12 Dic
La Ética según Aristóteles
Para Aristóteles, la ética tiene como objetivo alcanzar el fin propio del hombre, al que se dirigen todas las actividades humanas: la felicidad. Mientras que la ética se encarga de la felicidad individual, la política busca la felicidad del conjunto social. Al ser el hombre un ser sociable por naturaleza, la felicidad del individuo está unida a la felicidad del cuerpo social al que pertenece. Por lo tanto, Aristóteles concluye que la ética es una parte de la política y debe estar supeditada a ella: la felicidad del conjunto social es más importante que la del individuo.
Aristóteles sostiene que, del mismo modo que un manzano tiene una finalidad específica (dar manzanas), el hombre debe tener una finalidad propia y exclusiva. Para descubrirla, debemos investigar qué es el hombre. Según el discípulo de Platón, el hombre es un ser racional. La racionalidad es el ser específico del hombre, por lo que la felicidad queda definida como “actividad racional” cuando esta actividad está reglada por la virtud. La actividad racional es una actividad medida y armónica, ya que toda actividad desmedida y sin armonía carece de razón. Por esto, Aristóteles define que el camino para alcanzar la felicidad es la búsqueda de un justo medio entre los extremos. Aristóteles reconoce que es difícil estipular dónde está el justo medio, ya que la ética no es una ciencia exacta como las matemáticas y, en muchas ocasiones, no es un punto medio simétrico entre los dos extremos (el valiente se acerca más al temerario que al cobarde).
La Virtud y el Conocimiento
Aristóteles se aleja del intelectualismo socrático que vincula la virtud con el conocimiento. Para él, la virtud es la disposición del alma, es decir, la capacidad y la aptitud de esta para comportarse de un modo determinado. La virtud, entonces, se adquiere a través del ejercicio y el hábito. Esto significa que para que un hombre se haga justo, es menester que practique la justicia. Aristóteles considera que nadie se hace justo por «naturaleza» (aunque una predisposición natural sea importante) ni tampoco resulta suficiente la enseñanza.
La Virtud y la Felicidad
La felicidad es lo que todos los hombres quieren, pero no está allí donde la mayoría suele buscarla: la felicidad no radica en la riqueza, ni en los honores, ni en el éxito. La felicidad está en la vida virtuosa. ¿Cuál es nuestra función en este mundo? Solo la respuesta a preguntas como esta nos da la clave de la virtud y, en consecuencia, de la felicidad. Aristóteles, para contestar al interrogante, repara en los tres géneros de la vida que ya Platón había separado: la vida vegetativa (propia de las plantas), la vida sensitiva (propia de los animales) y la vida racional (propia del animal racional que es el hombre). En una ética como la griega, dirigida a la formación del carácter, lo que se busca no es eliminar los deseos, sino más bien encauzarlos hacia ese fin que es la virtud o la felicidad. Es decir, tratar de conseguir que los deseos y la sensibilidad de cada uno no obstaculicen ni entorpezcan el camino hacia la vida feliz.
Las ideas no son el punto de partida del conocimiento moral: no sabemos qué es el bien porque conozcamos la definición ideal del bien, como no sabemos qué es la salud a partir de una definición teórica y general de la vida sana. Aprendemos a ser buenas personas, virtuosas, en la práctica, enfrentándonos con situaciones difíciles y procurando elegir bien y tomar la decisión más correcta o la menos equivocada. La virtud es una actividad práctica consistente en saber escoger el término medio, un término medio peculiar en cada caso y para cada persona, que escapa a las definiciones generales.
La Virtud y el Término Medio
La vida feliz es una vida “reglada” por la razón y no abandonada al desorden de deseos y pasiones, reglas que tienen que ver con la moderación porque las cosas se destruyen (se “desvirtúan” o dejan de ser ellas mismas) tanto por exceso como por defecto. Aristóteles nos ha dejado distintas listas de virtudes. Para entender el significado de la idea de virtud, conviene fijarnos en las cuatro virtudes cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
Clasificación de las Virtudes Aristotélicas
Las virtudes aristotélicas se clasifican en dos grandes tipos:
- Virtudes éticas: Se adquieren por la costumbre y contribuyen a formar el carácter.
