07 Mar
Sexenio absolutista o restauración del absolutismo (1814-1820)
Cuando Fernando VII llegó a España no cumplíó sus promesas de acatar el régimen constitucional. Aprovechando las peticiones de los absolutistas, expresadas en el Manifiesto de los Persas, restablecíó el Antiguo Régimen, declarando nula la Constitución e iniciando la persecución de los liberales y afrancesados. Restauró las antiguas instituciones y el régimen señorial en un contexto internacional de restauración del absolutismo (Congreso de Viena). Se negó a hacer reformas y a sanear la Hacienda. Los movimientos independentistas americanos interrumpieron el comercio y el cobro de impuestos. Además, combatirlos exigía gastos militares. Pero el rey no estaba dispuesto a cobrar impuestos a los privilegiados.
A pesar de la represión, la guerra había cambiado la sociedad:
– Los campesinos empezaron a negarse a pagar las rentas señoriales y los diezmos.
– Las personas que habían comprado tierras desamortizadas y roturado baldíos, muchas de ellas burgueses y nobles, exigían que se respetasen sus compras.
– Cada vez más productores reclamaban libertad de industria y mercado.
– En las ciudades habían un gran malestar entre la pequeña burguésía y los trabajadores por la crisis.
Todo ello favorecía a los liberales y estimulaba los pronunciamientos militares como medio para conquistar el poder. Estos pronunciamientos supónían el levantamiento de una parte del ejército a favor de la Constitución de 1812. Con el apoyo de los liberales de las ciudades, organizados en sociedades secretas y clubes de patriotas, pretendían conseguir suficiente fuerza para imponerse a Fernando VII. Estos pronunciamientos encabezados por militares liberales (Mina, Porlier, Lacy…) fracasaron y fueron respondidos con una fuerte represión. No obstante el 1 de Enero de 1820 triunfó el pronunciamiento a favor de la Constitución de 1812 encabezado por el coronel Rafael Riego en las Cabezas de San Juan (Sevilla), antes de embarcarse para ir a combatir contra los independentistas americanos.
El Trienio Liberal (1820-1823)
Tras el pronunciamiento de Riego y ante la pasividad del ejército, Fernando VII tuvo que aceptar la Constitución de 1812 (Marchemos francamente unidos, y yo el primero, por la senda constitucional…) y se formó un gobierno que proclamó una amnistía que permitíó el regreso de los liberales y afrancesados. Se convocaron unas elecciones que fueron ganadas por los liberales.
Las nuevas Cortes, formadas por una mayoría de diputados liberales, iniciaron una importante obra reformista cuyo principal objetivo era abolir el Antiguo Régimen:
– Se suprimieron los señoríos jurisdiccionales, los mayorazgos y vinculaciones. A partir de ahora la tierra se podría comprar y vender libremente.
– Se suprimieron conventos y se desamortizaron tierras del clero regular. Así se expropiaron y vendieron en pública subasta tierras del clero para limitar el poder de la Iglesia, conseguir recursos para el Estado y aumentar la producción agraria.
– Se reformó el sistema fiscal para aumentar los recursos del Estado y se disminuyó el diezmo.
– Se suprimieron los gremios y se fomentó la libertad comercial.
– Se creó la Milicia Nacional (un cuerpo de ciudadanos armados formados por las clases medias urbanas) para defender el sistema liberal.
– Se organizaron los ayuntamientos y diputaciones por sufragio.
– Se promulgó el primer Código Penal (1822).
– La educación se planteó en tres grados: primaria, secundaria y universidad.
Estas reformas suscitaron la oposición de Fernando VII y los absolutistas. El rey paralizó muchas de estas leyes haciendo uso del derecho de veto suspensivo que le otorgaba la Constitución. Los campesinos también estaban descontentos porque no accedieron a la propiedad ni bajaron los impuestos. Los señores se convirtieron en propietarios y los campesinos perdieron sus antiguos derechos. Además, tenían que pagar las rentas en dinero en una época en la que aún predominaba en muchas zonas de España el trueque. Así muchos campesinos se sumaron a la agitación antiliberal. La Iglesia, al perder sus privilegios, también era antiliberal. En 1822 se alzaron los antiliberales en Cataluña, Navarra, Galicia y el Maestrazgo, llegando a establecer una regencia absolutista en la Seo de Urgel en 1823.
Los liberales se dividieron también en dos bandos:
Los moderados (o doceañistas), que gobernaron hasta 1822. Eran partidarios de pactar con los realistas y de favorecer a la nobleza y la burguésía. Su respeto por la figura del Rey y sus prerrogativas constitucionales era escrupuloso.
Los exaltados defendían el pleno desarrollo de la Constitución, eliminando el derecho de veto suspensivo, y querían favorecer a las clases medias y las clases populares.
El triunfo del liberalismo en España se propagó a Nápoles, Portugal y Piamonte. Por ello, las potencias de la Santa Alianza (Prusia, Rusia y Austria, además de Francia), ante las demandas de ayuda de Fernando VII, organizaron un ejército, los Cien Mil Hijos de San Luis, que intervino en España para restituir el absolutismo. Así se formó un gobierno absolutista que derogó los decretos y las leyes del Trienio Constitucional y Fernando VII volvíó a ser un monarca absoluto. Los liberales fueron perseguidos y se implantó un régimen de terror.
La Década Ominosa (1823-1833)
El regreso del absolutismo estuvo acompañado de una dura represión de los liberales (el Terror de 1824). Se dio marcha atrás a las reformas que España necesitaba. Se creó un cuerpo militar (los voluntarios realistas) encargado de perseguir a los liberales. No obstante, algunos ministros propónían la necesitad de una amnistía para superar la división de los españoles y una reforma de la Hacienda. Desde 1825, el rey acuciado por los problemas económicos, buscó la colaboración de la burguésía liberal moderada y propuso un ministro de Hacienda que exigiera el pago de impuestos a los privilegiados. Esto provocó que los realistas más intransigentes, llamados apostólicos y liderados por el hermano del rey, Carlos María Isidro, denunciaran la supuesta influencia de revolucionarios en la corte.
En 1829, Fernando VII se casó en cuartas nupcias con su sobrina María Cristina de Borbón y en 1830 nacíó Isabel. Para que pudiese ser su sucesora el rey promulgó la Pragmática Sanción, que autorizaba la sucesión femenina al trono que hasta entonces prohibía la Ley Sálica. Los realistas más conservadores creían que el sucesor debía ser el hermano del rey, convencido defensor del absolutismo.
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