09 Oct

Ética Kantiana

Kant distingue un uso teórico y un uso práctico de la razón. Su uso teórico lo estudia en la «Crítica de la razón pura»; su uso práctico lo estudiará en la «Fundamentación de la metafísica de las costumbres» y en la «Crítica de la razón práctica». La ética kantiana es una teoría ética deontológica basada en la postura de que la única cosa intrínsecamente positiva es una buena voluntad; por lo tanto, una acción solo puede ser moral si su máxima -el principio que la mueve- obedece a la ley moral. Se fundamenta en el imperativo categórico, que actúa sobre todas las personas, sin importar sus intereses o deseos, a diferencia de los imperativos hipotéticos de la llamada ética teleológica, los cuales apuntan a satisfacer deseos y evitar castigos. El conocimiento moral debe ser un conocimiento del comportamiento que deberían observar los seres humanos.

Todos los sistemas éticos anteriores habían partido de una determinada concepción del bien, como objeto, fin o propósito de la moralidad. Sin embargo, del mismo modo que el conocimiento teórico no está determinado por el objeto, sino que este se encuentra determinado por las condiciones a priori de la sensibilidad y del entendimiento que aporta el sujeto, el conocimiento moral tampoco estará determinado por el objeto. Del mismo modo en que Kant había provocado una revolución copernicana en el uso teórico de la razón, provocará otra revolución en el uso práctico de la razón. Estas condiciones, siendo a priori, no pueden contener nada empírico: solo han de contener la forma pura de la moralidad. En consecuencia, las leyes de la moralidad han de tener un carácter universal y necesario. De ahí la crítica de Kant a los sistemas morales fundados en contenidos empíricos, a los que llamaremos éticas materiales.

Además, la ética teleológica anterior a Kant propone distintos bienes, entre los que no hay posibilidad de ponerse de acuerdo, lo que pone de manifiesto su falta de universalidad. Al estar basadas en la experiencia, carecen de la necesidad y de la universalidad necesaria de las leyes morales. En segundo lugar, las normas que proponen tienen un carácter hipotético, condicional: si quieres alcanzar la felicidad -además de significar que se actúa por un interés- implica que la validez de la norma para conseguir el fin que se propone solo puede ser comprobada experimentalmente, por lo que tampoco puede tener carácter universal y necesario. Por lo demás, en tercer lugar, esos sistemas éticos son heterónomos: el hombre recibe la ley moral desde fuera de la razón.

La ética deontológica de Kant sostiene que la moralidad no puede fundarse en nada empírico. Una norma moral ha de ser de carácter formal; no puede establecer ningún bien o fin para la conducta, ha de contener solo la forma de la moralidad. «Es imposible imaginar nada en el mundo o fuera de él que pueda ser llamado absolutamente bueno, excepto la buena voluntad». Con esta frase comienza la «Fundamentación de la metafísica de las costumbres». ¿Qué entiende Kant por una buena voluntad? Una voluntad que obra por deber, es decir, no por interés, o por inclinación o por deseo, no por premio ni por castigo, la buena voluntad obra por respeto al deber. ¿Y qué es obrar por deber?: obrar por reverencia o respeto a la ley moral que la voluntad se da a sí misma. Kant distingue aquí entre obrar «por respeto al deber» y obrar «conforme al deber»: puede ocurrir que actúe por algún interés particular y esa actuación coincida con la ley moral; en ese caso estoy actuando «conforme al deber». Obro «por respeto al deber», cuando mi actuación no persigue ningún interés particular, sino que está motivada solamente por reverencia o respeto a la ley moral, independientemente de que mi actuación pueda tener consecuencias positivas o negativas para mi persona. Como la ley moral es universal y necesaria, el orden o mandato que contengan ha de ser categórico, Kant lo llamará imperativo categórico. Kant deseaba presentar una ética de autonomía, donde los agentes racionales reconocen con libertad las exigencias de la razón. Para Kant, el sentido de la vida es vivir conforme a una correcta conducta moral «para que la conciencia no nos reproche nada, nos satisfaga y tranquilice».

