12 Ene

El reinado de Felipe II, quien heredó de su padre como objetivos fundamentales la lucha por la hegemonía en Europa y la defensa a ultranza de los territorios que formaban su patrimonio, se define por una corte establecida en Madrid (1561), la hispanización de la política asistido por consejeros hispanos, la sustitución de la política universal por la confesional y la reactivación de las rebeliones en el interior de la Península Ibérica.

Política Interior

Felipe II disponía de poder político y suficientes recursos económicos que le permitían gobernar sin trabas, pero en cambio fue muy respetuoso con las instituciones propias de cada uno de sus reinos. Junto a su secretario personal, se encargaba directamente de los asuntos más importantes. El gobierno mediante Consejos seguía siendo la columna vertebral: el más importante el Consejo de Estado. Así mismo existían seis Consejos regionales: el de Castilla, de Aragón, de Portugal, de Indias, de Italia y de Países Bajos y ejercían labores legislativas, judiciales y ejecutivas. El rey se comunicaba con sus Consejos principalmente mediante la consulta, un documento con la opinión del Consejo sobre un tema solicitado por el rey.

  • Felipe II gustaba de contar con la opinión de un grupo selecto de consejeros, como Luis de Requesens o el Duque de Alba, repartidos por diferentes oficinas o siendo miembros del Consejo de Estado.
  • Además, se crea la Junta Grande, formada por oficiales y controlada por secretarios.

El problema más grave fue la rebelión de los moriscos de Granada, conocida como la sublevación de las Alpujarras (1568-1571). Los moriscos no sólo eran un problema religioso sino también social. Además, podían originar un conflicto político, pues eran aliados y colaboradores potenciales de los turcos y de los piratas norteafricanos. Se desencadenó por unas normas dictadas por el rey, la llamada Pragmática Sanción de 1567, que prohibía el empleo de la lengua árabe, el uso de vestimentas y apellidos árabes y la práctica de ceremonias y costumbres musulmanas. Pedro de Deza, presidente de la Audiencia de Granada, emitió un edicto proclamando la pragmática y comenzó a hacerlo cumplir. La población morisca granadina decidió levantarse en armas extendiéndose por Argelia para debilitar a Felipe II, pero fue aplastada por Juan de Austria al frente de un ejército regular traído de Italia y del levante español. Más de 80.000 moriscos fueron deportados y repartidos por Andalucía occidental y Castilla, confiscando además sus tierras.

En Aragón tuvo lugar otra revuelta entre 1590 y 1592, relacionada con la huida de Antonio Pérez (el secretario personal del Rey) por el asesinato de Juan de Escobedo (hombre de confianza de don Juan de Austria) en 1578 y por conspirar contra el rey. Escapa a Zaragoza y se ampara en la protección de los fueros aragoneses. Felipe II intenta enjuiciarle mediante el tribunal de la Inquisición para evitar al “justicia mayor aragonés”, circunstancia que ocasionó un motín en Zaragoza (1591). Finalmente la rebelión fue reducida por la fuerza. Antonio Pérez cruzó finalmente la frontera francesa hacia Bearn, donde recibió el apoyo de Enrique de Navarra, evitando de esta manera su sentencia de muerte.

Política Exterior

El Conflicto en el Mediterráneo

La prioridad inicial era la defensa del Mediterráneo occidental frente a los turcos y los piratas berberiscos. Así, Juan de Austria logró derrotar a los turcos en Lepanto (1571), en el golfo de Corinto. Pero la Liga Santa formada por Venecia, el Papado y Felipe II no logró su meta, pues Venecia no recuperó Chipre.

La Rebelión de los Países Bajos

El mayor problema de Felipe II fue la rebelión y posterior guerra en los Países Bajos, un conflicto que se prolongó 80 años originado por la expansión inicial del calvinismo. Estallaron una serie de disturbios populares con el Duque de Alba (que creó el Tribunal de los Tumultos o de la Sangre) enfrentado a Guillermo de Orange, además del saqueo de algunas ciudades como Amberes y la formación de la Unión de Arras (nobles católicos) y la Unión de Utrecht (los calvinistas). Finalmente, en 1598 Felipe II cedió la soberanía de los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia y a su esposo el archiduque Alberto de Austria.

La Guerra con Inglaterra y la Unión con Portugal

La actitud de Isabel I, reina de Inglaterra, era intentar frenar el avance de España en los Países Bajos apoyando a los rebeldes en parte por motivos religiosos desde el punto de vista diplomático, económico y militar. Además, fomentó a través de corsarios el apoyo de la piratería que ejercían los rebeldes de los Países Bajos. Para combatir a Inglaterra, Felipe II necesitaba una flota poderosa, una base adecuada en el canal de la Mancha y un puerto atlántico relevante.

En 1580, a la muerte de Enrique I sin herederos, Antonio de Crato se autoproclamó Rey de Portugal en Santarem, apoyado por el bajo clero y el pueblo llano. Felipe II, nieto de Manuel I de Portugal, apoyado por la nobleza y el alto clero, reaccionó enviando a un ejército al frente del Duque de Alba para reclamar sus derechos al trono. Tras la batalla de Alcántara y la toma de Lisboa, Felipe II fue proclamado rey de Portugal con el nombre de Felipe I por las Cortes de Tomar comprometiéndose a respetar la autonomía del reino, la protección de su comercio y la gestión de todos los asuntos del país con portugueses.

Tras la ejecución de María Estuardo en 1587, reina de Escocia, Felipe II decidió enviar a Inglaterra a la Armada Invencible, con el propósito de facilitar el desembarco desde Flandes de los Tercios españoles en la isla y expulsar del trono de Inglaterra a Isabel I. Pero sucumbió a causa del estado de la mar durante su travesía de retorno, los medios y la cartografía de la época. El impacto del fracaso fue psicológico y político, pues el potencial militar y naval español apenas quedó dañado.

La Guerra Civil en Francia

Una guerra civil entre los católicos, a los que apoyaba Felipe II, y los hugonotes (o calvinistas). En 1590, aprovechando la muerte de Carlos I de Borbón, rey de Francia para la Liga Católica en lugar de Enrique III, Felipe II decidió intervenir en contra de Enrique IV, pretendiente hugonote. Los Estados Generales se negaron a reconocer a Isabel Clara Eugenia como reina de Francia al ser nieta de Enrique II, lo que dividió a los partidarios de la Liga Católica, facilitando a Enrique el acceso efectivo al trono francés, con la condición de que abjurara del protestantismo. Finalmente, accediendo a las condiciones del rey español, se convirtió al catolicismo, momento en que se le atribuye la célebre frase: «París bien vale una misa». Luego España y Francia firmaron la Paz de Vernins.

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