06 Dic

La Oposición al Sistema Canovista: Nacionalismos y Movimiento Obrero

Contexto General

El régimen de la Restauración borbónica (sistema canovista) se basaba en el turnismo político, por el que los llamados partidos dinásticos, el conservador y el liberal, se alternaban en el Gobierno a través de un sistema oligárquico, caciquil y corrupto. Frente a él se desarrollaron diversas fuerzas de oposición, como los nacionalismos periféricos y los movimientos obreros.

El Movimiento Obrero a Finales del Siglo XIX

El movimiento obrero en España remonta sus orígenes al Sexenio Democrático, unos años después de la fundación de la Primera Internacional de Trabajadores, de la que surgieron dos corrientes: la marxista y la anarquista. En 1868 el italiano G. Fanelli sembró la semilla del anarquismo en Cataluña, desde donde se extendería por Valencia y Andalucía. Poco después, en 1871, el marxismo entró en España de la mano de Lafargue, yerno de Marx, cuyas ideas extendió principalmente por Madrid, País Vasco y Asturias. Durante los primeros años de la Restauración el movimiento obrero sufrió un proceso de regresión a causa de la ilegalización y represión de las asociaciones ligadas a la Internacional, aunque, poco después, las medidas aperturistas de los gobiernos liberales de 1881 en adelante permitieron de nuevo su expansión. No obstante, hasta el primer tercio del siglo XX los sindicatos y partidos obreros no adquirieron el carácter de organizaciones de masas y no tuvieron una influencia social y política decisiva en España.

El Anarquismo

En 1870, los anarquistas crearon la Federación Regional Española, que fue ilegalizada cuatro años más tarde y refundada en 1881 con el nombre de Federación de Trabajadores de la Región Española, con una gran implantación en Andalucía y Cataluña. Entre sus principios estaban el rechazo del Estado, la oposición a los partidos políticos, la jornada laboral de ocho horas, la igualdad de la mujer o el uso de la huelga como método de lucha. A finales del siglo XIX y principios del XX, la dura represión de los gobiernos liberales contra el anarquismo contribuyó al surgimiento dentro del movimiento de dos estrategias políticas: el terrorismo, con el asesinato de los presidentes Cánovas, Canalejas y Dato o el atentado contra Alfonso XIII el día de su boda; y el anarcosindicalismo, con el uso de la huelga laboral (reivindicativa) como instrumento para conseguir mejoras en el trabajo de los obreros y la huelga general (revolucionaria) con el fin de derribar la sociedad capitalista y el Estado.

El Socialismo

La semilla del marxismo traído por Lafargue terminó germinando en un movimiento socialista constituido por un partido político y un sindicato: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado en Madrid en 1879, con Pablo Iglesias como presidente; y la Unión General de Trabajadores (UGT), creada en Barcelona en 1888. Dentro del programa socialista de inspiración marxista se defendía la necesidad de realizar una revolución social dirigida por los obreros; el reconocimiento de las libertades de reunión, asociación, manifestación y prensa; y la aprobación de medidas como el sufragio universal, la reducción de la jornada laboral o la prohibición del trabajo infantil. No obstante, la actitud moderada del PSOE y la UGT (conseguir reformas a través de la participación en las instituciones) hizo que las dos asociaciones, que actuaban conjuntamente, fueran pronto legalizadas. Eso sí, lo cierto es que durante el último tercio del siglo XIX el socialismo aún crecía lentamente y era minoritario en el conjunto del movimiento obrero, donde las organizaciones anarquistas reunían más apoyos.

Nacionalismo y Regionalismo a Finales del Siglo XIX

El origen de los nacionalismos periféricos en España tiene que ver con el gran desarrollo económico de Cataluña y el País Vasco a finales del siglo XIX, que contribuyó a la formación en ambas regiones de una clase burguesa con señas de identidad propias; la crisis de identidad nacional en España tras el desastre del 98, que mostró la debilidad del país; y la defensa de un modelo descentralizado frente al modelo centralizado y unitario del régimen de la Restauración.

