24 Mar
Tratado tercero
Quince días estuvo por las tierras de Toledo viviendo de limosna hasta que se le cerró la herida. Un día, andando por las calles, hubo un escudero que le preguntó si buscaba amo, y como así era, pues en ese momento encontró Lázaro su tercer amo. Este, al parecer, por los atuendos que llevaba, debía de ser un hombre de bien, pero lo puso en duda cuando al llegar a la casa vio que esta vacía de muebles. Y una vez más le pasó al hambriento muchacho que su amo no tenía para comer, así que se puso a pedir, de lo que sacó unos trozos de pan que compartíó con su amo. A la noche, enseñó el escudero a hacer la cama a Lázaro y tras esto se durmieron en esta, la cual, al estar hecha de cañizos, era muy dura y poco cómoda. Al día siguiente, limpiando la capa del escudero, dijo este a Lázaro que la espada que con el llevaba no la vendería ni por todo el oro del mundo. Marchó el escudero de la casa, encomendando al muchacho de guardar la casa mientras él iba a misa, de ir a por agua, de hacer la cama y de cerrar la puerta con llave para que no entrasen a hurtar. Hizo todo esto Lázaro, y esperando la llegada de su amo dieron las dos sin que este apareciese, a lo que el muchacho, hambriento, salíó de casa en casa a pedir pan con lo que comíó, también le dieron unas tripas de cerdo con lo que llego a la casa, donde su amo lo esperaba diciendo que lo había esperado para comer, pero viendo que no venía comíó el solo, y le parecíó bien que Lázaro hubiese traído comida, pero le dijo que seria mejor que no se supiese que el muchacho vivía con él para conservar su honra. Dijo el escudero a Lázaro que podría ser q esa casa estuviese desdichada y q nada mas poner un pie en ella pega la desdicha, pero que estuviese tranquilo pues en un mes ya no estarían allí. Lázaro, para no parecer glotón, no tentó la merienda, y llegada la cena comíó sus tripas y su pan. El muchacho comprendía a su amo, ya que había pasado por lo mismo, y lo seguía pasando, así que invitó a este a probar de lo que él comía, aceptando gustosamente y aprovechando hasta la última pizca de comida.
Después de esto se fueron a dormir como el día anterior y a la mañana siguiente se aconteció igual que la primera, estando así ocho días por evitar prolijidad. Pensaba Lázaro que habiendo escapado de dos amos ruines, que lo mataban de hambre, buscando algo mejor, fue a dar con uno que ya no solo no lo manténía, sino que era él quien debía mantenerlo. Y para empeorar más aún la situación, fue por aquellas tierras un año estéril de pan, por lo que el ayuntamiento impuso una ley en la que se obligaba a todos los extranjeros salir de la ciudad o sino serían azotados. Dos o tres días estuvieron sin probar bocado, hasta que unas hilanderas de algodón que hacían bonetes y vivían al lado, le dieron vecindad y conocimiento a Lázaro. Si lástima tenía Lázaro de sí, más la tenía de su amo, que en ocho días sin comer estuvo. Un día llegó, muy contento, el escudero a casa con un real que no se sabe de donde sacó, y ordenó a Lázaro a ir a la plaza por comida, y también le dio la noticia de que había alquilado otra casa y no iban a tener que estar mas en aquella desdichada. Yendo camino de comprar, escucho Lázaro a una mujer que gritaba diciendo que se llevaban a su difunto marido a la casa desdichada en la que nadie come ni bebe, a lo que el muchacho salíó corriendo camino de su casa para prevenir a su amo. Riéndose este de la noticia, Lázaro puso todo su empeño en mantener la puerta cerrada, mientras que los que llevaban aquel muerto pasaban la calle de largo, y el escudero le dijo que podía estar tranquilo que no pasa nada, pero aún así Lázaro siguió pálido durante algún tiempo. Tenía curiosidad Lázaro por saber de donde era su amo, y porque estaba allí, y un día consiguió que se lo dijera, y era su amo de Castilla la Vieja, y había ido a esa tierra para ver si asentaba bien, pero por desgracia no fue así.
Un día llegaron los dueños de la casa a cobrar el alquiler, y el escudero les dijo que volviesen a la tarde porque iba a salir a la plaza a tocar una pieza, pero este no volvíó, así que Lázaro fue a casa de las vecinas y pasó allí la noche. A la mañana siguiente volvieron los dueños y preguntaron a las vecinas por el escudero, y estas les dijeron que ahí estaba su mozo y las llaves, que no sabían donde había ido. A esto llamaron al alguacil, al escribano…etc. Y le dijeron al muchacho que faltaban cosas de la casa y que eran ellos quienes las habían escondidos, que los llevase hasta ellas, pero Lázaro evidentemente no sabía nada del tema y les dijo que lo único que sabía que el escudero poseía eran unas tierras por allá por Castilla la Vieja, y gracias a que las vecinas explicaron que el muchacho no sabía nada ya que llevaba poco tiempo con el escudero, lo dejaron en libertad al saber de su inocencia. Y así una vez más Lázaro se quedó sin amo.
Tratado cuarto
Buscando un cuarto amo, las hilanderas lo encaminaron a un fraile de la Merced a quien llamaban pariente. Al fraile le encantaba caminar, tanto que Lázaro rompíó sus zapatos. El fraile le regalo un par de zapatos, los cuales, después de tanto paseo, no le duraron ni ocho días. Cansado el muchacho de tanto seguirlo decidíó dejarlo.
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