29 Dic
El Cogito Cartesiano: Fundamento del Conocimiento y Criterio de Verdad
La Duda Metódica y el Descubrimiento del Cogito
René Descartes, en su incansable búsqueda de la verdad, se propone rechazar como falso todo aquello en lo que pudiera concebir la menor duda. Comienza cuestionando la fiabilidad de los sentidos, ya que estos nos engañan en ocasiones. Supone entonces que no hay nada que sea tal como ellos nos lo hacen imaginar. Además, considera que, si hay hombres que se equivocan al razonar, él mismo podría estar expuesto al error, por lo que rechaza como falsos todos los razonamientos que antes había tomado por demostraciones. Incluso considera la posibilidad de que los pensamientos que tenemos en la vigilia sean tan ilusorios como los que tenemos en los sueños. Así, decide considerar que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en su espíritu no eran más ciertas que las ilusiones de sus sueños.
Sin embargo, en medio de esta duda radical, Descartes llega a una conclusión fundamental: «La única verdad a la que la duda fortalece en verdad es a mi propia existencia, pues para ser engañado necesito existir«. La verdad que encuentra es la existencia del yo pensante: Cogito Ergo Sum (Pienso, luego existo). Esta verdad es irrefutable y la acepta como el primer principio de su filosofía. El Cogito se convierte no solo en el principio de su metafísica, sino también de la física, y proporciona el criterio de verdad: aquello que se presenta de forma directa e inmediata al espíritu.
Descartes afirma que el hombre puede fingir que no tiene cuerpo alguno, pero no puede fingir que no es. El hombre es una sustancia cuya total esencia o naturaleza es pensar y no necesita para ser de lugar alguno ni depende de cosa material. El alma es distinta del cuerpo y más fácil de conocer que él, y aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es. Reflexiona entonces que su ser no es perfecto, pues en él está la duda, y hay mayor perfección en conocer que en dudar. La duda puede alcanzar el contenido del pensamiento, pero no al pensamiento mismo. Puedo dudar de la existencia de lo que veo, imagino o pienso, pero no puedo dudar de que estoy pensando y que, para pensarlo, tengo que existir.
Razón, Verdad y el Idealismo Cartesiano
El concepto cartesiano de la razón determina su concepto de la verdad, otorgando prioridad epistemológica a la razón en detrimento de la experiencia sensorial. Esto se traduce en una concepción idealista de la verdad. Para la metafísica tradicional de raíz aristotélica, existe la verdad como propiedad del pensamiento (verdad lógica) porque existe la verdad como propiedad de las cosas (verdad ontológica). Las cosas poseen no solo una existencia, sino también una inteligibilidad, una forma o estructura inteligible (su esencia) independiente del pensamiento, que este puede desvelar, captar, reproducir o representar. Esta es una concepción realista de la verdad, según la cual la verdad se funda en una realidad previamente estructurada y consiste únicamente en el acuerdo, adecuación o correspondencia entre el entendimiento y las cosas.
Descartes, al desconfiar de la experiencia como fuente fiable de conocimiento y de certidumbre, busca en la razón el fundamento y la fuente del conocimiento. Esto tiene como consecuencia una inversión del planteamiento tradicional, que se convertirá en el punto de partida del idealismo moderno frente al realismo de la filosofía medieval. Para Descartes, existe la verdad como propiedad de las cosas (verdad ontológica) porque existe la verdad como propiedad del pensamiento (verdad lógica = evidencia = certidumbre).
El Criterio de Verdad: La Evidencia
Este nuevo planteamiento se pone de manifiesto en el primer precepto del método, tal como aparece en el Discurso del Método:
“El primero (de los preceptos) consistía en no admitir jamás cosa alguna como verdadera sin haber conocido con evidencia que así era; es decir, evitar con sumo cuidado la precipitación y la prevención, y no admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu, que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda”.
Este precepto establece la evidencia como criterio negativo de la verdad, identificando la evidencia con la claridad y distinción, y a estas con la imposibilidad de dudar. Es un criterio negativo porque no proporciona la condición suficiente de la verdad de una proposición, sino únicamente la condición necesaria: «si una proposición no es evidente, entonces no es verdadera», lo que implica: «si es verdadera, entonces es evidente», pero no: «si es evidente, entonces es verdadera».
La finalidad de la metafísica cartesiana es convertir este criterio negativo de verdad en un criterio positivo, es decir, demostrar que no solo toda proposición verdadera es evidente, sino que la inversa también es válida y, por tanto, que toda proposición evidente es verdadera. Esta es la finalidad de la demostración de la existencia y veracidad de Dios: recuperar la confianza en el criterio de verdad como evidencia que la hipótesis del genio maligno permite poner en entredicho.
¿Qué es la Evidencia?
«Evidencia» indica la cualidad de aquellos pensamientos que se «ven» inmediatamente o por sí mismas, es decir, que no necesitan de otras para ser «vistas». Para Descartes, lo evidente es lo claro y distinto. Llama «claras» a «aquellas percepciones que están presentes y manifiestas a una mente atenta», y llama «distintas» a «las que, además de ser claras, son de tal modo precisas y separadas de todas las demás, que no contienen más que lo que es claro» (Principios de filosofía, § 45, pág. 50).