El Nacionalismo Catalán

Sus inicios se sitúan en el renacimiento cultural ligado a la revalorización del catalán como lengua literaria (“Renaixença”). Sin embargo, el desarrollo de un catalanismo político comenzó con organizaciones como el Centre Catalá (1882) de Valentí Almirall, uno de los autores del llamado Memorial de Greuges en el que denunciaba el centralismo, reclamaba el proteccionismo económico y el mantenimiento del derecho civil y de la lengua. En 1891 se formó la Unió Catalanista que promovió las Bases de Manresa, un documento que reclamaba para Cataluña sus antiguas instituciones y un extenso autogobierno. En 1901 se formó la Lliga Regionalista Catalana de Prat de la Riba y Francesc Cambó, que representaba los intereses de la alta burguesía catalana y buscaba influir en los gobiernos de la Restauración para que aprobaran una política económica proteccionista que favoreciera a la industria textil catalana.

El Nacionalismo Vasco

Sus orígenes se hallan en la supresión de los fueros al final de la Tercera Guerra Carlista, que significó la pérdida de la exención fiscal y de quintas que habían disfrutado tradicionalmente. Como compensación, las provincias vascas recibieron el “concierto económico”, que permitía a estos territorios recaudar los impuestos y luego negociar la cantidad que debían entregar al Estado (“cupo”). El padre del nacionalismo vasco fue Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco (PNV), cuyo pensamiento se basaba en la reivindicación del régimen foral; la defensa de la pureza racial vasca; el rechazo a todo lo español; el integrismo católico (de herencia carlista); la creación de una patria vasca (“Euskadi”, formada por Vizcaya, Guipúzcoa, Álava, Navarra y el País Vasco francés) y de una bandera nacional (ikurriña); y la recuperación de la lengua y las tradiciones vascas. Durante sus primeras décadas el nacionalismo vasco, que arraigó especialmente en Vizcaya y Guipúzcoa, tuvo sus principales apoyos sociales en el campesinado (antes carlista) y la pequeña burguesía.

El Regionalismo Gallego

Movimiento minoritario, remonta su origen al impulso del gallego como lengua literaria por escritores como Rosalía de Castro o Pondal (“Rexurdimiento”) y surgió como una reacción contra el atraso y marginación de su región.

La Guerra de Cuba y la Crisis Económica, Política e Ideológica de 1898

El Problema de Cuba (1868-1898)

A finales del siglo XIX la isla de Cuba era, junto a Puerto Rico, Filipinas, Marianas, Carolinas y algunos territorios africanos, una de las últimas posesiones españolas de ultramar. Sin embargo, desde 1868 el movimiento independentista cubano cobraba cada vez más fuerza y terminaría dando lugar a dos guerras que culminarían con la independencia de Cuba. En ella confluían los siguientes problemas:

  • La creciente conciencia política de los criollos, que desarrollaron ideas nacionalistas.
  • Las demandas de grandes grupos sociales cubanos a favor de la abolición de la esclavitud, aún vigente en la isla (parte de la población cubana era de origen africano).
  • Los intereses económicos de los españoles peninsulares (dueños de plantaciones de caña de azúcar, cerealistas castellanos, industriales textiles catalanes…), contrarios a cualquier movimiento secesionista y defensores del estatus colonial cubano.
  • La torpe política colonial española, contraria a cualquier concesión de autonomía a Cuba (el Plan de Reformas Coloniales de 1893 fue rechazado por los sectores más intransigentes, por considerarlo separatista) y partidaria del uso de la fuerza para aplastar el independentismo cubano.
  • Los vínculos comerciales entre Cuba y Estados Unidos (su principal comprador) y los intereses estadounidenses en la isla (inversiones en plantaciones de caña de azúcar).

