08 Abr

Jacques-Louis David: Un Maestro del Neoclasicismo

El retorno al clasicismo en la pintura presentaba la dificultad de la escasez de obras pictóricas de la Antigüedad conocidas, cuyo estudio y divulgación tardaron en realizarse. Los pintores debían buscar su inspiración en la escultura, especialmente en el relieve, un arte monocromo. Esta monocromía llevó a olvidar el color, resultando en creaciones con una notable pobreza cromática. Algunos neoclásicos alemanes incluso cuestionaron la necesidad de pintar cuadros, priorizando el dibujo, inspirado en la escultura. A este arte se aplicaba un color convencional o se dejaba sin colorear, reduciendo la pintura a una grisalla.

Las composiciones eran calculadas y geométricas, basadas en cuadrados y triángulos.

La luz era una vaga claridad difusa. Los artistas eran extraordinarios dibujantes, partiendo del dibujo de Academia. Se puso de moda el modelo del natural, y los centros oficiales contrataban hombres y mujeres para posar desnudos o vestidos.

El Neoclasicismo en Francia: Centro de la Tendencia Contemporánea

El estudio de la pintura a partir del Neoclasicismo debe centrarse en Francia, que desde la Revolución Francesa lideró las tendencias contemporáneas. La pintura se volvió moralizante y ejemplarizante, enfocada en el sacrificio y el patriotismo. El dibujo ocupó un lugar primordial. Ingres afirmaba que el dibujo comprendía las tres cuartas partes y media de la pintura, lo que generó un debate con Delacroix, para quien el color era el origen de la pintura. La búsqueda de la Antigüedad era más fácil en Italia, por lo que se establecieron becas en Roma. Se creó el Salón de Exposiciones, pero la desconfianza del público hacia el jurado llevó a la creación del Salón de Rechazados, donde expusieron los artistas considerados sin méritos.

El programa político de Napoleón requería la colaboración del arte como medio de propaganda. Un decreto de 1806 señalaba los temas de 18 cuadros para representar la batalla de Austria. Para hacer más verosímil el escenario, se hacía acompañar de artistas para que tomaran apuntes del campo de batalla, dando origen al pintor como cronista de guerra.

La pintura neoclásica propiamente dicha surge de la Revolución Francesa y tiene en Winckelmann a su teórico, quien preconizaba el bello ideal, el arquetipo y la forma general, en oposición a la forma particular e individual del Barroco. Tradujo a la pintura la escultura clásica.

Jacques-Louis David (1748-1825)

Ante la falta de pintura clásica, David se inspiró en los relieves, de los que tomó la simetría, la falta de profundidad y la ordenación de las figuras en filas paralelas. Sus figuras están modeladas como la estatuaria antigua, con una anatomía representada con precisión, desdeñando el movimiento y predominando la representación lineal. Sus cuadros de historia antigua generaron un entusiasmo que hoy no comprendemos. Él buscaba en la Antigüedad el heroísmo, otorgándole un significado contemporáneo. Elegía acontecimientos de la Antigüedad que glorificaran las virtudes de patriotismo, valor y sacrificio, asociándolos a comentarios políticos sobre la Francia de su época.

David representa al primer pintor político comprometido con los ideales de la Revolución Francesa y con el Imperio Napoleónico, poniendo su arte al servicio de la propaganda. Apoyó la decapitación de Luis XVI. Identificando el Antiguo Régimen con el Barroco, las clases medias y populares vieron en el Neoclasicismo de David el espíritu de una nueva época. David impuso también las modas y el gusto: peinados cortos y sueltos en los hombres, túnicas a la romana en la vestimenta femenina y diseño clásico en el mobiliario, como se resume en el retrato de Madame Récamier.

El Juramento de los Horacios (1784)

Esta obra se convirtió en el manifiesto de la pintura neoclásica europea. Representa la promesa que hacen los tres hermanos Horacios, designados por suerte entre el pueblo romano, para enfrentarse a otros tantos de Alba y decidir en un combate singular los destinos de Roma y Alba, que se encontraban en guerra. David se centra en el momento en que los Horacios reciben las espadas de su padre, comprometiéndose a defender el futuro de Roma hasta la muerte. El cuadro glorifica las virtudes de patriotismo y sacrificio, pero lo que llamó la atención a sus contemporáneos, y convierte a David en un precursor de la modernidad, es el abandono intencionado de la narración literaria de la historia para concentrarse en la expresión pasional de un instante dramático. Esta impresión trágica es la que cautivó a los espectadores. Está concebida como espacio arquitectónico (3 arcos y 3 grupos de figuras), reviviendo la claridad racional de las perspectivas del Renacimiento. La composición de los personajes en un mismo plano deriva de los bajorrelieves clásicos. Los perfiles definidos y una luz dura, ya que técnicamente abusa del claroscuro, proporcionan a las figuras las cualidades de estatuas. Se contrapone valores masculinos (lucha) y femeninos (sentimiento). Esta obra encendió los ánimos porque no pretendió ser una mera reconstrucción arqueológica, sino que supo recoger el momento de exaltación del juramento.