Los Imperativos

(Del latín imperativum, obligatorio). Principio con que la razón somete a la voluntad. En Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), divide los imperativos en hipotéticos y categóricos. Los imperativos hipotéticos son aquellos que expresan la necesidad o la obligatoriedad de una acción, en el supuesto de que el sujeto quiera el fin que se ofrece. Los imperativos categóricos expresan la necesidad de una acción por sí misma, sin necesidad alguna de considerar el fin que se obtiene.

Formulaciones:

  1. Obra solo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal.
  2. Obra como si la máxima de tu acción debiera convertirse, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza.
  3. Obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca solo como un medio.
  4. Obra siguiendo las máximas de un miembro legislador en un posible reino de fines.

Ninguna de estas formulaciones contiene nada empírico.

Los Postulados de la Razón Práctica

En la Crítica de la razón práctica, los postulados son: la libertad en el mundo, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. Se trata de exigencias a priori de la razón humana, como condiciones de posibilidad de la ley moral. Si bien ninguno de los objetos de la metafísica (Dios, el alma y el mundo como totalidad) puede ser objeto de demostración teórica, la razón práctica exige su existencia. El hombre ha de ser libre para poder poner en práctica la moralidad; ha de existir un alma inmortal ya que, si el hombre no puede alcanzar su fin en esta vida, ha de disponer de una vida futura como garantía de realización de la perfección moral; y ha de existir un Dios que garantice todo esto. No hemos de interpretar que Dios constituye una suerte de «vis obligandi», sino más bien un «summum bonum» garante de la moralidad, pues «resulta asimismo imposible encaminarse hacia la moralidad sin creer en un Dios». Del mismo modo, la idea de inmortalidad, lejos de ser una idea de la razón pura, es una presunción que ha de ser tomada como verdadera, debemos actuar como si nuestras acciones se proyectasen ad infinitum, esto es, como si hubiésemos de actuar del modo en el que actuamos para toda la eternidad. Lo que la razón teórica no ha podido demostrar, la razón práctica lo tiene necesariamente que postular. De este modo Kant se vio obligado, como dice en la introducción de la «Crítica de la razón pura», a suprimir el saber para dejar paso a la fe.

Política

Kant no escribió una obra sobre filosofía política, al estilo de las tres Críticas. Su teoría política versa en torno al cosmopolitismo y a la idea de Paz Perpetua. Su escrito de 1784, ¿Qué es la Ilustración?, ha quedado fuertemente asociado a los ideales políticos y emancipatorios de la Ilustración. El pensamiento político de Kant está dominado por los ideales de libertad, igualdad y valoración del individuo, propios de la Ilustración. Al igual que en la ética -donde se le confiere al individuo la capacidad de convertirse en legislador de lo moral, desde su autonomía- la capacidad legislativa del ser humano se funda en el carácter formal con el que Kant concibe la ética, y que se expresa en el imperativo categórico. Este imperativo, como principio formal de la razón práctica, se extenderá a todos los campos de aplicación, incluida la actividad política. En consonancia con el carácter formal de la moralidad, el derecho no se concibe como un sistema normativo de regulación de la convivencia, sino como el marco formal en el que se establecen las condiciones y los límites de la acción en el campo de la convivencia, del ejercicio de la libertad. La ley jurídica ha de tener, por lo tanto, al igual que la moral, un carácter universal y a priori. Siguiendo el imperativo categórico Kant afirmará la existencia de derechos naturales que serán el límite de la acción del Estado. Las relaciones entre los individuos y, por lo tanto, la organización de la convivencia. La filosofía política kantiana se une así con la filosofía política moderna del Estado natural y de las teorías del contrato. Hay una naturaleza, anterior a la organización política de los seres humanos, que es la fuente de derechos universales contra los que no se puede legislar, y que actúan por sí mismos como principios de organización de la vida política, que debería tender a una República universal. En Estado de naturaleza, los seres humanos se encuentran en una situación de constante inseguridad, debido a las amenazas de otros que, por derecho natural, siguen su propia voluntad sin tener en cuenta la voluntad de los demás. Viviendo en familia o en pequeñas comunidades, los seres humanos se encuentran a merced de las violencias de otros seres humanos ajenos a su comunidad. El Estado civil, instaurado mediante el contrato, supone la sumisión a una autoridad común, por lo que pasa a ser el terreno de la seguridad y del derecho, mediante la imposición de una autoridad común, los derechos naturales se pueden ejercer realmente con seguridad.