- Virtudes dianoéticas: Se adquieren por la enseñanza.
Esta clasificación es consecuencia del rechazo de Aristóteles a una concepción puramente intelectual de la virtud, así como de la convicción de que la vida virtuosa, propia de la existencia humana, no consiste en una actividad exclusivamente racional, sino también sensitiva, que tiene que ver con las emociones y no solo con la razón. Ser virtuoso no consiste en realizar de vez en cuando un acto virtuoso, sino en serlo durante toda la vida.
Ética a Nicómaco
La famosa Ética a Nicómaco, que Aristóteles dirige a su hijo, es considerada una de las más bellas y profundas obras del genio estagirita. Allí, indica que toda actividad humana debe dirigirse hacia la consecución de la felicidad, al bien, el cual no consiste en otra cosa sino en la satisfacción del espíritu. Una satisfacción que, acota, no debe entrar jamás en contradicción con la del prójimo. (Realmente, me pregunto cómo puede llegar a lograrse esto más que como un ideal utópico, pero esto es una digresión mía). La Ética a Nicómaco es una exaltación, un elogio a la búsqueda de la virtud y esa famosa búsqueda del «justo medio», la férrea oposición a todo mal, la defensa de la libertad de poder elegir sin ataduras. Se alaba la honestidad, la templanza y la magnanimidad, el buen uso de la inteligencia y el amor al estudio, a las ciencias y al arte como medios de perfección. La ética, esto es, «la costumbre», «el hábito», debe conducir al cultivo de una amistad serena y facilitadora de la relación entre las personas. Aristóteles, en los capítulos octavo y noveno de su Ética, hace un verdadero elogio de la amistad, un canto al amor «philia». Te dejo una breve cita de allí: «Y cuando se ama al amigo, se ama lo bueno para uno mismo, pues si el hombre bueno se convierte en amigo, se convierte en un bien para aquel de quien es amigo».
El Imperativo Categórico de Kant
El Imperativo Categórico rige dos conceptos filosóficos importantes: la ética y la moral. La ética es la pregunta del sentido de la vida o la existencia: ¿Para qué hago esto o aquello? ¿Por qué lo hago? ¿Con qué finalidad? ¿Esto es positivo para mí? ¿Esto es positivo para los demás? La moral, por el contrario, se centra en el campo de la acción o «praxis», es decir, a la hora de actuar. Si uno decide actuar de una forma u otra y lo hace, entonces su acción entra en el territorio de la moral. Así, la ética es el acto reflexivo antes de una acción, y la acción entra en el terreno de lo «moral». Todo esto es solo para poder entender mejor el Imperativo Categórico.
Imperativo Categórico es todo aquello que se impone, que «impera» sobre lo demás porque es lo que SE DEBE HACER, no lo que se quiera hacer porque uno así lo supone. El imperativo es atenerse a la regla de tomar tal o cual postura frente a algo. El Imperativo Categórico de Kant está dividido en tres preceptos que, a la vez, forman una unidad, porque sin una de sus partes no puede funcionar ni existir como imperativo. Estas tres divisiones son las siguientes:
- Obra solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal.
- Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca solo como un medio.
- Obra como si por medio de tus máximas, fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines.
Este Imperativo Categórico hace que las posiciones éticas se transformen en acciones morales que creen bienestar para todos, independientemente de la conveniencia del sujeto que se ha formulado la pregunta por el sentido de la vida o ha tomado una postura por el mismo concepto (ética). Así, si a mí me gusta que me traten con dignidad y respeto, para poder obtenerlo debo dar lo mismo a cambio y SIEMPRE, no solo cuando me convenga. «Ama a tu prójimo como a ti mismo», dice una filosofía religiosa. Este es un ejemplo del primer precepto del Imperativo Categórico.
