12 Dic
El Realismo y Naturalismo en la Literatura Española del Siglo XIX
El último tercio del siglo XIX está marcado en la literatura española por la presencia de una tendencia narrativa que había triunfado en Europa en las décadas anteriores y que tenía a Madame Bovary, de Gustave Flaubert, como obra más representativa: el realismo.
El realismo pretende reproducir la realidad de la forma más fiel y objetiva posible, a través de la observación y la crítica. Se produce, pues, un cambio de óptica frente al subjetivismo romántico, motivado por causas como el desarrollo de las ciudades y la burguesía, que origina a su vez el nacimiento del proletariado, una clase social muy desfavorecida; la filosofía positivista, que señala que todo puede explicarse por leyes físicas; o el avance de las ciencias experimentales y de la genética. Todos estos cambios condicionan la visión de mundo de los escritores de la época, que aplicarán a la literatura, sobre todo a través de la novela.
La nómina de autores realistas es extensa, con nombres como Juan Valera (Pepita Jiménez) o José María Pereda (Peñas arriba). El máximo exponente de esta tendencia es Benito Pérez Galdós, autor de una voluminosa obra que novela los episodios históricos claves del siglo XIX (Episodios Nacionales) y retrata la forma de vida del Madrid de la época con una visión profunda y pesimista, y mediante la creación de personajes inmortales, que dan título a alguna de sus mejores novelas (Doña Perfecta, Marianela, Fortunata y Jacinta, Tormento).
A finales de siglo, la aplicación del determinismo a la literatura se plasmará en la novela naturalista. Esta corriente afirma que el individuo está fuertemente condicionado por la herencia genética y el medio en que vive y se manifiesta sobre todo en las novelas del francés Émile Zola. En España, la propagación del naturalismo se topa con la religiosidad de nuestros autores, pero se advierten cambios en la perspectiva narrativa, centrada ahora en las clases más desfavorecidas, y en la crítica social, que se acentúa. Destacamos a Vicente Blasco Ibáñez (Cañas y barro, La barraca), Emilia Pardo Bazán (Los pazos de Ulloa), quien, además, introduce el movimiento en España a través de sus artículos (La cuestión palpitante), y, sobre todo, Leopoldo Alas, Clarín, con una de las grandes novelas de la época (La Regenta).
La Generación del 98 y la Renovación de la Novela
El surgimiento de los autores del 98 viene condicionado por la crisis de finales del siglo XIX y por el agotamiento de la literatura realista y naturalista. Por ello, manifiestan su rechazo, por un lado, a las costumbres de la sociedad española y, por otro, al objetivismo propio de estas narraciones, centrado más en lo superficial que en lo esencial de la propia realidad.
Un año clave para este grupo es 1902, cuando se publican cuatro títulos que presentan una nueva concepción de la novela: La voluntad, de Azorín; Camino de perfección, de Pío Baroja; Sonata de Otoño, de Valle-Inclán; y Amor y pedagogía, de Unamuno.
Pese a que cada autor tiene su forma personal de narrar, destacamos dos rasgos comunes:
- Temas similares:
- España, a la que pretenden redescubrir a través del paisaje (sobre todo el de Castilla), las personas que lo habitan (que conforman la «intrahistoria», según Unamuno) y la literatura (con la valoración de clásicos como Manrique, Berceo, Rojas y, especialmente, Cervantes y su Quijote, que ven como símbolo del comportamiento de los españoles).
- El sentido de la vida y la existencia, que los lleva a abordar aspectos como el tiempo o las relaciones del hombre con Dios.
- Estilo sencillo y claro (antirretoricismo), pero con fuerza expresiva, precisión léxica, subjetividad y naturalidad en la sintaxis.
Miguel de Unamuno y la «Nivola»
Miguel de Unamuno cultiva todos los géneros (narrativo, lírico, dramático y ensayístico), en los que plasma sus inquietudes personales y filosóficas: tanto la preocupación por España como sus dudas vitales (relación del hombre con Dios, la eternidad y la nada, la angustia existencial, etc.).
Su producción narrativa culmina en lo que él denominó «nivola», cuyo máximo exponente es Niebla, novela en la que Augusto Pérez, el protagonista, se enfrenta al autor, que había decidido su muerte. Otras obras importantes de este autor son La tía Tula, en torno al sentimiento de maternidad; Abel Sánchez, que trata el tema del cainismo (la envidia al hermano o al amigo fraternal); y San Manuel Bueno, mártir, protagonizada por un cura que ha perdido la fe, pero se sacrifica por todos sus feligreses.
Pío Baroja: Novela Abierta y Personajes Inadaptados
Pío Baroja es el gran novelista de la generación. Concibe la novela como un género abierto en el que cabe todo: desde la reflexión filosófica a las aventuras. Baroja no se preocupa por la composición ni por la unidad de acción, sino por la continuidad de los episodios, poblados por multitud de personajes. Entre ellos destacan los protagonistas, seres inadaptados que se enfrentan al mundo de dos maneras: observando sin actuar (el intelectual abúlico al estilo de las novelas de sus contemporáneos) o mediante la acción. En cualquier caso, ambas formas de entender la vida acaban en fracaso, de ahí el tono agrio y pesimista de muchas de sus novelas.
En cuanto a su estilo, se le ha tachado de tosco o poco artístico, pero esto responde al antirretoricismo propio de su generación. En sus novelas, predominan los párrafos breves y la frase corta, el léxico claro y sencillo, con coloquialismos, los diálogos naturales y la maestría en la descripción, que realiza a veces en grandes pinceladas (descripción impresionista).
La obra de Baroja es inmensa (98 volúmenes) y se reúne en trilogías. De este corpus destacan novelas como Zalacaín el aventurero y Las inquietudes de Shanti Andía, cuyos protagonistas son hombres de acción; La busca, protagonizada por un pícaro, Manuel; El árbol de la ciencia, cuyo personaje principal es Andrés Hurtado, quien comparte rasgos con el propio autor; etc. La serie Memorias de un hombre de acción está compuesta por veintidós novelas históricas.
Transición al Novecentismo
Los primeros años del siglo XX vienen marcados por una reacción contra las tendencias narrativas del siglo XIX (realismo y naturalismo). Entre los jóvenes narradores (generación del 98) es firme el deseo de romper con los temas y las formas de la novela anterior, ya agotada. De este modo se introducen cambios en la perspectiva de la narración o en la aplicación de las técnicas impresionistas a este género. Más tarde, el novecentismo profundiza en esa reacción contra lo que considera decimonónico o cargado de sentimentalismo; así, los autores rechazan tanto la literatura romántica como la realista y se inclinan por un arte «puro», una novela intelectual, minoritaria, con un lenguaje pulcro y equilibrado. En los años 20 y 30, la narrativa española seguirá dos tendencias: la novela deshumanizada propia del novecentismo, con influencia también de las vanguardias, y la novela social, más preocupada por la situación de España y del mundo en esos momentos.
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