16 Dic

“Lo fatal”, es la obra frente a la cual nos encontramos, creada por el poeta nicaragüense Rubén Darío o príncipe de las letras castellanas, como también es conocido. Fue el impulsor en nuestro país del Modernismo con un enorme éxito, pero el alcoholismo deterioró su salud y en 1915 regresa a Nicaragua donde muere.

 Este breve poema que tratamos, pertenece a una de las obras más influyentes de su trayectoria “Cantos de vida y esperanza” dada a luz en 1905, que compartió lugar con otros títulos destacables, dentro de los cuales se sitúan “Azul…” creada en 1888 y “Prosas profanas y otros poemas” en 1896.

Su producción lírica sufre una gran evolución presente en esos tres poemas. De esta forma comienza con “Azul…”, donde expresa sensualidad y elegancia y las técnicas de la nueva estética que contemplaremos posteriormente, seguidamente con “Prosas profanas, en donde se consolida el modernismo con una gran importancia al ritmo y a la musicalidad. Y por último, “Cantos de vida y esperanza”, aquella que nos corresponde, donde Rubén Darío proporciona su línea más intimista y reflexiva, preocupado por el ser humano, el arte, el placer, el amor y la muerte.

Nuestro autor fue considerado el máximo representante del modernismo en lengua española, desarrollado entre los años 1880-1910, fundamentalmente en el ámbito de la poesía. Este movimiento está caracterizado por la búsqueda de la originalidad, la presencia de sensualidad, la evasión del materialismo, el individualismo y el subjetivismo como otros de sus rasgos y sobre todo, por la creación de un nuevo lenguaje, formas y métrica. Además, sus componentes se encontraron influenciados por la poesía francesa, como Víctor Hugo, a través del parnasianismo y el simbolismo, conformado, entre otros, por el cubano José Martí.

Por otro lado, contemporáneos a Rubén Darío, nos encontramos a españoles que compartieron junto a él el ambiente madrileño caracterizado por la bohemia, como Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez o Valle-Inclán, influenciados por él mismo.

                Dentro de la obra del autor, los temas españoles están presentes en sus composiciones, debido principalmente a su viaje que realizó a España, siendo consciente y atendiendo a la decadencia que vivían sus ciudadanos, apreciando esos temas en “Letanía de nuestro señor Don Quijote” poema incluido en la obra que nos corresponde.

                Pero específicamente en este fragmento, los temas del paso del tiempo, la angustia existencial, la incertidumbre de no saber, la certeza de la muerte y el pasado, se hacen un importante hueco en las ideas que Rubén Darío pretende transmitir.

                De esta forma,  primeramente el autor nos presenta el temor a sufrir, reflejado en los primeros cuatro versos, donde hace una comparación entre el humano y los objetos insensibles. Seguidamente expresa la incertidumbre que depara la vida, de no conocer nuestro inicio ni nuestro rumbo, en contraste con la certeza de la muerte, lo que acaparan la siguiente estrofa. Por otro lado, el paso del tiempo conforma los siguientes tres versos, donde simultáneamente presenta la vida “y la carne que tienta con sus frescos racimos” junto con la muerte “y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”. Y por último, el autor realiza un resumen de la idea que pretende transmitir, de tal forma que separa y distingue los dos últimos versos del resto presentando ese inevitable futuro de la muerte.

En cuestión al poema, podemos observar que Rubén Darío, como modernista que es, realiza grandes cambios e innovaciones en la métrica, obteniendo de esta forma un soneto ciertamente modificado, por lo que podemos considerarlo un soneto modernista al que le suprimieron un último verso. Por ello, el poema se compone de dos serventesios, formado por versos alejandrinos, y cinco versos finales que conforman un quinteto, siguiendo una estructura de trece versos con rima consonántica.

                El poema presenta ciertos recursos estilísticos, como la personificación “dichoso el árbol que apenas es sensitivo” o “la carne que tienta con sus frescos racimos” y el polisíndeton con el constante empleo de la conjunción “y”. Además, aparece una serie de estructuración paralelística en la segunda y tercera estrofa dado al mismo hecho del polisíndeton y una antítesis se hace notar: “vamos y venimos”, “vida, sombra”.

                Por otra parte, el autor refleja constantemente un tono de extensa angustia, dolor junto al léxico, los verbos sentimentales que emplea y donde los adjetivos adornan trágicamente y aseguran un futuro fin. De esa forma observamos el uso de verbos en distintos tiempos destacando a lo largo de cada estrofa. En la primera, el uso del presente es destacable, principalmente en tercera persona del singular; por otra parte, en la segunda, los infinitivos abundan y por último el presente en primera persona del plural se presenta al finalizar el texto, incluyendo al lector en la angustia haciéndolo partícipe de ese sufrimiento y destino irrevocable para todos.

