04 Dic
La genealogía de la moral: moral de esclavos y moral de señores
Los conceptos de bien y de mal son la base de los demás conceptos morales. Nietzsche busca mostrar el falso origen de estos dos conceptos básicos, contrario a su sentido original. Para indagar su origen, utiliza un método “genealogista” (no deductivo) que explora la génesis de los conceptos por dos vías: una etimológica y otra histórica.
Por la vía etimológica de la semiótica, muestra cómo la palabra “bueno” designaba en un principio a quienes poseían las cualidades de la nobleza dominante, y la palabra “malo” a lo que se le oponía: el plebeyo o el moreno de piel (el esclavo).
El camino histórico para esclarecer el origen de estos conceptos es más complejo. Nietzsche distingue dos periodos en la evolución de la moral:
Periodo pre-moral
Para el hombre primitivo, es bueno lo que favorece a las fuerzas de la naturaleza regulares o bienhechoras, lo que es útil. Lo malo es lo desconocido o lo que produce miedo. Evidentemente, esta calificación de bueno o malo no era moral.
Periodo de la moral de las costumbres
Surge con la aparición del Estado y la desaparición de la individualidad, en virtud de la coacción que subyuga a los débiles y que, con el tiempo, se convierte en costumbre. De costumbre, pasará a libre obediencia hasta que se convierte en instinto. Aquello placentero, que produce placer al generar un beneficio, se denominará virtud. Así, la moralidad surge de las imposiciones que los más poderosos señalan a los más débiles. Las ideas de bueno o malo significan obrar conforme o disconforme a esa virtud. Bueno equivale a noble, poderoso, amo; y malo, a esclavo. Nietzsche arremete contra esta moral del amo y el esclavo en toda su obra, analizándola profundamente. En realidad, existen dos morales: la de la prehistoria y la de la historia; la del amo y la del esclavo.
La moral del amo surge de la acción del poderoso, quien lógicamente encuentra bueno lo que hace y así lo califica. Lo que le perjudica es calificado como malo. Su moral es de glorificación de su individualidad. Es una moral autosuficiente, derivada de una autosuficiencia en el ámbito de la vida, movida por el instinto y por el poder.
La moral del esclavo es la antítesis de la primera. Surge de la inseguridad, de quienes califican como bueno lo que les favorece, lo que les protege del poderoso. Con su moral, buscan una felicidad que los nobles ya poseen. Es, además, una moral de abnegación y sacrificio.
Así, llegamos a un tercer periodo de evolución de la moral. Se produce cuando “los esclavos”, impedidos de actuar, van acumulando resentimiento contra “los señores”. La acción directa les es negada, y solo les queda la “venganza imaginaria”, consistente en una negación de lo ajeno, de lo que se impone, de lo que no es uno mismo. De ese resentimiento surge una moral invertida con respecto a la de los “nobles”, que Nietzsche califica de negativa. El hombre del resentimiento no es franco, ni ingenuo, ni leal consigo mismo. Su alma es de miras turbias, su espíritu ama los rincones, los senderos ocultos y las puertas falsas. Sabe callar, no olvidar, esperar, empequeñecerse provisionalmente, humillarse. Tal raza, compuesta de hombres del resentimiento, terminará por ser más prudente que cualquier raza aristocrática, dice Nietzsche.
La lucha de las dos morales dura ya siglos. El pueblo judío transmutó todos los valores de las razas nobles y paganas, y esta obra es continuada por el cristianismo, bajo el símbolo de “la cruz”. El fin de esta guerra entre las dos morales ha sido la victoria de la moral judeo-cristiana de esclavos, exaltadora de la piedad, la pobreza, la abnegación. Así, el cristianismo ha producido una sociedad decadente y enferma. Para Nietzsche, en el mundo moderno se mezclan, en gran confusión y continua lucha, los caracteres de las dos razas y de las dos morales.
La transmutación de los valores: el superhombre
Nietzsche analiza el inconsciente colectivo de la civilización europea, que ve muy bien expuesto en Hegel. El discurso de las tres metamorfosis del espíritu es la crítica del idealismo. Para él, el idealismo es autoalienación, es un camello cuya característica principal es el sometimiento. Ese es el hombre idealista, sometido a la ley moral que respeta y a la omnipotencia de Dios. La conciencia es el desierto, el lugar donde el hombre se somete a ambas cosas. Si la primera metamorfosis era la conversión del espíritu en camello, la segunda será la conversión del camello en león. El león, que representa el yo quiero, supone una crítica de los valores. Es la situación de nihilismo que él se limita a constatar, a certificar. Dios ha muerto. Desaparecen los valores supremos del camello. El hombre queda a solas con su libertad. El león lucha entonces con el dragón, que representa todos los valores creados de Occidente, el tú debes (negación del deber). Vencido el dragón, llega entonces la tercera metamorfosis, la más radical de todas. El león se transforma en niño, que representa el yo soy y el juego. El juego es recreación constante de la realidad. Esta actividad del niño no está sometida a ninguna ley de la historia. El niño solo “es”. Juega y repite el entorno. El niño crea nuevos valores, abre el futuro sin tener en cuenta el pasado.
Nada escapa a la crítica de Nietzsche. Su tarea consiste en devolver el vigor a los valores de la raza noble y vigorosa, tarea para “espíritus libres”. Existe un ideal de hombre que ha de realizar esta tarea y que no es otro que el noble, el aristócrata, el poderoso ahora derrotado, mencionado siempre por Nietzsche como el “bruto rubio germánico”. La tarea consiste en crear “el hombre del porvenir”, que ha de liberar el mundo mediante la transmutación de todos los valores, de la moral vulgar del rebaño (superhombre). El superhombre es el creador de valores nuevos. Es un símbolo que ha de imponerse frente a la moral del “todos somos iguales ante Dios”. Han de imponerse la fuerza, la valentía y la altivez, aun a costa de todo supuesto mal o daño hecho a los míseros. El mayor mal es necesario para el mayor bien del superhombre. Nietzsche busca en el pasado algún ejemplo de este superhombre: César Borgia, Federico Barbarroja y, sobre todo, Napoleón. Para terminar, el superhombre es identificado con Dionisos, como inmoralista y anticristo.
La categoría de los valores es casi lo único que queda en el mundo después de la negación de la cosa en sí y su teoría fenomenista del mundo-apariencia como verdadera realidad.
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