01 Sep
TEMA 7. LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE LA Guerra Civil HASTA LOS AÑOS 50
1. MARCO HISTÓRICO. El comienzo de la dictadura franquista y el exilio de muchos intelectuales españoles cortaron la evolución natural de la literatura española y la sumieron en un profundo aislamiento, vigilado además por la censura. Al final de la guerra, el panorama para la cultura española es desolador: muerte, exilio, humillación o silencio. El año 1939 supuso en la práctica un año cero de la poesía en España. Con Lorca y Machado muertos, y gran parte de la Generación del 27 exiliada, la Edad de Plata de la poesía española había llegado a su trágico final. Así, se dio una doble división en la cultura: por un lado, la España Peregrina, derrotada y desperdigada por el mundo; por otro, los que se quedaron, que podían dividirse a su vez en vencedores y vencidos La posguerra se caracterizó por la falta de libertad, el aislamiento internacional, la represión política, la censura para los artistas y por una sociedad cercada por la miseria y el hambre. Todo esto encaminó a la poesía hacia rutas difíciles. Los poetas que se quedaron en España solo tienen dos posibles salidas: aprobar y ensalzar la nueva situación alineándose con la ideología y la estética de los vencedores (POESÍA ARRAIGADA) o reflejar la desesperanza ante el presente y el futuro (POESÍA DESARRAIGADA). Ambas posturas fueron definidas por Dámaso Alonso como literatura arraigada y literatura desarraigada. En la década de lo 50 algunos sectores se fueron politizando y desde el punto de vista económico se atisbaba una cierta recuperación con la progresiva incorporación de España al contexto internacional. Esta apertura coincide con el auge de la poesía social en nuestro país. 2. LA POESÍA DE LA POSGUERRA: LOS AÑOS 40. POESÍA ARRAIGADA Y POESÍA DESARRAIGADA. A) La POESÍA ARRAIGADA es la de aquellos que se sienten cómodos en el régimen, la de los vencedores. Se trata de una poesía, o bien de carácter triunfalista, o bien de tono evasivo, que trata temas clásicos como si nada hubiera pasado, por ejemplo la poesía de Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero y Luis Rosales. Sus producciones se publican en las revistas Escorial y Garcilaso. Algunos de sus temas son la nostalgia por los tiempos del Imperio español y las vivencias amorosas o religiosas de tono íntimo. Sus propósitos estaban claros: volver a las formas clásicas desechando la poesía pura el Vanguardismo de la Generación del 27, en especial el Surrealismo B) La POESÍA DESARRAIGADA fue mucho más interesante y de más calidad. Trató temas existenciales y reflejó la miseria, la agonía, y sobre todo, la falta de esperanza. Destacan en esta corriente dos poetas de la Generación del 27, Vicente Aleixandre con Sombra del paraíso y Dámaso Alonso con Hijos de la ira, ambos libros publicados en 1944. El primero es una exaltación de la Naturaleza que el hombre se empeña en destruir y de la que se aleja inevitablemente. Hijos de la ira refleja el malestar existencial de aquella época. El título se refiere a los poemas sentidos como fruto de la angustia y de la rabia ante la injusticia, el dolor y el horror de la vida. La ruptura temática y formal es total. Dámaso Alonso opta por poemas de versículos larguísimos y da rienda suelta a su desarraigo profundo. En conexión con el existencialismo, muestra a un Dios silencioso al que el poeta pide cuentas. El léxico, lleno de palabras antipoéticas, traduce sin eufemismos el malestar del que nacen los versos. Las composiciones de los poetas desarraigados se publicaron sobre todo en la revista Espadaña, dirigida por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, muy influida por el existencialismo filosófico, y que abogó por una poesía más directa y menos retórica, comprometida con el ser humano. En cuanto a los temas, se pretende instaurar una poesía realista, comprometida con la situación existencial e histórica del hombre, invadida por la