05 Jul

Vitalismo

El vitalismo, en la filosofía de Nietzsche, significa la “afirmación de la vida” en toda su realidad y plenitud. En sus inicios, el símbolo del vitalismo nietzscheano es Dionisio, mientras que al final se representa en Zaratustra. Siguiendo la línea de Schopenhauer, quien ya había considerado la voluntad de vivir como concepto central para comprender la realidad, Nietzsche la concreta en la voluntad de poder.

Para Nietzsche, lo único real es el devenir, resultado de un conjunto de fuerzas ciegas que luchan por imponerse unas sobre otras: la voluntad de poder. El mundo, el hombre, la vida misma, son voluntad de poder, voluntad de ser más. Es el conjunto de pulsiones y fuerzas que se dirigen hacia el poder, como se expone en el capítulo «De la superación de sí mismo» de Así habló Zaratustra. La tesis central de Nietzsche es que el hombre y la realidad no son voluntad de obediencia, sino voluntad de poder, “presuponiendo que no domine en nosotros un instinto de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la vida…”. La voluntad no es una facultad, sino la fuerza vital misma, el impulso inherente a la naturaleza y al hombre.

Transformación del Hombre: El Superhombre

En la filosofía de Nietzsche, todo el cosmos tiene en la voluntad de poder su núcleo, su realidad última. Su idea del hombre se distancia radicalmente de la visión de la filosofía griega. Ya no se trata de un sujeto consciente y libre, cuya principal propiedad es la racionalidad y que se perfecciona a través del conocimiento y la acción recta. En cambio, Nietzsche propone una fuerza instintiva, “la voluntad de poder”, una tendencia vital que busca imponerse a todo.

Nietzsche afirma lo dionisiaco, la voluntad, la vida como pulsión irracional, sin finalidad, sin orden, sin Dios. Esto lo lleva a negar los valores tradicionales y anunciar una nueva realidad: el surgimiento del superhombre.

El superhombre es un nuevo hombre que surge de la negación de los viejos valores y afirma su voluntad de poder, su»yo quier». Es una posición amoral: un hombre que está más allá del bien y del mal, que supera la vieja moral.

¿Cómo surge este superhombre? A través de las metáforas de Nietzsche, vemos la transformación del camello (el hombre que carga con la moral,»yo deb») en león (rompe con la moral,»yo quier»). Sin embargo, el león no es capaz de crear valores. El espíritu debe transformarse en niño. El superhombre es inocente como un niño, es impulso vital, puede ser el protagonista de un nuevo comienzo, donde lo antiguo ya no existe, pues ha sido olvidado. La condición para crear es olvidar nuestra civilización. Éste es el superhombre que resume el mensaje de Nietzsche.

Un punto central de la transvaloración de Nietzsche es la crítica a la religión, que se concreta en la necesidad de olvidar a Dios, de reconocer que Dios ha muerto.

Moral de los Señores y Moral de los Esclavos

Nietzsche vio que toda moral exige la existencia de Dios como condición necesaria. Por eso, para destruir la moral es necesario destruir a Dios. Si Dios no existe, no hay ningún ser superior que pueda imponer sus leyes, su orden. El hombre dejará de ser esclavo para convertirse en su propio dueño, el superhombre.

Nietzsche pensaba que había dos clases de hombres: los señores y los siervos, que han dado distinto sentido a la moral:

  • Moral de los señores: El binomio «bien-mal» equivale a «noble-despreciable». Desprecian como malo todo aquello que es fruto de la cobardía, el temor, la compasión, todo lo que es débil y disminuye el impulso vital. Aprecian como bueno todo lo superior, altivo, fuerte y dominador. La moral de los señores se basa en la fe en sí mismos, el orgullo propio.
  • Moral de los esclavos: Nace de los oprimidos y débiles, y comienza por condenar los valores y las cualidades de los poderosos. Una vez denigrado el poderío, el dominio, la gloria de los señores, el esclavo procede a decretar como «buenas» las cualidades de los débiles: la compasión, el servicio —propios del cristianismo—, la paciencia, la humildad. Los siervos inventan una moral que haga más llevadera su condición de esclavos. Como tienen que obedecer a los señores, los siervos dicen que la obediencia es buena y que el orgullo es malo. Como los esclavos son débiles, promueven valores como la mansedumbre y la misericordia; por el contrario, critican el egoísmo y la fuerza.

