02 Feb
Carlos I (1516-1556)
Al morir su abuelo materno, Fernando, en 1516, Carlos de Habsburgo, que ya había heredado los territorios de Borgoña de su abuela paterna, se hizo coronar Rey de Castilla y Aragón e inició viaje a la Península. El nuevo monarca no conocía el castellano y vino acompañado de consejeros flamencos que ocuparon los más importantes puestos en la Corte y en la Iglesia.
La situación que llevó en 1520 a la Guerra de las Comunidades, se había ido gestando en los años previos a su estallido. El equilibrio alcanzado con el reinado de los Reyes Católicos se rompe al llegar el siglo XVI, con la llegada de la corte flamenca de Felipe “el Hermoso” para gobernar junto a Juana “la Loca”, tras la muerte de Isabel en 1504.
En su testamento, Isabel de Castilla designó a su hija Juana como heredera al trono castellano, y a Fernando el Católico como regente. El esposo de Juana, Felipe el Hermoso, apoyado por una gran parte de la nobleza castellana, se opuso a la regencia de Fernando, y este se retiró a sus estados aragoneses. Pero a la muerte de Felipe el Hermoso (1506), Fernando el Católico volvió a hacerse cargo de la regencia de Castilla. A la muerte de Fernando el Católico (1516), los Estados peninsulares pasaron a su nieto el príncipe Carlos que era hijo de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca, y se había educado en Flandes. Hasta su llegada a España se encargó de la regencia el Cardenal Cisneros.
Este desequilibrio político se incrementa por una serie de malas cosechas (1504-1509), que junto a la presión tributaria y fiscal provocó el descontento entre la población, colocándose la situación al borde de la revuelta.
Tras la llegada del nuevo rey a finales de 1517, su corte flamenca comenzó a ocupar los puestos de poder relegando a las familias nobiliarias castellanas.
En estas circunstancias, se abrió el proceso de elección para el puesto de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 1519, pronunciándose la mayoría de los electores a favor de Carlos I para suceder a su abuelo Maximiliano. Su rival a la hora de conseguir el trono imperial era Francisco I de Francia, es decir, se lo disputaban las dos personas más poderosas del mundo. Este nombramiento fue aceptado por Don Carlos, que decidió partir rumbo a Alemania para tomar posesión como emperador. El concejo de Toledo se situó al frente de las ciudades que protestaban contra la elección imperial, afirmando que acarrearía gastos a corto plazo que deberían ser asumidos por la Corona de Castilla y cuestionando el papel de Castilla en este nuevo marco político, dada la posibilidad de que la Corona se convirtiera en una mera dependencia imperial.
Ante esta situación, Toledo exigía una convocatoria urgente de Cortes para que el rey diera explicaciones. A finales de marzo de 1520, Carlos I convocó las Cortes en Santiago de Compostela con el objetivo de terminar con la oposición y obtener un nuevo servicio para sufragar gastos en su viaje a Alemania, ya que necesitaba conseguir votos. Pero los representantes ciudadanos no aprobaron en ningún caso las explicaciones y exigencias de Carlos I y los procuradores no votaron el servicio. El rey decidió suspender las Cortes el 4 de abril y convocarlas de nuevo en La Coruña el 22 de abril, obteniendo esta vez el servicio (utilizando todo tipo de presiones, sobornando a los diputados…ganó por un voto) y embarcándose el 20 de mayo con rumbo a Alemania, dejando como regente de las posesiones hispánicas a Adriano de Utrecht.
Ese fue el momento del arranque de la sublevación iniciada por Toledo (mayo 1520). Con una capacidad de fuerza irresistible fue ganando para la causa a la mayoría de ciudades castellanas. Adriano de Utrecht se mantuvo en Valladolid, mientras que los sublevados, organizados en Junta (de Tordesillas), exigían de Carlos un acuerdo firmado con los siguientes puntos:
- Carlos gobernaría como “rey de Castilla” (es decir, que hablara y actuara como rey castellano manteniendo su residencia en Castilla).
- Evitar la salida de oro, plata y materias primas de Castilla.
