03 Abr
En mayo de 1960, 339 sacerdotes vascos firmaron un documento titulado “Los sacerdotes vascos ante el momento histórico actual”. Dicha carta constituyó el punto de ruptura respecto a las reivindicaciones anteriores, no sólo por el alto número de firmantes, sino por el eco que acabó teniendo en Europa y América a pesar de los intentos del Estado por socavarla.
Por otra parte, la designación del Papa Juan XXIII en octubre de 1958 supuso una ingrata sorpresa para Franco y sus colaboradores especialmente por la convocatoria (1959) del Concilio Vaticano II (1962-1965) y su incidencia doctrinal y pastoral.
Toda esta conjunción de factores suponía que la Iglesia estaba comenzando a desviarse del rumbo que había seguido durante más de treinta años. Obviamente se trató de un proceso largo, complicado, en el que se produjeron divergencias en el Vaticano, en la curia española y en la vasca, pero que como veremos fue debilitando progresivamente al régimen.
En agosto de 1968 unos cuarenta sacerdotes ocuparon el Obispado de Bilbao durante diez días en señal de protesta. A las cuestiones de fondo ya tratadas, éstos querían ahora que se añadiese la prohibición de la bandera española (considerada un “símbolo de la opresión soportada”) en las iglesias.
El suceso de Bilbao tuvo un “segundo acto” apenas cinco meses después (en noviembre) en el seminario de Derio, donde repitieron dos tercios de los protagonistas. En esta ocasión, sesenta curas ocuparon esta sede religiosa para continuar con sus protestas y denuncias de la situación del pueblo vasco, complementando este encierro con el envío de una carta al Papa. Ese documento contenía los puntos que este sector del clero consideraba vital denunciar y necesario cambiar. Además, mostraba no sólo un incremento de la virulencia verbal, sino también una fuerte radicalización de las peticiones, denuncias y acusaciones.
Con el nombramiento de Antonio Añoveros como Administrador apostólico de Bilbao las autoridades franquistas esperaban que, de una vez por todas, se controlase la situación. Sin embargo, su “mandato” resultó aún más polémico que el de su predecesor, ya que los episodios más conflictivos relacionados con religiosos vascos se produjeron entonces, siendo él mismo protagonista del más grave de todos ellos.
Lo cierto es que, sorprendentemente, Añoveros se posicionó desde el primer momento, negándose a participar en las ceremonias públicas al lado de las autoridades, ni siquiera el día de la fiesta nacional (el 12 de octubre).
En noviembre de 1973 tuvo lugar el incidente de la prisión de Zamora, que iba a ser el preludio de la crisis que se desencadenaría poco después. El 6 de dicho mes, seis sacerdotes encarcelados en la prisión de Zamora (habilitada para los religiosos) comenzaron una huelga de hambre e incendiaron sus celdas. Tres días después, medio centenar de clérigos invadían los despachos del obispado de Bilbao, en solidaridad con los prisioneros de la capital zamorana. Un hecho similar ocurrió en San Sebastián y la policía procedió a su desalojo en ambos lugares, con los consiguientes incidentes. Así comenzaba el año 1974 en un ambiente cargado de creciente tensión. De hecho, no tardarían en desencadenarse las hostilidades.
En febrero, el Obispado de Bilbao envió una homilía a las parroquias vizcaínas cuyo contenido defendía los derechos del pueblo vasco y denunciaba la existencia de grandes obstáculos para que éste pudiese disfrutar de los mismos. Es el texto que hemos analizado.
Conclusiones
La Iglesia, en el País Vasco, tuvo un singular protagonismo en el periodo franquista. Este protagonismo estuvo caracterizado por una aquiescencia generalizada hacia el régimen franquista aunque no exenta de singulares gestos de oposición. Así, al menos, hasta los años sesenta.
Por varias razones, especialmente por la incidencia del Concilio Vaticano, las cosas se tornaron en esta década por cuanto una minoría significativa del clero (especialmente bizkaino) se posicionó abiertamente en contra del régimen. Sus demandas de “libertad”, “respeto a los derechos del pueblo vasco”, “amnistía”, etc… se hicieron habituales. Estas demandas estuvieron acompañadas de “huelgas de hambre”, “manifiestos”, “encierros”, etc… La reacción del régimen fue contundente: detenciones, multas, extradiciones, encarcelamientos, etc…
La arbitrariedad de muchas de estas acciones llevó a los Obispos correspondientes a emitir escritos en los que defendían a sus sacerdotes y algunas de sus acciones. La más significativa de estas “cartas” (leída en forma de homilía) fue la correspondiente al texto que hemos analizado. Su repercusión inmediata fue nula pero, a los pocos días, provocó el más serio de los incidentes entre la Iglesia Vasca y el Gobierno.
El asunto enseguida tomó proporciones nacionales y el gobierno estudió tomar acciones contra el obispo
Añoveros. Por su parte, el episcopado español le apoyó y el Vaticano envió un representante para mediar. Sin embargo, el intento de Roma resultó vano, ya que el gobierno decidió expulsar al obispo del país, lo que finalmente no sucedió ante las amenazas de excomunión por parte de la Conferencia Episcopal española.
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