18 Feb
Isabel II: Regencias, Guerras Carlistas, Grupos Políticos y el Estatuto Real de 1834
Parte 1
Los primeros años del régimen liberal coinciden con la minoría de edad de Isabel II y la Primera Guerra Carlista (1833-1840) entre isabelinos y carlistas.
Los isabelinos defendían la legitimidad de Isabel II y apoyaban la regencia de María Cristina. Eran defensores del liberalismo y buscaban crear un estado laico, liberal y uniforme.
Por otro lado, los carlistas eran partidarios de Carlos María Isidro, quien reclamaba el trono porque la ley sálica seguía en vigor. Bajo el lema: «Dios, Patria, Ley y Fueros» defendían el Antiguo Régimen, el tradicionalismo, el legitimismo y el foralismo (por el que cada región debía mantener sus instituciones y sistema de justicia).
La guerra se dividió en cuatro etapas:
- Foco de insurrección vasco-navarro (1833-1835): Comienza el 1 de octubre de 1833 cuando Don Carlos reivindicó sus derechos dinásticos con el manifiesto de Abrantes. Los carlistas intentaron provocar una insurrección general en todo el país que solo triunfó en País Vasco, Navarra y el Maestrazgo. En 1835, Carlos María Isidro perdió a Zumalacárregui, su mejor general, en un fallido asalto a Bilbao.
- Expediciones nacionales (1836-1837): Con las que los carlistas buscaban avanzar sobre el territorio. La primera fue la Expedición Gómez (1836) en la que 4000 soldados recorrieron de Galicia a Cádiz sin obtener ningún resultado positivo. La segunda fue la Expedición Real (1837), encabezada por Carlos María Isidro, quien llegó a Madrid, pero se retiró ante el fracaso.
- Iniciativa isabelina y el Convenio de Vergara (1838-1839): Cuando el ejército isabelino dirigido por Espartero pasó a la ofensiva, el general carlista Maroto propuso negociar el fin de la guerra, firmando el Convenio de Vergara (agosto 1839), sellado simbólicamente con un abrazo entre ambos generales y tras el que Carlos María Isidro se exilió. En el Maestrazgo, el general Cabrera, continuó la lucha hasta que en 1840, Espartero tomó Morella, la principal ciudad carlista.
El Reinado de Isabel II (1833-1868)
El reinado de Isabel II buscaba establecer el Estado Liberal en España y estuvo dividido en dos etapas: las Regencias y el Reinado Efectivo.
La Regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840)
Durante este periodo se llevó a cabo el desmantelamiento total del Antiguo Régimen en dos etapas:
- Transición (1833-1835): Protagonizada por monárquicos reformistas y liberales moderados del Trienio Liberal como Martínez de la Rosa. El jefe de gobierno era Cea Bermúdez. Se publicó el Estatuto Real (1834), una carta otorgada que consistía en un reglamento para la convocatoria de Cortes. Las Cortes eran bicamerales y de carácter consultivo, divididas en Estamento de Próceres (elegidos por la reina) y el de Procuradores (elegidos por sufragio censitario muy restringido). Se llevaron a cabo reformas como el restablecimiento de la Milicia Nacional, la división territorial en provincias y la libertad de prensa e imprenta limitada. El fracaso al intentar compaginar absolutismo y liberalismo, la incapacidad de dirigir el país y la inestabilidad provocada por los carlistas llevaron a la regente a entregar el gobierno a los progresistas en verano de 1835.
- Ruptura (1835-1840): Los progresistas impulsaron la desaparición definitiva del Antiguo Régimen. El nuevo jefe de gobierno, Juan Álvarez Mendizábal, llevó a cabo la Desamortización de 1836 para sufragar la deuda pública y los gastos de la Primera Guerra Carlista. Las medidas fueron consideradas demasiado radicales y la regente entregó el gobierno a los moderados. En agosto de 1836 tuvo lugar un pronunciamiento protagonizado por los sargentos del Cuartel de la Granja de San Ildefonso, que obligó a María Cristina a devolver el gobierno a los progresistas y a remplazar el Estatuto Real. El nuevo gobierno elaboró la Constitución de 1837, que admitía la soberanía nacional, pero otorgaba a la corona mayor papel. Establecía un régimen de soberanía compartida entre la Reina y las Cortes, que eran bicamerales (Congreso de los Diputados y Senado). Esta constitución proclamaba los derechos individuales y daba más fuerza al poder ejecutivo. En 1837, los moderados y la regente recuperaron el control durante tres años. Al perder el gobierno, los progresistas optaron por la insurrección militar para recuperarlo en septiembre de 1840, liderados por el General Espartero.
