07 Ene
3. Justificación
Platón afirma que la posibilidad de un conocimiento verdadero, apoyado en verdades absolutas, hace necesaria la existencia de realidades inmutables, ya que un conocimiento que tenga por objeto algo cambiante no es verdadero conocimiento. Así es como Platón plantea su Teoría de las Ideas, que constituirá la base sobre la que se asiente todo su proyecto filosófico, desde la física hasta la ética y la política pasando por la antropología y la teoría del conocimiento. La primera formulación de la Teoría de las Ideas es desarrollada por Platón en los diálogos de la etapa de madurez, en el Fedón y en La República, fundamentalmente. Ahí encontramos los aspectos más carácterísticos y originales de la filosofía de Platón, sobre todo la afirmación de que la realidad está dividida en dos ámbitos completamente diferentes. De hecho, Platón, a través de su Teoría de las Ideas, intenta responder las siguientes preguntas:
A) ¿Qué es la realidad? (Metafísica)
B)¿Qué elementos la componen?, ¿Qué carácterísticas tienen éstos? (Ontología)
La solución propuesta por Platón puede ser denominada como “dualismo metafísico”, ya que distingue en la realidad entre el mundo sensible y el mundo inteligible.
Pero esta forma dual de entender la realidad genera, a su vez, un dualismo ontológico. Según de qué tipo de realidad estemos hablando, los elementos que la constituyen serán las Ideas (cuando hacemos referencia al mundo inteligible) y las cosas (cuando hacemos referencia al mundo sensible). Así pues existen Ideas, Pero Platón no quería llegar tan lejos como los eleatas cuando afirmaban que el mundo que captamos por medio de los sentidos es una ensoñación, una presunta realidad absurda e irracional (pues consiste en afirmar a la vez el Ser y el No-Ser). Al fin y al cabo la filosofía ha de servir para explicar el mundo, no para negarlo. Por esta razón, Platón deduce que la realidad tiene que estar dividida en dos mundos (dualismo metafísico): uno que se corresponde con la naturaleza vista a través de los ojos de Heráclito, el mundo sensible y material; y otro que se corresponde con el mundo tal y como lo entendían los pitagóricos y Parménides, el mundo de las ideas o mundo inteligible. Platón establece, como hemos visto, que la realidad se divide en dos planos: lo material y lo ideal. Ahora bien, esto no significa que estos dos planos estén al mismo nivel. Evidentemente, el filósofo ateniense considera que las ideas son mucho más reales que las cosas. Y esto es así porque el fundamento de las cosas no está en ellas mismas, es decir, no son lo que son por sí mismas sino que encuentran su existencia anclada en las ideas, las cuales son tanto la causa de su existencia al ser modelo que aquéllas imitan como el fundamento que nos permite conocerlas adecuadamente. Por ello, Platón establece que hay dos modos por los que se relacionan las cosas y las ideas: la imitación (las cosas imitan o copian la perfección de la correspondiente Idea) y la participación (las cosas participan en mayor o menor grado de la correspondiente Idea).Pero esta jerarquía no se da únicamente entre el mundo material y el mundo ideal; Platón en los diálogos de madurez (fundamentalmente en La República), insiste en que también en el mundo de las ideas existe una jerarquía; las ideas se relacionan unas con otras formando una jerarquía piramidal. En efecto, las ideas se disponen de forma que unas están subordinadas a otras y en la cúspide de esta jerarquía se encontraría la idea de BIEN. La Idea de Bien constituye la causa de la existencia del resto de las Ideas y de las cosas, “ilumina” el Mundo Inteligible y hace posible el conocimiento, de la misma manera que el sol ilumina los objetos sensibles y posibilita su conocimiento. Con esto Platón quiere destacar que el conocimiento es «conocimiento del bien». Y, sobre todo, es el fundamento de la ética y la política; por tanto, aquel que quiera tener una buena vida o dirigir hacia el bien a su ciudad tiene, por fuerza, que conocer la Idea de Bien. Ahora bien, el reto que tiene planteado Platón es explicar cómo podemos conocer las Ideas, si están en un “mundo” distinto y separado del nuestro. La respuesta de Platón va a ser compleja, pues va a contar en su modelo epistemológico con factores no estrictamente racionales, como el supuesto religioso, de influencia órfico-pitagórica, de la inmortalidad del alma.
En definitiva, Platón intenta dar una respuesta a este problema mediante dos soluciones complementarias:
– A la cuestión de cómo es posible el conocimiento de las Ideas, responderá a través de la teoría de la anamnesis o reminiscencia.
-A la cuestión de qué tipos de conocimiento puede haber, responderá con el Símil de la Línea, donde expone su doctrina del conocimiento sirviéndose de ejemplos y comparaciones; exposición que, por cierto, es compatible con lo expuesto en el Mito de la caverna.
