11 Mar
1. Introducción
La Guerra Civil supuso un profundo corte en la evolución literaria española debido a muchas razones: la muerte de algunos escritores (Unamuno, Valle), el exilio obligado de otros (Francisco Ayala), las nuevas circunstancias políticas, la censura, etc. Como consecuencia de todo ello, la novela española en este periodo debe, casi, comenzar de nuevo.
2. La Generación Perdida
A los escritores que se exiliaron después de la Guerra Civil se los conoce como la generación perdida. Las diferencias narrativas entre ellos son importantes, pero su obra coincide en los planteamientos argumentales: las consecuencias de la Guerra Civil y un sentimiento ambiguo de atracción y rechazo respecto a la patria perdida. Entre los autores que forman parte de esta generación perdida, destacaremos los siguientes:
- Ramón J. Sender. La obra de Ramón J. Sender (1902-1982) se mueve entre el compromiso ideológico y la denuncia social. Sus dos obras más destacadas son Crónica del alba (1942-1966), novela autobiográfica en nueve volúmenes, y Réquiem por un campesino español (1953), que narra los difíciles años de la Guerra Civil.
- Max Aub. Max Aub (1903-1972) utiliza un lenguaje profundo, con vivos diálogos y cambios de punto de vista. Su visión es crítica y comprometida. El ciclo El Laberinto mágico (1938-1968), formado por seis novelas, narra toda la Guerra Civil con un lenguaje rico, sonoro y sutil.
- Rosa Chacel. Las señas de identidad de Rosa Chacel (1898-1994) están en la caracterización de sus personajes femeninos y sus descripciones. En Memorias de Leticia Valle (1946), se cuenta en primera persona la vida de una adolescente.
- Francisco Ayala. La obra de Francisco Ayala (1906-2009) habla del poder con un lenguaje culto e intelectual que nos invita a la reflexión. En Muertes de perro (1958), critica las dictaduras, y en El fondo del vaso (1962), la corrupción burguesa.
3. La Novela de los Años 40: La Novela Existencial-Tremendista
Los 40 son años difíciles de posguerra y de dictadura franquista, de aislamiento internacional, pobreza, hambre, represión y censura. En este periodo destaca una novela que persigue la descripción de la realidad, y en la que podemos diferenciar tres tendencias, que comparten el hecho de que giran en torno a la amargura de las vidas cotidianas, la soledad, la inadaptación, la muerte y la frustración.
a. Novela Tremendista
En el caso de la novela tremendista, los protagonistas son seres marginados socialmente (Pascual Duarte, en la novela de Cela, es un condenado a muerte). En las novelas de esta tendencia resalta la aparición de historias violentas, que presentan una visión desagradable de la vida, empleando para ello un lenguaje tosco y un estilo expresivo a través del cual aparecen seres degenerados o miserables. Destaca, fundamentalmente, La familia de Pascual Duarte, publicada en 1942 por Camilo José Cela, y que inaugura la corriente tremendista de la novela existencial. Narra en primera persona la vida de Pascual Duarte, un violento campesino extremeño que espera su ejecución en la cárcel.
La estructura de la novela se plantea como un juego de máscaras narrativas (perspectivismo) que distancian al autor del texto para dar verosimilitud a la narración. Está contado en primera persona buscando la intimidad y empatía del lector. Recuerda al modelo narrativo que aparece en El Lazarillo o El Quijote: hay una nota de un transcriptor que lleva a imprenta el manuscrito de Pascual Duarte, una carta del protagonista a Joaquín Barrera López en la que le entrega sus memorias, las propias memorias del condenado…
El personaje de Pascual Duarte es una víctima de la fatalidad que busca la misericordia del lector como si se tratara de una tragedia griega o una obra lorquiana. El propio confesor nos dice del reo que es «un manso cordero acorralado y asustado por la vida», en clara referencia al «cordero pascual» católico. Al final, el lector no sabe a qué atenerse y considera a Pascual Duarte como un «asesino inocente».
El lenguaje es preciso y expresivo, con diálogos breves pero ágiles que ayudan al avance de la acción. Cela cuida la descripción del paisaje y de los personajes. Y, a pesar de los numerosos vulgarismos y dialectalismos, la obra rezuma de un singular lirismo con numerosos recursos estilísticos: antítesis, metáfora, metonimia…
b. Realismo Convencional
El realismo convencional supone una tendencia continuista respecto a la narrativa anterior a la Guerra Civil, con autores que, por lo tanto, no hacen experimentación técnica ni ejercicios de estilo, sino que simplemente describen con realismo escenas de la vida cotidianas de los seres humanos, introduciendo en sus obras cierto pesimismo crítico. Destacaremos en esta tendencia a Miguel Delibes (1920-2010), considerado como el máximo representante del realismo intimista. En La sombra del ciprés es alargada, nos habla de tristeza y frustración, pero los opone a la resignación religiosa.
c. Realismo Existencial
Esta tendencia se centra en los problemas existenciales del individuo desde una perspectiva subjetiva, resaltando en estas obras los temas relacionados con la incertidumbre sobre el destino y la incomunicación entre personas que provoca la sociedad, la mirada hacia el sufrimiento de las personas para lo que se emplea el narrador en primera persona y el monólogo interior, siendo la propia vida, el día a día, de los personajes el argumento de obras que siguen un orden cronológico y en las que se abandona cualquier virtuosismo estilístico.
