06 Jun
La Mundanidad de la Vida
La vida es «mundana». En todos los acontecimientos que componen mi vivir, yo me doy cuenta de estar interactuando realmente con las cosas o relacionándome con las personas en el mundo. Este encontrarse en el mundo, este característico ser mundano, es el segundo atributo de la vida. Pero el mundo en el que se encuentra la vida no es un espacio geometrizable en el que mi cuerpo se desplaza y choca con otros cuerpos. El mundo de la vida no es el mundo físico de los científicos, ni la naturaleza de los animales, sino el mundo histórico de la cultura y la sociedad humana.
El mundo de la vida, horizonte histórico cultural del vivir humano, está constituido por el sistema de creencias con las que la vida cuenta en todo lo que hace y en todo lo que le pasa. Este entorno vital humano se compone de «campos pragmáticos» que dan sentido a todos los acontecimientos de nuestra vida, porque en aquellos son lo que son las personas, las cosas, las instituciones, nuestras interacciones con todo esto, y nosotros mismos. El hombre es el “animal fantástico”, que se ensimisma y proyecta los mundos histórico-culturales, y el animal técnico que los fabrica. La sensibilidad humana inventa el mundo de la vida, que la técnica hace real transformando el entorno natural. Por eso nuestra sensibilidad es nuestro vínculo fundamental con el mundo y el indicador verdadero de cómo nos va en él. La sabiduría de la vida mana de la sensibilidad vital y se expresa en las metáforas, que nombran originalmente a las cosas. La metáfora es el modo original de conocer, de hacer presentes las cosas, que está a la base de la creación y del saber filosófico. El concepto y la razón son meramente formales, suponen y se llenan de contenido mediante las metáforas que aporta la sensibilidad vital. La sensibilidad no es incompatible con la razón, que es una zona de claridad intelectual al servicio de la vida, donde se ponen las cosas a la luz de la definición y del análisis. Y en este sentido la razón es, a juicio de Ortega, un complemento necesario de la sensibilidad vital.
No elegimos nuestro mundo, ni el momento de entrar en él, pero todos nos encontramos de pronto viviendo en un mundo que, nos guste o no, es el nuestro. Eso significa la metáfora estar arrojado en el mundo. Y no sólo esto. Nos vemos inmersos desde el nacimiento en unas circunstancias concretas del mundo, que son fatalmente las nuestras, y de las que no podemos librarnos fácilmente. Nuestro primer carné de identidad las recoge con bastante precisión.
De la misma manera que yo no elijo las circunstancias familiares de mi nacimiento, tampoco puedo prescindir en ningún momento de mis presentes circunstancias. «Yo soy yo y mis circunstancias», y si no las salvo a ellas, que son mi fatalidad, no me salvo yo. El ser mundano de la vida es circunstancial. En este sentido, la vida es fatalidad, una fatalidad que no es paraíso, es decir que lejos de favorecer nuestro vivir, tiende a presentar resistencia a su desarrollo. O, para ser más exactos, es «un sistema combinado de facilidades y dificultades».
La Vida como Historicidad
La vida es quehacer. El tercer aspecto de nuestra vida es el imparable curso de los acontecimientos que la sobrevienen y tiene que hacer frente entre el nacimiento y la muerte. La vida es porvenir, una continua e imparable sucesión de acontecimientos, unas veces tumultuosa y frenética, otras lenta y apacible, que nos vemos obligados a afrontar. No podemos detenerla y seguir viviendo, ni podemos hacer que otros la vivan por nosotros. La vida es en el fondo tiempo y está lanzada hacia el futuro, pero no está determinada por el pasado, ni por la fatalidad de destinos sobrenaturales. El yo viviente está obligado a decidir lo que va a hacer eligiendo entre las posibilidades que encuentra dadas en sus circunstancias del mundo.
Nuestras decisiones libres proyectan nuestra vida hacia el futuro. Por esto el vivir humano es posibilidad y libertad en la finitud y el futuro es el modo original y fundador del tiempo histórico, no el pasado. Así que la vida humana no es necesidad natural, ni facticidad histórica determinada por el pasado o por un destino fatal, sino futurición, su incesante proyectarse hacia el futuro sobre el curso inexorable de los acontecimientos que la sobrevienen y pasan a componer sus circunstancias históricas.
La vida humana es histórica y, con ella, las circunstancias del mundo y el mismo mundo que la orienta y sostiene. Resulta claro que la historia humana consiste en la sucesión de mundos de la vida imaginados y construidos por las distintas generaciones de hombres. Cada cultura o civilización tiene su propio mundo de la vida, que puede evolucionar, incluso cambiar. Así la historia de la civilización occidental ha conocido el mundo griego, el mundo romano, el mundo medieval, el mundo moderno, etc.
En un presente histórico pueden estar interactuando distintas civilizaciones y, en consecuencia, distintos mundos históricos, que sin embargo no están a la misma altura de los tiempos, es decir que no son contemporáneas en sentido estricto. La cultura occidental de las naciones europeas puede estar interactuando con culturas de pueblos africanos, que no están a su nivel, porque pertenecen al pasado. Este concepto pretende evitar el etnocentrismo, que considera superior a la propia cultura e inferior o sencillamente inhumana a la cultura de los demás, pero sin incurrir en el relativismo cultural, que considera inconmensurables las culturas e igualmente verdaderas las distintas creencias que componen sus visiones del mundo.
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