18 Dic
El tema del texto no puede entenderse sin una justificación ontológica, epistemológica, antropológica y ético-política de la filosofía platónica.
Platón dividíó la realidad en dos mundos: el Mundo de las Ideas (real) y el Mundo Sensible (aparente). Platón llamó Ideas o Formas a las esencias objetivas de los seres, a los universales subsistentes, a los modelos de la realidad sensible y a la forma única de lo múltiple. Por ello son identificadas con lo Uno. Estas Ideas existen en un mundo trascendente que le es propio. Las cosas sensibles son copias o participaciones de esas realidades universales.
El Mundo Sensible (correspondiente al interior de la caverna)
Está sujeto al devenir, en él no hay nada eterno ya que ha sido generado y, por lo tanto, debe su ser a otro. Es un mundo desordenado, compuesto e imperfecto. Es el mundo que percibimos por los sentidos, por eso, de él, sólo podemos tener opiniones mudables, relativas, subjetivas y particulares (Dóxa). Aun así podemos distinguir dos grados o niveles: uno inferior, (que corresponde a la ignorancia que tienen los prisioneros del mito que, arrastrados por sus pasiones y sentidos, viven en un mundo de apariencias, sofismas, prejuicios y supersticiones) que es Eikasia (conjetura o imaginación) que sólo aporta sombras, imágenes o reflejos de la ya aparente realidad sensible (eikones); y un grado superior, que sería el de la creencia verdadera o Pistis (conocimiento que tiene el preso liberado dentro de la caverna) que nos proporciona la percepción de los seres naturales y artificiales, Dsoa.
Por su parte, el Mundo de las Ideas o inteligible (correspondiente al exterior de la caverna) constituye la auténtica realidad, el ser en sí de las cosas, las esencias inmutables de todo lo que hay. A este mundo sólo podemos acceder a través de la razón, o parte racional del alma.
Platón, que a nivel antropológico también es dualista, distingue en el ser humano el cuerpo (perteneciente al mundo de los sentidos y, por tanto, material, finito y mutable, de él proceden los deseos y pasiones irracionales y las falsas creencias, prejuicios y supersticiones), del alma (esencia del ser humano, inmaterial, inmortal) que preexiste a su uníón con el cuerpo.
El alma tiene una naturaleza tripartita: Concupiscible, o apetitiva, (tiende a dejarse arrastrar por las necesidades y los sentidos corporales), Irascible, o voluntad (media entre el apetito y la razón), Racional (la que sabe lo que hay que hacer). La justicia en el alma se consigue haciendo que cada parte cumpla con su virtud correspondiente: cuando la apetitiva sea moderada, la irascible, fuerte y valiente y la racional, prudente y sabia. Antes de unirse al cuerpo, el alma ha habitado en el mundo de las ideas, donde ha contemplado todas las esencias de la realidad pero, al caer en el cuerpo, queda atrapada como si de una cárcel se tratara y olvida todo lo conocido. Conocer será recordar lo que el alma ya había contemplado y que olvidó al caer en el cuerpo.
El Mundo de las Ideas es el aquel hacia el cual todas las cosas tienden, ya que este mundo es inmutable, eterno, independiente, simple y perfecto. De él obtenemos el verdadero conocimiento racional o Epistéme, es decir, un conocimiento necesario, objetivo, absoluto y universal. Este conocimiento tiene dos grados: Dianoia o razonamiento demostrativo-deductivo (tiene por objeto los entes matemáticos o particulares inteligibles y parte de hipótesis y se dirige hacia una conclusión) y Noésis o razonamiento intuitivo o filosófico (tiene por objeto los primeros principios o ideas y para llegar a ellos utiliza la dialéctica). En La República, Platón jerarquiza las Ideas dotando de mayor superioridad a la Idea de Justicia y de Belleza, pero por encima de todas, a la Idea del Bien (el sol en el mito de la caverna)
. Haciendo una analogía entre el sol y el Bien, nos dice que esta Idea suprema es el principio unificador y comprensivo del orden de las esencias, último principio hacia el que todas las cosas tienden, ya que el Bien es la Perfección misma. No es Ser en el sentido en que son las demás ideas, sino que es superior al ser, ya que mientras las ideas son bienes, lo son por semejanza con el Bien, de modo que deben su ser al Bien: Principio Ontológico. Pero el Bien también nos permite discernir, conocer las demás ideas, por esto también es considerado Principio Epistemológico. Como Principio Ético, el Bien consiste en el desarrollo auténtico del ser humano como ser racional. Como Principio Político, el Bien será lo que le corresponderá saber al gobernante-filósofo, ya que éste tendrá que esforzarse por moderar su vida y la de los demás según este modelo. Es por esto por lo que el conocimiento del Bien no sólo es teórico, sino también práctico: al conocer el orden y la finalidad de las cosas, el sabio es el que estará verdaderamente capacitado para plasmar ese orden en la sociedad y hacer una comunidad más justa y feliz.