Kant concibe el contrato social como la condición que hace posible la instauración del derecho público, por el que quedan garantizados los derechos naturales. En realidad, Kant admite un solo derecho natural: el de libertad, del que derivan todos los demás, los derechos civiles de igualdad y de autonomía. Vemos cómo intenta reducir a una única síntesis los dos elementos fundantes procedentes 1) de las teorías liberales y 2) de las teorías democráticas, que todavía sigue inspirando en la actualidad a autores como J. Rawls y J. Habermas, en sus intentos por fundamentar sus respectivas teorías del consenso.

Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilustración? (1784)

«La Ilustración es la salida del hombre de su inmadurez (Unmündigkeit) autoincurrida». Argumenta que la inmadurez es autoinfligida no por falta de comprensión, sino por la falta de coraje para usar la razón, el intelecto y la sabiduría de uno sin la guía de otro. El lema de la Ilustración es: Sapere aude. Es difícil para las personas salir de esta vida inmadura y cobarde porque nos sentimos muy incómodos con la idea de pensar por nosotros mismos. La clave para deshacerse de estas cadenas de inmadurez mental es la razón. Kant advierte que los nuevos prejuicios reemplazarán a los viejos y se convertirán en una nueva correa para controlar a las «grandes masas irreflexivas».

Teoría del Conocimiento

1724-1804 IDEALISMO TRASCENDENTAL FORMAL Y CRÍTICO. La obra fundamental de Kant, en la que expone su posición sobre el tema de la teoría del conocimiento, es La Crítica de la razón pura (Kritik der reinen Vernunft) publicada en 1781. La TESIS de Kant sobre Teoría del conocimiento (o epistemología) es conocida bajo el nombre de: idealismo trascendental, formal y crítico. Se esfuerza en explicar el origen, los límites y la posibilidad del conocimiento verdadero, atendiendo el proceder científico y las inquietudes de la metafísica. Pretende ser una síntesis superadora, tanto del escepticismo moderado empirista, como del llamado dogmatismo de los racionalistas. Su intención es atender la problemática dogmática del solipsismo de Descartes y la problemática de la inferencia inductiva de Hume, que no tenía una respuesta satisfactoria más allá de la probabilidad y del llamado sentido común. Brevemente expuesto, el idealismo trascendental establece que todo conocimiento exige la existencia de dos elementos:

  • El primero, externo al sujeto (lo dado, o principio material), es decir, un objeto de conocimiento de acceso a posteriori, material de los empiristas.
  • El segundo, propio del sujeto (principio formal), que no es más que el sujeto mismo que conoce, de proceso a priori, forma de los racionalistas.

El sujeto que conoce introduce ciertas formas que, no preexistiendo en la realidad, son imprescindibles para comprenderla. Son una reinterpretación o reconstrucción del concepto de ideas innatas. Elementos a priori formales y innatos y forma de procesar el conocimiento. Elementos a posteriori materiales empíricos y materia física del mundo exterior. Por esto sostiene Kant en la Crítica de la Razón Pura: «Pensamientos sin contenidos son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas». En otras palabras, sin sensibilidad nada nos sería dado y sin entendimiento, nada sería pensado ni comprendido.

  • Lo que cae bajo nuestra capacidad de conocer se llama FENÓMENO (lo que se aparece).
  • Aquello que se encuentra fuera de nuestra capacidad de conocer se llama NOÚMENO.

