27 Jun
En estos años inician su vida poética un grupo de escritores que retoman los modelos clásicos de Garcilaso de la Vega o Quevedo y el gusto por autores contemporáneos como Unamuno, Antonio Machado y algunos poetas de la Generación del 27. No obstante, los dirigentes del nuevo régimen rechazan la tradición cultural inmediatamente anterior y su propósito de conectar con los ideales de la España Imperial del Siglo de Oro (a ello se une la censura para erradicar posibles disidencias). Por su parte, la poesía del exilio (la mayoría de los poetas del 27 se encontraban fuera de España)
se inicia con tonos de angustia y desgarro; pero, paulatinamente, va dando paso a la nostalgia de la patria lejana y de los amigos perdidos. En cuanto a la poesía de posguerra de los años cuarenta, los poetas de la poesía arraigada pertenecen a la Generación del 36; escriben una poesía sencilla y de evasión, con una vuelta a los temas directamente humanos (el amor, la patria o la religión) y se preocupan especialmente por la belleza formal de sus composiciones a través de las estrofas clásicas, siguiendo los modelos de los poetas de los Siglos de Oro (se les llama «garcilasistas») o de neoclásicos como Meléndez Valdés (el mayor representante de esta corriente es Luis Rosales con La casa encendida). Asimismo, la poesía desarraigada surge en aquellos poetas que se sienten angustiosamente instalados en la España del momento; para ellos el mundo es un caos y una angustia y la poesía, una frenética búsqueda de ordenación (Dámaso Alonso inicia esta corriente con la publicación de Hijos de la ira, obra que encierra una imagen monstruosa del mundo). Por su parte, la tendencia dominante en la década de los cincuenta (derivada de la desarraigada) es la poesía social: una poesía comprometida que pretende transformar el mundo a través de la poesía, concebida como un arte de comunicación con «la inmensa mayoría» que se centra en el nosotros (social y colectivo) para crear una conciencia solidaria que proteste por la injusticia social y el problema de España dentro de los límites de la censura. Entre sus autores destacan:
- Blas de Otero (Angel fieramente humano, primera etapa desarraigada; Pido la paz y la palabra, poesía social; y Mientras e Historias fingidas y verdaderas, tercera etapa caracterizada por una búsqueda de nuevas formas poéticas),
- Gabriel Celaya (Las cartas boca arriba, epistolas poéticas de claro contenido social; Cantos Iberos, en el que toma partido con un tono beligerante ante los problemas del mundo que le rodea) y
- José Hierro, quien señaló «dos caminos» en su poesía (el de los «reportajes», poemas que dan testimonio de algo «de manera directa»; y el de las «alucinaciones», composiciones en que «se habla vagamente de emociones») con un elemento unificador (el conflicto entre un hondo amor a la vida y una lúcida conciencia del dolor y de las limitaciones), destacando en su extensa obra los libros más cercanos a la poesía social (Cuanto sé de mí y Libro de las alucinaciones).
Bajo el nombre de Generación del 50, la poesía pasa a ser considerada un instrumento de conocimiento del mundo interior y exterior del poeta. Destacan:
- Ángel González con Aspero mundo (emplea la poesía social para hablar de la soledad del ser humano y construir el testimonio histórico de una época) o Palabra sobre palabra (de asunto amoroso);
- Jaime Gil de Biedma con Las personas del verbo (se caracteriza por su visión desencantada del mundo, el uso de la ironía, el tono coloquial y una cuidada retórica) y
- José Ángel Valente, para quien la poesía es un medio de conocimiento de la realidad, lo que le hace avanzar por una línea más intelectualizada hacia un «punto cero» en que el lenguaje presenta un máximo de ambigüedad y de sugerencias (Punto cero dio nombre a su obra completa).