Siguiendo con el ejemplo de hacer lo que deseo para mí como regla universal, pasamos a la explicación del segundo precepto, en que esta acción de amar a mi prójimo como a mí mismo tiene que ser un fin por sí mismo y no un medio para alcanzar lo que me convenga. El último fin debe ser el interés por la humanidad y no el interés personal o el beneficio personal. Así, se toma a la humanidad y a las acciones en pro de ella como un fin y no como un medio para alcanzar mis metas.
En cuanto al tercer precepto, este prácticamente dice que los dos imperativos anteriores deben ser aplicados como si uno fuese el rector de toda acción humana, es decir, aquel que dirige y juzga las acciones de los demás, porque «con la misma vara que uno mide, será medido».
Con el Imperativo Categórico, Kant busca que la acción moral esté centrada en el sujeto y viendo de «dentro hacia fuera» para que lo de «fuera también se lleve dentro», de manera que todas las acciones sean tomadas con pleno conocimiento de causa y de acuerdo a las leyes de correspondencia entre la acción y la reacción, la causa y el efecto. Con ello, las personas se hacen responsables de sí mismas y, por consecuencia, de la sociedad en la que viven, evitando con ello que piensen en el bien propio como centro egoísta de sus acciones, para pasar a un nivel de más trascendencia y ver por el bien común a partir de la responsabilidad personal.
Ética Kantiana: La Razón Práctica
«Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan solo de una buena voluntad» (Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant).
La actitud de Kant frente a la problemática metafísica es algo ambigua, ya que afirma, por un lado, que no conocemos ni podemos conocer el absoluto (puesto que el conocimiento humano se limita a la experiencia) pero, al mismo tiempo, considera al hombre un ente dotado de razón, facultad de lo incondicionado, de manera tal que la metafísica es considerada una necesidad natural en el hombre. El hombre no puede ser indiferente a la problemática metafísica; tal es la razón por la cual siempre tomamos alguna posición al respecto. Kant busca resolver esta aparente contradicción, pero no en el plano gnoseológico sino en el moral, en el campo de la razón práctica (es decir, la razón en tanto determina la acción del hombre). Si bien no podemos alcanzar el absoluto, sí tenemos cierto acceso a algo que se le acerca. Este contacto de aproximación se da en la conciencia moral, o la conciencia del bien y del mal, lo justo y lo injusto, lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer. La conciencia moral es, para Kant, la presencia de lo absoluto o, al menos, parte del absoluto en el hombre. La conciencia moral manda de modo absoluto, ordena de modo incondicionado. Nos dice: «me conviene ser amable con él porque así evitaré problemas». Este sería un criterio de conveniencia. La conciencia moral dirá: «debo ser amable con él porque es mi deber tratar bien a la gente», y no importa si ello me cuesta la vida, la fortuna, o lo que fuere. El mandato de la conciencia no está condicionado por las circunstancias. Puede suceder que uno no cumpla con su deber, pero eso no le quita autoridad al mandato absoluto. El deber no supone conveniencias, satisfacciones o estrategias; es un fin en sí mismo. La conciencia moral es, entonces, la conciencia de una exigencia absoluta que no se explica y que no tiene sentido alguno desde el punto de vista de los fenómenos de la naturaleza. En la naturaleza no hay deber, sino tan solo suceder. Una piedra no «debe» caer; simplemente, «cae».
La Conciencia Moral
Mientras que en la naturaleza todo se encuentra condicionado por las leyes de la causalidad, en la conciencia moral rige un imperativo que no conoce condiciones, un imperativo categórico. La conciencia moral dice ‘no mentirás’ sin condicionar en modo alguno el mandamiento. No establece circunstancias particulares bajo las cuales la ley tiene validez o no. El mandato es siempre absolutamente válido. De otra forma, no sería una exigencia moral. Kant diferencia el imperativo categórico del imperativo hipotético. En este último, el mandato se halla condicionado o reducido a una circunstancia determinada: ‘si quiero ganar su confianza, no debo mentir’. Porque si no es importante para mí ganar su confianza, mentir o no mentir deja de ser un mandato.