                La simbología que se presenta en esta composición se reduce entre otros a los objetos que describe, siendo: piedra y árbol, refiriéndose a la naturaleza; tumba y sombra, expresando la muerte; carne al erotismo y la vida; y frescos racimos y fúnebres ramos, vinculados al paso del tiempo. Por otra parte el hecho de enumerar la piedra, el árbol y el hombre reflejan el nombrado sufrimiento, al igual que los verbos que especificamos anteriormente. Y por último los puntos suspensivos que de nuevo atienden a esa cercana compañera de nuestro final.


En cuanto al lenguaje, se produce una degradación ascendente de términos que significan miedo, angustia, terror y espanto; todos ellos abarcando una línea del tiempo en la que se recorre esta misma experiencia, empleando para ello diferentes tiempos verbales como bien pueden ser; un pasado (temor de haber sido), un presente (sin rumbo cierto) y un futuro (futuro terror). En esta misma línea, Rubén hace uso de esta diversidad de verbos, hace alusión básicamente al existencialismo y demás sentimientos empleando para ello la primera persona del singular (“conocemos”, “sabemos”); así como de un léxico sencillo, directo y serio acompañando adjetivos con los que realmente matizar y significar este mismo.

Rubén Darío, destacable y prácticamente autor del modernismo, plasma en su obra que tratamos aquellas ideas que obtuvo de su movimiento, a pesar de corresponderse en un momento en el que se encontraba alejado de él. Por un lado y centrándonos en lo  general de “Lo fatal”, que coincidió con su época de mayor expresión íntima, los sentimientos son su protagonista, en este caso de desdicha por aquello que rodea al hombre, una serie de preguntas y reflexiones que se exponen líricamente en ese fragmento. De esta forma el hastío por la vida, uno de los imperantes rasgos del modernismo, se presenta en objetos de la naturaleza, buscando seguidamente respuestas a la muerte, la incertidumbre de no saber de dónde venimos, y el dolor a sufrir y a conocer la muerte que espera, conformando una serie de sentimientos que en ese momento oprimirían al autor.

OPINIÓN PERSONAL

Al igual que Darío, a lo largo de la historia, otros escritores, pintores, filósofos y cualquier ser humano, han cruzado un punto en su vida en el que una noche se les despierta en sí una pregunta, a la que le sucederán posteriormente miles de ellas buscando una respuesta que no ha logrado ser obtenida tras haber conocido la madre desencadenadora de todas ellas. En concreto, hablamos de esa duda existencial, ese vacío que nos proporcionan nuestros pensamientos buscando una razón de por qué estoy aquí, una aclaración de para que sirvo, de quién soy, de dónde vengo, una luz que muestre aquello que hay después de la muerte,  y así una infinidad de preguntas prácticamente inscritas por error de fábrica en el ADN humano.

Esa necesidad de aclaración abarca cualquier persona, y en este caso, también a los jóvenes, aquellos que en ocasiones poseen estas preguntas adormiladas, escondidas en algún recoveco de su interior sin salir a la luz. Darío, muestra en su poema un grandísimo dolor del final destinado que posee el hombre, del sufrimiento que proporciona la vida, y de la incertidumbre ante el desconocimiento de nuestras raíces, dudas que muchos de ellos se habrán preguntado, pero muy pocos habrán considerado un aspecto primordial en sus vidas.


Los estudios, la decisión de nuestro futuro, las fiestas, y en definitiva la rutina diaria, aleja a los jóvenes de aquello que conforman en cierta medida las bases de sus vidas. La burbuja formada nos impide pensar y reflexionar en ello concentrándonos en otros aspectos que hemos considerado de mayor necesidad, hasta que un día te topas con una experiencia cerca de la muerte, posees un impulso de curiosidad, o un momento de depresión o de tranquilidad, donde te alejas del resto y sin necesidad de una orden propia, comienzan a disparase dichas preguntas que sin desearlo te perturbarán y confundirán mientras piensas en aquello que puede ser tu solución y respuesta a la misma, las cuales acaban convirtiéndose en cientos de hipótesis, hasta que te aferras a una, con la incertidumbre y la desolación de que no sea la correcta.

 Así, considero que los jóvenes si tienen en mente esta angustia existencial compartida también por nuestro autor, pero el dolor que poseemos ante tales dudas no se corresponde con el de Rubén Darío, aunque ante ello las excepciones siempre se hacen notar, puesto que mientras que nos encontramos adolescentes cuya respuesta a su finalidad en la vida solo nos proporcionan un carácter dubitativo y confuso, se nos presentan por otro lado a jóvenes que solo con mencionar la muerte les provocan un batallón de sentimientos de angustias. A pesar de ello, la existencia y la duda humana ante el mundo es común a todos, por lo que preguntarse y pensar en ello no es más que esperar al momento adecuado o a una noche entretenida de reflexiones abiertas con otros amigos

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