29 Jul
La Primera Guerra Carlista (1833-1839)
La Primera Guerra Carlista surgió cuando Carlos María Isidro se autoproclamó Carlos V. Este movimiento carlista, de ideología absolutista, pretendía un Estado confesional y defendía la ley de cada región (los fueros). Le apoyaban parte de la nobleza, el clero más humilde, parte del ejército y el pueblo en el norte peninsular.
Por el contrario, el resto de regiones, la otra parte de la nobleza, la jerarquía eclesiástica, la mayor parte del ejército, la burguesía y los trabajadores fueron leales a Isabel II.
Cuando el militar carlista y coronel Tomás de Zumalacárregui falleció en el asedio de Bilbao, llegaron las derrotas. El general liberal Espartero venció a los carlistas y firmó la paz con su líder, Rafael Maroto, en el Convenio o Abrazo de Vergara en 1839.
El general carlista Cabrera siguió la lucha en el Maestrazgo hasta que fue derrotado en 1840.
Desamortizaciones de Madoz
Tras la regencia de Espartero, llegó la década moderada con el general Narváez como dirigente. En ella, Bravo Murillo firmó un concordato con la Santa Sede en 1851 para poner fin al conflicto eclesiástico por las desamortizaciones. El Estado se comprometió a sufragar sus gastos y a mantener el patrimonio cultural y artístico eclesiástico.
La revolución de 1854, cuya cabeza visible fue O’Donnell, puso fin a la década moderada y posibilitó la llegada del Bienio Progresista con la vuelta de Espartero al gobierno. Espartero encargó a Madoz las segundas desamortizaciones. De nuevo, se expropiaron tierras eclesiásticas, municipales y de órdenes militares para venderlas en pública subasta con el objetivo de financiar la construcción del ferrocarril, para favorecer el desarrollo industrial y la vertebración comercial de España. Aunque se logró una gran recaudación, los ingresos quedaron por debajo de lo planificado. Como consecuencia, la Iglesia perdió tres quintas partes de sus campos, aumentaron los latifundios, empeoraron las condiciones de vida de los agricultores y se amplió la superficie cultivada.
El Reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873)
El reinado de Amadeo de Saboya tuvo lugar de 1871 a 1873. Hubo muchos candidatos para nuevo rey, entre ellos se encontraba Espartero, y esta elección sería una causa de la guerra franco-prusiana de 1870. El resultado final del 16 de noviembre de 1870 dio el trono a Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II de Italia. Su elección fue una apuesta de Prim, quien tras morir el 27 de diciembre de 1870 después de ser tiroteado, le dejó sin apoyo. La identidad del asesino quedó en misterio, pero se culpó a José Paúl y Angulo.
Amadeo I tuvo el rechazo de todos los grupos parlamentarios. Estalló la Tercera Guerra Carlista, comandada por Carlos VII, que se desarrolló en zonas del norte. Además, las insurrecciones en Cuba no cesaron. A todo esto se unió la inestabilidad política, en la que se sucedieron seis ministerios en dos años, principalmente Serrano, Zorrilla y Sagasta. Además, se atentó contra la vida del rey el 19 de julio de 1872.
La Primera República (1873-1874)
Para salvar la situación de vacío de poder, las Cortes proclamaron la República con 285 votos a favor y 32 en contra. No se modificó la Constitución, pero tampoco fue reconocida. Figueras fue su primer presidente. La inestabilidad de las guerras carlistas le hizo dimitir. Pi y Margall tomó el relevo y su proyecto fue malentendido y provocó el problema cantonal. Hubo huelgas generales en toda España y un centenar de muertos. Todo este caos le hizo dimitir.
Fue sustituido por Salmerón, que intentó solucionar el problema cantonal, pero dimitió al negarse a firmar penas de muerte. Emilio Castelar fue su sucesor, quien quiso salvar la República fortaleciendo la unidad del país y logrando el reconocimiento internacional. Solucionó un incidente con Estados Unidos, consiguió préstamos y derrotó a los cantonalistas. Cuando la oposición quiso sustituirle, el general Pavía ocupó el Congreso y entregó el poder al general Serrano.
La Revolución de 1868: La Gloriosa
La Revolución de 1868 fue conocida como la Gloriosa y pretendía una renovación total de la vida española. Estuvo protagonizada por una generación democrática que pedía libertades, sufragio universal y la abolición de la pena de muerte y la esclavitud. El principal organizador fue Juan Prim, apoyado por Serrano y Topete. El fallecimiento de Narváez significó el inicio de las acciones revolucionarias.
El 18 de septiembre de 1868, la flota a manos de Topete se sublevó en Cádiz bajo el lema “¡Viva España con honra!”. La reina Isabel II marchó a Francia al exilio con su familia tras la derrota de sus fuerzas en el puente de Alcolea, en Córdoba.
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