En esta tendencia destaca la figura de Carmen Laforet (1921-2004), quien con tan solo 23 años publica su obra Nada (1945), en la que realiza una descripción de una sociedad de postguerra en la que refleja el estancamiento y la pobreza. Esta novela se convirtió en un grito de rebeldía ante los estragos morales de la Guerra Civil. Su narrativa destaca por la espontaneidad y la naturalidad en el lenguaje, la aparición de temas característicos del realismo existencial como la miseria material y moral de la posguerra o la desilusión de la realidad. En La mujer nueva (1955), rompe con el existencialismo para hablarnos de la fe, periodo que coincide con su acercamiento a la religión católica. En su principal novela, Nada, se aprecia ya la posguerra desde sus primeras páginas. Está contada por Andrea, una joven huérfana que llega a Barcelona para realizar su idea soñada de una vida en libertad. Se aloja en casa de su abuela materna donde no encuentra más que egoísmo, odio y represión moral. La universidad tampoco colma sus expectativas y ve cómo se van reduciendo sus vivencias a nada. Es entonces cuando comprenderá que la nada se encuentra en uno mismo.
4. La Novela de los Años 50: El Realismo Social
Una etapa posterior iniciada sobre 1950 será la del realismo social o novela social, se pone el énfasis ahora en el “nosotros”, en el sentimiento colectivo; poco a poco, se va introduciendo la crítica social en estas obras, aunque muy mediatizada por la presencia de la censura.
Entre los autores representativos de esta tendencia recordaremos a Camilo José Cela (La Colmena), Miguel Delibes (El camino), o el andaluz José Manuel Caballero Bonald (Dos días de septiembre); obras en las que la temática gira en torno a los conflictos sociales. De todos modos, sin duda la obra más significativa de este periodo es El Jarama (1956) de Rafael Sánchez Ferlosio.
A. La Colmena
Fue publicada en Buenos Aires en 1951 y no se publicó en España hasta cuatro años después, debido a la censura franquista. La colmena es una crónica imprescindible para conocer la historia de la España de posguerra. Narra la vida de cientos de personajes fracasados que deambulan Madrid, una ciudad asolada por la guerra y con un futuro incierto.
La estructura de la novela se ejecuta a partir de un conjunto de doscientos trece episodios en seis capítulos y un epílogo. Es una novela sin argumento, con un final abierto, donde las secuencias narradas se yuxtaponen (técnica caleidoscópica) desde diferentes puntos de vista y son hilvanadas por un narrador omnisciente. El personaje destacado es Martín Marco, un hombre que vive de prestado, sin presente ya que está indocumentado a causa de su pasado y que, por tanto, no tiene futuro. El autor se esconde tras sus personajes (parados, empleados, escritores…), dejándoles hablar y actuar para así retratar a una sociedad asustada y oprimida que vive como las abejas en una colmena azuzada por la posguerra. El lenguaje tiende a la sencillez. Aparecen todos los registros lingüísticos con los que se construyen diálogos auténticos, unas veces tristes y desgarrados, y otras irónicos y satíricos, sin por ello dejar en el lector la sensación de que está leyendo una obra vulgar, sino más bien una novela llena de lirismo, donde el relato es sustituido por la vida que pasa y que avanza hacia ninguna dirección.
B. El camino
En esta novela se hace una alabanza del mundo rural por oposición al progreso de la ciudad. Daniel el Mochuelo, en busca del tiempo perdido, recuerda su vida cotidiana en el pueblo en compañía de sus amigos Roque el Moñigo y Germán el Tiñoso la noche previa a su marcha a la capital para estudiar el bachillerato.
La estructura corresponde a la tradicional del relato. Se divide en planteamiento, en el que Daniel empieza a recordar su vida; nudo, en el que narra cómo han sido sus vivencias en el pueblo; y desenlace, que se desarrolla en su último día antes de partir. Los personajes infantiles simbolizan la defensa de la naturaleza. Daniel, a pesar de su juventud, comprende que la auténtica vida se encuentra en el pueblo y no en la ciudad. Los adultos quedan fuera de este universo idealizado.