Por su parte, los novísimos o generación del 70 comparten la necesidad de buscar la originalidad y alejarse del tono conversacional que derivaba en falta de calidad y técnica; asimismo, retoman tendencias anteriores (vanguardistas, simbolistas o modernistas) y las usan como modelo sin olvidar el tema metapoético o la influencia de la cultura de masas (destacaron Pere Gimferrer con Arde el mar y Antonio Martínez Sarrión con Teatro de operaciones). El fin del franquismo y el inicio de la transición supondrán la consolidación de la democracia entre las décadas de los 80 y los 90 y el surgimiento de múltiples tendencias poéticas. Entre sus rasgos generales destacan la recuperación de modelos anteriores (Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente o Luis Cernuda) y de formas métricas tradicionales, la vuelta a la poesía narrativa con un lenguaje coloquial, temas subjetivos relacionados con la propia experiencia (el paso del tiempo, las relaciones personales, conflictos urbanos y cotidianos) y el uso del humor, la parodia o la ironía como elementos distanciadores. En este sentido, varias son las tendencias y corrientes que marcarán la lírica de las últimas décadas, destacando:
- la poesía del silencio, poesía minimalista que reivindica las vanguardias y que concibe el género lírico como instrumento de reflexión y conocimiento (Jaime Siles con Música de agua o Clara Janés con Rosas de fuego, entre otros) y
- la poesía de la experiencia, poesía de corte realista caracterizada por la creación ficticia del yo poético, la propensión al monólogo dramático y la sencillez expresiva (Luis García Montero con El jardin extranjero o Completamente viernes; o Ana Rosseti con El libro de las ciudades, entre otros).
Ya en el siglo XXI
Entre los poetas se empieza a manifestar un rechazo al relativismo moral de las tendencias predominantes en favor de un mayor compromiso social frente a un mundo injusto e insolidario (destacan Ana Merino con La voz de los relojes, Lorenzo Oliván con Libro de los elementos o Vicente Gallego con La plata de los días, entre otros). Estos autores forman una generación de poetas globales, viajeros, urbanos, intercomunicados, con referentes americanos, europeos, incluso asiáticos, que buscan una voz propia y han encontrado en las redes sociales un canal eficaz de conexión con los lectores. En definitiva, la poesía más reciente se mueve en muy diversos frentes, e incluso dentro de cada grupo las diferencias son enormes. No obstante, el posmodernismo y el eclecticismo parecen ser los rasgos dominantes.
En lo que respecta al auge teatral del periodo anterior a la Guerra Civil, este fue disminuyendo con los años debido a la inquietud por otro tipo de espectáculos, debatiéndose entre
la evasión de una realidad dolorosa o el compromiso que implica la denuncia de esta situación. Asimismo, los autores próximos al franquismo encuentran en él un excelente vehículo de transmisión ideológica y de evasión. Por su parte, las obras que triunfan en la escena del momento son las comedias neobenaventinas y las de teatro de humor, hasta el cambio que supondrá en 1949 el estreno de Historia de una escalera. Entre los autores que cultivaron el género dramático en el exilio se observa una amplia gama de estéticas, géneros y temas, siendo frecuente la nostalgia y la visión crítica de su tiempo siendo Max Aub, quizá, el más representativo de los autores del exilio: trata la problemática de su época (exilio, guerra, persecuciones) en obras como De algún tiempo a esta parte o Cara y cruz. En la producción de los autores españoles de los años cuarenta y principios de los cincuenta. destacaron: por un lado, la comedia burguesa, un teatro de continuidad sin ruptura que se sitúa en la línea del teatro de Benavente, sin mayores pretensiones que la de entretener, cuyos temas más empleados serán el amor, la familia y el matrimonio siempre con fin moralizador (destacan José María Pemán con La verdad, Juan Ignacio Luca de Tena con ¿Dónde vas, Alfonso XII? y Edgar Neville con El baile): por otro, en el teatro cómico o de humor encontramos la obra de Miguel Mihura, en cuyas obras triunfa la bondad y la ternura (Tres sombreros de copa) y Jardiel Poncela, quien se propuso renovar la risa introduciendo lo inverosímil, pero se encontró la oposición del público, con lo que su ingenio y audacia se vieron mermados (Eloisa está debajo de un almendro).
