31 Ago
5.3. El reinado de Fernando VII: liberalismo frente a absolutismo. El proceso de
independencia de las colonias americanas
Tras el Tratado de Valençay de 1813, por el que Napoleón devolvió el trono español a Fernando
VII ante el declive de la situación militar francesa en Europa, el rey de España se preparó para
regresar a un país donde gobernaban unos principios políticos [los principios liberales de la
Constitución de 1812] completamente contrarios a sus convicciones absolutistas. Al poco de llegar
al monarca, un grupo de diputados a Cortes absolutistas le presentaron el conocido como
Manifiesto de los Persas, en el que le reclamaban la vuelta al absolutismo. Así, Fernando VII
disolvió las Cortes y abolió la Constitución de 1812 y toda la labor legislativa de las Cortes de
Cádiz, restableciendo el absolutismo.
El Sexenio Absolutista (1814-1820)
Durante el llamado Sexenio Absolutista [1814-1820], España, destrozada por la Guerra de la
Independencia, quedó relegada a un papel secundario en el concierto internacional. Con una
desastrosa economía, tremendamente afectada por la guerra, Fernando VII, apegado al
mantenimiento de los privilegios estamentales, se negó a emprender cualquier reforma fiscal que
incrementara los ingresos de un Estado en quiebra.
La labor del gobierno de Fernando VII se centró en la represión sistemática contra los liberales
y los afrancesados. Ante esta situación, apareció una nueva fórmula conspirativa, el
pronunciamiento [como los protagonizados por Espoz y Mina, Porlier, Lacy…], duramente
reprimido por las autoridades, y se propagó el ideario liberal a través de sociedades secretas
masónicas.
El Trienio Liberal o Constitucional (1820-1823)
Finalmente, un pronunciamiento liberal terminó por triunfar. En Enero de 1820, poniéndose al
frente de un ejército que estaba acantonado en Cabezas de San Juan (Cádiz), el teniente coronel
Rafael del Riego proclamó la Constitución de 1812 y, tras diferentes avatares, la insurrección se
generalizó, jurando Fernando VII “La Pepa”. Se inauguraba así el conocido como Trienio Liberal
(1820-1823). Sin embargo, Fernando VII, trató de obstruir desde un principio la labor de los
gobiernos liberales, lo que terminó provocando la escisión de los propios liberales: por un lado,
los “doceañistas” pretendían modificar la Constitución en sus aspectos más radicales, tratando
de dar más poder al Rey. Los «doceañistas» se convertirán posteriormente en los conocidos como
moderados; por otro lado, los “veinteañistas” pedían simplemente la aplicación estricta de la
Constitución de 1812. Conocidos también como los exaltados, serán denominados progresistas
tras 1833. Esta división de los liberales creó una gran inestabilidad política durante el Trienio.
Los liberales en el poder durante el Trienio aplicaron las reformas socioeconómicas que ya se
acordaron en Cádiz, llevando a cabo importantes medidas de desamortización y desvinculación.
De este modo, se suprimieron los mayorazgos y se abolió el régimen señorial. Se prohibió a la
Iglesia la adquisición de bienes inmuebles y se redujo el diezmo. Se abolió la Inquisición y se
limitaron las comunidades religiosas. Se redactó un Código Penal..
Desde el primer momento, los partidarios del absolutismo fernandino se opusieron al régimen
liberal. Con el respaldo de Fernando VII, protagonizaron conspiraciones e insurrecciones armadas
y buscaron el apoyo de la Santa Alianza. La contrarevolución estuvo dirigida por el clero y sectores
de las élites privilegiadas. Los absolutistas lograron levantar partidas realistas armadas en Cataluña
, País Vasco, Navarra y norte de Castilla. En 1822 surgió la Regencia de Urgel, que pretendió actuar
como gobierno legítimo.
Finalmente, la Santa Alianza, surgida del Congreso de Viena en la Europa de la Restauración,
acordó la intervención en España y de este modo, en 1823, los “Cien Mil Hijos de San Luis”,
liderados por el Duque de Angulema, pusieron fin a la experiencia liberal, reponiendo como
monarca absolutista a Fernando VII.
La Década Ominosa (1823-1833)
Inmediatamente se inició la represión contra los liberales, y así comenzó la Década Absolutista,
conocida como Década Ominosa por los liberales (1823-1833). Pese a la represión, las
conspiraciones militares liberales continuaron. Surgieron además dos graves problemas:
– la revuelta de los agraviados o Guerra dels Malcontents (1827), que se trató de una
sublevación campesina que se produjo en Cataluña,
– y la cuestión dinástica, que provocará la aparición del fenómeno carlista, que recorrerá todo
el Siglo XIX y parte del XX;
La promulgación por parte de Fernando VII de la Pragmática Sanción que abolía la Ley Sálica
provocó el descontento de los ultrarrealistas, que apoyaban a su hermano Carlos Ma Isidro. El
nacimiento de la hija del rey, Isabel, provocó la definitiva ruptura entre ultrarrealistas y partidarios
isabelinos (y primeramente cristinos) y el inicio de la primera guerra carlista a la muerte del monarca
en 1833.
El proceso de independencia de las colonias americanas
De un modo paralelo a todos estos procesos políticos, se fue produciendo poco a poco la
emancipación de las colonias americanas de la Corona española. Diversos factores explican el
desencadenamiento del movimiento independentista: el creciente descontento de los criollos,
que se sentían marginados políticamente, las limitaciones al libre comercio y al desarrollo
económico de las colonias, que perjudicaban económicamente a la burguesía criolla (que será la
que encabece los procesos de independencia, y no la población indígena), la influencia de las
ideas ilustradas y el ejemplo de la independencia de los Estados Unidos de América, y la
crisis política producida por la invasión napoleónica.
En el proceso de independencia se pueden distinguir dos grandes etapas: desde 1808 a 1814,
cuando los territorios americanos se declararon independientes de la España napoleónica, pero
mantuvieron sus lazos con las autoridades de Cádiz, enviando representantes a las Cortes. Cuando
Fernando VII fue repuesto en el trono, todas las colonias, excepto Argentina, volvieron a unirse a
la Corona española; y la segunda etapa, desde 1814 hasta 1824, estuvo marcada por la vuelta al
absolutismo que propició pronunciamientos militares que rápidamente derivaron hacia posturas
independentistas entre los criollos. Esta deriva fue alentada por Inglaterra y por Estados Unidos.
Entre los caudillos independentistas sobresalen las figuras de José San Martín y Simón Bolívar.
Las guerras de independencia siguieron una trayectoria compleja y culminaron con la derrota
española en Ayacucho en 1824, que puso fin a la dominación española en América. Sólo las islas
de Cuba y Puerto Rico siguieron ligadas a la metrópoli.
Las consecuencias de la emancipación de los países americanos fueron las siguientes:
– Para España, la pérdida de su mercado exterior más importante, pasando a ser una potencia
de segundo orden.
– Para América, la fragmentación en quince repúblicas, a veces enfrentadas entre sí, ya que
fracasaron los proyectos unitarios.
– La aparición de la figura política del caudillo.
– El predominio político, económico y social de los criollos.
– Marginación de la mayoría de la población india, negra y mestiza, lo que provocó profundas
convulsiones sociales.
– Entrada en la órbita comercial de Reino Unido y EE.UU., países que apoyaron
diplomáticamente y con las armas a los independentistas
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