10 Dic

El Arte Románico: Expresión, Simbolismo y Evolución

En el arte románico, la imagen se concebía como una explicación de la doctrina, por lo que adquirió una importante función expresiva y simbólica. La iconografía transmite un mensaje de poder sobrenatural. Es diversa, y son motivos frecuentes aquellos que exaltan la gloria y el triunfo de Cristo, como la Ascensión a los cielos o la visión apocalíptica de Cristo en majestad, como se aprecia en las iglesias francesas de San Pedro de Moissac o Santa Magdalena de Vezelay. Abunda la representación del Juicio Final, visión reveladora de lo que le espera a cada uno, que alcanzará su premio o castigo.

Las imágenes románicas, pintadas o labradas sobre el muro, o bien exentas, se integran en el templo para completar y confirmar su carácter simbólico. Así, presentan el edificio como una anticipación de la gloria divina sobre la Tierra y como un resumen de las verdades que los fieles deben respetar. Eran lecciones que ilustraban las verdades de la fe. Los temas están tomados del Evangelio, de las vidas de los santos (hagiografías), del Antiguo Testamento y del Apocalipsis de San Juan. Se fue asentando también la iconografía de Cristo crucificado, triunfando sobre la muerte; así, son frecuentes las imágenes exentas que desarrollan este tema y que se colocan sobre el altar.

Otros temas reflejan las inquietudes del artista y los aspectos de su vida cotidiana, en los que el románico crea su propia tradición o bien se inspira en las fuentes más dispares. Es el caso, por ejemplo, de los seres fabulosos con los que se representa el pecado o el demonio, inspirados en los bestiarios de origen oriental.

La abstracción de la realidad visual, la despreocupación por representar los rostros, los músculos y movimientos como son, o como se ven, impregna a la plástica románica de una extraña espiritualidad y la convierte en fuente de inspiración para las escuelas de vanguardia del siglo XX, que tampoco desean representar la naturaleza, sino indagar en un mundo que está más allá de lo visible.

La Escultura Románica

La escultura es el arte decorativo de los siglos del románico, de la misma manera que el mosaico lo es del edificio bizantino. Se caracteriza por su subordinación al espacio arquitectónico. El escultor no se amilana ante las dificultades o incorrecciones porque su obra tiene una función de lenguaje: expresa los miedos del hombre del año mil.

El antinaturalismo, la desconexión de lo representado con cualquier modelo real, es probablemente una herencia del arte bizantino. Es una cuestión debatida y no resuelta. Recuerda los períodos arcaicos de otras culturas: mejillas sin blandura, labios solo alineados, posturas hieráticas, carencia de expresión en los rostros.

La falta de volumen, el carácter plano, la apariencia frontal del primer románico, se añade como otro signo de arcaísmo. Una hipótesis asigna estas limitaciones al lenguaje rudo de una época que ha olvidado el culto de la forma bella clásica. Es posible que se trate de “errores inconscientes”, de un arte por naturaleza arcaico. Pero no faltan los argumentos para estimar que se trata de “errores conscientes”, de que voluntariamente el artista románico utiliza la metamorfosis o simplemente la deformación para expresar, olvidado ya el culto de la forma bella clásica, toda la espiritualidad de las vivencias religiosas.

Sin embargo, la escultura no deja de evolucionar. En el primer románico, los frisos son copias de obras en marfil, metal o telas, sin función arquitectónica. Las primeras esculturas aparecen en la primera mitad del siglo XI adaptándose al marco arquitectónico.

En su momento clásico, el siglo XII, la figura ya está concebida para un lugar determinado y definida por su marco arquitectónico. Ahora da paso gradualmente a un mayor naturalismo, en ocasiones de inspiración romana. En la última época, la riqueza en los pliegues dinámicos y el bulto redondo muestran el olvido de la función arquitectónica y la búsqueda de efectos pintorescos o anecdóticos. En todos los aspectos el cambio es perceptible: en las vestimentas, en el volumen, en las expresiones.

La Pintura Románica en Cataluña

La técnica catalana es compleja: para la primera traza se recurre al fresco, pero se retoca y amplía la gama de colores con el temple y una solución grasa en la que podría mezclarse aceite. La iconografía muestra inclinación a la representación del Pantocrátor en actitud solemne, rodeado de los evangelistas o de sus símbolos, conjunto para el que se reserva el ábside. Destacan las pinturas de las dos iglesias de Tahull, en las que el románico catalán alcanza su máxima cota.

Abundan en las dos iglesias los hallazgos de expresión, como en la Virgen rodeada por los magos del ábside. El románico culmina en el ábside de San Clemente, y más concretamente en el rostro del Cristo en Majestad, en los trazos dispuestos como aureolas en torno a los ojos penetrantes y terribles. Su frontalismo estático es de influencia bizantina; no obstante, su vigor expresivo demuestra que los artistas catalanes han buscado una vía diferente a la de los mosaicos para expresar la grandeza de la divinidad. En esta obra maestra del arte medieval se ha conseguido una de las más fuertes estilizaciones de la figura humana.

Las Pinturas del Ábside de San Clemente de Tahull

En Tahull, dos pintores se encargarían del recubrimiento ornamental de las dos iglesias románicas de Santa María y San Clemente. Son dos artistas de procedencia italiana, pero que han incorporado las técnicas expresivas de miniaturistas y muralistas hispanos. Las pinturas de Tahull, en la actualidad en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, constituyen la más alta cima del románico catalán y una de las cumbres del románico medieval. Nos centraremos en las pinturas de San Clemente, el episodio más genial de las dos iglesias.

La perfección del ábside se explica por la simbiosis de un artista excepcional y una tradición tenaz de búsqueda de recursos expresivos de varias escuelas. Se aprecian tres corrientes artísticas en esta obra maestra:

  • La bizantina, difundida por todo el Mediterráneo y que el artista aprendió en Italia.
  • La árabe, con su caligrafía ornamental, que rompe el hieratismo de las fórmulas bizantinas.
  • La mozárabe, que en las miniaturas del Beato de Liébana ha conseguido, con sinceridad naturalista, dotar a los rostros de una fuerza expresiva poderosa.

Los artistas románicos aprendieron a convertir su curvatura en un recurso intensificador y se sintieron cómodos para diseñar sus composiciones como una superficie plana. Y su función de cabecera de la iglesia, cobijadora del altar y punto de referencia de los ritmos de las naves, convirtió al ábside en el lugar clave de las representaciones iconográficas.

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