En la obra Crítica de la razón pura, Kant divide el conocimiento en tres niveles:

  1. ESTÉTICA TRASCENDENTAL
  2. ANALÍTICA TRASCENDENTAL
  3. DIALÉCTICA TRASCENDENTAL

En la estética trascendental, su facultad es la sensibilidad, que se encarga de ordenar en el espacio y en el tiempo (como elementos a priori, propios de la sensibilidad humana, formas de conocer y organizar o procesar la información del exterior) las impresiones, materiales de la experiencia, que recibe el sujeto. Es una receptividad, pues los objetos vienen dados por esta, de forma pasiva. En la analítica trascendental, su facultad es el entendimiento, cuya función es organizar y procesar estas impresiones a partir de ciertas categorías (elementos innatos y a priori, que constituyen formas a partir de las cuales interpretamos y entendemos al mundo) que nos permiten elaborar juicios. Es la parte activa del conocimiento. En la dialéctica trascendental, el nivel de razón humana, el sujeto aprende de estos juicios y trata de relacionarlos con la realidad para buscar principios más generales y humanos.

El Problema de la Metafísica

El conocimiento de la metafísica pasó de ser fundamento a ser despreciada. «Se trata, pues, de decidir la posibilidad o imposibilidad de una metafísica. Es el llamado «problema crítico», mientras la lógica, las matemáticas, la física, y las ciencias naturales han ido encontrando el camino seguro de la ciencia, la metafísica, la más antigua de todas ellas, no lo ha conseguido: parece inevitable como disposición natural, en la medida en que el hombre se siente inclinado a buscar las primeras causas y principios de la realidad; a pesar de ello, no ha conseguido entrar en el camino seguro de la ciencia. La metafísica ha pretendido trascender la experiencia y ofrecernos un conocimiento de entidades como Dios, el alma y el mundo. Será necesaria, en consecuencia, una investigación crítica de la facultad de razonar. Dado que la metafísica pretende obtener un conocimiento a priori, universal e independiente de la experiencia, la respuesta a la pregunta por su posibilidad exige responder previamente a la pregunta de si es posible el conocimiento a priori. No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo él de la experiencia. A diferencia de lo que habían afirmado los racionalistas y los empiristas, para quienes había solo una fuente del conocimiento, la razón para unos, y la experiencia para los otros, para Kant habrá dos fuentes del conocimiento: una, la sensibilidad, que suministrará la materia del conocimiento procedente de la experiencia, y otra, el entendimiento, que suministrará la forma del conocimiento, y que será independiente de la experiencia.»

Valor del conocimiento a posteriori

El conocimiento empírico, o a posteriori, depende de la experiencia y no es necesario ni universal. Las proposiciones empíricas, como «el sol saldrá mañana», no tienen conexión necesaria y están sujetas a cambios según la observación. Este conocimiento es contingente y válido solo mientras las observaciones sigan siendo consistentes.

Valor del conocimiento a priori

El conocimiento a priori, independiente de la experiencia, es necesario y universal. Ejemplos de este tipo de conocimiento se encuentran en las matemáticas y la lógica, donde los juicios son siempre válidos y no dependen de la experiencia.

Los diferentes tipos de juicios

Siguiendo la distinción que habían hecho Leibniz entre verdades de razón y verdades de hecho y Hume entre conocimiento de relaciones de ideas y cuestiones de hecho, Kant distinguirá dos tipos de juicios: los juicios analíticos y los juicios sintéticos. En los juicios analíticos (anteriores a Kant) el predicado está comprendido en la noción del sujeto y son, por lo tanto, juicios explicativos, es decir, juicios que no aumentan el conocimiento, no dicen nada nuevo del mundo exterior, son siempre verdaderos, necesarios, y al no depender de la experiencia, son a priori. Los juicios sintéticos (anteriores a Kant), por el contrario, son aquellos en los que el predicado no está comprendido en la noción del sujeto, el predicado añade algo al sujeto, son extensivos, dado que amplían mi conocimiento. Los juicios sintéticos a priori son una novedad de Kant. Contienen, siendo a priori, un conocimiento universal y necesario, además, siendo sintéticos, aumentan el conocimiento siendo extensivos.

El criterio de certeza

En Descartes, el Cogito ergo sum, una fuerza innata, con Dios como garantía epistemológica, se convirtió en el criterio de certeza. En Hume, las impresiones del momento marcan el criterio de certeza, dejando lo exterior como probabilidad, instinto natural y sentido común. El criterio de certeza, el criterio de validez para distinguir el conocimiento verdadero del falso, son los juicios sintéticos a priori.

