31 Mar
Bodas de Sangre: Tragedia y Símbolos
Bodas de Sangre es una obra dramática estrenada en 1933. Su autor, Federico García Lorca, pertenece a la Generación del 27. La acción se divide en tres actos y se desarrolla en una Andalucía rural, considerada muy atrasada. Está basada en un suceso real, el crimen de Níjar. En ella se narra cómo una novia, el mismo día de su boda, escapa con su verdadero amor, lo que desencadena la tragedia. El hecho de que los personajes no aparezcan con nombres (la novia, la madre…), nos deja ver que Lorca no da importancia a estos, ya que su verdadera intención es representar estereotipos; exceptuando el caso de Leonardo, un personaje importante ya que causa todo el conflicto. El tema fundamental de Lorca y, de esta obra, es la insatisfacción amorosa. Trata otros temas como la violencia, las normas sociales que reprimen instintos o la sensualidad, pero sobre todo destaca el de la muerte. A este se le hacen continuas alusiones mediante símbolos, como es el caso del cuchillo o la navaja, a los que se menciona durante toda la obra. Además encontramos otros símbolos como el caballo, aludiendo a la virilidad, o el azahar de la novia, que representa la pureza. Otro tema muy llamativo es el destino inexorable: los hombres han de morir, y las mujeres han de quedarse solas. Los autores de la Generación del 27 se caracterizan por mezclar tradición y vanguardia, quedando bien reflejado en la obra. El realismo del primer y segundo acto desaparece en el tercero, donde encontramos continuamente personificaciones surrealistas de la muerte (la mendiga, la luna…). Por otra parte, se mezcla la prosa y el verso, el cual Lorca reserva para las escenas de mayor dramatismo. Está escrito al estilo de la comedia griega, utilizando coros para comentar la acción. Es una obra moderna y antiquísima a la vez. Esta integración de ambas vertientes la convierte en una obra maestra y en la máxima renovación del teatro conocido. Lorca podría, por tanto, ser considerado el Eurípides de nuestro tiempo.
La Poesía de la Generación del 27
En el año 1927 se celebró en Sevilla una reunión para conmemorar el tricentenario de la muerte de Góngora. A esta reunión acudieron un grupo de autores, con una gran formación intelectual, que lo admiraban por lo elaborado de su lenguaje poético. La común preocupación estética y el intenso intercambio de experiencias y estudios fue trabando en ellos una amistad, literaria y humana, que resistió al tiempo. Sentían a los clásicos como contemporáneos e hicieron de la tradición vanguardia. Formaban, en realidad, un grupo dentro de una generación más amplia, pero los poetas que lo integraban quedaron consagrados como la Generación del 27. Se caracterizan por: utilizar una lengua muy elaborada, perseguir una poesía «pura», intelectual y alejada de todo sentimentalismo, buscar la belleza, el juego poético y cultivar la metáfora, entre otros recursos literarios. Además, usan abundantemente imágenes irracionales y visionarias. El peso de la tradición sigue estando patente; junto al verso libre utilizan, por ejemplo, la décima, el romance y el soneto. No solo no rompen con la poesía anterior, sino que reciben la influencia de nuestros poetas clásicos o, incluso, más cercanos, como Bécquer o Juan Ramón Jiménez.
Etapas de la Generación del 27
En los integrantes de esta generación pueden distinguirse tres etapas diferenciadas:
Primera Etapa (hasta 1927)
La primera se extiende hasta 1927 aproximadamente. En un primer momento predomina la poesía pura, es decir, sin retórica, ni elementos narrativos o sentimentales. Tras esto, hay un interés por recuperar la poesía clásica y las formas de la poesía popular.
Segunda Etapa (1927-1936)
En la segunda, de 1927 a la Guerra Civil (1936), se produce una humanización de la poesía. Este hecho coincide con la aparición en estos poetas del surrealismo, que les permitió el resurgimiento de tratar los problemas humanos y existenciales, junto a la protesta social y política.
