26 Nov
El Fin del Patrón Oro
El sistema de Bretton Woods había funcionado sin graves problemas hasta la década de los sesenta. Pero a medida que nos acercamos al final de la misma, el dólar comienza a acusar ciertas debilidades, atribuibles al aumento del déficit de la Balanza de Pagos en los EE.UU. Dicho déficit resultaba de la suma de los saldos negativos de las balanzas comercial y de capitales. Esta última se debía a las ayudas exteriores consentidas por el gobierno y a la enormidad de los gastos militares, ambos relacionados con la Guerra Fría. Hasta 1971, el excedente comercial compensó esta excesiva salida de liquidez, pero a partir de dicho año la balanza comercial se degrada por vez primera desde 1893. Esto fue el resultado de un doble fenómeno: la concurrencia cada vez mayor de los productos europeos y japoneses con respecto a los americanos en el mercado mundial y las inversiones en el extranjero, que hicieron disminuir la parte de la producción americana elaborada en los EE.UU.
Como el dólar era la moneda internacional por excelencia, el déficit americano se saldaba con ella, lo que hizo aumentar las existencias de la misma en el exterior del país. Dicho stock se repartió entre los bancos centrales –que utilizaban los dólares como fondo de reserva para la emisión de billetes– y los comerciales, que disponían de la moneda en cuestión para la concesión de créditos a medio y largo plazo. De esta manera, la cantidad de dólares aumenta y su relación con los depósitos de metal amarillo guardados en Fort Knox se deteriora, tanto más cuanto que estos últimos disminuyen. En 1949, en efecto, ascendían a 25 billones de dólares, mientras que el stock mundial se elevaba a 32; en 1971 se habían reducido a 11. Por consiguiente, si el dólar no se devaluaba, su convertibilidad en oro se habría convertido en un mito. Pero esa devaluación no resultaba fácil debido a la resistencia de las autoridades, para las cuales una política de moneda fuerte constituía el símbolo de la potencia americana.
En 1971, ante la subida espectacular del déficit, el dólar deja de inspirar confianza y la especulación en torno a él se amplifica en todo el mundo. Muchos mercados se cierran, circunstancia que será aprovechada por el presidente Nixon para suspender “temporalmente” la convertibilidad (15 de agosto de 1971) y para autorizar un arancel suplementario sobre las importaciones. Pocos días después se procede a la devaluación oficial; en adelante, una onza de metal amarillo costará 38 dólares y no 35, lo que supone que las demás monedas se revalúan una media del 10%; pero ello no debilitó su posición como moneda internacional ni el lugar central que ocupaba en el Sistema Monetario Internacional (SMI), cuya fisonomía cambia completamente.
Por tanto, el sistema de Bretton Woods acabó derrumbándose debido a la actuación unilateral de los EE.UU., que en 1970-71 se negó a defender su débil situación de pagos empleando los procedimientos deflacionarios normales. La repetida y manifiesta insuficiencia de las realineaciones de los tipos de cambios fijos en un mundo donde la especulación internacional era tan fácil, hizo imposible defender un tipo fijo sin que surgiera una crisis cada pocas semanas. En suma, el sistema de Bretton Woods, visto retrospectivamente, no podía durar mucho dada la libertad para efectuar pagos internacionales, las diferencias de crecimiento nacional y la marcha de los precios.
Posteriormente, a lo largo de los años 1972 y 1973, la divisa americana se devalúa de nuevo y, asimismo, las monedas de numerosos países, autorizándose finalmente la “flotación” generalizada de las cotizaciones. En estas circunstancias, no puede sorprender que los países exportadores de petróleo empezasen a pensar en la revisión al alza de los precios del crudo, tanto más cuanto que estos últimos se expresaban en dólares. El reconocimiento de la nueva situación creada impulsó la convocatoria de la conferencia de Jamaica (1976), en la cual se adoptaron los siguientes acuerdos:
- a) Abandono de las paridades fijas.
- b) Desaparición definitiva del oro como referencia monetaria.
- c) Fijación del valor de cada moneda nacional de acuerdo con la disposición de reservas de Derechos Especiales de Giro (DEG) o en relación con el valor de otras monedas.
- d) Evaluación de los DEG de acuerdo con la cotización de las divisas más importantes y no con la del dólar como antes.
Se firma así el acta de defunción del sistema de Bretton Woods. Las consecuencias de estos cambios serán muy importantes para la vida económica:
- Los distintos países podrán saldar en adelante el déficit de su balanza de pagos con su propia moneda, lo que significa en la práctica la posibilidad de prolongarlo.