Así, en primer lugar, Platón recurríó a la teoría de la reminiscencia: el conocimiento consistirá en una forma de recuerdo, el emerger de algo que existe desde siempre en la interioridad de nuestra alma. Platón recoge dos afirmaciones de las doctrinas órfico-pitagóricas: la inmortalidad del alma y la metempsicosis o doctrina de la transmigración de las almas (reencarnaciones). Las Ideas sólo pueden ser conocidas por contemplación directa en el mundo inteligible. El alma humana ha morado en ese mundo y ha contemplado allí las Ideas. Al entrar en el Mundo Sensible y unirse al cuerpo, olvida las Ideas. Sin embargo al contemplar las cosas concretas, recuerda y recupera algo de esa visión, extrae de sí misma la verdad que desde siempre posee. El conocimiento de las Ideas es, pues, recuerdo (anámnesis) de lo que hay en el alma. En el libro VI de La República, Platón expone, a través del recurso al “símil de la línea”, su doctrina epistemológica: en primer lugar, afirma que, al igual que existen dos grados diferentes de realidad, existen también dos grados de conocimiento, que poseen distintos niveles de certeza:
A) un conocimiento inteligible, fiable, llamado episteme (ciencia), que tiene como objeto las Ideas
b) Un conocimiento sensible, confiable, llamado doxa (opinión), que tiene como objeto las cosas del mundo material y sensible.
A su vez, cada uno de estos niveles presenta otros dos grados de conocimiento, con lo cual Platón nos describe el conocimiento como un conjunto escalonado que alberga distintos niveles o grados de certeza. De acuerdo con esta descripción, si nos vamos “remontando” desde el ámbito sensible hasta el inteligible, vamos “ascendiendo”, no sólo hacia un ámbito más real, sino también hacia una mayor verdad o claridad.
Así, si comenzamos por la doxa, El nivel más bajo de la opinión lo llama eikasia: se basa en la percepción y tiene por objeto las representaciones de la realidad sensible (dibujos, sombras, reflejos…) y la imaginación construida a partir de ellas. El segundo nivel, más elaborado, pero también fundado en la observación sensible es la pistis o creencia: intenta dar razón de lo sensible a partir de hipótesis explicativas ajustadas a las observaciones. Tiene por objeto las cosas particulares, sin embargo, para Platón, no puede haber ciencia de ellas por carecer éstas de estabilidad y plena realidad.
Dentro de la episteme, el primer grado se denomina dianoia: razonamiento o razón demostrativa (discursiva). Su objeto son las entidades matemáticas y su método es el axiomático-deductivo: se parte de unos axiomas (por ejemplo: punto, segmento, triángulo, etc.) -que no se demuestran- y de ellos se obtienen una serie de conclusiones. No es un conocimiento completamente perfecto porque los axiomas son hipótesis y porque se ayuda de representaciones sensibles para facilitar su discurrir. Las matemáticas sirven de puente, facilitan el tránsito del mundo sensible al inteligible ya que acostumbran a la mente a operar con entidades abstractas (recuérdese, al efecto, la admiración que tenía Platón por el saber matemático). Finalmente, el grado más elevado es la noesis: visión inmediata, intuición intelectual de las Ideas, saber absoluto, pleno y verdadero. Para alcanzar la noesis, Platón nos remite a la dialéctica como método de análisis conceptual que permite descubrir el orden jerarquizado de las Ideas y ubicar a cada una en su lugar correspondiente; ese orden es, a su vez, el conocimiento al que muy pocos hombres tienen acceso. La dialéctica es, entonces, el método que permite ir de lo sensible a lo inteligible, aunque también significa para Platón el método de deducción por el que se pueden conocer las relaciones necesarias entre las Ideas. El entendimiento, en la noesis, deja de lado todos los elementos sensibles, captando las Ideas y sus relaciones, elevándose de Idea en Idea hasta la suprema: la Idea de Bien. A este momento se le denomina dialéctica ascendente. En este sentido, dialéctica es, por tanto, todo el proceso de conocimiento, pero de un modo especial la última fase del mismo proceso, en la que se establecen los principios de la episteme o ciencia.
En definitiva, tal y como aparece descrita en La República, la dialéctica se identifica con el destino de la existencia humana y del alma en particular, que tiende de modo natural al lugar de donde procede, al mundo de lo inteligible y perfecto. Además, es un camino hacia el conocimiento que conduce a la acción, ya que sólo quien tenga una visión perfecta y total de la realidad (episteme), de lo que es justo, podrá obrar con justicia: la ciencia se convierte así en una condición de la ética y de la política. Así pues, sólo quien conoce el Bien puede plasmarlo en la sociedad y en el alma humana.
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