La Muerte de Sócrates

Para el Salón de 1787, David exhibió su famosa Muerte de Sócrates. Condenado a muerte, Sócrates, fuerte, calmado y en paz, discute la inmortalidad del alma. Rodeado por Critón, sus amigos lamentándose y estudiantes, está enseñando, filosofando, y de hecho, agradeciendo al Dios de la Salud, Asclepio, por la infusión de cicuta que le aseguraría una muerte pacífica. La esposa de Sócrates puede verse lamentándose sola fuera de la habitación, despedida por su debilidad. Platón (que no estaba presente cuando murió Sócrates) está representado como un anciano sentado al final de la cama.

Los lictores llevan a Bruto el cuerpo de sus hijos, el pueblo se encoleriza, y los realistas cedieron. El cuadro se colgó en la exposición, protegido por estudiantes de arte. La pintura representa a Lucio Junio Bruto, el líder romano, lamentándose por sus hijos. Los hijos de Bruto habían intentado derrocar al gobierno y restaurar la monarquía, así que el padre ordenó su muerte para mantener la república. Así, Bruto resultaba ser el heroico defensor de la república, aunque le costase su propia familia. A la derecha, la madre sostiene a sus dos hijas, y la abuela se ve en el extremo derecho, angustiada. Bruto se sienta a la izquierda, solo, melancólico, pero sabiendo que lo que ha hecho es lo mejor para su país. Toda la pintura era un símbolo republicano, y obviamente tuvo un inmenso significado en estos tiempos en Francia. Belisario pidiendo limosna, 1781, también encarna este espíritu heroico. La obra nos muestra a Belisario, héroe del Imperio bizantino, al comandante en jefe que, bajo las órdenes de Justiniano I, derrotó a los vándalos en África del Norte. Posteriormente, el emperador lo hizo cegar. El Belisario de David nos muestra a un héroe caído, viejo y ciego, mendigando en la calle en compañía de un joven niño mientras que uno de sus antiguos soldados, con gran asombro, reconoce al viejo. El tema de la piedad es omnipresente en la obra, toca a los tres personajes considerados más «débiles»: la mujer, el niño y el viejo.

Las Sabinas (1799)

En esta obra, algunos contemporáneos quieren ver el deseo de paz entre los partidos políticos, mientras que otros tratan de identificar en sus bellos desnudos el retrato de las damas parisienses más distinguidas de la época. El verdadero arte clásico había desdeñado el movimiento como elemento particular y por eso David cambia la significación del tema y en vez de representar el rapto pone el afán pacificador de las Sabinas. Una figura femenina en el centro recuerda al dios que había en el centro de los frontones griegos suministrando un eje de simetría a toda la composición. Los héroes se representan desnudos, sólo provistos de sus armas. Amor al desnudo de David.

Pero también se ve obligado a pintar temas de su tiempo haciéndose cómplice de la Revolución y más tarde de Napoleón hasta tal punto que después de la caída de Napoleón tuvo que buscar refugio en Bruselas, exiliado, donde muere. El Juramento del Juego de Pelota. La pintura nunca se terminó por completo, debido a su inmenso tamaño (10,67 metros por 10,97 m) y debido a que las personas que necesitaban posar para él desaparecieron durante el reinado del Terror, pero existen algunos dibujos acabados y partes del lienzo original también se conservan, mostrando figuras desnudas con cabezas totalmente pintadas. La distribución de las águilas, 1811, la distribución retoma las costumbres de las legiones romanas. El emperador distribuye aquí la nueva bandera con el símbolo imperial a los jefes de su ejército. Esta entrega de banderas es acompañada de un juramento por parte de los oficiales hacia su emperador. Es una obra bastante dinámica, en particular la derecha de la composición. Esta parte, en forma piramidal, se opone a la parte izquierda, mucho más tranquila. Napoleón destaca menos que en la coronación, ya que las águilas destacan más. La Consagración de Napoleón y la coronación de Josefina, 1806. Lienzo de enorme tamaño lleno de retratos. Es el reflejo admirable de la pompa lujosa que Napoleón hizo inherente a su Imperio tras la demagogia revolucionaria. Los grupos aparecen distribuidos hábilmente para contribuir al solemne aspecto del conjunto. Para componerlo ha de luchar con los retratados deseosos de ocupar sitios más preeminentes y con las opiniones de Napoleón y el maestro de ceremonias pues todo ha sido cuidadosamente ordenado por estos. El Papa aparece sentado, Napoleón se encuentra delante para coronar personalmente a la emperatriz.

La Muerte de Marat (1793)

Esta es una de sus obras más sobrecogedoras. Nos presenta a Marat como alguien que muere por defender una ideología. En su rostro se dibuja una leve sonrisa, como si fuese conocedor de su fatal destino. Hace predominar la fuerza de la emoción por encima del espíritu clásico.

El retrato constituye uno de sus mayores atractivos, pues ha de pintar sinceramente, aunque sin omitir las vanidades del modelo. La más fina elegancia posee el Retrato de Madame Récamier, 1800, cuya silueta se recorta sobre un diván de estilo imperio, guardando una estrecha relación con la escultura de Paulina Bonaparte de Canova.

Napoleón atravesando los Alpes o Retrato ecuestre en Monte San Bernardo, 1801.

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