12 Ago
Los años azules del franquismo
Durante los años 40 el régimen franquista adoptó la retórica y la imagen fascista del falangismo español. Sus uniformes azules, sus desfiles marciales, como el yugo y las flechas, inundaron todos los rincones de España. Los falangistas tuvieron que compartir la dirección del nuevo Estado con el ejército, la Iglesia y otros sectores políticos de la derecha conservadora.
En estos años se hizo patente la clara voluntad de Franco de perpetuarse al frente del Estado y cuando puso las bases políticas e ideológicas de su autocracia, dictando leyes antidemocráticas y creando instituciones de una cierta inspiración fascista.
Familias políticas y principios ideológicos
La política aplicada por Franco se caracterizó por la adaptación pragmática a los acontecimientos que se iban produciendo en el contexto internacional y en la misma sociedad española.
Sin aptitudes para grandes planteamientos políticos Franco se limitó a adoptar los principios de las instituciones y formaciones políticas y sociales que lo habían encumbrado a las más altas magistraturas del nuevo Estado: el ejército, la Iglesia y la Falange, junto con los tradicionalistas y los monárquicos, formaban las llamadas familias del régimen. Procuró dividir las familias y tendencias y enfrentarse las para contrarrestar su influencia, a fin de que nadie ni ningún grupo no acaparan tanto poder que se pudiera llegar a cuestionar su.
Su dictadura mantuvo siempre una serie de principios que le dieron sus señas de identidad. Destacaron 3: el nacionalpatriotisme, el nacionalsindicalismo y el nacionalcatolicismo.
El ejército y el nacionalpatriotisme
La principal aportación ideológica de los militares al régimen fue el nacionalpatriotisme, una visión unitaria y tradicionalista de España que Franco asumía como propia, dada su trayectoria personal y su formación exclusivamente militar.
Se trataba de una concepción de España en que la defensa de la integridad territorial de la patria debía ser el ¡objetivo prioritario del gobierno.
El ejército fue el principal baluarte del nuevo Estado. Con un espíritu tradionalista y muy impregnado de las ideas totalitarias del momento, asumíó con raras excepciones el mando de su Generalísimo, mientras conseguía copar las más altas esferas de la Administración.
La Falange y el nacionalsindicalismo
En los años 40 la Falange aportó al franquismo los elementos más novedosos de su ideario, así como su imagen externa. Antiliberal, antimarxista y antidemocrática, la Falange propiciaba un sistema totalitario que llamaba nacionalsindicalismo.
Las bases de este sistema se habían inspirado en las teorías del fascismo italiano sobre la organización del Estado corporativo, un Estado controlado por un partido y un sindicato únicos que deberían superar los conflictos entre clases sociales fomentando los sentimientos de solidaridad nacional.
La falange fue aportado la memoria de su líder José Antonio Primo de Rivera, ejecutado durante la guerra, que el franquismo fue convirtiendo en un mito.
Cuando esclzatar la guerra la Falange dispónía de unos 60.000 militantes [camisas viejas], durante los años 40 llegó a 600.000 afiliados y ejercíó su labor de adoctrinamiento y captación de cuadros por medio de organizaciones paralelas que atendían sectores sociales específicos.
En el ámbito sindical, se creó la Organización Sindical Española [OSE] o sindicato vertical, una ficción de sindicato interclasista y único.
La Falange ocupó cerca de un tercio de los altos cargos de los franquismo en los primeros años cuarenta. Su influencia política real fue bastante discutible. 19.455 los sectores falangistas tuvieron un claro predominio.
El resto de la normativa institucional hiel nuevo Estado sólo fue falangista en apariencia, ya que en última instancia obedecía a la potestad legislativa de Franco mismo. Por otra parte, no dudó en reprimir las intenciones «revolucionarias» de sectores falanggistes vinculados al sindicalismo que pretendían dotar al nuevo Estado de un cierto igualitarismo social al servicio de las clases trabajadores.
La presencia de los falangistas en la vida pública española comenzó a ser criticada intensamente por los militares y los monárquicos tradicionalistas a partir de 1942, hasta que se desencadenó un enfrentamiento abierto al santuario de la Virgen de Begoña, en Bilbao, en el que dos granadas de mano lanzadas por los falangistas provocaron un centenar de heridos entre carlistas basconavarresos. Esta ocasión fue aprovechada por Franco para relevar Serrano Súñer.
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