12 Ago

La libertad


El ser humano es totalmente libre. No somos libres para no ser libres. Estamos condenados a ser libres. Existen obstáculos o condicionamientos, por  supuesto, pero siempre podemos elegir cómo reaccionar frente a ellos. Ante todo, la libertad del ser humano es para elegir su manera de ser. Por ejemplo, el proletariado está condicionado por su clase social. Pero hay muchas maneras de ser proletario. Uno puede aceptar resignadamente su condición de proletario, o tomarla como una humillación y rebelarse contra ella. Esta pluralidad de opciones revela la libertad del ser humano frente a su medio y a su condición. Por los actos que vamos realizando en la vida, nos vamos haciendo de una determinada manera, vamos adquiriendo una determinada esencia a lo largo de la existencia. Primero es la existencia y después la esencia. Cada persona, a través de sus actos, a lo largo de su existencia, realiza una determinada esencia. Aunque esta siempre quedará incompleta por la llegada de la muerte. No hay temperamentos natos de cobarde, o valeroso o generoso. Uno, por sus actos, se hace cobarde o mezquino y honrado. A continuación exponemos algunas implicaciones de la libertad absoluta.

La responsabilidad

La ausencia de cualquier tipo de determinismo (teológico, biológico o social) hace que el ser humano sea plenamente responsable de su modo de ser. Pero la libertad no resulta cómoda y la gente querría no ser libre para vivir de manera más desenfadada: “La gente se sentiría segura y diría: bueno, somos así y nadie puede hacer nada; pero el existencialista, cuando describe a un cobarde, dice que el cobarde es responsable de su cobardía. No lo es porque tenga un corazón, un pulmón  o un cerebro de cobarde, sino que lo es porque se ha construido como un cobarde por sus actos”.

La angustia

La libertad es causa de una gran angustia. Para el que cree en unas normas objetivas, válidas para todos, acerca de lo bueno y lo verdadero (moral cristiana, musulmana…), su elección se beneficia de cierta seguridad en cuanto que si elige lo que dice la norma está convencido de que su elección es buena, y si escoge lo contrario, está convencido de que su elección es mala. El hombre de la moral tradicional, que cree en normas objetivas válidas para todos, sabe siempre lo que tiene que hacer y se siente seguro y tranquilo. En cambio, como el existencialista no cree en normas objetivas,  en reglas generales válidas para todos, no tiene ningún sentido de referencia, y él bajo su propia responsabilidad tiene que crear sus normas, y cuando ha realizado una elección no puede tener la seguridad de si es buena o mala la decisión y esto es lo que crea angustia. Cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, un joven pidió a Sartre que le aconsejara si debía permanecer en Francia para cuidar a su madre, separada de su padre y cuyo otro hijo había muerto, o debía tratar de escaparse a Inglaterra para unirse a las Fuerzas Francesas Libres, Sartre rehúsó el dar una respuesta. El joven, en medio de su radical soledad, tenía que crear su propia escala de valores, válida solo para él, y en función de la misma tomar la decisión correspondiente.

La mala fe

Puede ocurrir que muchos seres humanos, ante el miedo a la angustia que produce el vacío de una elección auténtica, tratan de engañarse a sí mismos, adoptando alguna forma de determinismo, cargando la responsabilidad
Que en el fondo es siempre mía-  sobre algo ajeno a mí mismo, ya sea Dios, o la herencia, o el ambiente, o cualquier otra cosa. No se trata de mentir a otro, sino de mentirme a mí mismo, de auto engañarme. Se cubre con un velo o enmascara la libertad  que da origen a la angustia, ese vértigo de la libertad total. Sartre pone como ejemplo a un camarero que realiza su tarea con un exceso de amabilidad. Está representando a la perfección, sin fallo alguno, su papel. La mala fe reside en que está intentando identificarse por completo con el rol de camarero, disolviendo su yo singular único en el papel común del camarero. Pero él no es esencialmente un camarero, pues ningún ser humano es esencialmente nada.

Autenticidad

Frente a la evasión de la mala fe, Sartre propone la autenticidad como guía de conducta para cada ser humano. Consiste en aceptar el hecho de la libertad absoluta con la consiguiente responsabilidad y angustia que comporta, con la completa conciencia de que nuestras elecciones individuales no son determinadas por nada exterior o interior a nosotros mismos. 

El absurdo

El ser humano, el para-sí, que es vacío de ser, aspira a alguna forma de en-sí, aspira a ser-en-sí, pero conservando su realidad de para-sí (libre). Es decir, el ser humano aspira al proyecto ideal de llegar a ser el en-sí-para-sí. Y este ideal coincide  con el concepto con que la filosofía siempre ha definido a Dios. Por ello Sartre dirá: “ser hombre es tender a ser Dios; o, si se prefiere, el hombre es fundamentalmente deseo de ser Dios”. Pero, desgraciadamente, la idea de Dios es contradictoria: “Porque la conciencia es precisamente la negación del ser. Si la conciencia fuese ser dejaría de ser conciencia; y el ser fuese conciencia dejaría de ser ser”. De ahí que Sartre saque la conclusión de que el hombre es un ser absurdo: “El hombre es una pasión inútil. Ni el nacer ni el morir tienen sentido”. El sinsentido, el absurdo de la existencia, produce en el ser humano un sentimiento muy carácterístico: la náusea. Es el sentimiento que el ser humano experimenta hacia lo real, cuando adquiere plena conciencia de que está desprovisto de razón de ser.

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