- El dólar sigue siendo la moneda internacional, pero sin referencia al oro. Los Estados Unidos deben garantizar su estabilidad. Ello supuso no pocas ventajas, ya que en adelante pudo practicar la política monetaria que le convenía, dejando a sus “partenaires” el trabajo de adaptarse a los cambios. Asimismo, le era factible financiar los gastos militares o adquirir bienes de equipo en el extranjero con su propia moneda, aunque su balanza comercial fuese deficitaria. El país más rico del mundo podía vivir a crédito a expensas de los restantes.
- La no convertibilidad del oro se presta a dos lecturas complementarias. Por un lado, sanciona el debilitamiento relativo de la economía americana con relación a sus competidoras y la incapacidad de su industria para soportar durante más tiempo el nivel de las paridades monetarias en vigor. Por otro, facilita el desarrollo de un sistema financiero internacional cuyo soporte central es el dólar, lo cual sólo fue posible porque ningún país occidental disponía de una moneda que pudiera ocupar esa posición central.
La Subida del Precio del Petróleo y las Tendencias Inflacionarias
El nuevo sistema monetario se va a caracterizar por su gran inestabilidad pero
también por una gran flexibilidad de los dos principales mecanismos de ajuste: las
tasas de cambio de las principales monedas occidentales y los movimientos de la
balanza de pagos. Esta característica va a facilitar la absorción del desequilibrio que
se produjo en los pagos internacionales tras el primer shock petrolífero de 1973 a raíz
de la subida de los precios del crudo, que se tradujo en una detracción sobre las
economías occidentales del orden de 150 billones de dólares entre 1973 y 1978.
Dicha subida había sido una operación de castigo de los países de la OPEP
contra los occidentales por la ayuda prestada a Israel durante la guerra denominada
del Yom Kippur. Sorprendidos por esta medida, los países consumidores reaccionaron
por medio de disposiciones destinadas a “ahorrar energía” y a recurrir a otras formas
de la misma como la nuclear y las renovables, amén de promover la prospección
petrolífera fuera de la OPEP. Pero se trataba de políticas a largo plazo, por lo que la
demanda de petróleo en los países industriales siguió siendo elevada, lo que generó
desequilibrios en las balanzas comerciales, una aceleración de la inflación y
desórdenes monetarios internacionales. Así, el choque petrolífero sirve de detonante a
la crisis económica. Aunque la situación mejore entre 1974 y 1978 (el precio del barril
baja debido en parte a la inflación), la revolución del Irán vuelve a alterar el mercado:
en 1980 la OPEP sube los precios una vez más. Este segundo choque golpea a unas
economías debilitadas y el incremento de la factura energética dificulta todavía más la
recuperación.
En lo que se refiere a los movimientos de precios y a la inflación, la crisis
presenta una fisonomía muy original. En lugar de una etapa inicial de deflación, como
la que tuvo lugar después de 1929, lo que se produjo desde el primer momento fue
una clara tendencia inflacionista, que en los diez años subsiguientes a 1974 alcanzó
una media del 10% en los países de la OCDE. Aunque el factor desencadenante del
fenómeno fuera la subida de precios del petróleo, no se deben desdeñar otros
elementos de tipo estructural como la terciarización de la economía y la desaparición del papel de la industria como “amortizador” de la inflación. Todo ello produjo que
ahora se convirtiera en uno de los principales problemas (por lo menos hasta la
década de 1990, momento en el que aparecen por primera vez tendencias
deflacionarias en los mercados internacionales) y que la actuación de los gobiernos
tuviera como uno de sus fines prioritarios el control de la subida de precios.
3.3. La circulación de capitales
En el aspecto financiero a partir de los años 1980 lo que ocurre es una mayor
tendencia hacia la mundialización debido a la libre circulación de capitales. La
denominada “globalización financiera” reposa sobre una mayor libertad en la
circulación de capitales, la supresión de los intermediarios (entre los oferentes y
demandantes de capital) y en la comunicación de los sistemas financieros nacionales
(antes encerrados en sí mismos). Todo ello va a favorecer un mercado mundial de
capitales.
Según la teoría liberal, este hecho favorece el crecimiento mundial debido a
que facilita una colocación más eficiente de los capitales, ahorra los costes de los
intermediarios y obliga a los gobiernos a ser responsables en sus políticas
económicas respectivas.
Sin embargo, estas afirmaciones deben ser matizadas, debido a la aparición
de nuevos riesgos. En efecto, los capitales “flotantes” representan hoy un volumen
global de unos 4 billones de dólares, susceptibles de desplazarse de manera
prácticamente instantánea de una plaza financiera a otra a la búsqueda de una mejor
remuneración, obedeciendo a veces en sus movimientos a meros “rumores” y no al
análisis de los datos económicos fundamentales. De esta forma, las esferas monetaria
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