Nihilismo: La Muerte de Dios y la Transvaloración de los Valores

Los viejos valores se pueden resumir en el concepto de Dios, antítesis de la vida. La muerte de Dios provoca el hundimiento de todo el orden objetivo de los valores absolutos. Para Nietzsche, esto es una gran ganancia, pues toda la moral occidental es puro nihilismo. Tanto la moral cristiana como la filosofía han establecido dos mundos: el mundo auténtico (el cielo cristiano, el mundo de las ideas) y el mundo degradado de las realidades terrenas y cambiantes. Pero ese presunto mundo celestial es la negación del mundo terrenal y, por eso, el nihilismo es la esencia de la tradición platónico-cristiana.

Darnos cuenta de ese nihilismo es el punto de partida para una nueva valoración de la realidad: es la puerta que permite la llegada del superhombre. Nietzsche reconoce que el hundimiento de todos los valores tradicionales acarreará un nihilismo. Pero se trata de un nihilismo distinto, positivo, puesto que es el comienzo y condición de la transvaloración, de la nueva cultura.

Según Nietzsche, hay que distinguir entre:

  • Nihilismo pasivo: Propio de la tradición platónico-cristiana.
  • Nihilismo activo: La lucha por traer ese nihilismo positivo como condición para la llegada del superhombre.

Lo positivo del nihilismo activo es la afirmación de este mundo, de la vida, como único valor, un mundo sin finalidad ni sentido, pero que, como es lo único que hay, sólo cabe una actitud ante él: afirmar la vida, afirmar la voluntad de poder.

Eterno Retorno: La Afirmación de la Vida

Al hablar de la realidad como voluntad de poder, Nietzsche introduce una idea que muchos rechazan: el eterno retorno. Se trata de una de sus tesis centrales, de su afirmación del mundo, de su sí a la vida, de su vitalismo.

Para Nietzsche, la realidad, el mundo, la vida carecen de finalidad: sólo tenemos un mar de fuerzas que vuelven eternamente sobre sí mismas. Si hubiera finalidad, en un mundo infinito temporalmente, tal fin ya se habría alcanzado y las cosas tendrían un sentido último. Por el contrario, en un mundo infinito y sin finalidad, todo lo que ha ocurrido, necesariamente volverá a ocurrir. Con el eterno retorno, Nietzsche quiere afirmar este mundo y sólo éste: no existe el mundo platónico, ni el cielo de los creyentes. No podemos huir a otro mundo inexistente, sino ser fieles a este mundo, decir sí a la vida, a la voluntad de poder.

Genealogía: Deconstruyendo la Historia

Nietzsche fue el primero en utilizar el concepto de genealogía para la filosofía. En este desarrollo, las relaciones (externas e internas) son muchas y variadas, unas veces más fáciles de localizar y trazar, otras veces más perdidas y ocultas. El método genealógico trabaja con hipótesis, específicamente hipótesis de la procedencia.

El genealogista debe pensar su objeto como síntesis histórica, como una integración de significados discontinuos bajo condiciones alternantes. La genealogía no es la historia de la evolución, sino la deconstrucción del objeto a través de la reconstrucción de aquellas condiciones. El genealogista ha de atender a los factores antropológicos, sociológicos, etnológicos, psicológicos, etc., que en cada caso lo determinan. Algo que la obra de Nietzsche había observado desde sus inicios, y que en su madurez se demuestra en una historiografía de la procedencia de acuerdo a las líneas de lectura de cuerpo (Leib), poder (Macht), valor (Wert) y sufrimiento (Leid) como texto regido por el criterio último de la experiencia vital.

Crítica: Filología Fisiológica de la Historia

La filosofía crítica de Nietzsche consiste en una filología fisiológica que atiende a los procesos orgánicos que ponen la Historia en movimiento y la convierten en una historia «auténtica» de las valoraciones. Son las condiciones de existencia, nuestras necesidades, las que suscitan nuestros impulsos —también los actos de valorar—. Lejos del ahistoricismo ciego e ideológico de los moralistas profesionales, la moral es el código histórico resultante en una tradición de poderes en lucha, un producto humano olvidado como tal, un texto vivo a criticar, debatir e interpretar.

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