21 Mar
La Poesía Española Tras la Guerra Civil (1936-1939)
La Guerra Civil Española (1936-1939) marcó una ruptura determinante en la poesía. Tras la contienda, los poetas se dividieron en dos grupos: la **poesía arraigada**, cultivada por los partidarios del Régimen, con una visión serena e inspirada en los clásicos, y la **poesía desarraigada**, de tono existencialista y angustioso.
Poesía Arraigada
La poesía arraigada se caracteriza por su clasicismo formal, el uso de versos tradicionales y temas como la religión, la belleza del paisaje y el amor. Entre sus representantes destacan Luis Rosales (La casa encendida), Leopoldo Panero y Dionisio Ridruejo.
Poesía Desarraigada
Por otro lado, la poesía desarraigada utiliza un lenguaje desgarrado y violento, abordando la angustia, la soledad y el caos. Destacan Dámaso Alonso (Hijos de la ira), Victoriano Crémer, Eugenio de Nora y José Hierro (Quinta del 42).
La Poesía Social y el Exilio
El exilio afectó a numerosos poetas del 27 y otros como León Felipe, cuya poesía refleja la nostalgia por España y la denuncia política (Español del éxodo y del llanto). En los años 50 surge la **poesía social**, que transforma la angustia existencial en denuncia de la injusticia y la opresión. Con un estilo sencillo y directo, busca llegar al pueblo y utiliza un lenguaje coloquial, a veces incluso prosaico. Destacan Gabriel Celaya (Cantos iberos), Blas de Otero (Pido la paz y la palabra) y José Hierro, quienes hacen de la poesía una herramienta de transformación social.
La Generación del 50: Poesía de la Experiencia
En los años 60 aparece la Generación del 50, también llamada poesía de la experiencia. Mantiene el tono coloquial de la poesía social, pero con una mayor elaboración formal y un enfoque más personal e intimista. Sus temas incluyen la reflexión existencial, el paso del tiempo y la vida cotidiana. Destacan Ángel González (Áspero mundo), Jaime Gil de Biedma (Moralidades), José Ángel Valente (Punto cero), Claudio Rodríguez (Don de la ebriedad) y Antonio Gamoneda (Lápidas). Esta poesía busca la depuración del lenguaje y huye de lo exagerado y lo patético.
Los Novísimos: Esteticismo y Experimentación
A finales de los 60 y principios de los 70 surge la poesía de los Novísimos, caracterizada por su alejamiento de la poesía social y su marcado esteticismo. Sus rasgos incluyen la experimentación con el lenguaje, el uso de referencias culturales (pintura, cine, música), la influencia del modernismo de Rubén Darío y un gusto por lo decadente. Emplean técnicas como el collage y la escritura automática. Destacan Pere Gimferrer (Arde el mar), Guillermo Carnero (Dibujo de la muerte).
A partir de 1970, la poesía española entra en una etapa de gran diversidad y dispersión, sin una corriente dominante tras el auge de los Novísimos. En los primeros años de la década, esta estética sigue vigente, pero hacia 1975 entra en decadencia y surgen nuevas tendencias.
Evolución en los Años 70
En los años setenta, los Novísimos marcan el panorama poético con su estética culturalista y experimental. La publicación de Nueve novísimos poetas españoles (1970) por José M. Castellet reúne a poetas como Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Manuel Vázquez Montalbán y Leopoldo Mª Panero. Sus características principales son la abundancia de referencias culturales (pintura, música, modernismo de Rubén Darío), el gusto por lo decadente y lo exquisito (especialmente por Venecia, lo que les vale el nombre de «venecianos»), la inclusión de elementos de la cultura de masas (cine, cómics, deportes, publicidad) y la experimentación formal (imágenes surrealistas, escritura automática, barroquismo expresivo y metapoesía). Obras destacadas de esta etapa son Arde el mar de Pere Gimferrer y Dibujo de la muerte de Guillermo Carnero.
Sin embargo, en la segunda mitad de los años 70, esta estética se atenúa y evoluciona. Algunos autores recuperan la tradición clásica, con un anhelo de belleza formal y referencias míticas para expresar sentimientos íntimos, como Luis Antonio de Villena, Antonio Colinas y Antonio Carvajal, influenciados por el desengaño barroco. Otros continúan explorando la metapoesía, reflexionando sobre el propio lenguaje poético (Guillermo Carnero, Jenaro Talens), mientras que la poesía experimental juega con la tipografía y lo visual (José Miguel Ullán). Al mismo tiempo, surge el minimalismo, que busca la pureza poética y la concentración expresiva, con Jaime Siles como principal exponente.
Tendencias en los Años 80
En los años 80, la poesía se diversifica aún más, destacando la poesía de la experiencia, que recupera la métrica tradicional y el realismo narrativo. Se caracteriza por el uso del lenguaje coloquial, el desarrollo de historias o anécdotas, la incorporación del monólogo dramático y la reflexión sobre la realidad. Entre sus autores se encuentran Luis Alberto de Cuenca, Miguel d’Ors, Julio Llamazares y Felipe Benítez Reyes, con Luis García Montero como figura clave.
Por otro lado, la poesía del silencio o minimalista, encabezada por José Ángel Valente, evita la anécdota y se acerca a la poesía mística, con un lenguaje complejo y un tono pesimista influenciado por el existencialismo. Autores como Amparo Amorós, Andrés Sánchez Robayna y Antonio Gamoneda (Lápidas) siguen esta tendencia.
El neosurrealismo, representado por Blanca Andreu (De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall), recupera el verso largo, la sentimentalidad neorromántica y el mundo de la alucinación y el sueño.
El neoerotismo, impulsado por escritoras como Ana Rossetti (Los devaneos de Erato), transforma los tópicos masculinos de la poesía amorosa, invirtiendo el punto de vista y desmontando la imagen tradicional de la mujer en la poesía.
En el neoimpresionismo, se otorga especial importancia a los valores pictóricos y la creación de atmósferas sugerentes, con Andrés Trapiello como principal exponente.
Por último, la nueva épica recupera la memoria colectiva y la evocación del mundo heroico, destacando Julio Llamazares con Memoria de la nieve.
En conclusión, la poesía desde los años 70 hasta los 80 se caracteriza por la pluralidad de estilos y la ausencia de una tendencia dominante, evolucionando desde el esteticismo experimental de los Novísimos hacia formas más narrativas, accesibles y comprometidas con la realidad.
La Generación del 27 y «Las Sin Sombrero»
«Sin sombrero» es un término que hace referencia a un grupo de escritoras, poetas y artistas españolas que formaron parte de la generación del 27, un movimiento literario y cultural que se destacó por su vanguardismo y experimentación. A diferencia de sus colegas masculinos, estas mujeres, como Concha Méndez, Carmen Conde, Maruja Mallo y Rosa Chacel, entre otras, fueron en su mayoría olvidadas o relegadas por la historia.
Estas autoras participaron activamente en la renovación literaria, aunque su trabajo fue a menudo desestimado por razones de género. Su contribución se ha reconocido más recientemente, especialmente a partir de los años 90, cuando se comenzó a reivindicar su obra y su importancia en el contexto cultural de la época. El término «sin sombrero» hace referencia a la idea de libertad y ruptura con las convenciones sociales de la época, pues en la cultura española de los años 20, las mujeres solían llevar sombrero como símbolo de su estatus y respeto social.
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