La revolución copernicana de Kant

Si la necesidad y universalidad de nuestros conocimientos no puede proceder de la experiencia, el conocimiento no podrá explicarse como una adecuación del sujeto a los objetos, tal como habían supuesto los filósofos hasta entonces. Por el contrario, debemos suponer que son los objetos quienes tienen que adecuarse a nuestro conocimiento. En esta inversión del papel que juegan el sujeto y el objeto en el conocimiento, radica la llamada revolución copernicana de Kant. El entendimiento no es una facultad pasiva, que se limite a recoger los datos procedentes de los objetos, sino que es pura actividad, configuradora de la realidad. A diferencia de lo que habían afirmado los racionalistas y los empiristas, quienes concebían una sola fuente del conocimiento, la razón o la experiencia, para Kant el conocimiento es el resultado de la colaboración entre ambas: por la sensibilidad recibimos los objetos, por el entendimiento los pensamos. Los objetos nos vienen dados mediante la sensibilidad y ella es la única que nos suministra intuiciones de forma pasiva, llegando a los fenómenos. En cambio, por medio del entendimiento, los fenómenos son pensados de forma activa y de él proceden los conceptos. Kant afirmará que existen tanto en la sensibilidad como en el entendimiento, unas formas trascendentales, que no dependen de la experiencia, son a priori, tanto la sensibilidad como el entendimiento adquieren, aunque a distinto nivel, un papel configurador de la realidad.

I. La Estética Trascendental

El empleo del término «estética» en Kant difiere del uso que hizo Alexander Gottlieb Baumgarten, en cuanto ciencia de lo bello. El uso de Kant es más fiel a la etimología aisthesis, que significa sensación. La sensibilidad es la capacidad de recibir representaciones, el sujeto es afectado por los objetos del exterior, por la materia bruta del mundo exterior. Esta capacidad es meramente receptiva y pasiva. El modo mediante el cual el conocimiento se dirige inmediatamente a un objeto para configurarlo es llamado por Kant intuición; y el efecto que produce un objeto sobre nuestra capacidad de representación sensible es llamado sensación. En el primer nivel de la sensibilidad, esa referencia inmediata a un objeto es llamada intuición sensible o empírica. Y el objeto es llamado fenómeno «aquello que aparece». En el caso de los objetos que nos representamos como exteriores a nosotros, no podemos prescindir de representárnoslo como algo en el espacio. El espacio no puede proceder de la experiencia, sino que la precede, ha de ser a priori, una forma a priori de la sensibilidad, una condición de posibilidad de los fenómenos. Con el tiempo: no puede ser un concepto empírico ni discursivo, y precede a toda experiencia, ha de ser necesariamente una intuición pura y a priori, la condición de posibilidad de todas las representaciones. Espacio y tiempo son, pues, formas puras a priori de la sensibilidad que configuran la materia bruta del mundo exterior. Son las condiciones trascendentales de la sensibilidad. Kant se pregunta cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en matemáticas. Las matemáticas tratan de las determinaciones del espacio y del tiempo, en la geometría y en la aritmética, el espacio y el tiempo son las condiciones en las que ha de darse todo fenómeno. Los conocimientos de las matemáticas contienen juicios sintéticos a priori, son universales, necesarios y extensivos, puesto que todos los fenómenos han de darse necesariamente en el espacio y en el tiempo, además, aumentan el conocimiento.

