19 Oct

Vencido definitivamente el absolutismo a partir de 1840, el campo de los pensadores liberales se dividió en dos facciones antagónicas: los liberales progresistas y los liberales moderados. Cabe destacar que durante esta etapa se desarrolló un sistema de gobierno alterno.

Los progresistas, más heterogéneos pero que representaban básicamente a la pequeña burguesía, una buena parte de la clase media y amplios sectores de las capas populares urbanas, mandaron de 1840 a 1843 y de 1854 a 1856. Los moderados, que representaban a los grandes propietarios, a la nobleza (beneficiarios principales de las desamortizaciones de 1837 y 1855) e incluso a las capas medias altas, gobernaron de 1844 a 1854 y de 1856 a 1868. Unos y otros, por cierto, se apoyarían para gobernar en el prestigio y la fuerza de los militares de uno y otro signo, como el general Espartero en el campo progresista y el general Narváez en el moderado. Por lo demás, para estas fechas era ya evidente que el ejército era el auténtico árbitro de la situación política española. En cuanto a las masas campesinas y a las capas populares urbanas, que constituían la inmensa mayoría de la población, el sistema liberal, empleando como mecanismo efectivo el sufragio censitario, les dejaba completamente al margen de la participación política.

El primer gobierno progresista (1840-1843)

Entre 1840 y 1843 se llevó a cabo el primer gobierno progresista, en el que el general Espartero sustituyó a María Cristina como Regente de España. El marco político de ese período fue la Constitución de 1837, impuesta por los progresistas a los moderados durante la Primera Guerra Carlista. Mucho más avanzada que el Estatuto Real de 1834, proclamaba la soberanía nacional y, sin ser democrática, establecía el sufragio censitario en lugar del universal y, al menos, garantizaba la elección de los alcaldes por una parte de los vecinos de cada municipio. Sin embargo, el Duque de la Victoria tuvo que hacer frente a la oposición moderada, que se expresó mediante sucesivos pronunciamientos que acabaron fracasando. Además, las tendencias autoritarias y personalistas del Regente le enajenaron la simpatía de diversos sectores del progresismo. Su política económica librecambista enojó a la burguesía algodonera catalana, la cual reclamaba la protección de sus tejidos frente a los tejidos de importación británica. Finalmente, la oposición de los «Algodoneros» catalanes se tradujo en una sublevación de la ciudad de Barcelona que Espartero reprimió sin contemplaciones, lo cual, sumado a un nuevo pronunciamiento moderado bajo la dirección del general Narváez, obligó a Espartero a abandonar el poder y a emprender el camino del exilio londinense.

La Década Moderada (1844-1854)

Posteriormente, en 1844, Isabel II fue proclamada mayor de edad tras la regencia de Espartero, haciendo que el país entrase en una fase crucial del reinado isabelino: la Década Moderada (1844-1854). La figura política a destacar en esta etapa fue el general Narváez, quien, básicamente, gobernó el país desde distintas perspectivas. El rasgo a destacar de este periodo fue la formación de un bloque de poder que, a partir de entonces, sentaría las bases económicas y, en buena parte, políticas por las que discurriría la mayor parte de la historia española de la segunda mitad del siglo XIX y mayor parte del XX.

