparece también, en tanto en cuanto si el derecho es la libertad de hacer u omitir, la ley es la que determina y obliga, siendo conceptos diferenciados aunque parezcan iguales o similares. El estado de guerra sería continuo, ya que siempre que exista esa ley natural o derecho natural a hacer lo que se quiera y plazca siempre existirá la guerra permanente que impide la existencia de la seguridad. Hobbes entiende por ende que se precisa de un contrato para limitar esa libertad de actuación en pos de asegurar la paz de la comunidad. Este contrato debe ser voluntario y no debe de emplearse nunca para entregar parcelas de derechos que puedan ser gravosas para las propias personas, como por ejemplo el que se niegue al súbdito a responder contra ataques directos a la propia vida.

La transmisión del derecho al libre albedrío al Estado provoca precisamente que sea el Estado el único capaz de administrar la justicia. De ahí que se derive una tercera ley basada en el cumplimiento del contrato o pacto y, de no hacerlo, conllevaría la injusticia tal y como la define Hobbes. La palabra del contrato ha de ser clara y concisa, no dando lugar a equívocos o engaños, resaltándose de nuevo la importancia del lenguaje en la obra de Hobbes. El Estado, según Hobbes, tendría por tanto la obligación de establecer qué sería injusto y qué no, siendo por tanto el Estado no solo el único con potestad para administrar la justicia sino también para promulgar la propia legalidad, es decir, la ley emana del Estado soberano, siendo unas normas que han de ser conocidas por todos de tal forma que todos los súbditos de un mismo Estado puedan saber cómo obedecer dichas leyes. A continuación, Hobbes habla también sobre su concepto o teoría teológica, argumentando que no pueden hacerse pactos con Dios a no ser que se hagan directamente con aquellas personas que muestren signos manifiestos de la divinidad, bien mediante la revelación o bien mediante la palabra. Es también para Hobbes un primer temor infundado a la humanidad la propia religión al versar sobre un poder divino y vengador que es igualmente venerado y temido por todos.

Comentario profesor: conecta este planteamiento con el anterior de las palabras, en tanto que las palabras han de ser claras para que los contratos sean ciertos, de ahí que tanto le interese el lenguaje a Hobbes, ya que los signos del contrato son palabras enunciadas con la inteligencia de lo que significan.

Capítulo XVII: De las causas, generación y definición de un Estado

Se comienza a hablar ya del Estado en sí y de su definición, pudiéndose considerar esta como la parte principal de la obra.

La finalidad última del hombre es la supervivencia y para garantizarla el mejor método es crear un poder común cedido a un soberano. Para Hobbes este poder es formado por toda la comunidad, pero no entendiéndose dicha comunidad como el conjunto de ciudadanos sino como los ciudadanos que individualmente ceden un poder en pos de formar esta comunidad política. Por ende, el poder no reside en la comunidad sino en los individuos que la conforman. La primera premisa de este Estado es que no puede incidir o responder a intereses particulares, teniendo que estar cohesionado en tanto en cuanto la sola existencia de dos poderes provocará lucha de intereses y, por tanto, la pervivencia de la guerra civil. El Estado nunca busca en Hobbes el bien común sino la supervivencia del individuo, de ahí que se hable de una concepción egoísta de la política en tanto en cuanto se busca la supervivencia individual. La necesidad de la espada se entiende como que el Estado ha de ser fuerte no cuantitativamente sino cualitativamente, su fuerza no reside en la cantidad de la comunidad sino en la fuerza del Estado para sobreponerse a las amenazas que le puedan sobrevenir. No ha de ser temporal o coyuntural, sino permanente, pues se disolvería tras el paso de esa coyuntura. Hobbes no está defendiendo en cualquier caso un modelo absolutista, sino que posiblemente le resulte irrelevante el tipo de modelo que se forme pues él ha vislumbrado tanto el fracaso de la monarquía tradicional como el fracaso de la Commonwealth en Inglaterra. Tampoco se plantea un sistema democrático sino más bien representativo y constitucional, al proponerse la necesidad de la aceptación popular de los contratos y las decisiones tomadas. Entre los derechos del soberano concebido como receptor de los poderes cedidos por esas voluntades individuales se encuentra precisamente el hecho de que el contrato es irrevocable y no se puede quebrantar, para lo cual está la espada, que debe asegurar la garantía y permanencia del pacto. Es preciso asumir la decisión del soberano, aunque no se esté de acuerdo, de ahí que los actos del soberano sean justos, porque se han aceptado por parte de la comunidad como propios, al igual que no hay derecho al tiranicidio en tanto en cuanto la comunidad contrae por voluntad propia la creación del Estado soberano. Hobbes propone un Estado constitucional en el sentido de que no se rija en derecho consuetudinario basado en la tradición sino que se precisa un código de leyes de honor estructurado de forma oficial y al que todos deban someterse voluntariamente, defendiendo así mismo conceptos como el derecho de la propiedad, de la elección de ministros, de hacer la guerra cuando sea preciso, etc.

Capítulo XXI: De la libertad de los súbditos

Hobbes antes de hablar de la libertad de los súbditos hace precisamente una definición de súbdito a principios del capítulo. Así, poniéndose el ejemplo del agua y la libertad de movimiento, Hobbes habla de la libertad general, algo que se define como la “ausencia de impedimentos en el movimiento”. El agua, sin embargo, no decide por dónde se mueve porque no está viva. Aplicado a los hombres, los hombres libres son aquellos sin obstáculos para hacer lo que desean, es decir, los impedimentos físicos para realizar algo no son fruto de falta de libertad sino de fuerza y voluntad para hacer lo que se quiere. La libertad procede de la propia necesidad, de ahí que la propia libertad del hombre proceda de Dios. La libertad de los hombres puede llegar a ser una propia contradicción de la libertad de Dios. Los hombres generan unas cadenas imaginarias dentro del Estado: leyes civiles, que sobreviven por lo imperioso de su construcción.

La libertad del súbdito coincide tanto si el modelo es republicano como monárquico. Nadie puede tener libertad para resistirse a la fuerza del Estado pues esto impediría al soberano proteger al súbdito. Cuando el poder del soberano se acaba, se acaba la protección y, por ende, la obediencia.

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