10 Nov

Análisis de Crónica de una Muerte Anunciada de Gabriel García Márquez

El tema del honor

En toda la obra solo hay dos puntos claros y firmes: el asesinato de Santiago Nasar y la creencia de todo el pueblo en un código de honor. El pueblo solo se pone de acuerdo en el tema de la honra, el cual, visto a su manera, solo puede desembocar en tragedia. Santiago Nasar tuvo la desgracia de vivir en un pueblo de valores invertidos poco razonables.

Márquez no describe estos valores pero sí es cierto que se reflejan en el pueblo: por ejemplo, tienen en buena consideración a la prostituta María Angelina que “acabó con la virginidad de una generación”, por tanto, no es que el concepto de moral del pueblo censure la prostitución; otra inversión de la moral es la del materialismo ejemplificado en Bayardo San Román que derrocha su dinero en una boda casi inverosímil, pero también es revelador el hecho de que el viudo se niegue a venderle su casa aunque Bayardo le ofrezca cantidades desorbitadas; el abogado de los hermanos Vicario defiende el código popular del honor y sobre él fundamenta la defensa. La mayoría del pueblo lo acepta también puesto que este hecho los exculpa de no haber impedido el crimen pudiendo haberlo hecho.

Los hermanos Vicario matan a Santiago Nasar por el hecho de cumplir el férreo código de honor de esa sociedad, aunque realmente ellos no querían hacerlo, de hecho se nos dice en la obra que “hicieron más de lo imaginable para que alguien les impidiera matarlo”; por eso se consideran inocentes ante Dios y ante los hombres, porque simplemente cumplieron el código de la honra. El juez instructor del caso que no entiende cómo tal crimen ha sido posible e incluso rechaza que sea justificado, escribe en tinta roja en la sentencia “dadme un prejuicio y moveré el mundo”; ahí se halla la voz de Gabriel García Márquez quien critica irónicamente este código de honor que a la postre fue el desencadenante de los acontecimientos trágicos de la obra.

Análisis de los personajes de Crónica de una muerte anunciada

En la obra aparece un amplio número de personajes, necesarios para realizar un contraste convincente de puntos de vista sobre los hechos, pero son personajes poco profundos, casi fantasmales. Sabemos de ellos por lo que hacen o por lo que el omnipresente narrador les deja decir. Además de los datos del narrador, a los personajes centrales (Santiago Nasar, Ángela Vicario y Bayardo San Román) los vemos desde el multiperspectivismo de otros testigos de sus vidas. La mayor parte de los personajes están distorsionados, a veces a través de la hiperbolización, del tratamiento cómico, grotesco que se les da.

Los personajes se convierten en víctimas de un destino fatal que, al estilo de las tragedias clásicas, no pueden dominar las pasiones que los arrebatan.

Santiago Nasar

Es el acusado de la ofensa de Ángela Vicario. La acusación, que la ofendida reitera, es el único testimonio de su culpabilidad. A la certidumbre con que Ángela le acusa suceden otras versiones exculpatorias, avaladas incluso por la conducta de Nasar, por su tranquilidad primero y su sorpresa después, al tener noticia de que le buscan. Pertenece a la comunidad árabe del pueblo y junto a una holgada posición ha heredado de su padre, Ibrahim, las mañas de mujeriego que sufre Divina Flor y tienen sobre ascuas a Victoria Guzmán, a quien su muerte no le disgusta. Su machismo, pues, se concreta en andar de “ave de presa” con las mujeres ajenas y guardar respeto a su novia, Flora Miguel.

Ángela Vicario

Es figura clave en el conflicto que lleva a la muerte a Santiago Nasar, presunto robador de su honra. De humilde condición, tan pobre como hermosa, Ángela se ve obligada a un matrimonio de conveniencia que favorecerá a su familia. Ante su deslumbrante pretendiente muestra inicialmente recelo y rechazo. Rodeada de una aureola de desdicha, es una criatura empequeñecida que no revela a su familia su deshonra, pero que tiene la valentía de no usar las artimañas aprendidas para ocultarle al esposo la pérdida de su virginidad. Ángela pasa de ser la prima “boba” del narrador a una heroína amorosa a la que súbitamente se le revela una encendida pasión por el marido burlado, con el que se ha casado sin amor.

Bayardo San Román

Va describiendo una línea de ascenso-ocaso. A la prepotencia que manifiesta en su relación con Ángela, y que le viene acaso de su fortuna y de ser hijo de general; a su magnificencia y derroche en ocasiones como la boda o la compra de la casa del viudo Xius sucede su declive al verse burlado, engañado por Ángela. No logrará vencer la vergüenza del ultraje y su gesto es la huida, la búsqueda de la soledad y el olvido. Pero en su interior mantiene una desbordante pasión que resiste al paso del tiempo y que lo lleva a regresar con ella con un simple “aquí estoy” y todas las cartas de amor que ha recibido, pero que están sin abrir.

Pedro y Pablo Vicario

Se mueven en función de la ofensa que salpica a toda la familia y que, como hombres, se ven obligados por el código del honor a vengar. Si Ángela ha expiado su culpa en la soledad de Manaure, los hermanos la expían arrastrados a un crimen que no desean. Sus bravuconadas machistas, la exhibición de cuchillos y su decisión en el momento de matar a Santiago Nasar contrasta con la publicidad que dan al cumplimiento de su obligación, la borrachera y las vueltas e indecisiones por las que atraviesan. La carga que pesa sobre ellos los convierte en fantoches, en autómatas dirigidos a una meta única, el crimen. Son, en definitiva, como su hermana Ángela y como el mismo Santiago Nasar, a un tiempo victimarios y víctimas. Bayardo es la única víctima pura de la tragedia.

Un segundo nivel de personajes

Es el de los testigos, que adquieren voz a través del narrador. Su función es la de ser testigos y partícipes secundarios de los hechos; de unos hechos que unos saben y otros no quieren modificar. En conjunto, son exponentes de un tercer nivel de personajes, el personaje-grupo, anónimo, que es el pueblo. Su pasividad, su impotencia o su escondido deseo de que la amenaza se cumpliera son parte esencial del amargo destino que pesa sobre la víctima.

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