La Década Moderada fue la época del gobierno de los grandes propietarios, nobles y burgueses, que buscaban asegurarse el predominio frente a los progresistas. Los moderados crearon en 1844 la Guardia Civil, institución armada que contraponían a la Milicia Nacional. Además, se convirtió enseguida en el brazo armado de los grandes terratenientes contra el bandolerismo endémico y las agitaciones sociales del campo. Insatisfechos con el marco político diseñado por la Constitución de 1845, marcadamente antiprogresista, la soberanía no residía en la nación sino en el Rey y las Cortes, que se elegían mediante sufragio censitario (entre propietarios y contribuyentes), mientras que el monarca podía escoger a su Jefe de Gobierno y ministros. La libertad de imprenta debía sujetarse al cumplimiento de las leyes y se suprimieron las elecciones municipales y la Milicia Nacional, pilares del poder político del progresismo. En definitiva, la Constitución de 1845 consagraba la hegemonía política del bloque formado por aristócratas y burgueses castellanos y andaluces enriquecidos por la desamortización y entregados a la especulación financiera, cuyos intereses cerealistas se defenderían con medidas proteccionistas. Esa alianza se extendería en aquellos años a la burguesía algodonera catalana, que reclamaba también una política proteccionista, e incluso a la burguesía comercial canaria que, por el contrario, exigía una política librecambista. Años más tarde se sumaría a ese bloque social de poder los también proteccionistas industriales ferreteros vascos.

Por último, en 1851 se firmó un concordato con la Santa Sede por el cual se buscó la consolidación con la Iglesia y el clero católico, con los que el liberalismo se había indispuesto a raíz de la desamortización eclesiástica de Mendizábal en 1836. El concordato no solo confirmaba la confesionalidad católica de España (situación consagrada en las constituciones de 1812, 1837 y 1845), sino que obligaba al Estado español a sostener el culto y a los eclesiásticos mediante retribución anual. En 1854, la división interna del moderantismo facilitó el regreso al poder de los progresistas. Un pronunciamiento del general O’Donnell (la Vicalvarada) y el posterior levantamiento del pueblo madrileño contra el gobierno moderado obligó a la reina a llamar al general Espartero para gobernar.

El Bienio Progresista (1854-1856)

El Bienio Progresista, con Espartero y O’Donnell en el poder, transcurrió entre 1854 y 1856. Lo más singular fue la culminación del proceso desamortizador, pues para hacer frente a los apuros financieros del Estado, en 1855 se promulgó la Ley de Madoz, la cual confiscaba las tierras comunales de los municipios, que fueron puestas a la venta. Además de la desamortización eclesiástica de 1836, aumentó el patrimonio de la nobleza y de la burguesía absentista. Por otra parte, las Cortes Constituyentes convocadas por los progresistas elaboraron una nueva Constitución, la de 1856, más avanzada que la del 45 pero que no llegó a entrar en vigor. Además, surgió el Banco de España y se abrió el negocio ferroviario español a la inversión del capital extranjero. Por último, cabe destacar la insensibilidad a los problemas populares. Como los moderados, los progresistas fueron testigos también de una gran agitación social. La protesta estuvo protagonizada en Castilla y Andalucía por un campesinado hambriento e insatisfecho con las míseras condiciones laborales y en Cataluña por un proletariado descontento con la pobreza y la imposibilidad legal de asociarse.

La última fase del reinado de Isabel II (1856-1868) y la Revolución Gloriosa

La última fase del reinado de Isabel II se desarrolló entre 1856 y 1868. El enfrentamiento entre Espartero (fiel al progresismo) y O’Donnell (inclinado hacia el moderantismo) fue decisivo para cerrar el Bienio Progresista, el cual restableció la Constitución moderada de 1845. Entre 1856 y 1868, O’Donnell y Narváez, políticos favorecidos por Isabel II, detentaron mayoritariamente el poder. O’Donnell se apoyó para hacerlo en la Unión Liberal. Como muestra la Constitución de 1845, este último periodo tuvo un carácter político marcadamente moderado. Finalmente, la muerte de O’Donnell en 1867 y la de Narváez en 1868 privó a Isabel II de sus últimos defensores. En septiembre de 1868, un nuevo pronunciamiento, apoyado por la mayoría del ejército, la oposición política y la mayor parte de la población urbana del país, concluyó con su destronamiento y exilio a Francia. El endeudamiento estatal, la pérdida del crédito exterior, el aumento de la presión fiscal sobre el pueblo, sumado a los motivos anteriores, dio lugar a la Revolución Gloriosa.

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