La justicia y la felicidad serán los objetivos que deberá alcanzar el estado ideal que Platón diseña en La República. Desengañado primero por el gobierno de los Treinta Tiranos y, después, por la Democracia demagógica y corrupta que condenó a muerte a su gran maestro Sócrates, Platón no cesó en el modo de meditar sobre el modo de mejorar la vida política.
Nuestro autor piensa que sólo la pólis será justa si sus ciudadanos lo son. Por ello establece en el Estado Ideal una correlación entre alma y estado. Según el principio de especialización funcional, Platón considera que la sociedad ha de estar dividida en tres clases sociales dependiendo del carácter de cada individuo (parte del alma que en él predomine). Aquellos en los que predomine la parte apetitiva o concupiscible del alma deberán dedicarse a tareas productivas (Productores); en los que predomine el ánimo o parte irascible, se deben dedicar a la función de guarda y defensa (Guardianes); en los que en su carácter predomine la racionalidad, estarán más preparados para gobernar (Gobernantes). Al igual que el alma, el estado será justo cuando los gobernantes sean prudentes (sabios), los guardianes fuertes y valientes y los productores moderados, es decir, cuando cada uno cumpla con lo que le corresponde. Pero como en cada individuo se hallan presentes, en mayor o menor medida, las tres partes del alma, siempre queda la posibilidad de que el elemento apetitivo se subleve. Para evitar la corrupción de los hombres y evitar que políticos incompetentes gobiernen dejándose llevar por sus intereses particulares, el Estado ha de contar con los medios oportunos, y el medio más eficaz es la Educación, como se ve en el texto que nos ocupa. Por esto la educación ha de estar en manos del estado y no de particulares, y ser igual para hombres y mujeres.
En La República expone Platón un modelo educativo que ha de desarrollarse en dos etapas: la primera, para la formación de los guardianes (gimnasia, para desarrollar el cuerpo, y música, para modelar el carácter e imprimir creencias firmes y rectas (liberación que tiene el prisionero en el interior de la caverna y que consiste en el conocimiento de las creencias verdaderas de la dóxa)); la segunda etapa será la de la formación de los futuros gobernantes. El gobernante ideal deberá formarse durante años en el estudio racional. Este saber es el más elevado (Epistéme) ya que nos da conocimiento de lo inteligible, es decir, de lo absoluto, lo objetivo lo universal e infalible. El ascenso a este tipo de saber es difícil y exige, por ello, un entrenamiento intelectual. Este entrenamiento lo encomienda a las matemáticas. Los que superen este estadio pasarán a estudiar Dialéctica o Filosofía. El gobernante-filósofo deberá conocer las ideas y, por último, la Idea del Bien: dialéctica ascendente. La dialéctica descendente es el camino de vuelta que ha de seguir aquél que la ha ascendido (prisionero liberado), para enseñar a los demás cómo hay que vivir (regreso a la caverna del liberado) y plasmar el orden que ha contemplado para hacer una comunidad justa y feliz.
