29 Jul

Introducción

En 1898, España fue vencida por Estados Unidos. La derrota supuso la pérdida de las últimas posesiones ultramarinas en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y significó un durísimo golpe para la opinión pública española, dando lugar a la llamada crisis del 98. Pero esta interpretación, que condicionó política e intelectualmente la evolución del país en el primer tercio del siglo XX, pecó de excesivo particularismo, pues la crisis española fue equiparable a la vivida por otros países europeos en el fin de siglo.

1. Antecedentes

Tras la independencia de la mayor parte del imperio a inicios del siglo XIX (Ayacucho, 1824), sólo las islas antillanas de Cuba y Puerto Rico, y el archipiélago de las Filipinas en el sudeste asiático continuaron formando parte del imperio español. Cuba y Puerto Rico basaban su economía en la agricultura de exportación, esencialmente basada en el azúcar de caña y el tabaco, en la que trabajaba mano de obra negra esclava. Eran unas colonias que alcanzaron un importante desarrollo y que eran muy lucrativas para la metrópoli.

Cuba se convirtió en la primera productora de azúcar del mundo. Desde 1837, Cuba y Puerto Rico estaban gobernadas por leyes que otorgaban un control absoluto al capitán general de cada isla. Esto molestaba a las élites criollas, lo que planteó en Cuba una posible incorporación a Estados Unidos. El caso filipino era bien diferente. Aquí la población española era escasa y muy pocos capitales invertidos. El dominio español se sustentaba en una pequeña presencia militar y, sobre todo, en el poder de las órdenes religiosas.

Desde 1868, las insurrecciones cubanas estuvieron motivadas por la conciencia independentista de los isleños. Cuba y Filipinas estaban sometidas al poder centralista de España, no tenían autonomía administrativa, ni derechos políticos de representación y también estaban sometidas económicamente. En 1868 estalló una revuelta dirigida por Manuel Céspedes, el Grito de Yara, que aunque pretendía la abolición de la esclavitud adquirió un matiz secesionista.

Se inició entonces la Primera Guerra de Cuba, que se prolongó entre 1868 y 1878 y terminó con la frágil Paz de Zanjón de 1878, que había dejado unas promesas sin cumplir, porque los españolistas de la isla, que se habían unido al Partido Constitucional, se opusieron a todo tipo de cambio. En este contexto se produjo la Guerra Chiquita (1879-1880). La manera en que terminó la Guerra de los Diez Años, y las consecuencias políticas y económicas de la guerra, dejaron descontentos a los que habían luchado heroicamente por la libertad durante diez largos años. Esto resultó en una nueva revolución, en agosto de 1879, fomentada por varios Generales de la Revolución. En 1872 había sido suprimida la esclavitud en Puerto Rico y se preparaba la abolición en Cuba.

Hubo algunos intentos posteriores de conceder reformas a la isla, como el de Antonio Maura, ministro de Ultramar en 1893, pero no fueron aprobados por la intransigencia de los españolistas, los industriales catalanes y los propietarios agrícolas castellanos, que veían perjudicados sus intereses económicos. Ésta sería, pues, la primera causa de la guerra, la insatisfacción de los cubanos por la escasa respuesta a sus demandas de mayor representación y autonomía económica y política. A ésta habría que añadir:

  • El desarrollo industrial y demográfico de los Estados Unidos trajo consigo un expansionismo colonial a partir de 1872 (Hawái). Cuba se presentaba como un gran mercado importador y exportador. El control de la isla suponía tener en su poder al principal productor de azúcar y tabaco de América. Estados Unidos propuso una salida económica mediante la compra de la isla, pero los gobiernos de la Restauración no aceptaron.
  • La falta de apoyos internacionales de España, debido a la política de neutralidad impulsada por los gobiernos de la Restauración. Esto favoreció la intervención estadounidense en un contexto de crisis coloniales en las que las potencias midieron sus fuerzas. Las aspiraciones independentistas en Puerto Rico comienzan a manifestarse en 1821 pero no generan revolución ni enfrentamientos. No obstante, la situación se irá enconando y en 23 de septiembre de 1868 se lanza el Grito de Lares, grito de independencia contra España. La rebelión es aplastada en poco tiempo. A pesar de esta derrota las relaciones de Puerto Rico con España no volverán a ser iguales. En Puerto Rico a partir de 1869 elige sus propios diputados a las Cortes españolas. No tienen autonomía política, aunque esta es una aspiración que se negocia con España intensamente. La autonomía política llegará en 1897, cuando la presión de Estados Unidos sobre la región es muy grande.

