26 Ene
El Siglo XIX: El Inicio de la Complejidad Contemporánea
El siglo XIX marcó el comienzo de la complejidad que caracteriza a los siglos XX y XXI. Este periodo se inauguró con el espíritu inconformista del Romanticismo, una época de revueltas y procesos de independencia o unificación que dieron lugar a los países tal como los conocemos hoy.
Esta nueva manera romántica de entender el mundo fue global, ya que se reflejó en el arte, los avances científicos, la configuración política de los estados y muchos otros aspectos, como la forma de vestir.
El Impacto de Goethe y el Prerromanticismo
La publicación de Las desventuras del joven Werther, de Goethe, fue el detonante de esta corriente que desafiaba las normas sociales y la racionalidad. La obra narra la historia de Werther, quien, consumido por un amor enfermizo hacia Charlotte, la esposa de un amigo, se ve arrastrado al suicidio. Esta historia tuvo una gran influencia en el gusto europeo, e incluso Napoleón confesó haberla leído varias veces. El siglo XVIII vio nacer el prerromanticismo, que se popularizó en el siglo XIX en Europa, y en España con sus particularidades temporales. Películas como Drácula de Bram Stoker, Frankenstein de Mary Shelley, Remando al viento o Cyrano de Bergerac reflejan este ambiente.
Autores Clave del Romanticismo Español
A partir de 1833, surgieron escritores y escritoras como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero), Mariano José de Larra, José de Espronceda y José Zorrilla. En la década de 1860, el neorromanticismo floreció con figuras como Rosalía de Castro y Gustavo Adolfo Bécquer. Destacan las vidas y personalidades de autores como Espronceda o Larra, inconformistas, luchadores, con relaciones personales turbulentas y muertes prematuras. Sus realidades se asemejan a las de los héroes románticos de la literatura.
Géneros Literarios del Romanticismo
La Lírica
La poesía de Espronceda manifiesta su libertad en los temas, los personajes y la forma. Escribió poemas de situaciones extrañas e irracionales como El estudiante de Salamanca y El diablo mundo (un poema inacabado y experimental); poemas amorosos como Canto a Teresa; y poemas de personajes poco convencionales como La canción del pirata, El verdugo, El mendigo y El reo de muerte. Posteriormente, Bécquer y Rosalía de Castro se convertirían en figuras destacadas de la lírica romántica.
La Prosa
Larra es el mayor exponente de la prosa romántica, especialmente por sus artículos de prensa, que publicaba bajo seudónimos como Fígaro o El pobrecito hablador. También escribió la novela histórica El doncel de don Enrique el doliente, una historia de traiciones y adulterio en la corte de Enrique III en el siglo XV.
El Teatro
Además del drama Macías, de Larra, y Los amantes de Teruel, de Juan Eugenio de Hartzenbusch, dos obras teatrales destacan como representativas del Romanticismo: Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas, y Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, que marca el cierre del periodo romántico. Don Álvaro es una historia en la que el destino enreda al protagonista en una espiral de despropósitos y muertes inevitables.
Ambas obras rompen con las tres unidades clásicas (duración de más de una jornada, varias tramas y lugares distintos). Están escritas en verso, con estrofas variadas que se adaptan a los hechos. La acción suele situarse en el pasado y hay una gran cantidad de «efectos especiales» en la escenografía. Aunque pueden incluir elementos cómicos, son fundamentalmente tragedias con finales trágicos y personajes de todas las clases sociales.
Calatayud en el Siglo XIX
En el ámbito literario, Calatayud no destaca por ningún nombre durante el periodo romántico del siglo XIX. Sin embargo, en cuanto al patrimonio artístico, se inició una lamentable actividad destructiva que, de haberse evitado, habría convertido a Calatayud en una ciudad con un gran potencial artístico y turístico.
Una cita de la Aragonesa, referida a todo el siglo XIX, ilustra esta situación:
En Calatayud, en 1840 se derribó la parte alta de la torre mudéjar de San Pedro de los Francos, con el pretexto de que su inclinación hacía peligrar la vida de la familia real hospedada en el palacio del barón de Warsage. Y en 1856, se destruyó la impresionante iglesia mudéjar de San Pedro Mártir aduciendo que obstaculizaba el tráfico. No acabaron allí las destrucciones del patrimonio bilbilitano, ya que en el mismo año de 1856 se demolió el convento de la Trinidad, en 1863 la iglesia parroquial de Santiago, en 1869 las iglesias de San Torcuato y Santa Lucía, en 1871 la iglesia de San Miguel…
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