27 Abr
La poesía arraigada.
La Segunda Guerra Mundial nos arrastró a una época caracterizada por el pesimismo, la angustia ante el sentido de la vida y el marxismo, corrientes paralelas a la filosofía existencialista que pretenden denunciar y transformar la sociedad. El esplendor cultural vivido por España durante el primer tercio del Siglo XX se vio drásticamente truncado por la guerra y la dictadura franquista, en la que el desarrollo de la literatura se ve obstaculizado por la miseria, el aislamiento, la censura, la ideología nacional-católica o el exilio. Sin embargo, los escritores que permanecen en esta España de posguerra van sacando paulatinamente la literatura de su postración. Se distinguen dos etapas: los años cuarenta, en los que se muestra descontento e inconformismo; y los años cincuenta, en los que aparece la literatura comprometida.
Los autores cuya obra reflejó las consecuencias sociales y políticas de la guerra se conocen como generación del 36 o generación escindida. Tras la contienda, se experimentó un proceso de rehumanización de la poesía que consistía en la expresión de preocupaciones y sentimientos humanos, individuales y sociales, rechazando la tendencia a la búsqueda del arte puro que había predominado en los movimientos artísticos afines a las vanguardias.
La denominada poesía arraigada está representada por una serie de poetas que simpatizaron con el régimen franquista y se diferenciaron de la poética rehumanizadora en que recuperaron temas como el amor, la fe católica, el paisaje o la patria, unidos al ensalzamiento de la dictadura y sus valores, idealizando el pasado histórico y artístico español. Su estilo se caracteriza por una visión serena y armónica del mundo expresada con sobriedad mediante formas métricas clásicas, tomando como modelo a Garcilaso de la Vega. Entre los poetas más conocidos de esta corriente se encuentran José García Nieto, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco y Luis Rosales. Este último participó en la dirección de revistas como Escorial y Cuadernos hispanoamericanos, y, aunque fue militante falangista, se distanció del régimen cuando su escritura se centró en la búsqueda interior del sentido vital. En su poesía se encuentra una rica imaginación metafórica y un profundo sentido del ritmo, en obras como Abril, La casa encendida (1949): En este poemario se expresa un camino vital íntimo que transita de la desesperanza al hallazgo del sentido de la vida en la amistad, el amor, la familia y los recuerdos. La casa, cuyas habitaciones se van iluminando, simboliza la vida. Y por último, su obra sobre la existencia, Diario de una resurrección.
La poesía desarraigada.
La Guerra Civil marcó la vida y la obra de los escritores nacidos a principios del Siglo XX. Después de la guerra se instauró una dictadura que centró sus esfuerzos culturales en difundir valores tradicionalistas, que idealizaban el pasado histórico y artístico español (poesía arraigada). Aunque artistas e intelectuales detractores del régimen franquista que permanecieron en España tuvieron que someterse a la censura ( poesía desarraigada) o se vieron obligados a exiliarse.
La denominada poesía desarraigada va a centrarse en una constante búsqueda del sentido de la existencia humana, presente en Dámaso Alonso, Victoriano Crémer, José Luis Hidalgo, Eugenio de Nora y Blas de Otero, que difundían su obra en la revista Espadaña. Estos poetas transmiten una profunda angustia sobre la condición humana porque percibían la realidad como un caos. También indagaron en la falta de sentido de la existencia, marcada por el paso del tiempo y la muerte, y de la que Dios parecía haberse alejado. Suelen emplear un tono dramático y un lenguaje directo y desgarrado de enorme fuerza expresiva.
En el caso de Dámaso Alonso, que había formado parte de la generación del 27 con sus primeras obras de juventud influido por la poética de Juan Ramón Jiménez, en 1944 publicó Hijos de la ira, el poemario de corte existencial que lo inscribe en la corriente de poesía desarraigada y que se considera su obra más lograda. En sus poemas se reflexiona sobre la condición humana, sobre el sentido de una existencia condenada a la muerte y sin un principio orientador que nos guíe.
El escenario de este grito poético es una realidad social de posguerra en la que imperan la injusticia, la miseria material y moral y el odio. Del mismo año es la obra Sombra del paraíso del poeta del 27 con más influencia de técnicas surrealistas,Vicente Aleixandre, que después de la Guerra Civil fue un gran referente para los poetas más jóvenes y recibíó el Premio Nobel en 1977.
La poesía social.
En la década de los cincuenta hay una tímida apertura de la censura y un menor aislamiento. Por ello, aumenta el compromiso literario de muchos autores y empieza a desarrollarse una nueva corriente literaria: la poesía social. Se trata de un Realismo testimonial en la línea rehumanizadora iniciada antes de la Guerra Civil y continuada por poetas de la generación del 36 como Miguel Hernández, que se centró en los intereses colectivos de la sociedad, cuyos autores buscaron llegar a la masa y convertir sus textos en una herramienta de transformación social, que diera testimonio de los problemas de España, como la injusticia social, la falta de libertad política, la denuncia de la marginación y el anhelo de paz; con un tono más reivindicativo.
El estilo de la poesía social se caracteriza por adoptar un tono llano y conversacional, adecuado por la intención comunicativa de los autores, aunque su registro coloquial pudiera resultar en ocasiones monótono en un lenguaje transparente de verso libre con rupturas rítmicas y el predominio de construcciones sintácticas simples o yuxtapuestas.
Entre sus autores principales se encuentran José Hierro, Ángel González, Blas de Otero y Gabriel Celaya. De estos dos últimos, sus respectivas obras de 1955, Pido la paz y la palabra (obra de la etapa social de Blas de Otero presentada como una lucha dolorosa pero esperanzada, a favor de la justicia, la libertad y la paz) y Cantos íberos (poesía social y de mayor carga política en cuyo estilo predomina una fusión de lo culto y lo popular, en poemas dotados de una musicalidad particular y del lenguaje intenso, combativo, coloquial e iconoclasta propio de Celaya), se consideran las más representativas de esta corriente poética.
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