2. Guerra en el Caribe y Filipinas

En 1895 estallaron de nuevo las insurrecciones independentistas en Filipinas y Cuba. La reacción de España ante el movimiento independentista fue muy violenta, sobre todo bajo el mando de Valeriano Weyler, capitán general de Cuba, lo que aumentó la impopularidad española y desprestigió al Gobierno ante la opinión pública estadounidense. En 1895 estalló la última guerra de Cuba. Los cubanos se levantaron al grito de Baire de 24 de febrero de 1895 emitido por José Martí: “Viva Cuba libre”.

La insurrección fue protagonizada por un grupo de independentistas liderados por José Martí, cerebro de la insurrección y autor del Manifiesto de Montecristi, verdadero programa independentista. La actitud negociadora del general Martínez Campos, que tan buenos resultados le había propiciado años antes, se convirtió en una táctica militar de aplastamiento a la insurrección. Al negarse a tomar medidas contra la población civil, solicitó su regreso a la península. Al gobierno no le quedó otra salida que el envío del general Weyler, militar enérgico y buen conocedor de la isla. Se entraba así en una guerra larga y dura como consecuencia del envío de armas, municiones y equipamientos varios a los independentistas desde Estados Unidos. Un año después estalló la sublevación en Filipinas. En ambos casos, la lucha fue encarnizada; los muertos se contaron por millares y los recursos gastados fueron inmensos. En un intento por frenar la tensión, el Gobierno de Sagasta emprendió una política apaciguadora y concedió una Constitución autonómica que entró en vigor en 1898, pero ya era tarde. La autonomía no fue aceptada por los independentistas. Otro hecho clave fue la subida a la presidencia estadounidense de McKinley.

Estados Unidos tenía importantes inversiones en Cuba (que ascendían a unos 50 millones de dólares), y pronto mostró gran interés en el conflicto. Ya su antecesor, Cleveland, había retomado la doctrina Monroe (“América para los americanos”) para reivindicar sus intereses en Cuba, pero fue McKinley quien manifestó una clara determinación intervencionista sobre las posesiones españolas en el Caribe y Filipinas.

En febrero de 1898 tuvo lugar un incidente: la voladura del Maine, un acorazado estadounidense que se encontraba en el puerto de La Habana, en el que murieron más de 250 marinos norteamericanos. Aunque probablemente estalló a causa de algún accidente, la prensa y el Gobierno de Estados Unidos culparon a España de la voladura y se ofrecieron a comprar la isla; los políticos de la Restauración prefirieron una derrota honrosa antes que una paz comprada. La opinión pública y la prensa españolas se mostraron, en general, muy belicistas y nacionalistas. Estados Unidos declaró la guerra a España en abril de 1898.

A finales de julio las tropas estadounidenses desembarcaban en Puerto Rico. El 1 de octubre se negoció la Paz en París, y el 10 de diciembre de 1898, por el Tratado de París, España renuncia a Cuba y cede a Estados Unidos Filipinas y Puerto Rico y la isla de Guam en el archipiélago de Las Marianas a cambio de 20 millones de dólares. Cuba se convirtió en una República independiente, aunque bajo la supervisión de Estados Unidos, mientras que Puerto Rico y Filipinas quedaron bajo administración directa de los estadounidenses.

3. Consecuencias del desastre del 98

La pérdida de las últimas colonias fue conocida en España como el desastre del 98, pero las consecuencias no fueron tan terribles como suponían los gobiernos del régimen; no hubo grandes disturbios, ni pronunciamientos militares. En parte supuso un alivio acabar de una forma u otra con el problema. En el ámbito económico, tampoco existieron graves consecuencias salvo la caída del textil catalán y la pérdida de mercados. Peores sin duda fueron las pérdidas humanas: unos 120.000 muertos (la mitad, soldados españoles) y los efectos psicológicos y morales causados por el regreso de los soldados heridos, en lamentables condiciones. Ahora bien, el conflicto sí tuvo una serie de importantes repercusiones, entre las que destacan las siguientes:

  1. El resentimiento de los militares hacia los políticos, causado por la derrota y el sentimiento de haber sido utilizados.
  2. El crecimiento de un antimilitarismo popular. El reclutamiento para la Guerra de Cuba afectó a los que no tenían recursos, pues la incorporación a filas podía evitarse pagando una cantidad. Esto unido a las pérdidas humanas y a la repatriación de los soldados heridos y mutilados, incrementó el rechazo de las clases populares hacia el Ejército. El movimiento obrero hizo campaña contra este reclutamiento injusto, lo que provocó la animadversión de los militares hacia el pueblo y las organizaciones obreras.