La Regencia de Espartero (1840-1843)
El General Espartero se convirtió en el nuevo regente y gobernó apoyado por los progresistas. Impulsó un régimen de liberalismo autoritario apoyado en el ejército. Este caudillismo militar y el carácter autoritario de su gobierno le generó enemigos entre los progresistas y el ejército como Narváez, Prim, O’Donnell y Serrano. En política comercial, Espartero intentó firmar un acuerdo de librecambio con Inglaterra que perjudicaba a la industria textil catalana y provocó una protesta urbana en Barcelona (1842) que fue duramente reprimida e hizo caer la popularidad de Espartero. Finalmente, la oposición llevó a cabo una insurrección general civil y militar entre mayo y julio de 1843 que obligó a Espartero a dimitir en agosto. Los moderados accedieron al poder de la mano del artífice del golpe, Ramón María Narváez. Más adelante, tuvieron lugar la Segunda Guerra Carlista (1846-1849) y la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) apoyando a Carlos VI y Carlos VII, respectivamente.
El Reinado Efectivo, los Grupos Políticos y las Constituciones
Una vez desmantelado el Antiguo Régimen, las Cortes aprobaron la mayoría de edad de Isabel II y comenzó un reinado de tendencia muy conservadora, dividido en tres etapas:
La Década Moderada (1844-1854)
El presidente era el líder de los moderados, el general Narváez, quien creó un sistema de gobierno estable pero oligárquico, donde primaba el orden sobre la libertad. Este gobierno era respaldado por las élites económicas del país. El pensamiento moderado era el liberalismo doctrinario, que consideraba que las reformas políticas y sociales estaban acabadas. Narváez aprobó la Constitución de 1845, muy conservadora y que reforzaba la de 1837. Buscaba una soberanía compartida entre las Cortes y el rey, estableció el catolicismo como religión oficial y exclusiva del Estado, suprimió la Milicia Nacional y estableció unas Cortes bicamerales (Senado, elegido por la Corona, y Congreso, seleccionado por sufragio censitario muy restringido). Hubo un aumento del poder regio y se declararon derechos individuales con nuevas restricciones. Narváez buscó un Estado centralizado y uniforme y llevó a cabo reformas como la supresión de la venta de bienes desamortizados o la creación del cargo de Gobernador Civil y de la Guardia Civil. Llevó a cabo reformas en la Hacienda y el sistema tributario con la Ley Mon-Santillán (1845), que modernizaba y simplificaba el sistema de impuestos. El general Narváez tuvo que enfrentarse a problemas con progresistas, demócratas e incluso en su propio partido, además de rebeliones militares, motines urbanos y la Segunda Guerra Carlista. Juan Bravo Murillo presidió el gobierno moderado entre enero de 1851 y diciembre de 1852. Su objetivo principal era modernizar la función pública y sanear la Hacienda pública. En 1851 firmó un concordato con Roma que establecería relaciones entre la Iglesia de Roma y el Estado Español. El clima se empezó a deteriorar en 1849, y surgió en el ala izquierda de los progresistas el Partido Demócrata que pedía recuperar el sufragio universal, establecer Cortes unicamerales y la libertad tanto religiosa como sindical. Esto se conoce como liberalismo democrático. Hubo una desestabilización del gobierno moderado, que estaba muy dividido y no pudo controlar la situación.
El Bienio Progresista (1854-1856)
En 1854 se inició un pronunciamiento en Vicálvaro organizado por moderados de izquierdas, progresistas y las tropas del general O’Donnell. Esta «Vicalvarada» fracasó y huyeron hacia el sur, donde publicaron el Manifiesto de Manzanares (7 de julio de 1854), que pedía, entre otros, una reforma electoral, reforma de imprenta y la vuelta de la Milicia Nacional. Cuando la proclama se extendió por las grandes ciudades, Isabel II mandó formar gobierno al general Espartero, poniendo a los progresistas al frente del gobierno. O’Donnell formó la Unión Liberal, un partido centralista que unía a moderados de izquierdas y progresistas. En este periodo destacaron Prim, Serrano y Topete. Durante dos años gobernaron juntos unionistas y progresistas. Restauraron leyes e instituciones de 1830, elaboraron una nueva Constitución Non Nata de 1856 (similar a la de 1837), tuvo lugar la desamortización civil y religiosa de Pascual Madoz (1 de mayo de 1855) y llevaron a cabo una reordenación económica con leyes como la Ley de Ferrocarriles (1855). Durante este Bienio Progresista hubo un clima de permanente conflicto social. Espartero dimitió en 1856 y la reina mandó formar gobierno a O’Donnell.
