16 Oct

El Teatro Conservador

Comedia Burguesa

Teatro amable e intrascendente, convencional y conservador. Sus principales representantes son Jacinto Benavente (La honradez de la cerradura, de 1942) o Edgar Neville (El baile, de 1952).

Drama Histórico

Obras de ideología tradicionalista de autores adictos al régimen de Franco, como José María Pemán (La hidalga limosnera, de 1944) o Juan Ignacio Luca de Tena (¿Dónde vas, Alfonso XII?, de 1957).

Teatro de Humor

Obras de humor intelectual opuesto a la comicidad simplista y al chiste fácil. Situaciones inverosímiles que rompen con la lógica y las acercan al teatro del absurdo. Miguel Mihura es autor de Tres sombreros de copa (1952). El autor satiriza la rutina y la mediocridad de la burguesía de provincias. Posteriormente, Mihura se adaptó a los gustos burgueses en obras como Melocotón en almíbar (1958). Enrique Jardiel Poncela escribió Cuatro corazones con freno y marcha atrás (1936). En sus obras priman la ironía y situaciones insólitas.

Teatro Innovador de los Años Cincuenta y Sesenta

Renovación de la escena española, comprometido con la realidad social y política.

Antonio Buero Vallejo

Sus obras llevan una crítica de la realidad española, marcada por la miseria, la ignorancia y la falta de libertad. Inició su trayectoria con Historia de una escalera (1949). Destacan las siguientes estrategias teatrales:

  • El uso de personajes históricos que fracasan en su empeño por alcanzar una sociedad más justa y libre, como Velázquez en Las meninas (1960).
  • La presencia de elementos simbólicos, donde la ceguera de los personajes es expresión de la dolorosa condición del ser humano.
  • Los efectos de inmersión, que sitúan al espectador en la conciencia de los personajes, que padecen alguna limitación física o psíquica. Se ve la realidad desde la versión que de ella tiene el protagonista.
  • El destino trágico, como en El tragaluz (1967), que expone las limitaciones humanas, las carencias sociales y la necesidad de superarlas. El sueño de la razón (1970), centrada en la figura de Goya, refleja la sordera del pintor.

Alfonso Sastre

En 1953 irrumpe en la escena española con el drama antibelicista Escuadra hacia la muerte, que incita a la rebelión contra cualquier forma de tiranía. Evoluciona hacia un teatro de agitación social y política. En esta línea se inscribe La taberna fantástica (1966, estrenada en 1985), que el autor llama «tragedia compleja», y que denuncia el abandono social en que viven los jóvenes de los arrabales de Madrid.

El Teatro Realista de los Sesenta

A finales de los cincuenta, algunos autores optan por una estética realista para mostrar las disfunciones sociales del presente. Autores como Lauro Olmo (La camisa, de 1960) y Luis Riaza (Los muñecos, de 1968) presentan en sus obras las siguientes características comunes:

  • Temas como la injusticia social, la hipocresía, la violencia y la crueldad de la sociedad.
  • Lenguaje violento, directo y con un tono de amargura y desesperanza.
  • Rechazo de las formas del teatro de vanguardia y del teatro del absurdo, y elección de formas realistas-naturalistas.

El Teatro Experimental

Fernando Arrabal

Desarrolló parte de su obra en Francia, donde fundó en 1962 el Movimiento Pánico. Sus obras (Pic-nic, de 1947, pero estrenada en 1952; El cementerio de automóviles, de 1957, pero estrenada en 1978) presentan un teatro provocador que aspira a escandalizar al espectador con violencia, sexo o locura; carácter alegórico y simbólico; diálogos poéticos o incoherentes. A finales de los sesenta, el teatro pánico se transforma en Pánico-Revolucionario en obras como El jardín de las delicias (1967).

Francisco Nieva

De su trayectoria teatral, destacan las obras que agrupa bajo la denominación de «teatro furioso». El tema central es la crítica a la España tradicional, marcada por la religiosidad y la represión sexual. El lenguaje dramático se caracteriza por el erotismo y la desinhibición, e incorpora elementos del carnaval, el esperpento o el surrealismo. Destaca la obra Pelo de tormenta (1961, estrenada en 1997).

Conclusión

Durante el franquismo, el teatro en España supo casi siempre encontrar la manera de hacerse presente en la vida pública y, en general, no abandonó su vocación de agente transformador de la conciencia colectiva. En ocasiones, para eludir la censura, los autores recurrieron al simbolismo y tendieron a un cierto hermetismo, lo cual, lejos de perjudicar sus obras, les sirvió para agudizar la creatividad escénica.

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