6.4.2. El Mito de la Caverna
El tema de la educación lo cuenta Platón recurriendo a un mito, el de la caverna, en el Libro VII de la República (texto obligatorio para Selectividad). En este mito pide Platón que nos imaginemos una caverna subterránea que tiene una abertura por la que penetra la luz. En esta caverna viven unos seres humanos con las piernas y los cuellos sujetos por cadenas desde la infancia, de tal modo que ven el muro del fondo de la gruta y nunca han visto la luz del sol. Por encima de ellos y a sus espaldas, o sea, entre los prisioneros y la boca de la caverna, hay una hoguera, y entre ellos y el fuego cruza un camino algo elevado y hay un muro bajo que hace de pantalla. Por el camino elevado pasan hombres llevando estatuas, representaciones de animales y otros objetos, de manera que estas cosas que llevan aparecen por el borde de la pantalla. Los prisioneros, de cara al fondo de la cueva, no pueden verse ellos entre sí ni tampoco pueden ver los objetos que a sus espaldas son trasportados, sino que sólo ven de ellos mismo y la de los objetos, sombras que aparecen reflejadas en la pared a la que miran. Únicamente ven sombras.
Estos prisioneros representan a la mayoría de la humanidad, a la muchedumbre de gentes que permanecen durante toda su vida en un estado de ignorancia, de eikasía, viendo sólo sombras de la realidad y oyendo únicamente ecos de la verdad. Su opinión sobre el mundo es de los más inadecuada, pues está deformada por sus prejuicios, supersticiones y pasiones. Y aunque no se hallan en mejor situación que la de los niños, se aferran a sus deformadas opiniones con toda la tenacidad de los adultos y no tienen ningún deseo de escapar de su prisión.
Si de repente se les soltase y se les dijera que contemplaran las realidades de aquello cuyas sombras habían visto anteriormente, quedarían cegados por el fulgor de la luz y se figurarían que las sombras eran mucho más reales que la realidad misma. Sin embargo, si uno de los prisioneros logra escapar y se acostumbra poco a poco a la luz, después de un tiempo será capaz de mirar los objetos concretos y sensibles, de los que antes había visto sólo sombras. Este prisionero liberado contemplará a sus compañeros al resplandor del fuego (que representa al sol visible) y se hallará en un estado de pistis, habiendo pasado del mundo de los eikones (prejucios, pasiones, supersticiones y sofismas), al mundo real de los dsoa (seres del mundo sensible), aunque todavía no haya ascendido al mundo de la auténtica realidad o mundo inteligible (exterior de la caverna). Verá a los prisioneros tal y como son, es decir, como personas encadenadas por las pasiones y los prejuicios que provocan las imágenes y las sombras. Por otro lado, si persevera y sale de la cueva a la luz del sol, le espera una subida escarpada y difícil (disciplina, sacrificio y dificultad que requiere la educación) y de nuevo se le deslumbrarán los ojos. Por ello deberá progresivamente ir acostumbrando su vista y fijarse en primer lugar en las cosas de noche, luego en las sombras de los objetos o sus imágenes reflejadas en el agua (estaríamos en el entrenamiento de la matemática o diánoia) y por último verá los objetos mismos (representando las ideas). Mediante un esfuerzo estará ya capacitado para mirar al sol, que representa la idea del bien. Se hallará entonces en el estado de la noésis (dialéctica o filosofía).
Esta alegoría pone en claro que la «ascensión» de la educación es considerada por Platón como un progreso, aunque tal progreso no es continuo ni automático, sino que requiere esfuerzo y disciplina mental. De ahí su insistencia en la gran importancia de la educación por medio de la cual se ha conducido gradualmente el joven a la contemplación de las verdades y los valores eternos y absolutos y, de este modo, se libre a la juventud de pasar la vida en el sombrío mundo de la ignorancia. Tal educación es de primordial importancia para quienes han de ser hombres de estado. Los políticos y los gobernantes serán ciegos guiando a otros ciegos si se quedan en el plano de la eikasía o el de la pistis. Para terminar, Platón considera que el gobernante filósofo que ha contemplado la idea del bien (prisionero que ha conseguido salir de la caverna) tiene la obligación de poner en práctica aquello que ha contemplado. No basta con que el gobernante sepa lo que es el bien o la justicia, sino que ha de ser bueno y justo (volver a la caverna).
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