El Gobierno de la Unión Liberal (1856-1868)
Comenzó el periodo de alternancia entre moderados y unionistas. Durante los primeros años lideraron los moderados de Narváez, y entre 1858 y 1863 se alternaron con la Unión Liberal de O’Donnell, donde destacaban políticos como Prim o Cánovas del Castillo. Este periodo se caracterizó por el liberalismo pragmático basado en la Constitución de 1845. Hubo transformaciones técnicas y económicas como la creación del caudal de Isabel II (1858) y la red ferroviaria. Los progresistas priorizaron la política exterior donde destaca la Guerra de Marruecos (1859-1860) liderada por Prim. En 1863, O’Donnell dimitió por el desgaste en el gobierno. Por la división de los moderados no se pudo continuar con la alternancia en el gobierno. En 1864, se desató una grave crisis económica y financiera. Los progresistas liderados por Prim comenzaron a denunciar el sistema constitucional y a criticar a Isabel II. En la sublevación del cuartel de San Gil (agosto 1866) progresistas, republicanos y demócratas firmaron el Pacto de Ostende con el objetivo de destronar a Isabel II y convocar las Cortes por sufragio universal. Tras la muerte de O’Donnell (1867) y Narváez (1868), la reina quedó aislada políticamente. Esta crisis política unida a la económica desembocó en la Revolución de «la Gloriosa» en 1868.
El Sexenio Revolucionario: Constitución de 1869, Gobierno Provisional, Amadeo de Saboya y la Primera República
El Sexenio Revolucionario comienza con la Revolución de «La Gloriosa» (1868-1874), un pronunciamiento iniciado por Topete el 18 de septiembre de 1868 y dirigido por Prim y Serrano en Cádiz, con apoyo civil. El pronunciamiento triunfó, Isabel II se exilió tras la victoria de Serrano ante las tropas en Alcolea y se extendió la proclama «Viva España con Honra». Se formó un Gobierno Provisional (1869-1870) presidido por Serrano y formado por progresistas y unionistas. Los demócratas quedaron excluidos y se dividieron en demócratas cimbrios como Manuela Becerra que colaboraron con el gobierno; y republicanos como Pi y Margall, que pedían el cambio de régimen. En enero de 1869 se convocaron elecciones a Cortes Constituyentes, que quedaron distribuidos en carlistas, moderados o alfonsinos, apoyos del gobierno (unionistas, progresistas y cimbrios) y republicanos. Los apoyos del gobierno ganaron las elecciones y se promulgó la Constitución de 1869, que establecía la soberanía nacional y una clara división de poderes (legislativo: Cortes; ejecutivo: Corona y gobierno; y judicial: Tribunales). Las Cortes eran bicamerales (Senado, sufragio universal masculino indirecto; y Congreso, sufragio universal masculino directo). El régimen era una monarquía parlamentaria y democrática y se declararon más extensamente los derechos individuales. En cuanto a la religión, había libertad de culto, pero subvención a la Iglesia Católica. Fue la primera constitución democrática. Tras ser aprobada esta constitución, se nombró regente a Serrano (1868-1871) y más tarde rey al candidato de Prim, Amadeo de Saboya (1871-1873), quien llegó a Madrid el 2 de enero de 1871, tres días después del asesinato de Prim. El nuevo rey contaba con muy pocos apoyos políticos, pues fue rechazado por carlistas, alfonsinos y republicanos; y tuvo lugar una división de los progresistas en el Partido Constitucionalista (liderado por Sagasta) y el Partido Radical (liderado por Zorrilla). La monarquía se convirtió en una sucesión de gobiernos progresistas, unionistas y demócratas, provocando una crisis, agravada por la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de Cuba. Amadeo I abdicó en febrero de 1873 y Zorrilla, junto con los republicanos, proclamó la Primera República (1873-1874), el 2 de febrero de 1873. El primer presidente fue Estanislao Figueras, sucedido por Pi y Margall tras las elecciones de mayo de 1873. Contando ya con una mayoría republicana, se elaboró un nuevo proyecto constitucional en 1873, cuyas principales características eran la república federal unitaria y la soberanía nacional. Tuvo lugar una separación radical entre la Iglesia y el Estado, se dividió la legislación social y la protección a los obreros. Nicolás Salmerón dio un giro a la República hacia la derecha y se convirtió en presidente hasta su dimisión en septiembre de 1873. La república fue derribada por los propios republicanos tras la creación del cantonalismo (movimiento federalista extremo) en julio de 1873 en Cartagena, que resistió hasta enero de 1874. El nuevo presidente era Emilio Castelar, que gobernó de forma autoritaria y buscó apoyos militares como el general Pavía, quien junto con la Guardia Civil irrumpió en las Cortes, reabiertas el 3 de enero de 1874, poniendo fin a la República. Comenzó entonces una República Autoritaria (enero-diciembre 1874) en manos del general Serrano, apoyado en políticos liberales como Topete y Sagasta. Aún no se resolvían la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de Cuba. Esta etapa finalizó con el pronunciamiento militar del general Martínez Campos el 29 de diciembre en Sagunto. El sexenio mostró la debilidad de los apoyos sociales e institucionales con que contaba la democracia española. Pero también produjo importantes transformaciones en legislación y política, posibilitó el desarrollo del movimiento obrero y creó el primer antecedente del constitucionalismo demócrata federal.