angustia que producía el mundo deshecho y caótico de la España de posguerra. C) Junto a estas dos corrientes hubo otros grupos más desconocidos que están siendo rescatados últimamente por su calidad literaria. Así, algunas revistas marginales, como Cántico, sirvieron de expresión a poetas como Pablo García Baena, Juan Bernier y Ricardo Molina, que se inspiraban en la poesía exquisita y cuidada del periodo anterior a la guerra, con una poesía intimista y sensual. Por su parte, el Postismo, con poetas como Carlos Edmundo de Ory, intentó enlazar con las vanguardias y hace resurgir el Surrealismo con un tono lúdico, antisocial y antiacadémico en poetas como J.E. Cirlot y Ángel Crespo. 3. LOS AÑOS 50: LA POESÍA SOCIAL. Blas de Otero, José Hierro y Gabriel Celaya. Un grupo de poetas que habían militado en la poesía desarraigada comenzó a escribir Poesía Social, llegando a considerar la poesía como instrumento de denuncia social y abandonando los sentimientos personales para dar testimonio de la realidad del momento. Estos poetas escriben con un lenguaje fácil de entender porque quieren llegar a la inmensa mayoría. Entienden la poesía como comunicación. Denuncian los males de la sociedad y lo hacen de un modo realista. Expresan su desamparo ante Dios y critican la realidad y la situación de las clases más desfavorecidas. Se sienten comprometidos y solidarios con el pueblo. Esta poesía, por su temática tuvo algunos problemas con la censura. La poesía social pretende mostrar la verdadera realidad del ser humano y del país, muy distinta de la versión oficial. Sus integrantes consideran que la poesía debe testificar y denunciar las injusticias, las desigualdades sociales o la falta de libertades políticas, y que ha de servir como medio para cambiar la sociedad y mejorarla. La poesía se convierte, según Gabriel Celaya, en un “instrumento para transformar el mundo”, “un arma cargada de futuro”.
De esta concepción de la poesía se derivan algunas de sus carácterísticas temáticas y formales: – El tema es la base sobre la que se construye el poema. Se pretende ante todo testimoniar las dificultades económicas de las clases bajas y la alienación derivada de la deshumanización del trabajo, o animar a la solidaridad obrera y a la lucha revolucionaria. La preocupación por España y el recuerdo y la superación de los odios provocados por la Guerra Civil son temas permanentes. Otra línea temática la forman los contenidos existenciales. – El destinatario de esta poesía social es la “inmensa mayoría”. La poesía debe dirigirse al mayor número de gente posible y dejar de ser un arte elitista o un mero adorno. – Para poder comunicarse con un amplio público, se utiliza un lenguaje directo, coloquial o conversacional. Tampoco resulta extraño encontrar poemas de intención más narrativa que lírica. BLAS DE OTERO: escribe poesía, según él mismo, con el propósito de sacudir las conciencias y de compartir su “tragedia viva”. A finales de los cuarenta se inclina por la poesía existencial, desarraigada, con Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia, fundidos después en un único libro titulado Ancia , Los versos de esta etapa reflejan la angustia del hombre ante la muerte y un mundo hostil. El yo poético se siente solo y dirige a un Dios que no responde a sus preguntas desesperadas. Con Pido la paz y la palabra inicia su etapa de poesía social. Le siguen En castellano, Esto no es un libro y Que trata de España . En estos libros el compromiso político y social del poeta se centra en la carencia de libertades. Son esenciales los conceptos de “palabra”, que permite a todo hombre gritar su protesta, y “paz”, para que el país pueda vivir sin la presencia de la muerte y la injusticia. GABRIEL CELAYA (1911-1991) está considerado uno de los pilares de la poesía social, si bien su amplia producción abarca distintas orientaciones. Tras unas experiencias surrealistas antes de la Guerra Civil, se decantó por una poesía de tono existencial, que revela