26 Ene
El Reinado de Fernando VII (1814-1833)
El Trienio Liberal (1820-1823)
Finalmente, el pronunciamiento protagonizado por el coronel Riego logró triunfar, inaugurando el Trienio Liberal. Presionado por los liberales, el rey Fernando VII se vio obligado a aceptar la Constitución de 1812, decretar una amnistía y convocar elecciones para unas nuevas Cortes.
Las Cortes restauraron gran parte de las reformas de Cádiz. Se creó asimismo la Milicia Nacional, cuerpo de voluntarios armados pertenecientes a la clase media, que defendía el orden liberal.
Pero este proceso reformista no contaba con la simpatía de Fernando VII, que pidió ayuda a la Santa Alianza para restaurar el absolutismo. La Santa Alianza encargó a Francia la intervención militar en España, y los llamados Cien Mil Hijos de San Luis entraron en España, derrotaron a los liberales y repusieron a Fernando VII como monarca absoluto.
La Quiebra del Absolutismo (1823-1833)
La vuelta al absolutismo fue seguida de una gran represión contra los liberales y de la destrucción de toda la obra legislativa del Trienio. Además, el país arrastraba graves problemas económicos, a los que el gobierno fue incapaz de dar solución.
La Guerra de la Independencia había debilitado enormemente la economía y dejado la Hacienda en bancarrota. Además, la independencia de las colonias americanas agravó la situación, privando a las arcas del Estado de una importante fuente de ingresos.
Se hacía imprescindible una reforma fiscal que obligara a los privilegiados a contribuir con sus impuestos. Pero estos eran los principales defensores del absolutismo, y el rey no podía atacar sus intereses sin perjudicar los suyos propios. A finales del reinado, se hizo evidente la crisis del régimen absolutista y la necesidad de reformas en profundidad.
A todo ello se le unió el conflicto dinástico. Fernando VII solo había tenido hijas, y la Ley Sálica impedía a las mujeres reinar en España. Para garantizar el trono a su hija mayor, Isabel, el rey dictó la Pragmática Sanción, que derogaba la ley anterior. Muchos de los absolutistas no aceptaron el cambio y defendieron que la legitimidad del trono correspondía al príncipe Carlos, hermano del rey.
El Fin del Imperio Americano
El estallido de la Guerra de la Independencia suscitó la formación de juntas también en las colonias americanas. Nacieron como un movimiento de respuesta a la invasión extranjera de la Península, pero pronto se convirtieron en organismos de poder propio que pretendían actuar al margen de España.
Los miembros de las Juntas eran criollos que sustituyeron a las autoridades españolas y se negaron a aceptar la autoridad de la Junta Central Suprema. Los focos más importantes de secesión se organizaron en Venezuela, con Simón Bolívar, y en el virreinato de la Plata, con José de San Martín.
Extensión de la Insurrección
Con la restauración del absolutismo, las tropas españolas consiguieron restablecer el dominio colonial en la mayor parte de las colonias. Sin embargo, la insurrección se generalizó de nuevo a partir de 1816:
El general San Martín dirigió una expedición que, atravesando los Andes, derrotó a los españoles, logrando la independencia de Chile.
En el norte, Simón Bolívar derrotó a los españoles y fundó la Gran Colombia, que más tarde se dividiría en Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá.
Antonio José de Sucre derrotó a los españoles en Ayacucho y emancipó Perú y Bolivia.
La rebelión protagonizada por Iturbide en México logró la independencia, que fue seguida de la de toda Centroamérica.
Problemas de las Nuevas Repúblicas
Las nuevas repúblicas americanas nacieron con graves problemas, ya que los intereses de los caudillos locales impidieron la creación de una América unida, y esta se fragmentó en múltiples repúblicas. Además, se consolidó el poder de los jefes militares y la constante intromisión del ejército en la vida política.
Por otro lado, se olvidaron las necesidades de la población indígena, negra y de las clases populares. De ahí que la sociedad poscolonial naciera con grandes desigualdades económicas, lo que dio lugar a conflictos y tensiones sociales.
El Reinado de Isabel II (1833-1868)
Las Guerras Carlistas (1833-1840)
A la muerte de Fernando VII, su hija Isabel tenía solo tres años, y su madre, María Cristina, asumió la regencia. Los sectores más absolutistas apoyaron los derechos del hermano de Fernando VII, don Carlos. Para defender el trono de su hija, la regente buscó el apoyo de los liberales. Se inició así una guerra civil que escondía un enfrentamiento entre absolutistas y liberales.
Los sectores sociales que apoyaron el carlismo fueron los nostálgicos del Antiguo Régimen. Defendían la monarquía absoluta, la preeminencia social de la Iglesia católica y la conservación de un sistema particularista frente a la centralización administrativa impuesta en España por los Borbones. Los focos más importantes de la insurrección carlista surgieron en el País Vasco, Navarra, Cataluña, Aragón y Valencia.