4. El Regeneracionismo

La pérdida de los restos del viejo imperio abrió un gran debate intelectual sobre las causas que llevó a reflexionar sobre los males de la patria. Estas distintas actitudes, agrupadas con el nombre genérico de regeneracionismo planteaban una estrategia de acción para transformar los tres planos fundamentales de la estructura social:

  • Desde el punto de vista político era preciso superar las prácticas caciquiles y oligárquicas, así como que la política respondiese a los movimientos de opinión pública y a la libre controversia entre los ciudadanos.
  • En el plano social aspiraban a la constitución de un país de clase media, proyecto en el que la instrucción pública era un elemento clave.
  • En cuanto a la dimensión económica, algunas de las críticas se plasmaron en las protestas de las Cámaras Agrarias y de Comercio, reunidas en Zaragoza en noviembre de 1898. Ambas formarían en 1900 la Unión Nacional. Planteaban el fomento de la riqueza, las reformas administrativas, la reducción de gastos del Estado, la descentralización, etc. Además, el desastre del 98 sirvió de argumento para los nacionalismos periféricos, sobre todo el vasco, como prueba de la necesidad de desvincularse de la moribunda España.

Para algunos sectores del catalanismo, era el momento de fomentar una regeneración española orquestada desde la dinámica Cataluña. Los políticos, en especial los conservadores, fueron sensibles al desastre. No obstante, sus intentos regeneracionistas fracasaron, sobre todo por las protestas contra las reformas fiscales, aunque consiguió una larga época de superávit (hasta 1908) y estabilidad monetaria. Al tiempo, el ministro Dato sacaba adelante una ley que regulaba el trabajo de mujeres y niños (1900) y otra sobre accidentes de trabajo. El gobierno liberal de Sagasta que siguió al de Silvela ahondó en estas reformas al legislar el derecho de huelga en 1902 y en hacer más laica a la sociedad española, reformando el Concordato con el Vaticano, haciendo que la religión no fuera obligatoria en el bachillerato.

La otra gran figura del regeneracionismo conservador fue Antonio Maura, quien intentó llevar a cabo un regeneracionismo “desde arriba”, es decir, reformas acometidas para evitar la reacción violenta de las clases populares. La etapa de Maura fue breve, ya que su gobierno se vio lastrado por dos acontecimientos: la guerra en Marruecos y la Semana Trágica de Barcelona. La dura represión emprendida en los sucesos de Barcelona por el gobierno suscitó nueva protestas que provocaron la dimisión de Maura. Sin embargo, la mayoría de estos proyectos se estrellaron en las Cortes cuando eran discutidos. Había muchos intereses enfrentados de la oligarquía, muchas facciones dentro de los partidos que impidieron regenerar el sistema político ideado por Cánovas. El problema residía en que no existían ni políticos ni organizaciones con la suficiente vocación o capacidad de liderazgo para emprender reformas en profundidad desde dentro del sistema monárquico constitucional. Las crecientes demandas sociales encontraron acomodo en ámbitos alternativos, como el republicanismo o el socialismo.

El modelo regeneracionista liberal tuvo su máxima expresión en la figura de José Canalejas. Su proyecto abrió el debate sobre tres cuestiones de gran calado:

  • Las relaciones entre el Estado y la Iglesia. Canalejas intentó reducir la influencia religiosa en España.
  • La reordenación del Estado. Permitió la Mancomunidad de Cataluña (reunía a las cuatro diputaciones en una sola institución).
  • El avance de políticas sociales. La reducción del impuesto de consumos, algunas medidas para regular el mundo laboral o la Ley de Reclutamiento (servicio militar obligatorio). En noviembre de 1912 Canalejas fue asesinado por un pistolero anarquista, lo que truncó definitivamente el espíritu regeneracionista y abrió un período de inestabilidad política que desembocó en la dictadura de 1923.

Conclusión

La pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas dio lugar a lo que se conoce como crisis de 1898 o desastre de 1898. La sociedad española en su conjunto se dio cuenta de que era necesario llevar a cabo una profunda regeneración del país. Se llevaron a cabo algunos proyectos desde el poder, sin embargo, no se podían acometer las profundas y necesarias reformas desde el sistema de la Restauración, liderado por el Partido Conservador y el Partido Liberal, por lo que este sistema empezó a entrar en crisis mientras que otras opciones políticas empezaron a cobrar importancia. A pesar de la inestabilidad política, el sistema de la Restauración se mantuvo hasta 1923, año en que Miguel Primo de Rivera lleva a cabo un golpe de Estado implantando una dictadura.

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