su inseguridad frente al mundo, en el que el individuo busca su afirmación. A esta etapa pertenecen Movimientos elementales (1947) y Objetos poéticos (1948). Es a partir de Cantos iberos (1955) cuando se define como poeta social, libro en el que defiende su tesis más famosa: la función de la literatura como arma de lucha social. Agotada la vertiente social, Celaya reinicia una etapa vanguardista con Mazorca (1962) o La linterna sorda (1964). José́ HIERRO (1922 -2002) publica sus primeros versos en distintas revistas del frente republicano. Acabada la contienda, padece cuatro años de cárcel, y esta experiencia lo marca definitivamente. Reaparece en el panorama lírico de los años cuarenta, con dos libros que tienen un claro poso autobiográfico: se titula el primero Tierra sin nosotros (1947), un título que resume buena parte de la producción poética surgida de la guerra: la imagen de la patria, que un día fue habitable, aparece en ruinas. Esta reflexión continúa en su siguiente libro, Alegría, del mismo año. Con Quinta del 42 (1953) comienza la exploración de la vía solidaria y de compromiso. Sin embargo, la suya no es una poesía social al uso, ya que Hierro se preocupa por las formas y desdeña el prosaísmo de otros poetas. Antirrealistas y lejanos de la poesía social serán sus siguientes libros: Cuanto sé de mí (1957), Libro de las alucinaciones (1964) y otros muchos, hasta concluir con Cuaderno de Nueva York, a finales de los noventa. La aparente facilidad de esta poesía animó a muchos escritores, que causaron una temprana saturación. Si a esta abundancia de poetas se le suman la falta de lectores y los cambios sociales y económicos producidos en los años sesenta, se explica el rápido agotamiento de la poesía social y el descrédito en que cayó posteriormente. Sin embargo, desde el punto de vista actual, en este periodo encontramos algunos de los mejores poemarios del Siglo XX: Pido la paz y la palabra (1955) y Que trata de España (1964), de Blas de Otero; Cuanto sé de mí (1957) de José Hierro; y Cantos iberos (1955), de Celaya.
TEMA 8. EL TEATRO ESPAÑOL DESDE LA Guerra Civil HASTA LOS AÑOS 50
1. AÑOS 40. TEATRO CONTINUISTA Y TEATRO DE HUMOR Al terminar la Guerra Civil, el teatro español había perdido a sus mejores dramaturgos (García Lorca, Valle Inclán), y otros muchos se vieron obligados a emprender el exilio (Max Aub, Alejandro Casona, Rafael Alberti…). De escaso interés es lo que producen viejos maestros como Benavente o Arniches. Si la posguerra fue muy perjudicial para la poesía y la novela, resultó más funesta para el teatro, ya que este género debe luchar contra una doble censura, la del propio texto y la de la representación, (los empresarios se negaban a representar obras de crítica social por miedo a que les cerraran el teatro). A lo largo de estos años habrá, por tanto, junto al “teatro visible”, un “teatro soterrado”, un teatro que pudo haber sido y que intentaba responder a nuevas exigencias sociales, estéticas y culturales. Así las cosas, en los años 40, el teatro español no pudo llegar al desarrollo de la renovación teatral europea. El teatro de este periodo está condicionado por la sociedad burguesa del momento y dirigido a su ideología. Representa una realidad falsificada, formalmente es anticuado y desprecia las experimentaciones. Desde el punto de vista de las representaciones teatrales, las corrientes que suben al escenario en estos años son: el teatro cómico y el teatro histórico-político, que invitaban a olvidar la realidad inmediata. En el terreno de la creación dramática, son dos las líneas que sobresalen en estos años: 1º.- Un Teatro Continuista, burgués, de comedias blandas, continuación de la comedia benaventina, con temas como enredos amorosos, triángulos, infidelidades, el honor y la honra. Eran comedias de evasión para un público burgués y acomodado. Autores representativos son: José María Pemán, Joaquín Calvo Sotelo, Luca de Tena. Ya sean comedias de evasión o dramas ideológicos, defienden valores conservadores, encuadrados en obras de correcta construcción y elegantes diálogos. 