02 Nov

El Lenguaje y la Falsedad de los Conceptos

El lenguaje, como medio para expresar la experiencia vital, siempre cambiante, tiende a fijar esta experiencia en conceptos que no son más que metáforas. Este proceso de fijación, inherente al lenguaje, nos aleja de la vivencia original y nos lleva a creer que los conceptos representan la estructura de la realidad. El prejuicio de la razón consiste precisamente en esta confusión entre el lenguaje y la realidad. La verdad, en este sentido, se convierte en un conjunto de generalizaciones impuestas por el uso, olvidando el carácter metafórico del concepto. La historia de la filosofía, según Nietzsche, es la historia de este error filológico: un fetichismo que atribuye a las palabras una realidad que no poseen.

El lenguaje, en lugar de ser un instrumento para conocer objetivamente la realidad, la simplifica para hacerla más manejable. Su estructura predicativa, que distingue sujeto y predicado, nos induce a creer en la existencia de un «yo» sustancial, independiente de las acciones que ejecuta. Esta idea del «yo» ha sido la base de la metafísica clásica, que proyecta la sustancialidad sobre todas las cosas. Sin embargo, la unidad del «yo» es una ficción. Por debajo del «yo» solo encontramos un sistema de fuerzas.

La Crítica a la Metafísica y la Razón

Los filósofos, al idolatrar los conceptos, convierten la realidad en momias, reduciéndola a la inmovilidad. El devenir queda petrificado, muerto. Además, al afirmar que los sentidos nos engañan, postulan la existencia de un mundo verdadero más allá de la apariencia. Desde Parménides, se ha mantenido la convicción de la logicidad del ser. Nietzsche, por el contrario, realiza una crítica ácida contra este engaño de la razón, denunciando este «egipticismo». Heráclito, con su aprecio por la pluralidad, constituye una sana excepción.

Sin embargo, ni siquiera Heráclito fue justo con los sentidos, al rechazarlos por no mostrar la plenitud del devenir. Para Nietzsche, los sentidos nos ponen en contacto directo con el cambio, con el devenir. No son los sentidos los que nos engañan, sino la razón, que introduce la falsedad. A los sentidos les debemos nuestra capacidad de adaptación. Para Nietzsche, ni la ciencia, ni la metafísica, ni la teología, ni la psicología, ni la lógica, nos acercan a la verdad como lo hacen los sentidos.

El Origen de la Metafísica y la Idea de Dios

La mentira fundamental de la metafísica reside en la invención de un mundo falso e ilusorio, y en la confusión de lo primero con lo último. La tradición metafísica surge de la necesidad humana de sobrevivir en un mundo en devenir, de racionalizar el caos mediante ficciones lógicas. Los filósofos «momifican» el devenir a través de los conceptos. El hombre metafísico se entrega a este mundo por su «falta de fe en el devenir». El cansancio de vivir, y no la búsqueda de la verdad, es el origen del «otro mundo» y, por tanto, del «mundo aparente».

Los conceptos supremos son la base de la idea de Dios, y son ubicados como principios fundacionales de la realidad. De esta forma, la filosofía no solo inventa una realidad, sino que la coloca en el lugar más elevado. La supuesta demostración de la existencia de Dios, basada en la idea de que lo superior no puede venir de lo inferior, no es más que una falacia. El hombre ha creado a Dios. La fuente del concepto de Dios es la condición enferma de la mente.

La Afirmación de la Vida en Nietzsche

La división platónica de los dos mundos es un síntoma de decadencia. La enfermedad, el miedo y la debilidad han potenciado las ilusiones y las mentiras de la metafísica y la religión. Los instintos más bajos se rebelaron contra el platonismo y el cristianismo. Nietzsche defiende la alegría de la creación del pensamiento trágico y dionisíaco, la afirmación de la abundancia, el decir sí a todo lo que trae la vida, incluidos el sufrimiento y el dolor. Esta es la posición de Nietzsche, que necesita la afirmación de la multiplicidad, del devenir y de la vida.

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