El lenguaje de El camino es la demostración de que se puede escribir como se habla, sin una sintaxis compleja. El propio autor nos dice que había que escribir «de forma que el texto sonara en los oídos del lector como si lo estuviéramos contando de viva voz».
C. El Jarama
La obra que se desarrolla durante 16 horas de un domingo de verano y en la que destaca la constante presencia de un diálogo que refleja el habla coloquial y caracteriza a los personajes. Comienza en la fonda de Mauricio, allí el buen hombre va atendiendo a los parroquianos, al rato llegan unos jóvenes de Madrid, le piden permiso para dejar las bicis en el patio antes de bajarse para pasar una jornada estival a la orilla del rio Jarama.
La novela transcurre entre esos dos escenarios. En la taberna de Mauricio por donde van desfilando parroquianos y visitas y donde la gente habla, juega a las ranas, al dominó, porfía, entran y salen, intercambian comentarios de trascendencia limitada, y el rio dónde los jóvenes excursionistas hacen lo mismo, se bañan, meriendan, hablan y juegan. Y eso es todo, no sucede nada digno de mención, el propósito original del libro era el de servir de fresco social, una forma de entender la realidad social de los años 50.
5. La Novela de los Años 60: La Novela Experimental
Los 60 son años de cambios importantes en España en los aspectos económico y cultural. El cambio político no llegará hasta 1975 con la muerte del general Franco, pero la transformación en la novela se había producido bastante antes. La fecha de 1962 se considera el inicio de esta nueva etapa, en este año se publica Tiempo de silencio de Martín Santos y La ciudad y los perros de Vargas Llosa; obras en las que se aprecia el inicio de nuevas formas narrativas. Entre los autores y obras representativas resaltaremos:
A. Tiempo de silencio
Martín-Santos marca un antes y un después en la novela española con la publicación en 1962 de Tiempo de silencio. Supone el final de la novela social y el inicio de la renovación intelectual de esta década, iniciando una tendencia experimental que rechaza el realismo objetivo y presenta toda una serie de elementos originales en lo que afecta a su estructura narrativa y la técnica del lenguaje empleados. La obra inauguró un nuevo ciclo en la novela española de la posguerra. Causó sensación entre los principales novelistas del momento, que tardaron unos años en evolucionar hacia la poética experimentalista. Luis Martín Santos sitúa esta novela en 1949, cuando él frecuentaba los ambientes literarios del momento, orientándose hacía el marxismo y el antifranquismo y reaccionando contra la pobreza artística e intelectual de la narrativa objetivista del realismo social. El estilo es heterogéneo y barroco, y la metáfora, la metonimia y la ironía sirven como instrumento para burlar a la censura. Pero tras este desfile de suciedad: pensiones, burdeles, chabolismo, y de este bucear por las lacras de aquel tiempo, Martín Santos conecta con la tradición española de Quevedo y Valle-Inclán, aunque sin olvidar las innovaciones técnicas, siguiendo a Kafka y a Thomas Mann. El protagonista, Pedro, acaba, como ciertos personajes de Azorín y Baroja, sumiéndose en la ataraxia en un ambiente derrotista y desesperanzador. Se trata, en el fondo, de una crítica de la sociedad burguesa española y de una meditación sobre la posibilidad en tal ambiente, de un proyecto de vida personal en libertad.
B. Cinco horas con Mario
Miguel Delibes llega a la cumbre de su narrativa con Cinco horas con Mario (1966), obra formada por una introducción y una conclusión que enmarcan un largo monólogo interior de una mujer que vela a su marido recién fallecido, a quien su esposa recrimina su idealismo y su defensa de las clases más desprotegidas.
La estructura de la obra se organiza como un monólogo, un diálogo en el que el interlocutor no puede responder, pues es un cadáver. De algún modo, las personalidades de Carmen y Mario simbolizan las diferencias ideológicas de la España de la época: Carmen es una mujer tradicional y clasista, mientras que Mario representa al hombre liberal e idealista, defensor de los más oprimidos. El lenguaje utilizado corresponde con el habla coloquial y familiar: interjecciones, muletillas, elipsis, uso de frases hechas o la imprecisión léxica habitual en las formas orales. De algún modo, los constantes reproches que Carmen dirige a su difunto marido se hacen como si este estuviera con vida y presente, por lo que la función apelativa y los vocativos están muy presentes, así como el empleo de oraciones imperativas.
6. Conclusión
En definitiva, asistimos a un periodo condicionado por la situación política y social, que dificultan la actividad artística en general y, en particular, la literaria. De todos modos, en este contexto, la narrativa consigue superar todas estas trabas para ir, paulatinamente, desarrollándose y encontrando nuevos modelos estilísticos y de expresión.
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