La Guerra de Cuba fue un conflicto de larga duración con tres fases principales:

La Guerra de los Diez Años (1868-1878)

Los orígenes del movimiento independentista cubano se remontan a octubre de 1868, unos días después del triunfo de la Revolución Gloriosa en España. Fue entonces cuando Carlos Manuel de Céspedes, uno de sus principales líderes, liberó a los esclavos de su finca y proclamó la independencia de Cuba con el “Grito de Yara”. Poco después, los independentistas cubanos establecieron instituciones propias e iniciaron la guerra contra España. No obstante, pese al éxito inicial y la débil reacción de las autoridades españolas, el conflicto quedó limitado a una guerra de guerrillas al este de la isla. Este hecho, sumado a las derrotas sufridas a partir de 1876 por las tropas cubanas frente al ejército español, a las divisiones de los independentistas y a la política de neutralidad que entonces practicaba Estados Unidos, hizo que la guerra terminara con la firma de la Paz de Zanjón de 1878.

La Guerra de Independencia Cubana (1895-1898)

La Paz de Zanjón no puso fin al conflicto, ya que los principales motivos que lo provocaron seguían latentes, pues ni se realizaron reformas para conceder autonomía a la isla ni se abolió la esclavitud. En los años siguientes, por tanto, las tensiones fueron en ascenso hasta que en 1895 los nuevos líderes independentistas (José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez) reanudaron la guerra con el “Grito de Baire”. La respuesta del Gobierno conservador de Cánovas del Castillo fue de una fuerte represión, que alcanzó una especial dureza bajo el mando del general Weyler, quien para evitar el apoyo popular a las guerrillas recluyó a medio millón de civiles en condiciones pésimas, provocando la muerte de unos 170.000 cubanos. En este contexto, la prensa sensacionalista de Estados Unidos contribuyó a crear una opinión pública contraria a la presencia española en Cuba y favorable a la implicación de Estados Unidos en el conflicto. Tras el asesinato de Cánovas (1897) llegaron al poder los liberales de Sagasta, que intentaron dar un giro al problema cubano a través de la diplomacia. Sin embargo, la explosión accidental del acorazado estadounidense Maine en la Habana dio a Estados Unidos la excusa perfecta para declarar la guerra a España.

La Guerra Hispano-Estadounidense (1898)

Fue muy breve y se desarrolló en el mar. En las batallas navales de Cavite y Santiago de Cuba (mayo-julio) la escuadra estadounidense destrozó a la armada española y en diciembre se firmó la Paz de París por la cual España cedía a Estados Unidos las islas de Puerto Rico, Filipinas y Guam y reconocía la independencia de Cuba, que pasó a ser una república tutelada por Estados Unidos. Un año después, en 1899, España vendió los últimos territorios coloniales en el Pacífico a Alemania (islas Marianas, Palaos y Carolinas).

Consecuencias de la Crisis de 1898

El “desastre de 1898”, con la estrepitosa derrota ante Estados Unidos y la pérdida de las últimas colonias, tuvo unas hondas repercusiones en España, entre las que cabe destacar:

  • Consecuencias demográficas. La guerra de 1895 a 1898 causó la muerte de unos 40.000 soldados españoles, la mayoría debido a enfermedades (fiebre amarilla). Casi todos ellos fueron reclutados entre la clase obrera, pues las familias ricas podían pagar para evitar ir a la guerra.
  • Consecuencias económicas. Los industriales textiles catalanes y los cerealistas perdieron uno de sus principales mercados y tuvieron que buscar mercados alternativos en la Península. Además, subió el precio de los productos cubanos (azúcar y tabaco), pero la independencia permitió también la repatriación de muchos capitales que se invirtieron en la creación de compañías, la fundación de bancos y la financiación de la siderurgia vasca.
  • Consecuencias ideológicas. La derrota ante Estados Unidos y la pérdida de las colonias tuvo un gran impacto en el mundo intelectual y en la opinión pública, generando una crisis de conciencia y una actitud pesimista que derivaron en el nacimiento del Regeneracionismo, un movimiento liderado por Joaquín Costa que pedía cambios políticos en el sistema de la Restauración y reformas económicas y educativas. Asimismo, el desastre del 98 dio pie a un pesimismo existencialista y a una exaltación del sentimiento nacional que tuvieron su expresión intelectual en los escritores de la Generación del 98 (Maeztu, Unamuno, Pío Baroja o Azorín).

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