02 Ago

La Persona Moral y la Búsqueda del Bien

La identidad personal, la libertad y la responsabilidad son elementos fundamentales en la constitución del ser humano como ser moral. Según Ortega y Gasset, la dimensión moral es inherente a la naturaleza racional del hombre, es decir, forma parte de su esencia. La motivación moral que impulsa al hombre a lo largo de su vida es la inclinación natural a ser feliz, a colmar su existencia de acciones que le otorguen sentido.

El ser humano, como sujeto moral, se construye a sí mismo a través de sus decisiones ético-morales. El bien que toda persona anhela alcanzar en su vida moral es, de acuerdo con Aristóteles y Santo Tomás, la realización de su máximo potencial. El hombre sabio y virtuoso se esforzará siempre por obrar el bien, sin dejarse doblegar por la fortuna, ya sea favorable o adversa, para así alcanzar el equilibrio emocional y psicológico.

Como personas, nos encontramos con diversas posibilidades de elección vital y diferentes perspectivas existenciales. Por ejemplo, al considerar las distintas carreras, oficios, profesiones y actividades disponibles, descubrimos que algunas nos atraen más que otras o se adaptan mejor a nuestras capacidades. De esta manera, vamos configurando nuestro proyecto de vida.

Es fundamental que las personas tengamos ideales, es decir, un conjunto de valores, creencias y aspiraciones que guíen nuestra conducta y nos permitan realizarnos en la vida. Algunos de los ideales más positivos para las relaciones humanas y sociales son:

  • Reconocer la dignidad e igualdad de todas las personas.
  • Promover la paz.
  • Lograr un desarrollo ecológicamente sostenible.
  • Actuar con responsabilidad y honestidad en el ámbito personal y laboral.
  • Eliminar las actitudes violentas.
  • Respetar los derechos humanos.

El Egoísmo, el Altruismo y la Universalidad de la Moral

Javier Sadaba argumenta que, incluso detrás de la conducta más altruista, se encuentra el deseo egoísta de satisfacción personal. La moral, por su parte, debe ser universal y universalizable, lo que significa que lo que es válido para una persona lo es para todas. Por ejemplo, no se debe matar a nadie porque atenta contra la dignidad inalienable de las personas.

El hombre es un sujeto moral que vive en sociedad, la cual establece un código de comportamiento moral adaptado a su sistema sociocultural particular. Según David Hume, la bondad o maldad de un acto reside en el sentimiento de aprobación o desaprobación que suscita en los demás. Como sujetos morales, tenemos la capacidad humana e intransferible de elegir entre varias opciones la más adecuada, correcta y beneficiosa para nuestro desarrollo personal.

El Papel del Estado y la Importancia de las Virtudes

Javier Sadaba sostiene que el Estado debe promover y proteger los bienes sociales y económicos, así como los modelos cívicos de buena convivencia, fomentando el respeto mutuo entre ciudadanos responsables.

El sujeto moral debe cultivar las virtudes para realizarse en la vida como una persona responsable, honesta y feliz. Para Xavier Zubiri, las virtudes son posibilidades que se actualizan en el deseo de alcanzar aquello que el hombre anhela. Aristóteles definió la virtud como hexis, un hábito que implica un término medio en relación con nosotros mismos, regulado por la razón práctica (phrónesis). La escolástica latina medieval distinguió cuatro virtudes cardinales: justicia, prudencia, fortaleza y templanza.

La Felicidad como Objetivo de la Reflexión Ética

Desde los inicios de la reflexión moral sobre la conducta ética, el ser humano ha buscado respuestas a las grandes preguntas existenciales: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿cuál es el sentido de la vida? La ética ha intentado proporcionar respuestas a estos interrogantes.

Para Epicuro (siglo III a. C.), la reflexión filosófica sobre la vida moral busca alcanzar la felicidad. Sócrates, por su parte, instaba al hombre a conocerse a sí mismo. Los estoicos consideraban felices a aquellos que obraban el bien y actuaban con virtud, siguiendo una conducta recta y honesta.

Aristóteles sostenía que la felicidad se alcanzaba mediante la práctica de las virtudes éticas, desarrollando buenos hábitos de comportamiento para lograr el bien moral. En la Edad Media, Tomás de Aquino consideraba el amor como la tendencia natural del ser humano hacia el bien moral, el cual debía perseguir para ser feliz. Este amor se manifiesta, en primer lugar, como amor a sí mismo, que no debe confundirse con egoísmo, sino que implica amar lo mejor de nosotros mismos, incluyendo la búsqueda de la felicidad y la perfección, también en relación con los demás.

El Placer, la Benevolencia y la Felicidad en la Historia del Pensamiento

El pensamiento ilustrado del siglo XVIII, además del self-love o egoísmo racional que buscaba la felicidad propia de forma prudente, desarrolló el principio de la benevolencia como una filantropía universal.

En el siglo XIX, Nietzsche cuestionó la búsqueda de la felicidad como fin último. Filósofos contemporáneos como Sartre consideran al hombre como un ser para la muerte, lo que nos lleva a aprovechar los pequeños momentos de felicidad, placer o satisfacción. Esta felicidad sería relativa y efímera, un presente que se desvanece constantemente, como señaló Spinoza.

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