La Buena Voluntad
De acuerdo a la ética de Kant, solo la buena voluntad es absolutamente buena en tanto que no puede ser mala bajo ninguna circunstancia: «La buena voluntad no es buena por lo que se efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto, es buena solo por el querer, es decir, es buena en sí misma» (Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant). Analicemos el pasaje citado: Imaginemos que una persona se está ahogando en el río; hago todo lo posible por salvarla, pero no lo logro. La persona muere, de todas formas. Imaginemos ahora que hago todo lo posible por salvarla y que tengo éxito, salvando su vida.
El Deber
El deber refiere a que la ‘buena voluntad’, bajo ciertas limitaciones, no puede manifestarse por sí sola. El hombre no es un ente puramente racional, sino que también es sensible. Kant observará que las acciones del hombre, en parte, están determinadas por la razón, pero existen también ‘inclinaciones’ como el amor, el odio, la simpatía, el orgullo, la avaricia, el placer, etc., que también ejercen su influencia. El hombre reúne en su juego la racionalidad y las inclinaciones, la ley moral y la imperfección subjetiva de la voluntad humana. Entonces, la buena voluntad se manifiesta en cierta tensión o lucha con estas inclinaciones, como una fuerza que parece oponerse. En la medida que el conflicto se hace presente, la buena voluntad se llama deber. Si una voluntad puramente racional sin influencia alguna de las inclinaciones fuese posible, sería, para Kant, una voluntad santa (perfectamente buena). De esta forma, realizaría la ley moral de modo espontáneo, esto es, sin que conforme una obligación. Para una voluntad santa, el ‘deber’ carecería entonces de sentido, en tanto que el ‘querer’ coincide naturalmente con el ‘deber’. Pero en el hombre, la ley moral suele estar en conflicto con sus deseos.
Tipos de Actos según el Deber
Se distinguen así tres tipos de actos:
- Actos contrarios al deber: Siguiendo el ejemplo de la persona que se está ahogando en el río, supongamos que, disponiendo de todos los medios necesarios para salvarla, decido no hacerlo porque le debo dinero a esa persona y su muerte me librará de la deuda. He obrado por inclinación, esto es, no siguiendo mi deber sino mi deseo de no saldar mi deuda y atesorar el dinero.
- Actos de acuerdo al deber y por inclinación mediata: El que se ahoga en el río es mi deudor. Si muere, no podré recuperar el dinero prestado. Lo salvo. En este caso, el deber coincide con la inclinación. Se trata de una inclinación mediata porque el hombre que salva es un medio a través del cual conseguiré un fin (recuperar el dinero prestado). Desde un punto de vista ético, es un acto neutro (ni bueno ni malo).
- Actos de acuerdo al deber y por inclinación inmediata: Quien se está ahogando es alguien a quien amo y, por lo tanto, trato de salvarlo. También el deber coincide con la inclinación. Pero en este caso es una inclinación inmediata porque la persona salvada no es un medio sino un fin en sí misma (la amo). Pero para Kant, este es también un acto moralmente neutro.
- Actos cumplidos por deber: El que ahora se ahoga es un ser que me es indiferente… no es deudor ni acreedor, no lo amo; simplemente, un desconocido. O, peor aún, es un enemigo, alguien que aborrezco, y mi inclinación es desear su muerte. Pero mi deber es salvarlo, y lo hago, contrariando mi inclinación. Este es el único caso en que Kant considera que se trata de un acto moralmente bueno, actos en los que se procede conforme al deber y no se sigue inclinación alguna.
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