11 Oct
Guerra colonial y crisis de 1898
Durante el reinado de Fernando VII (1808-33) la mayor parte de las colonias españolas en América habían obtenido la independencia formándose una serie de repúblicas independientes gobernadas por la minoría de los descendientes españoles, los criollos. Tras el movimiento independentista
España solo poseía como colonias en América las islas de Cuba y Puerto Rico, que junto con las Filipinas en Asía, constituían los últimos restos del gran Imperio Español de la época de los Austrias. En 1823 el presidente norteamericano Monroe había respaldado este movimiento de independencia en un famoso discurso donde, mediante la frase América para los americanos formuló la política de su país respecto al resto del los territorios del continente, que fueron considerados como territorios de interés para Estados Unidos.
Desde mediados del Siglo XIX la economía cubana tenía mayores relaciones comerciales con EEUU que con España. El estallido de la Revolución de 1868 en España alentó este movimiento, pero lo único que se ofrecíó desde España fueron unas medidas liberalizadoras que los independentistas cubanos, criollos y mestizos, consideraron insuficientes y exigieron constituirse en una República independiente. Pero los españoles residentes en la isla, que se beneficiaban de la situación de monopolio, se negaban a aceptar cualquier medida liberalizadora y exigían a Madrid una política más dura frente a los independentistas. El conflicto degeneró en una guerra de diez años, la llamada Guerra Grande (1868-78) que concluyó con la Paz de Zanjón (1878) firmada por el general Martínez Campos tras conseguir la pacificación de la isla. España, además de conceder el indulto a los insurgentes, se comprometía a permitir cierta intervención de los cubanos en el gobierno interior de la isla. Algunos líderes del independentismo, como Maceo, rechazaron la Paz y siguieron trabajando por la independencia desde el exilio con el apoyo más o menos encubierto de Estados Unidos, pero la calma se mantuvo en Cuba hasta 1895.
Pero la paz solo fue una tregua porque en la isla la sociedad seguía estando dividida entre los españoles, que querían la unidad, el monopolio y el proteccionismo; los criollos, que querían la autonomía dentro de la soberanía española y el libre cambio; y los mestizos que querían la independencia de España. Cualquier intento de reforma en uno u otro sentido chocaba con los intereses de algún sector de la sociedad española: así Maura, ministro de Ultramar en 1892, presentó un proyecto de autonomía de Cuba y Puerto Rico que pusiera a los criollos de parte de España, pero el presidente del gobierno, Cánovas, presionado por los hombres del partido conservador, no saco adelante el proyecto.
Ante esta situación en 1895 la guerra vuelve a estallar. Estará dirigida por José Martí, ideólogo y líder del independentismo cubano, deportado en España durante el anterior conflicto, tras el cual se había trasladado a EEUU donde fundó el Partido Revolucionario Cubano y entró en contacto con otros líderes del independentismo cubano como Gómez y Maceo. Tras su muerte en un enfrentamiento con los españoles ese mismo año, la guerra va a continuar dirigida por Gómez y Maceo (este último muere en 1896 en un enfrentamiento). Estos van a optar por una táctica de guerrillas en las zonas rurales evitando el enfrentamiento con el ejército español, muy superior. Nuevamente fue enviado Martínez Campos a sofocar la rebelión, pero ante su fracaso fue sustituido por Weyler, que lleva a cabo una durísima represión que logra reducir la guerrilla. Cánovas aprovecha esta mejor posición para introducir algunas reformas, pero ya insuficientes (1897).
Este mismo Cánovas es asesinado y Sagasta asume el gobierno, el cual decide conceder la autonomía en Cuba. Pero el clima de tensión en la isla aumentó por la oposición de los españoles residentes en Cuba a estas medidas. Es entonces cuando EEUU decide intervenir directamente en Cuba enviando al acorazado Maine para, según ellos, proteger los intereses de los residentes americanos. Cuando el Maine fue volado, sin que se sepa hasta el día de hoy que sucedíó, se desato una violenta campaña de prensa a favor de una guerra con España. El presidente americano McKinley exigíó a España la entrega de la isla previo pago de 300 millones de dólares. Ante la negativa de España Estados Unidos declaró finalmente la guerra en 1898.
En España tanto la opinión pública como la mayoría de los almirantes ignoraron el hecho cierto de que la escuadra americana era muy superior a la española, y se lanzaron a esta guerra con un optimismo inconsciente. El gobierno, más consciente de la realidad, no podía entregar la isla, considerada por la mayoría de los españoles como una parte de la nacíón, sin luchar. El Almirante Cervera, encargado de dirigir la flota, denuncio públicamente este hecho, pero atacado de cobarde y traidor, se dirigíó a Cuba convencido de que la destrucción esperaba a la flota.
Así fue. La flota española era aniquilada en Santiago de Cuba, mientras tropas estadounidenses invadían Cuba y Puerto Rico.
El otro escenario colonial fueron las Islas Filipinas, donde también habían aparecido movimientos de carácter independentista y donde también los norteamericanos se presentaron como sus libertadores.
En Filipinas la escuadra fue destruida en una hora aunque la ciudad de Manila resistíó unos meses). España, ante el desastre, pidió la paz. Por el Tratado de París (10 de Diciembre de 1898) España perdía Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que de forma más o menos velada, pasaron a depender de EEUU.
En el ámbito económico aunque se perdieron los mercados coloniales, la industria nacional se recuperó pronto y la repatriación de los capitales americanos permitíó un gran desarrollo de la banca española.
Pero en el ámbito ideológico el desastre supuso un terrible desencanto y levanto las voces de los regeneracionistas, corriente política que consideraba el sistema de la Restauración como un sistema viciado y enfermo. Existían dentro de esta ideología dos tendencias: un regeneracionismo crítico dentro del sistema, representado por Silvela o Maura, ministros del Partido conservador, que aceptaban la validez general del sistema pero criticaban los aspectos más negativos y un regeneracionismo fuera del sistema con figuras como Joaquín Costa que criticaban el sistema en su totalidad.
También el desencanto fue reflejado en la actitud pesimista de los intelectuales de la llamada generación del 98.
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