Los isabelinos tenían el apoyo de la nobleza vinculada a la corte, de la burguesía y de las clases populares urbanas.
La guerra se prolongó durante siete años, pero los carlistas no consiguieron nunca ni extender el conflicto a todo el territorio ni ocupar ninguna ciudad importante. El Convenio de Vergara puso fin a la guerra, pero el carlismo se mantuvo a lo largo de casi todo el siglo XIX.
El Triunfo del Liberalismo: Los Progresistas al Poder (1835-1837)
La necesidad de contar con firmes apoyos impulsó a María Cristina a fomentar un gobierno liberal. Pero los liberales se hallaban divididos en moderados, partidarios de las reformas más limitadas, y progresistas, que querían desmantelar la estructura del Antiguo Régimen.
La regente concedió el poder a los moderados, pero la presión popular y el pronunciamiento militar de La Granja hicieron que subieran los progresistas al poder, presididos por Mendizábal.
Los progresistas asumieron la tarea de implantar un régimen liberal, constitucional y de monarquía parlamentaria. Un conjunto de leyes permitieron la disolución del régimen señorial, la desamortización de las tierras del clero y la desvinculación de la propiedad, como también la supresión de las aduanas interiores y la extinción de los gremios, que se oponían al libre ejercicio de la industria y el comercio.
Este proceso culminó con la promulgación de la Constitución de 1837, que inauguró un largo periodo de monarquía constitucional en España. El nuevo texto reconocía la soberanía nacional y los derechos individuales, pero aceptaba el papel moderador de la Corona, a la que concedía algunos poderes. El sistema electoral era censitario.
La Regencia de Espartero (1840-1843)
En las elecciones, los moderados obtuvieron la mayoría e intentaron dar un giro conservador a todo el proceso de revolución liberal impulsado por los progresistas.
Este giro contó con el apoyo de María Cristina y provocó el enfrentamiento con los progresistas. Un movimiento de oposición se alzó contra la regente, que se vio obligada a dimitir. El general Espartero fue nombrado regente, pero su gobierno estuvo marcado por las disputas internas del partido sobre el alcance que debía darse a las reformas.
Las medidas librecambistas, que perjudicaron a la industria, y el autoritarismo del que hizo gala el regente le valieron la oposición de buena parte del país. En 1843 dimitió, y las Cortes adelantaron la mayoría de edad a Isabel II y la proclamaron reina.
La Década Moderada (1844-1854)
Bajo los impulsos del general Narváez, se institucionalizó un nuevo Estado liberal, al que los moderados dieron un talante conservador y centralista. Este Estado se basó en el predominio de la burguesía conservadora, que pretendía un nuevo orden político y social capaz de frenar el carlismo, pero también de alejar del poder a los sectores más populares y progresistas.
Se promulgó la Constitución de 1845, que establecía un sufragio censitario muy restringido y la soberanía compartida entre las Cortes y el rey. Se firmó el Concordato con la Santa Sede, en el que se configuraba un Estado confesional que se comprometía a la subvención del culto católico.
La administración fue uniformista y centralizadora, para lo cual se fortalecieron los gobiernos civiles y militares en cada provincia. Solo el País Vasco y Navarra conservaron sus antiguos derechos forales. Otras reformas fueron la de la Hacienda y la elaboración de un Código Penal que unificó las leyes. También se disolvió la Milicia Nacional y se creó la Guardia Civil.
El Bienio Progresista (1854-1856)
En 1854 triunfó un pronunciamiento militar apoyado por progresistas y por moderados descontentos que habían fundado la Unión Liberal, centralista y liderada por el general O’Donnell. Durante dos años, los progresistas intentaron restaurar los principios del régimen constitucional a través de una nueva Constitución que nunca llegó a aprobarse.
Las reformas más importantes fueron de carácter económico. Así, se llevó a cabo la desamortización de Madoz, que afectó a los ayuntamientos, y se impulsó la construcción del ferrocarril.
La Crisis del Sistema Isabelino (1856-1868)
La última etapa del reinado fue de alternancia en el poder entre los moderados y la Unión Liberal. Se impulsó una política de prestigio internacional con pretensiones coloniales. En el interior, la actuación del gobierno fue muy autoritaria, actuando al margen de las Cortes y de los grupos políticos y ejerciendo una fuerte represión. La oposición al régimen fue en aumento y surgieron nuevos grupos políticos, como los demócratas, que defendían el sufragio universal, y los republicanos, que abogaban por la abolición de la monarquía.
La imposibilidad de afrontar el crecimiento de la oposición y la crisis económica significó el desgaste del régimen moderado y también de la propia monarquía, que había marginado a los otros grupos políticos.
El Sexenio Democrático (1868-1874)
La Revolución de 1868
El desgaste político y la crisis económica desencadenaron una revolución contra la monarquía. Los sublevados fueron unionistas, progresistas y demócratas, que se unieron para presentar una alternativa al sistema basada en la democratización de la vida política y en la recuperación económica.