- Finalmente recuperar el papel de los castellanos en el gobierno de la nación, alejando a los favoritos flamencos que habían sido designados para ocupar puestos tradicionalmente ejercidos por castellanos.
En un primer momento los nobles se pusieron de acuerdo con el movimiento, cuando observaron el cariz político que tomaba se alejaron de él temerosos de que fuera un primer paso para perder sus privilegios.
En agosto de 1520, se unieron bajo la Junta de Ávila las ciudades de Toledo, Ávila, Salamanca y Segovia. Aún así el apoyo al levantamiento fue relativo; y fue el incendio de Medina del Campo por parte de las tropas realistas, el detonante de la rebelión en toda Castilla, haciendo que muchas ciudades dudosas inicialmente con el levantamiento se adhirieran a él como fue el caso de Valladolid.
El siguiente paso de los sublevados sería legitimar su posición, y para ello trataron de contar con el apoyo de la reina madre Juana, residente en Tordesillas. Esta población se convirtió en el centro neurálgico del movimiento comunero, la Junta (ahora de Tordesillas) fue ampliada con la incorporación de ciudades como Burgos, Soria, Valladolid, León, Zamora, Toro, Cuenca, Guadalajara, Murcia y Madrid.
La respuesta real se tradujo en una “marcha atrás” de las medidas más impopulares con el fin de atraerse a los nobles que no veían con buenos ojos la sublevación. Estas medidas fueron: la eliminación del servicio de las Cortes de la Coruña y la designación de castellanos para cargos de responsabilidad. Esto, sumado con la actitud contraria de la reina Juana que no quería apoyar a los comuneros contra su hijo y el agravamiento de la sublevación que se convirtió en un levantamiento armado, debilitó el poder comunero. La solución armada se asomó en la batalla de Tordesillas (diciembre 1520), donde el ejército real obtuvo una victoria que mostró la debilidad de la Junta, liberó a la reina Juana del control de los comuneros y provocó el abandono de algunas ciudades a la causa.
Pero antes de que acabara el año, los comuneros se reorganizaron y recuperaron la moral perdida. Se recuperó definitivamente la iniciativa con la victoria en Torrelobatón (febrero 1521), cuyo resultado no fue aprovechado y permitió a los realistas recuperarse y formar un nuevo ejército para enfrentarse a los comuneros en campo abierto en la batalla de Villalar (Valladolid, 23 de abril de 1521).
La Batalla de Villalar fue el episodio decisivo de la guerra, donde los comuneros, capitaneados por Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, fueron derrotados por las fuerzas imperiales, poniendo fin a la sublevación comunera en el norte de Castilla tras la decapitación el día 24 de abril los tres capitanes comuneros.
El resto de las fuerzas comuneras o bien se disolvieron, o bien se refugiaron en Toledo, donde la mujer de Juan de Padilla, María Pacheco asumió el control de la ciudad, instalándose en el Alcázar, recabando impuestos y fortaleciendo las defensas hasta que tuvo que huir y se dio por finalizado el movimiento comunero. Carlos I regresó a España (julio 1522), instalando la corte en Palencia. Con el regreso del Rey, la represión contra los comuneros fue grande. Carlos I permaneció en Palencia hasta finales del mes de octubre, trasladándose a Valladolid, donde el 1 de noviembre se promulgó el Perdón General, que daba la amnistía a un total de 293 comuneros, de todas las clases sociales, pero que no incluía ni a María Pacheco ni al Obispo Acuña.
Consecuencias del movimiento comunero
- La pérdida de poder de la élite política de las ciudades castellanas, obligada a pagar las indemnizaciones para aquellos que perdieron bienes o sufrieron daños en sus posesiones durante la revuelta por apoyar la causa real. Estas serían abonadas mediante un impuesto especial para toda la población de cada una de las ciudades comuneras.
- Ante estos impuestos, la industria textil del centro de Castilla perdió todas sus oportunidades de convertirse en una industria dinámica.
- La nobleza (especialmente la de mayor rango) queda definitivamente identificada con los intereses de la Monarquía, pero quedando clara su subordinación como súbditos.