2º.-Un Teatro Cómico o de Humor, que buscaba la risa complaciente del público, no comprometido, que criticaba levemente las costumbres de la burguésía sin atacarlas violentamente. No obstante, hubo dos escritores en esta corriente dignos de mención: Enrique Jardiel Poncela (1901-1952). Ya había estrenado media docena de obras antes de la guerra, pero la parte más abundante de su producción se desarrolla a partir de 1939 y constituye, sin duda alguna, la más importante del teatro cómico. Jardiel intentó “renovar la risa”, apartándose hasta donde fuera posible de las convenciones vigentes. En cierto modo, es considerado un precursor del “teatro del absurdo” en su vertiente humorística. Comedias como Usted tiene ojos de mujer fatal, Cuatro corazones con freno y marcha atrás o Eloísa está debajo de un almendro y tantas otras, se caracterizan por el ingenio de sus planteamientos inverosímiles, que en parte se malogran con el desarrollo posterior, aunque el diálogo muestre continuos chispazos de ingenio. Aun con sus impuestas limitaciones, Jardiel es un autor de interés. Su faceta renovadora no fue comprendida en su tiempo, y ello lo lleva al borde de la locura. Miguel Mihura (1905-1977) Su trayectoria comienza con Tres sombreros de copa (1932). Durante la guerra dirige La ametralladora, revista de humor de la España nacionalista. En 1941 funda La Codorniz, que dirige hasta 1946, imponiéndole su original sentido del humor, fresco y descabellado. Con el paso de los años se dedica al cine como guionista. Retoma después su carrera teatral a partir de 1953. En 1976 es elegido miembro de la RAE. Tres sombreros de copa, no fue comprendida y habrán de pasar veinte años hasta su estreno. Su decepción fue terrible y amargamente decide “hacer ese teatro comercial o de consumo, al alcance de la mentalidad de los empresarios, de los actores, de las actrices, de ese público burgués que, con razón, no quiere quebrarse la cabeza después de echar el cierre a la puerta de su negocio”. Aun reconociendo sus concesiones, en sus comedias late el choque entre individuo y sociedad, motivo de un radical descontento ante un mundo de convenciones que amenazan al hombre y le impiden ser feliz. Entre sus obras destacaremos El caso de la señora estupenda, El caso del señor vestido de violeta, Sublime decisión o Melocotón en almíbar. Pese a sus limitaciones, Mihura es la primera figura del teatro cómico español posterior a la guerra. Es indiscutible su sabiduría en el manejo de los recursos escénicos y su habilidad en el diálogo. 2. Antonio BUERO VALLEJO. UN TRÁGICO DEL S.XX. Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 1916-Madrid, 2000) es considerado, junto a García Lorca y Valle-Inclán, uno de los hitos señeros de la literatura dramática española. Desde 1949, en que se da a conocer con Historia de una escalera, hasta 1999, en que se representa su última obra, la producción de Buero Vallejo abarca cincuenta años de estrenos ininterrumpidos cuyo impacto, tanto social como estético, le convierten en el dramaturgo más importante de la segunda mitad del Siglo XX. De ello da cuenta que haya sido el único autor de teatro galardonado con el Premio Cervantes (1986) y el primero que obtuvo el Nacional de las Letras Españolas (1996), entre otras muchas distinciones. Buero estudió Bellas Artes, pero en la cárcel, tras la guerra, se despertó su vocación teatral. Es, ante todo, un trágico. Pero, para él, la tragedia tiene una doble función: inquietar y curar. Inquietar, planteando problemas sin imponer soluciones, lanzando interrogantes que el espectador tiene que prolongar con su reflexión. Curar, invitándonos a una superación individual y colectiva, a una lucha contra las fuerzas negativas que amenazan al hombre. Por eso, aunque sus obras sean amargas, Buero se sitúa por encima del pesimismo, sus tragedias nos proponen lecciones de humanidad.