El Proceso de Independencia de las Colonias Americanas. El Legado Español en América
La independencia de las colonias españolas en América comenzó con la Guerra de la Independencia y finalizó durante el reinado de Fernando VII, alrededor de 1815. España ya había perdido su imperio colonial y solo conservaba Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Este independentismo fue impulsado principalmente por los criollos, quienes controlaban la riqueza de las colonias. Algunos de los factores que iniciaron este movimiento incluyen:
- El rechazo del monopolio comercial, que perjudicaba a productores, comerciantes y consumidores.
- La centralización política impuesta por los Borbones, que desplazó a los criollos de los puestos políticos más influyentes en beneficio de los peninsulares.
- La influencia de la Ilustración y la independencia de EEUU.
- La debilidad de España reflejada en la Guerra de la Independencia, que provocó el aislamiento de las colonias americanas.
La independencia de estas colonias se dividió en dos etapas:
Primera Etapa (1808-1814)
Comienza en 1808 con la invasión francesa. En América, siguiendo el modelo de las Juntas Provinciales de Defensa peninsulares, se crearon las Juntas de Independencia. Se empezaron a proclamar independencias, con las juntas de Caracas y Buenos Aires como precursoras. En México, el movimiento independentista adquirió un fuerte carácter social con el fin de la esclavitud y el reparto de tierras, pero fue reprimido. El único territorio que consiguió independizarse durante esta etapa fue Paraguay, en 1811.
Segunda Etapa (1814-1824)
En 1814, con la Restauración del Antiguo Régimen tras la vuelta de Fernando VII, surgieron numerosas sublevaciones en América. El rey mandó un ejército de más de 10.000 hombres para restablecer el control. Esta operación fue exitosa en casi todo el territorio, excepto Argentina, que se independizó en 1816 bajo el liderazgo de José de San Martín, quien en 1817 ayudó a Chile a conseguir el mismo objetivo tras la batalla de Chacabuco. Se extendió un movimiento de liberación que llevó a Simón Bolívar a liderar la independencia de Colombia en la batalla de Boyacá (1819), Ecuador en la batalla de Guayaquil (1822) y Venezuela en la batalla de Carabobo (1821). México y Centroamérica se independizaron en 1821 a manos de Iturbide. Esta etapa, y la independencia en su totalidad, finalizaron en 1824 con la emancipación de Bolivia y Perú (batalla de Ayacucho) a manos del general Sucre.
Consecuencias de la Independencia
En España, la independencia de las colonias americanas tuvo consecuencias principalmente económicas como la pérdida del mercado americano, el fin del suministro de materias primas a bajo precio y la disminución en los ingresos de la Hacienda Real. Pero también hubo consecuencias políticas ya que España pasó a ser una potencia de segundo orden en el plano internacional.
En América se dividió el territorio en quince repúblicas independientes, pero fracasaron proyectos unitarios como la Gran Colombia de Simón Bolívar. Al no existir fronteras previas estallaron conflictos entre las nuevas naciones por el territorio. También hubo conflictos por el predominio sociopolítico y económico de los criollos y la marginación de la población indígena. Las nuevas naciones quedaron bajo el control comercial de Francia, Inglaterra y EEUU. Se consolidaron figuras militares a nivel político (caudillos).
El Legado Español en América
La presencia española en América entre los siglos XV y XIX dejó un importante legado en estas regiones. Las principales aportaciones políticas fueron las instituciones influenciadas por las últimas reformas, hasta la Constitución de 1812; y las fronteras basadas en intendencias y capitanías generales (establecidas por los Borbones).
En economía, España llevó innovaciones agrarias, animales, utensilios, técnicas mineras y armas de fuego, entre otras cosas. Impulsó además un sistema económico basado en la exportación y explotación de materias primas a bajo precio.
Socialmente, el español se convirtió en el idioma oficial de las colonias, el cristianismo era la religión oficial y los matrimonios mixtos permitieron el mestizaje que conllevó una jerarquización social.
En cultura se fundaron universidades y las ciudades siguieron el modelo español. En arte, el Barroco y el Renacimiento se mezclaron con elementos propios indígenas y aumentó la representación en la arquitectura.
Deja un comentario