Descartes deja de lado la cuestión de la correspondencia entre la percepción y lo percibido. Nos encontramos, pues, con percepciones, con «ideas» o actos mentales con independencia de su contenido. Toda idea o percepción sobre la cual depositamos nuestra atención en un momento dado es clara por el mero hecho de sernos «presente y manifiesta», mientras que son oscuras aquellas percepciones que no pueden ser fijadas, hechas presentes, por nuestra atención.
La «distinción» es más compleja. «Distinta» es toda percepción clara cuya claridad no depende de la claridad de ninguna otra percepción. Descartes pone como ejemplo de percepción clara la sensación de dolor, pero indica que su claridad puede mezclarse y oscurecerse “con un oscuro juicio sobre la naturaleza de aquello que juzgan que tiene lugar en la parte doliente de modo semejante a como ellos sienten el dolor, que es lo único que perciben claramente”. Esto sugiere que sería distinta aquella percepción del dolor basada en un juicio verdadero de lo que ocurre realmente en la parte doliente. Sin embargo, esto supone la posibilidad de la verdad de ese juicio, que es precisamente lo que no podríamos establecer sin aplicar el criterio de verdad que se nos está explicando.
En el Discurso del Método, Descartes afirma que el único problema de este criterio está en saber qué cosas son distintas, es decir, cuáles de las muchas percepciones claras no dependen de, o suponen, otras. Mientras la claridad con que percibo una idea, pensamiento o proposición suponga la verdad de otra idea, pensamiento o proposición, no podré decir que la primera es evidente y, por tanto, no podré estar seguro de su verdad. Se necesita, pues, una primera proposición que no solo sea clara (presente y manifiesta), sino que sea asimismo independiente de toda otra proposición: un principio absolutamente cierto, cuya verdad no pueda ser puesta en duda bajo ninguna suposición.
El Desafío del Escepticismo y el Problema del Solipsismo
Descartes se enfrenta a una corriente escéptica muy en boga en su época, influenciada por los textos de Sexto Empírico, que exponían los argumentos de Pirrón de Elis contra la posibilidad del conocimiento de la verdad y a favor de la duda y la suspensión del juicio. Uno de los argumentos escépticos contra la posibilidad del conocimiento de la verdad parte de la imposibilidad lógica de establecer un criterio de verdad: es el problema del «criterio del criterio».
Sin un criterio de verdad, no podemos distinguir lo verdadero de lo falso. Cualquier criterio que enunciemos, o bien será criterio para sí mismo (círculo vicioso), o bien será verdadero en virtud de otro criterio (regreso al infinito). Por consiguiente, según los escépticos, no es posible un criterio de la verdad y se debe dudar de todas las proposiciones.
Descartes pretende escapar a este planteamiento escéptico, aceptando sus términos, pero dándole la vuelta: «Dudemos de todas las proposiciones hasta encontrar alguna de la que no podamos dudar. Esa proposición será verdadera y la característica que en ella hallemos se convertirá en criterio de verdad para las demás proposiciones.»
Sin embargo, al aceptar el reto del escepticismo, Descartes entra en un callejón sin salida, cayendo sin querer en una nueva forma de escepticismo denominada solipsismo. Efectivamente, halla una proposición («Yo soy») acerca de cuya verdad es imposible dudar, una percepción evidente, clara y distinta. Pero esta verdad, más allá de la cual, empleando sus características (la claridad y distinción) como criterio de verdad, no podrá hallarse verdad alguna relativa a algo distinto de ese sujeto de la enunciación y de sus pensamientos o ideas, es decir, no podrá hallarse ninguna verdad objetiva sin incurrir en círculo vicioso.
La evidencia (= claridad y distinción = imposibilidad de dudar) vale como criterio positivo de verdad precisamente para aquellas proposiciones menos necesitadas de ese criterio: las proposiciones relativas a la existencia del sujeto de la enunciación y a sus estados internos. Pero no para aquellas otras proposiciones relativas a otro tipo de realidades, ya sean ideales, como los objetos matemáticos, ya sean materiales, como los objetos externos. Del hecho de que yo no pueda dudar de la verdad de una proposición no se sigue que esa proposición sea verdadera.
Nos faltaría por saber cuál es el fundamento de esa evidencia indubitable o certeza, pues pudiera muy bien ser que dicho fundamento no estuviera en la realidad objetiva (material o ideal), sino únicamente en la mente que la representa, en los sentidos que sirven esta representación o en los significados convencionales de las palabras. Es decir, pudiera muy bien ser que la evidencia o la imposibilidad de dudar no fueran más que una compulsión psicológica o lingüística que en modo alguno fuerza a la realidad externa al pensamiento o al lenguaje a ser o a comportarse de una manera determinada.
Por ejemplo, yo no puedo dudar de que dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí: me resulta imposible concebir que la negación de esta proposición sea verdadera. Pero ¿cómo sé que esta imposibilidad no es relativa a mi capacidad de concebir o a mi manera de hablar, de modo que pueda afirmar que lo que a mí me pasa también tiene que pasarle a toda conciencia posible, esto es, que a toda conciencia posible también deba resultarle igualmente imposible concebir eso?
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