09 Jul
Otro milagro económico: Japón
Desarrollo económico tras la SGM: las bases del milagro económico japonés.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, en 1945, Japón se encontraba en una difícil situación económica y política. A la pérdida de influencia en Asia se sumaba la destrucción causada en las fronteras nacionales por las incursiones aéreas norteamericanas, así como el desabastecimiento, la desorganización del aparato productivo y la inflación.
Cuatro décadas más tarde, el PIB japonés ocuparía el segundo puesto mundial. La rápida recuperación japonesa, la competitividad internacional de sus productos y su elevado avance tecnológico llamarían la atención durante las décadas de 1980 y 1990, hasta el punto que el desarrollo japonés tras la guerra acabaría por recibir la denominación de «milagro económico«.
Hay que recordar, no obstante, que desde mediados de los años 90 el país atraviesa una de las mayores recesiones que ha conocido desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial. La recuperación, por otra parte, y cuando ya se ha iniciado el siglo XXI, está siendo muy lenta. A la hora de hacer referencia a los factores dinámicos que han posibilitado el crecimiento del país tras la Segunda Guerra Mundial, hay que recordar una vez más, el hecho de carecer de una dotación adecuada de recursos naturales.
Entre los factores determinantes del llamado milagro económico japonés, se encuentran:
- El factor trabajo. Configurado, a su vez por una serie de elementos:
- Un elevado nivel educativo que ha dotado al proceso productivo de una mano de obra altamente cualificada.
- Un peculiar marco de relaciones laborales, que ligan al trabajador a la empresa de una forma desconocida en las restantes economías industriales.
- La predisposición, tanto empresarial como del trabajador, hacia una rápida asimilación de nuevas tecnologías.
- Una agresiva política comercial exterior, acompañada de una muy alta competitividad de los bienes exportados.
- El mantenimiento de una atípica coexistencia de baja tasa de desempleo junto con reducidas dosis de inflación y una renta per cápita muy elevada.
- La alta participación del sector privado en la economía, materializado en una elevada inversión y formación de capital, posible gracias a una elevada tasa de ahorro.
- El apoyo del sector público, no pretendiendo sustituir sino acompasar y orientar al privado, mediante organismos como el MITI. La intervención del sector público también se ha caracterizado desde el punto de vista fiscal por favorecer el ahorro, y desde el punto de vista financiero y monetario por el mantenimiento de bajos tipos de interés.
- La coyuntura favorable desarrollada durante los años 50, a raíz de la Guerra de Corea, al utilizar los EEUU a Japón como base de aprovisionamiento.
La empresa japonesa.
Tras la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas aliadas de ocupación (SCAP) procedieron a desmontar el entramado político, económico y militar que se hallaba en la base del expansionismo japonés anterior. Para ello efectuaron una serie de reformas económicas incidiendo en la separación entre gestión y propiedad de la gran empresa, al tiempo que dispusieron la disolución de los zaibatsus y desarrollaron una ley antitrust.
Sin embargo, tras 1950, a partir de los antiguos zaibatsus desmantelados por las fuerzas de ocupación lograría resurgir de nuevo en Japón la gran empresa.
El modelo empresarial japonés viene disponiendo de un núcleo dominante configurado por un número relativamente reducido de grandes empresas, integradas en conglomerados industriales, que diversifican su actividad en los sectores más dinámicos de la economía y se caracterizan por un elevado grado de productividad. Por otro lado, se desarrolla un extenso sector de carácter subalterno, constituido por pequeñas y medianas empresas, que directa o indirectamente trabajan para la gran empresa.
Pero resulta evidente la enorme entidad de la gran empresa referida anteriormente. Este carácter oligopolístico ha resultado posible porque el Estado y la legislación no han dificultado -como sí ha ocurrido en cambio en el caso de EEUU- la tendencia a la acaparación de mercados. (De hecho, a pesar de la existencia de una normativa antimonopolio, las excepciones reguladas por el Gobierno en tal sentido han sido múltiples. Es más, el gobierno ha fomentado acciones concertadas, fusiones de empresas y organización de carteles en relación con sectores punteros o en crisis).
El sistema de relaciones laborales.
Probablemente sea una excesiva simplificación identificar exclusivamente el secreto de la competitividad japonesa con una mano de obra cualificada, eficaz y dócil en grado sumo. Todo esto merece una matización. Si bien es cierto que la cualificación de la mano de obra japonesa es alta gracias a un sistema educativo muy desarrollado y a unos valores culturales que consideran a la educación como un instrumento primordial de movilidad social, el concepto de «laboriosidad y eficacia» del trabajador japonés probablemente se ha exagerado en ocasiones.
Japón regula los aspectos básicos de sus relaciones laborales de forma similar a Occidente, mediante aspectos como la libertad sindical, conciliación, seguros de desempleo y jubilación, etc. Eso sí, la regulación e intervención estatal en el mercado de trabajo es reducida. Las condiciones laborales vienen fijadas básicamente entre empresas y trabajadores.
El sistema público de seguridad social japonés, poco desarrollado en relación con los países europeos, se complementa con prestaciones ofrecidas por las empresas.
La productividad de la mano de obra japonesa se incrementa como consecuencia de un sistema de relaciones laborales en la gran empresa que incentiva al trabajador receptivo a la innovación tecnológica.
Desde el punto de vista formal, el sistema de trabajo japonés es flexible y cooperativo, sin excesiva delimitación de tareas. De hecho, el trabajador participa en la gestión de la empresa a través de multitud de sugerencias y propuestas de posible mejora productiva.
Existe una diferencia notable en las relaciones laborales existentes entre las grandes y las pequeñas empresas. Aquí sí existe, en función del tamaño de la empresa, una dualidad del mercado laboral mucho más marcada que en Occidente. Por lo general, el trabajador de la pequeña empresa está peor retribuido, tiene una jornada laboral más larga, disfruta de menos prestaciones sociales y se encuentra menos organizado sindicalmente que el trabajador de la gran empresa.
Las relaciones laborales en la gran empresa se articulan en torno a 3 elementos:
- Empleo de por vida: se garantiza –de forma tácita e institucionalizada, no por ley– al trabajador un empleo desde que sale de la escuela o universidad hasta la edad de retiro.
- Salario basado en la antigüedad: el incremento salarial se encuentra en función de los años de permanencia en la empresa; el componente «mérito de años» en la empresa es uno de los principales determinantes de la retribución salarial. De este modo, el trabajador pierde movilidad horizontal; no puede cambiar de empresa porque ello supone una pérdida de sus derechos de antigüedad, lo que mermaría sus ingresos. A cambio, si sigue fiel a la empresa, dispone de seguridad en el empleo y de remuneraciones en aumento. Al mismo tiempo, el salario basado en la antigüedad asegura la inversión en la formación del trabajador, dado que no hay riesgo de que tras formarse pase a la competencia.
- Sindicato de empresa. Esto da lugar a una enorme fragmentación del mundo sindical. Por lo general el sindicato es único por empresa (de hecho en Japón existen más de 34.000 sindicatos, de ellos, más del 90% lo son solamente de empresa).
Por tanto, la suerte del trabajador depende fundamentalmente del tamaño de la empresa en la que se emplee inicialmente. De hecho, la carrera profesional comienza ya durante el período de enseñanza, restringiendo o posibilitando el acceso a los centros y universidades más prestigiosas (como las de Tokio y Kyoto) que a su vez abren las puertas de la Administración y la gran empresa.
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