El movimiento, encabezado por Prim y Serrano, estalló con la sublevación de la escuadra del brigadier Topete en la bahía de Cádiz. El pronunciamiento fue seguido por revueltas en las principales ciudades, donde se formaron Juntas Revolucionarias.
Se formó un gobierno provisional, a cuyo frente se colocaron Prim y Serrano, que impulsó un programa de reformas. Se reconocieron los derechos fundamentales y el sufragio universal. Finalmente, se eligieron unas nuevas Cortes, que aprobaron la Constitución de 1869, de carácter democrático.
La Monarquía Democrática de Amadeo I (1870-1873)
Hubo que buscar un rey; el elegido fue Amadeo de Saboya, un joven de la casa real italiana con una concepción democrática de la monarquía. Pero contó siempre con la oposición de los moderados, los carlistas y la Iglesia. Sus valedores eran los unionistas y progresistas, pero estos se hallaban divididos y no constituyeron un sólido apoyo para el nuevo monarca. Por su lado, muchos demócratas se proclamaron republicanos, y algunos promovieron insurrecciones a favor de la República.
Además, tuvo que hacer frente al estallido de dos conflictos armados: una insurrección en la isla de Cuba y una nueva guerra carlista. Falto de apoyos, Amadeo de Saboya dimitió en 1873.
La Primera República (1873-1874)
Ante la abdicación del rey, las Cortes votaron por la proclamación de la República. Pero ese resultado no reflejaba un apoyo real a la nueva forma de gobierno, ya que la mayoría de los diputados eran monárquicos. La República nació con escasas posibilidades de éxito, aunque fue recibida con entusiasmo. Los republicanos tenían un amplio programa de reformas sociales, y se pretendió organizar el Estado de forma descentralizada. Se proclamó una república federal.
Pero la República tuvo que enfrentarse a muchos problemas a los que no pudo hacer frente. Las guerras carlista y cubana crecieron en importancia. Las divisiones entre la república federal y la unitaria dificultaron la actuación del gobierno.
En 1874, un golpe de Estado protagonizado por el general Pavía disolvió las Cortes y entregó la presidencia al general Serrano. Este intentó estabilizar un régimen republicano de carácter conservador y presidencialista, pero la base social ya había optado mayoritariamente por la restauración de los Borbones.
La Restauración Borbónica (1875-1902)
El Sistema Canovista
El nuevo sistema político tenía un carácter claramente conservador y se fundamentaba en un sistema parlamentario liberal, pero escasamente democrático. Existían dos partidos:
- El Partido Conservador: liderado por Cánovas del Castillo, era partidario del inmovilismo político, la defensa de la Iglesia y el orden social.
- El Partido Liberal: encabezado por Práxedes Mateo Sagasta, se mostraba inclinado a un reformismo de carácter más democrático, laico y social.
Ambos eran partidos que coincidían ideológicamente en lo esencial y asumían dos papeles complementarios.
La Alternancia en el Poder
Conservadores y liberales se alternaron en el poder, controlando la vida política española durante más de cuarenta años. La alternancia en el gobierno fue posible gracias a un sistema electoral corrupto que manipulaba las elecciones y no dudaba en falsificar actas o en comprar votos. Se utilizaban todo tipo de prácticas coercitivas sobre el electorado, valiéndose de la influencia política y del poder económico que determinados individuos (caciques) ejercían sobre el conjunto de la sociedad, sobre todo en las zonas rurales.
La Constitución de 1876 y los Nacionalismos
La estabilidad del sistema vino favorecida por la pacificación bélica y la redacción de una nueva Constitución, la de 1876, que presentaba un claro carácter moderado. La pacificación se consiguió tras el fin de la guerra carlista y de la insurrección cubana.
En Cataluña, el fuerte impulso de la Renaixença, un movimiento cultural que reivindicaba la lengua y la cultura catalanas, dio paso al surgimiento de organizaciones políticas que demandaban la autonomía de Cataluña.
En el País Vasco, la abolición de los fueros generó un movimiento de protesta que culminó en la creación del Partido Nacionalista Vasco (PNV).
El galleguismo se mantuvo durante muchos años como un movimiento cultural.
La Crisis del 98
En 1895 estalló una insurrección cubana provocada por la incapacidad administrativa española para hacer reformas en la isla y por la negativa de dotar a cuba de la autonomía. Además, la política económica fue la de favorecer a los sectores españoles y dificultar el comercio con Estados Unidos.
España envió tropas a Cuba para hacer frente a la insurrección. El fin llegó en 1898, cuando Estados Unidos declaró la guerra a España, tras el hundimiento de un acorazado americano en el puerto de La Habana. España fue derrotada y perdió sus últimas colonias. Esto provocó en la sociedad un estado de frustración y arraigó en ella una fuerte sensación de pesimismo.
Como reacción surgieron movimientos regeneracionistas que pedían una fuerte democratización y acabar con el caciquismo y la corrupción.
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