La Analítica Trascendental

En el primer nivel de la estética trascendental, la sensibilidad es la fuente. Si prescindimos de la sensibilidad no podemos iniciar el proceso del conocimiento. El entendimiento es un conocimiento conceptual. La sensibilidad proporciona fenómenos; el entendimiento proporciona los conceptos. «Las intuiciones, sin conceptos, son ciegas; los conceptos, sin intuiciones, son vacíos». El entendimiento es la facultad de pensar y, como tal, es activo, frente a la receptividad o pasividad de la sensibilidad. Las categorías son las estructuras a priori del entendimiento a partir de las cuales se generan los conceptos empíricos y podemos formular juicios, no dependen en absoluto de la experiencia. Kant, siguiendo la lógica aristotélica, pero haciendo abstracción del contenido de un juicio y atendiendo tan solo a su forma, cree que todos los juicios pueden reducirse a los cuatro tipos siguientes, cada uno con tres posibilidades: cantidad (universales (unidad)), cualidad (afirmativos (relación)), relación (categóricos (subsistencia)) y modalidad (problemáticos (posibilidad/imposibilidad)). Hay, pues, doce categorías que corresponden a formas de juicio. Son las formas a priori o trascendentales del entendimiento, los procesadores de la información de la sensibilidad, gracias a ellas se forman los conceptos. Solo tienen validez aplicadas a los fenómenos. Las categorías unifican en última instancia toda la diversidad de la realidad fenoménica. No hay posibilidad de conocer ningún objeto si no se somete a la acción de las categorías del mismo modo que la sensibilidad impone al objeto de la materia bruta las estructuras trascendentales del espacio y el tiempo, el entendimiento impone al objeto (fenómeno) las formas trascendentales del entendimiento o categorías. En consecuencia, no podremos conocer nunca los objetos tal como son en sí mismos, es decir, son noúmenos, solamente podemos conocer tal como se presentan a nosotros a través de esas estructuras trascendentales de la sensibilidad y del entendimiento, es decir, como fenómenos y como conceptos. Estamos ahora en condiciones de comprender cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en las ciencias naturales como la física. Kant pone de ejemplo: «todo cambio ha de tener una causa». Es un juicio sintético, ya que la noción de cambio no incluye la de causa; y es un juicio a priori, independiente de la experiencia, y por lo tanto universal y necesario, porque se funda en la categoría de causalidad y dependencia (causa y efecto). El primer nivel de la sensibilidad (la estética trascendental) y el segundo nivel del entendimiento (la analítica trascendental) posibilitan los juicios sintéticos a priori en las matemáticas y en la física, posibilitan alcanzar un conocimiento universal, necesario y extensivo, posibilitando así el conocimiento científico.