Junto al movimiento comunero se desata otro en Aragón llamado las GERMANÍAS, en Valencia y Mallorca. En realidad es un enfrentamiento entre la clase baja, la burguesía y la nobleza por el control de las ciudades y será una revuelta compuesta por la burguesía, los artesanos y grupos del campesinado que se levantan contra los poderes y la Iglesia.
En 1519 Valencia es atacada por la peste y corsarios berberiscos, ante lo cual los nobles de la ciudad la abandonan por lo que los agermanats toman la ciudad y comienzan a gobernar derrotando a los nobles; toman las tierras de señorío y obligan a los musulmanes que trabajan en ellas a convertirse. Finalmente en 1521 serán derrotados al unirse los nobles con el imperio.
Son dos rebeliones que coinciden en el tiempo pero no en la estrategia. Probablemente si se hubieran coordinado hubieran tenido otras consecuencias.
Política internacional de Carlos I
La política internacional de Carlos I se despliega en tres frentes, frecuentemente simultáneos:
- La rivalidad con Francia.
- Los conflictos religiosos en el Imperio alemán.
- La amenaza turca.
Rivalidad con Francia
La rivalidad con Francia se dirime en la península italiana en un conflicto que no era nuevo y que se reactivó durante el reinado de Carlos I al no haber conseguido Francisco I de Francia el título imperial por el que rivalizaron. Las hostilidades dieron lugar a varias guerras, destacando:
- La primera (1520-1525) como consecuencia de la invasión francesa a Navarra y al Milanesado. La guerra terminó con la derrota francesa en la Batalla de Pavía, desastre militar en el que cayó prisionero Francisco I. Fue trasladado a Madrid y estuvo recluido hasta que se firmó el Tratado de Madrid, por el que se comprometía a devolver Borgoña y renunciar a cualquier derecho sobre la península italiana. Una vez puesto en libertad regresó a Francia y se desdijo de lo firmado en el Pacto de Madrid.
- La segunda guerra fue inmediata a consecuencia del incumplimiento del tratado por parte de Francisco I quien reanudó su propósito de expulsar a los españoles de Italia con la ayuda de la Liga Clementina (formada por Francia, el Papa Clemente VII, Florencia, Venecia y Milán). La enemistad del Papa encontró la respuesta de las tropas imperiales en el Saco de Roma (1527). La guerra, favorable otra vez a los españoles terminó con la Paz de Cambray (1529) que fue llamada también la Paz de las Damas porque fue firmada por la madre de Francisco I y una tía de Carlos I. España renunciaba al ducado de Borgoña y Francisco I a cualquier pretensión en Italia. Después de este triunfo, el Papa coronó solemnemente emperador a Carlos I en Bolonia.
- La tercera tuvo varios episodios que continuaron incluso tras la muerte de Francisco I aprovechando Francia la debilidad del Emperador en Alemania con el conflicto protestante.
Conflictos religiosos en el Imperio Alemán
Los conflictos religiosos en el Imperio alemán tuvieron lugar entre 1545 y 1555 ya que la defensa de la ortodoxia católica en el seno de la Cristiandad le empujó a luchar contra los protestantes dentro del Imperio. Alemania había sido el principal escenario de la reforma protestante de Lutero, a la que se habían adherido numerosos príncipes para fortalecer su poder mediante la confiscación de bienes a la Iglesia católica. Carlos I, en una primera fase, sometió a los protestantes en la batalla de Mühlberg (1547), pero después los príncipes alemanes obtuvieron el apoyo del rey francés. Se firmó la Paz de Augsburgo (1555) reconociendo la vigencia de las dos religiones en el Imperio aunque se obligaba a los súbditos a profesar en cada territorio la religión de su príncipe. Después, Carlos renunció al Imperio alemán en favor de su hermano Fernando. Dos años antes había abdicado en su hijo Felipe II todos los territorios de la monarquía incluyendo los Países Bajos y el Franco Condado, librando a sus sucesores de las guerras de religión que tuvieron lugar en el Imperio alemán.