En los años cincuenta
Con el estreno en 1949 de Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo, nació el drama realista, que se consolidó con Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre. Por un lado, A. Buero Vallejo es el mayor representante de la tragedia moderna española; en sus obras aúna realismo y simbolismo y se caracterizan por su capacidad para construir una historia con valor social y existencial. Su trayectoria dramática pretende, por tanto, reflexionar sobre la situación del ser humano en el mundo: en ella se distinguen:
- dramas realistas, que suponen un examen crítico a la sociedad española (Historia de una escalera pretende, a partir de un contexto, un argumento y unos personajes identificables, hablar de la realidad desde el escenario);
- dramas históricos, donde el pasado se convierte en el vehículo para analizar de forma distanciada el presente (Las Meninas): y
- dramas simbólicos, marcados por la creciente presencia de procedimientos escenográficos que introducen al espectador en el paisaje interior de los personajes (El tragaluz).
Por su parte, el teatro de Alfonso Sastre nos ofrece una serie de situaciones-límite en las que la muerte desempeña un papel primordial (destaca Escuadra hacia la muerte, donde nos presenta la atroz tensión psicológica de media docena de hombres en una trinchera).
En los años sesenta
Triunfó el teatro representado por la nueva comedia burguesa, que llega al más alto grado de evasión posible con autores como Jaime de Armiñán (Eva sin manzana) y, sobre todo, Antonio Gala, quien se dio
a conocer con obras como Los verdes campos del Edén, Noviembre y un poco de hierba o Anillos para una dama. Sin embargo, el teatro realista de intención social encontró dificultades para ser representado debido a la censura, a las estructuras conservadoras del teatro comercial y al público, poco propenso a innovaciones escénicas o ideológicas: autores consagrados como Buero Vallejo o Alfonso Sastre siguen creando y autores como Lauro Olmo (La camisa), José Martín Recuerda (Las salvajes de Puente San Gil) desarrollan su labor dramática con desigual éxito.
A partir de los años setenta
Otros dramaturgos se lanzan a una renovación teatral, surgiendo así un teatro experimental que originó una búsqueda de la experimentación formal y de cauces dramáticos diferentes. Francisco Nieva es, probablemente, el más importante de los dramaturgos experimentales: sus obras tienen una estética antirrealista, aunque contienen un carácter de denuncia y abordan los dramas colectivos que atormentan al ser humano (la culpa, el egoísmo, el odio o la envidia). Su obra se divide en tres géneros:
- teatro furioso, obras de gran libertad imaginativa que se rebelan contra la realidad (Coronada y el toro);
- teatro de farsa y calamidad, más metafísico y poético (Maldita sean Coronadas y sus hijas) y
- teatro de crónica y estampa, de carácter histórico y didáctico (Sombra y quimera de Larra).
En el teatro posterior a 1975
Conviven formas y tendencias diversas, aunque la mayoría de los autores coinciden en su afán por conciliar la búsqueda de un lenguaje propio (utilizan un lenguaje urbano, incluso jerga) con la necesidad de atraer el público, adoptando un compromiso social y mostrando una actitud crítica ante lo que les rodea (prefieren personajes marginados, perdedores y fracasados al concebir el teatro como la expresión del desencanto). Asimismo, tienden al culturalismo y utilizan el humor como un factor distanciador. Por una parte, perviven corrientes como la comedia burguesa (Ana Diosdado con Los ochenta son nuestros) y los grupos independientes (destacan grupos catalanes como Els joglars o Els comediants que han llevado a cabo una sintesis entre lo experimental y lo popular, dirigidas a amplios sectores de público). Por otra, surge un nuevo teatro formado por autores que llegan a los escenarios tras la dictadura con voces muy diversas:
- simbolistas como José María Bellido (Fútbol), Domingo Miras (La monja alférez) y Carmen Resino (¡Pillados!!), que se caracterizan por un acentuado carácter vanguardista y un marcado pesimismo, así como un uso frecuente de la simbología animal, la sexualidad, el lenguaje escatológico y agresivo y la violencia verbal para mostrar el poder opresor;
- autores de síntesis, de gran apego a las formas realistas y afán comunicativo, como Fernando Fernán-Gómez con Las bicicletas son para el verano y Adolfo Marsillach con la comedia Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?;
- autores de los 90, en quienes lo social y lo existencial conviven con lo metateatral, como Dulce Chácón (La voz dormida); o
- el teatro último, que incorpora otros lenguajes como el del cine, la televisión o internet (Juan Mayorga con El chico de la última fila; Itziar Pascual con Las voces de Penélope; Ignacio García May con Los vivos y los muertos)
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