La Dialéctica Trascendental. El lugar de la metafísica en el conocimiento humano

¿Cuál es el lugar de la metafísica y del estudio de la sustancia como fundamento? ¿Es la metafísica un conocimiento auténtico? ¿Cuál es el lugar de los conceptos Yo o alma, Dios y mundo? ¿Puede la metafísica formular juicios sintéticos a priori, y llegar a ser una ciencia? En la Dialéctica Trascendental se analizarán las características de la razón. Kant divide la lógica trascendental en Analítica trascendental y Dialéctica trascendental. A la primera llama «lógica de la verdad», trata del entendimiento; a la segunda «lógica de la ilusión». A la primera «territorio de la verdad» e «isla encerrada por la naturaleza misma en límites invariables»; a la segunda, «océano ancho y borrascoso, verdadera patria de la ilusión», «la apariencia de nuevas tierras» y «vanas esperanzas», la ilusoria aventura de tener que buscar siempre sin poder hallar nunca. Cae la razón en el engaño, en la «ilusión» de traspasar los límites, creyendo poder hacer afirmaciones sobre objetos que están más allá de la experiencia. Todo nuestro conocimiento comienza por los sentidos (I), pasa de estos al entendimiento (II) y termina en la razón (III). La razón es la capacidad suprema de pensar y como tal, elabora razonamientos, es decir, inferencias o silogismos relacionando juicios. El razonamiento consiste en enlazar juicios mediante la formulación de silogismos. Con estos silogismos la razón busca la construcción de juicios cada vez más generales, en busca de principios o leyes que abarquen el mayor número posible de fenómenos. Esta búsqueda de los principios últimos bajo los cuales se pueda comprender toda la realidad, es llamada por Kant la búsqueda de lo incondicionado. A estos conceptos puros a priori de la razón, les llamará Kant ideas trascendentales. Conserva los ya clásicos conceptos, las tres ideas trascendentales de alma, mundo y Dios. Alma: unificamos todos los fenómenos del psiquismo; todos los fenómenos que tienen lugar en el psiquismo son remitidos a un yo. Mundo: unificamos todos los fenómenos de la experiencia, es decir, todos los fenómenos de experiencia tienen lugar y se encuadran en el mundo. Dios: unificamos la totalidad de los fenómenos, Dios, causa última. Las ideas trascendentales nos ayudan a unificar en el pensamiento la totalidad de los fenómenos, sean psíquicos del yo, o de la experiencia externa del mundo, esas ideas trascendentales no nos ofrecerán ningún conocimiento científico. Sirven para unificar los conocimientos del entendimiento y tratar los principios del conocimiento humano. La razón, entusiasmada por el avance del razonamiento, se cree capaz de alcanzar el conocimiento de esos principios últimos, incondicionados, de todo lo real, y cae en todo tipo de contradicciones: son las antinomias y paralogismos de la razón pura, ilusiones metafísicas o ilusiones trascendentales. A la Dialéctica trascendental incumbe la tarea de desenmascarar estos sofismas y engaños de la razón, cuando pretende traspasar sus límites. La metafísica, pues, aunque posible como disposición natural o conocimiento humano, es imposible como conocimiento científico. Para que haya conocimiento científico, debe contener juicio sintético a priori. Un contenido tiene que ser subsumido bajo una categoría; pero de los objetos de la metafísica (Dios, mundo y alma) no poseemos ningún contenido empírico. Mientras la verdad científica entiende conceptos, la verdad humana se ilusiona con los principios. ¿Qué ocurre con esas realidades que están más allá de la experiencia posible? ¿Qué ocurre con Dios, con el alma, con el mundo como totalidad, realidades sobre las que la metafísica ha pretendido siempre tener un conocimiento? Los conceptos de la razón pura, en la medida en que no pueden ser aplicados a ninguna intuición empírica, son vacíos (vacíos de verdad científica). Contienen la función unificadora, no pueden ofrecernos ningún conocimiento (ningún conocimiento científico, extensivo, universal y necesario, pero sí refieren a un llamado conocimiento humano de principios). No tienen un uso cognoscitivo, al no procesar juicios sintéticos a priori, pero sí tienen un uso regulativo: unifican los conocimientos del entendimiento, señalan los límites del conocimiento. Impulsan a seguir investigando, tratando de encontrar una mayor unificación y coherencia entre todos sus conocimientos. La razón humana, en el caso de los principios Dios, el alma, el mundo, cae en las llamadas antinomias, en que tanto puede demostrarse como verdadera una posición como la contraria (por ejemplo: «el mundo es finito en el tiempo y espacio» y «el mundo es infinito en el tiempo y espacio»). Kant intenta demostrar que estas ideas ilusorias tienen un uso práctico y positivo a la que llama metafísica de la moral. Esta forma parte de la filosofía práctica, se usa «para construir la idea de un mundo moral (reino de fines) y transformar el mundo natural en el bien supremo», mientras que la filosofía teórica se ocupa de construir un mundo natural. El uso práctico se desarrolla en la Crítica de la razón práctica (1786). Las ideas de la razón se convierten en los postulados de la razón práctica sobre los que se fundamenta el orden moral. Se incurre en paralogismos de la psicología cuando se cree que es posible conocer el propio yo, el alma. Las antinomias de la razón cuando argumenta sobre el mundo. El ideal trascendental es el paradigma de la razón, pero solo en el terreno práctico, como principio regulador de la actividad del pensar. Es entendido tradicionalmente como aquella noción en la que se incluye toda perfección y toda realidad, es la unidad incondicionada de todas las perfecciones. De entre las pruebas tradicionales de la existencia de Dios, Kant examina la prueba teleológica, la prueba cosmológica y la prueba ontológica. La demostración teleológica, que Kant considera «la más antigua, la más clara y la más apropiada a la razón ordinaria», parte del orden «conforme a fines» observado en el mundo, que ha de atribuirse a una causa inteligente. Este argumento concluye en la afirmación de un arquitecto que le da forma, toda su posible fuerza proviene del argumento ontológico, ya que solo si este arquitecto del mundo es infinito en poder puede ser creador. La razón no es capaz de llegar a un conocimiento teórico de la existencia de Dios; todo argumento se reduce a la prueba ontológica. La Dialéctica trascendental ha demostrado que pensar a Dios tiene una función: la de ser un principio regulador. Dios es el ideal de la razón que busca necesariamente e inevitablemente la plenitud de sentido como «punto de convergencia».

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