23 Abr

En Grecia

El año en Grecia tenía 354 días y se dividía en seis meses de 29 días que se alternaban con otros seis meses de 30 días.

Para calcular las horas, los griegos empleaban el reloj de sol, mientras que para medir periodos más cortos, usaban el reloj de agua o clepsidra, un recipiente lleno de agua que se vaciaba en otro, cuyas marcas indicaban el tiempo transcurrido. La clepsidra se utilizaba, sobre todo, para regular la intervención de un orador o de las dos partes implicadas en un juicio.

En Roma

El calendario

En sus orígenes, los romanos tuvieron un año de 304 días dividido en 10 meses. En el siglo I a. C., Julio César encargó a Sosigenes, un sabio de Alejandría, que elaborara un calendario al que se le denominó calendario juliano, que era prácticamente igual al que tenemos ahora: un año de 12 meses, 365 días y seis horas.

Cada cuatro años había uno bisiesto. En ese año, el mes de febrero tenía 29 días y los demás meses 30 o 31.

Nuestro calendario es el gregoriano, que data del año 1582, cuando el papa Gregorio XIII hizo un reajuste del calendario juliano.

Además de los días festivos, que comprendían días de fiestas religiosas y cívicas y días de mercado, el calendario romano marcaba días fastos, en los que se podían llevar a cabo negocios y votaciones públicas, y días nefastos, en los que estas actividades estaban prohibidas.

La división de la semana

Según el calendario de Numa Pompilio y hasta el siglo I a. C., la semana tenía ocho días, localizados entre dos días de mercado. Hasta la época imperial, no se utilizó la semana de siete días.

En el siglo IV d. C., se cambió el nombre de los días que estaban dedicados a Saturno y al Sol respectivamente, y desde entonces, la denominación de los siete días de la semana ha permanecido casi inalterable.

La división del día

El día se dividía en 12 horas (prima, secunda, etc.) y la noche en cuatro vigilias.

Había más horas de luz en verano, por lo que las horas del día eran más largas, mientras que en invierno eran más cortas.

En Atenas

Los atenienses se levantaban al alba y, antes de desayunar, hacían unos ligeros ejercicios gimnásticos y se aseaban.

Después, cuando salía el sol, acudían a algunas de las reuniones ciudadanas que se celebraban a diario, bien en la asamblea, en el Consejo o en los tribunales de justicia. Al acabar las sesiones, iban al ágora donde, entre otras cosas, hacían las compras diarias. Estas ocupaciones los mantenían atareados hasta el mediodía, que es cuando almorzaban.

Por la tarde, acudían a la barbería donde, además de arreglarse el pelo, bigote y la barba, se enteraban de las noticias y las habladurías de la ciudad. También pasaban por el gimnasio o por la palestra (escuela de lucha), o se sentaban con sus amigos a jugar a las tablas o a los dados.

Al final de la jornada, cenaban y, si no acudían a un banquete, del que hablaremos más adelante, se iban a dormir cuando se ponía el sol.

En Roma

Los romanos se levantaban antes del amanecer, alrededor de las 4:30 en verano o a las 7:30 en invierno. Se lavaban la cara, los brazos y las piernas, y después desayunaban.

Cuando ya había salido el sol, se dedicaban a sus ocupaciones. Si el romano era rico, recibía a sus clientes, encargándoles tareas e incluso dándoles una cesta con alimentos.

La alimentación

En Grecia

Con harina de trigo o cebada se hacía una masa llamada maza que estaba presente en todos los platos. Se comía legumbres, cebolla, ajos, verduras, queso, aceitunas y poca carne, normalmente de cerdo, cabrito o carnero. En cambio, el pescado (sardina, anchoa, atún, calamar) era frecuente. En cuanto a los postres, se comían fruta fresca y seca, sobre todo higos, nueces y uvas, y pastelillos hechos con miel.

El desayuno y el almuerzo eran ligeros, mientras que la cena era la comida más importante del día y el único momento en que se comía caliente.

En Roma

Llegaban alimentos y vinos de todas partes del imperio. Se cocinaba con aceite, miel y muchas especias y hierbas aromáticas para condimentar los platos. Se solía usar el garum, una salsa a base de pescados fermentados y mezclados con ajo. De hecho, el primer libro de cocina es obra del romano Apicio y data del siglo I d. C.

El desayuno consistía en pan untado con ajo, acompañado de queso, miel y otras frutas. El almuerzo era un simple refrigerio ligero. La cena, como en Grecia, era la comida más importante del día. Pasó de ser sencilla a estar compuesta de tres partes en la época imperial: la gustatio (entremeses, como ensalada, huevos y verduras, setas), la prima cena (plato fuerte a base de pescados y carnes) y la secunda mensa (postre, como frutas y pasteles). El pan y el vino, mezclado con agua o miel, estaban siempre presentes.

El banquete

En Grecia

El banquete era una reunión de amigos en el andron de la casa, con juegos y un pasatiempo que consistía en hacer un cottabos, lanzar las últimas gotas de vino en la copa.

En Roma

Por la noche, los amigos se reunían para cenar en un banquete, conocido como convivium, ocasión ideal para cultivar las relaciones sociales, relajarse y olvidarse de problemas y obligaciones.

El vestido

En Grecia

El hombre se vestía con el quitón, una túnica larga sujeta a los hombros. Si hacía frío, se ponía sobre ella el himation, un manto, aunque podía ponerse solo un himation. Los griegos también podían llevar una túnica y una capa corta.

Las mujeres, además del quitón, podían ponerse el peplo, una pieza larga que se sujetaba con cordones y broches. En invierno se cubrían con un manto. Las mujeres griegas se arreglaban mucho y, pocas veces, salían de casa con la cabeza cubierta.

El calzado

Los hombres y las mujeres usaban sandalias que se sujetaban con correas o tiras de cuero y, en invierno, botines.

La cosmética

Los hombres en edad adulta llevaban el pelo corto y se recortaban la barba. Las mujeres, en cambio, llevaban el pelo recogido con una cinta, una diadema o un moño. Además, se maquillaban, usaban cremas, perfumes, joyas e incluso sombrillas para protegerse del sol.

En Roma

El hombre se vestía con la toga, un trozo de tela semicircular, voluminoso y elegante, que llegaba hasta los pies. Se llevaba colgada al hombro izquierdo. Debajo vestían la estola, una prenda que les llegaba hasta los pies, con mangas hasta los antebrazos y que se sujetaba a la cintura con un cinturón.

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