Tercera Etapa (1936-1939)
En la tercera, tras la Guerra Civil (1936-1939), el grupo se dispersa. Todos se exiliaron excepto Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Gerardo Diego. Hubo, por tanto, dos tendencias: por un lado, la poesía del exilio, con la añoranza de la patria que se ha dejado; por otro, un humanismo angustiado de los que se quedan.
Autores Destacados
Autores:
- Luis Cernuda: sus versos muestran un sentimiento amoroso de tristeza y un inconformismo ante las injusticias y prejuicios de la época, como en «Los placeres prohibidos», de aire surrealista o «Donde habite el olvido». Su poesía queda reunida en «La realidad y el deseo».
- Pedro Salinas: Su poesía es reflexiva y sobria en el lenguaje, aunque muy elaborada y repleta de profundos sentimientos. Muestra de ello son «Seguro de azar», poesía pura, o «La voz a ti debida» y «Razón de amor», de elevada carga conceptual.
- Jorge Guillén: es el más representativo de la poesía pura, donde condensa sus sensaciones a partir de su experiencia y sus sentimientos. Recoge su obra poética en «Aire nuestro», donde destacan «Cántico», donde expresa su entusiasmo por la vida, «Clamor», subtitulado «Tiempo de historia» y «Homenaje», donde recupera el tono más optimista sin abandonar los momentos elegíacos.
- Vicente Aleixandre: es uno de los poetas más intensos y profundos del 27. Se pueden distinguir tres etapas en su trayectoria: La primera, surrealista. En ella destacan «La destrucción o el amor», donde naturaleza, amor y muerte se funden; de su segunda etapa, de lenguaje más accesible, destaca «Historia del corazón». En últimas obras, «Poemas de la consumación» y «Diálogos del conocimiento», crea una poesía más reflexiva.
- Gerardo Diego: tiene una poesía vanguardista en la que prima el ingenio, la imaginación y el juego, como en «Imagen» o «Manual de espumas» y otra tradicional, donde usa estrofas como el romance, la décima o el soneto para expresar sentimientos del alma, por ejemplo: «Romancero de la novia», «Versos humanos» o «Alondra de verdad».
Dámaso Alonso: destaca con «Poemas puros, poemillas de ciudad», influenciada por la poesía tradicional de Juan Ramón Jiménez, «Hijos de la ira», desarraigada y humanizada y «Hombre y Dios», donde expresa su angustia existencial y su desasosiego.
- Rafael Alberti: Su variada lírica se ve influenciada por la poesía popular, la vanguardista y surrealista o el verso comprometido. Algunas de sus obras son: «Marinero en tierra», con el recuerdo siempre presente de su mar gaditano, «Cal y canto», de corte gongorino, «Sobre los ángeles», surrealista, «El poeta en la calle», poesía combativa. Ya en el exilio escribe «Entre el clavel y la espada» y «Retornos de lo vivo lejano», con tono evocador y nostálgico.
- Federico García Lorca: Crea una poesía excepcional, con espíritu a la vez culto y popular. Sus primeras obras eran de influencia modernista, como «Libro de poemas». En «Canciones» se aprecia ya la brillantez de sus metáforas. También tiene poemas sobre la Andalucía trágica, como «Poema del cante jondo» y «Romancero gitano», es una poesía compleja donde recrea el mundo de los gitanos y abundan los símbolos. En poesía surrealista destaca: «Poeta en Nueva York», de estilo desconcertante y tono de protesta y desarraigo. Es una queja contra una civilización materialista y deshumanizada. Otras obras a destacar son «Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías», «Diván del Tamarit» o «Sonetos del amor oscuro».
- Miguel Hernández: Aunque no pertenezca a este grupo, Dámaso Alonso lo nombró «genial epígono» del 27. En «El rayo que no cesa» destacan poemas como «Elegía a la muerte de Ramón Sijé» y en «Cancionero y romancero de ausencias», se encuentra «Nanas de la cebolla». En general, es una poesía tradicional, de lenguaje sobrio pero cargado de gran fuerza, sentimiento y expresividad.
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