Su temática gira en torno al anhelo de realización humana y a sus dolorosas limitaciones. Esta temática ha sido enfocada en un doble plano: – Un plano existencial: meditación sobre el sentido de la vida, sobre la condición humana. – Un plano social: denuncias de injusticias precisas, desde un exigente sentido moral y político. El autor ha llegado a decir que cualquier problema dramático se reduce a “la lucha del hombre, con sus limitaciones, por la libertad”. Etapas en la trayectoria de Buero Vallejo: 1. Hasta 1955. En ella destacan sus dos primeras obras. Historia de una escalera (1949) es el drama de una frustración, vista a través de tres generaciones de varias familias muy modestas, con su resignación o sus sueños, con sus rencores y sus fracasos. En la ardiente oscuridad (1950) sus personajes, ciegos, encarnan la resignación o la rebeldía ante su dolorosa condición, símbolo de la miseria existencial o la alienación social; la dialéctica cuestión que plantea Buero es si debemos aceptar nuestras limitaciones y tratar de ser felices con ellas, o si debemos rebelarnos trágicamente, aunque no esté en nuestras manos superarlas. 2. La segunda etapa se inicia con Hoy es fiesta (1955) y Las cartas boca abajo (1957). En ellas, los problemas ya tratados por Buero (la esperanza, la verdad, la frustración) aparecen acompañados de condicionamientos sociales más precisos. Cultiva luego el autor lo que puede llamarse “drama histórico”: Un soñador para un pueblo (sobre Esquilache), Las Meninas (sobre Velázquez), El sueño de la razón (sobre Goya). En estas obras, la anécdota histórica es un pretexto para plantear candentes problemas de actualidad sorteando la censura. De esta época también es El tragaluz: desde un hipotético futuro, dos “investigadores” proponen volver a una época pasada (s. XX) para estudiar el drama de una familia cuyos miembros adoptaron posturas contrarias en la Guerra Civil. 3. Las últimas obras son Llegada de los dioses o La Fundación. Estrena también obras prohibidas por la censura como La doble historia del doctor Valmy. En todas ellas los contenidos sociales y políticos se hacen más explícitos. Las últimas obras de Buero, desde el punto de vista escénico, presentan indudables novedades técnicas: recursos de luminotecnia y tramoya obligan al espectador a “ver” la realidad desde el punto de vista de determinados personajes e incrementar su participación en el drama; o la mezcla de lo real y lo imaginario, o la ruptura del desarrollo cronológico… La trayectoria de Buero resume, como ningún otro, los pasos que ha seguido el teatro español más digno, y es un ejemplo de rigor y fidelidad a las exigencias de la creación. Esfuerzos como el suyo son decisivos para elevar el tono de nuestra escena. 3. EL TEATRO REALISTA. LOS AÑOS 50. Durante los años que siguen a 1955, las circunstancias y los condicionamientos que rodean nuestra producción dramática no experimentan cambios sustanciales, pero se perciben algunas variaciones que se consolidarán en los años 60. Junto al público burgués, ha aparecido un público nuevo, juvenil y universitario, que pide un teatro nuevo. La vigilancia de la censura se relaja moderadamente y se toleran algunos enfoques críticos. Se fragua así el Realismo social en el teatro. El teatro de protesta tiene como adelantados al conocido Buero Vallejo y a Alfonso Sastre. Alfonso Sastre (1926) es, además su principal teorizador. En 1956 expone su tesis Drama y sociedad, cuya línea coincide con el ya conocido Realismo social. Pero, además, en 1950 había intentado fundar el grupo T.A.S. (Teatro de Agitación Social) que no fue permitido. Como dramaturgo, pone en práctica sus ideas en obras como Muerte en el barrio o La cornada, a las que no acompañó el éxito. En Escuadra hacia la muerte (1953) presenta un escuadrón de cinco hombres en una hipotética Tercera Guerra Mundial, dirigidos por el Cabo Gobán, y enviados a un puesto de avanzadilla para informar de los ataques enemigos a la retaguardia. Los soldados, carentes de espíritu militar terminan, durante una borrachera, asesinando a Gobán, al que perciben como un obstáculo para su propia supervivencia. A partir de ese momento, Pedro, Andrés, Alfonso, Javier y Luis se plantean la mejor forma de conservar sus vidas en el escenario al que se enfrentan. Junto a Buero y Sastre, van a revelarse otros jóvenes que consolidan el teatro social, aunque en una época más tardía respecto a la narrativa y la poesía. Estos autores son: Rodríguez Méndez con Los inocentes de la Moncloa; Lauro Olmo con La camisa o Martín Recuerda con Las salvajes de Puente san Gil. Sus obras que presentan variantes de un tema único: la injusticia social y la alienación con un Realismo bastante tradicional. Con todo, tanto por su temática como por su actitud notablemente opuesta al “teatro comercial”, estos autores representan un teatro fiel a la España en que vivían. Se enfrentaron a grandes dificultades para estrenar sus obras. Muchas piezas no llegaron a los escenarios e ignoramos cuántos auténticos valores se malograron
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