Amenaza Turca
La amenaza turca estuvo presente durante todo el reinado. La defensa de la Cristiandad frente a la amenaza turca convirtió el Mediterráneo musulmán en permanente escenario de conflictos que se saldaron con una continua sucesión de triunfos y fracasos, de plazas conquistadas y perdidas. La acción militar española tuvo lugar en las costas de Berbería, contra la plaza fuerte de La Goleta (Túnez) donde el pirata Barbarroja tenía su cuartel general. Más tarde la flota española fracasó estrepitosamente en Argel, dejando pendiente un problema militar frente al Imperio turco-otomano que resolverá victoriosamente Felipe II en la Batalla de Lepanto (1571).
Felipe II (1556-1598)
Tras la abdicación de Carlos I en 1556 gobernó el imperio integrado por los reinos y territorios de Castilla, Aragón, Navarra, el Franco-Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Orán, Túnez, toda la América descubierta y Filipinas. A estos vastos territorios se le unió Portugal y su imperio afroasiático en 1580. Con Felipe II (1556-1598) la hegemonía española llega a su apogeo.
Carlos I había cedido en su abdicación a su hermano Fernando el Imperio Alemán y las posesiones de los Habsburgo en Austria. En adelante, dos ramas de la misma dinastía gobernarán en Madrid y Viena.
Los principales problemas internos del reinado de Felipe II fueron la muerte en 1568 del príncipe heredero Carlos, que había sido arrestado debido a sus contactos con los miembros de una presunta conjura sucesoria promovida por parte de la nobleza contra Felipe y la poderosa figura de su secretario Antonio Pérez, quien finalmente fue destituido y acusado de corrupción. Huyó del país y se convirtió en un activo propagandista contra Felipe II. Apoyado por los enemigos exteriores del rey, fue un elemento clave en la formación de la “Leyenda Negra”.
Sus sucesivos matrimonios fueron parte importante de su política exterior. Se casó con María de Portugal en 1543 y, tras su muerte, con María I Tudor, reina de Inglaterra, en 1554. La pronta muerte de la reina que intentó volver al catolicismo en la isla, llevó a que Felipe se casara con la francesa Isabel de Valois en 1559. Al quedarse nuevamente viudo y sin herederos varones, se casó por cuarta vez, en 1570, con su sobrina Ana de Austria, madre del sucesor al trono español, Felipe III.
La idea de la unidad religiosa marcó la política de Felipe II. No dudó en intervenir ante la amenaza de las incursiones berberiscas y turcas en las costas mediterráneas. Felipe II obtuvo una gran victoria, aunque no la definitiva, en la batalla de Lepanto en 1571. En el interior peninsular el monarca reprimió duramente las sublevaciones moriscas como, por ejemplo, en las Alpujarras granadinas.
En Europa se enfrentó con Francia por el control de Italia (Nápoles y el Milanesado). La paz en Cateau-Cambrésis en 1559 fue favorable a los intereses españoles en la península italiana.
Tras la muerte de su esposa María Tudor, las relaciones se hicieron cada vez más hostiles con Inglaterra, que apoyaba a los rebeldes protestantes en los Países Bajos. El intento de invadir la isla en 1588 con la Armada Invencible acabó con un gran fracaso que inició el declive del poder naval español en el Atlántico.
Felipe II no pudo acabar tampoco con el conflicto político (mayor autonomía) y religioso (revuelta calvinista) generado en los Países Bajos. Ninguno de los sucesivos gobernadores pudo impedir que la rebelión se asentara y llevara finalmente en el siglo XVII a la independencia las Provincias Unidas (actuales Países Bajos).
Uno de sus mayores triunfos fue conseguir la unidad ibérica con la anexión de Portugal y sus dominios, al hacer valer sus derechos sucesorios en 1581 en las Cortes de Tomar, tras morir sin descendencia el rey portugués Sebastián. La anexión significó la unión de dos enormes imperios. Las posesiones portuguesas en Brasil, África y Asia pasaron al Imperio de Felipe II. Un imperio “en donde nunca se ponía el sol”.
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