31 Ago

El reinado de Carlos IV. La Guerra de la Independencia

El reinado de Carlos IV (1788-1808) fue un período muy inestable condicionado por la Revolución francesa. Aunque el rey mantuvo inicialmente a ministros de su padre (primero a Floridablanca y después a Aranda), la ineficacia de sus medidas provocaron su destitución y aupó al poder a Manuel Godoy.

Tras la ejecución de Luís XVI se anularon los Pactos de Familia y se declaró la guerra a la Convención (1793-1795). Los malos resultados de este conflicto forzaron la firma de la Paz de Basilea (1795) y un cambio de estrategia. Godoy volvió a la alianza franco-española contra Inglaterra por el Tratado de San Ildefonso (1796). Esta colaboración condujo a la derrota en la batalla de Trafalgar (1805), donde la flota española fue destruida.

Pese a todo, Godoy renovó el pacto con Francia por el Tratado de Fontainebleau (octubre 1807). Una alianza que autorizaba el paso de tropas francesas por territorio español para conquistar Portugal pero que en realidad permitía a Napoleón posicionar a su ejército para hacerse con toda la península.

A comienzos de 1808, España atravesaba una triple crisis económica, militar y política. La primera debido a la inflación y endeudamiento del Estado por las guerras y la caída del comercio colonial. La segunda por la presencia de tropas francesas, cuyas intenciones empezaban a ser evidentes. Y la tercera por la impopularidad de Carlos IV y sobre todo Godoy, únicos responsables de esta situación.

Todo esto condujo al Motín de Aranjuez (marzo 1808), cuando simpatizantes del príncipe Fernando hicieron caer a Godoy y abdicar a Carlos IV. Napoleón aprovechó esta crisis dinástica para atraer a la familia real a Bayona, presentándose como mediador en el conflicto.

Se sucedieron entonces de forma casi simultánea dos hechos que desencadenarían la guerra de la Independencia: el levantamiento del pueblo de Madrid contra las tropas francesas (2 mayo), que fue rápida y duramente reprimido; y las Abdicaciones de Bayona (5 mayo), cuando bajo presión Fernando VII renunció al trono en favor de su padre y este en Napoleón, que a su vez se lo cedió a su hermano José Bonaparte.

La guerra de la Independencia (1808-1813) supuso el enfrentamiento de dos bandos: por un lado, la España ocupada, dirigida por José I y regulada por el Estatuto de Bayona (julio 1808). Contó con el apoyo de los afrancesados, una minoría de españoles que colaboraron con el régimen bonapartista. En el otro estaba la España no ocupada, que rechazaba a Jose I y defendía el regreso de Fernando VII, cautivo en Francia. Aquí el vacío de poder obligó a la formación de Juntas locales y provinciales para gobernar en nombre del rey y resistir a los franceses.

Para coordinar sus esfuerzos, en septiembre de 1808 se creó una Junta Suprema Central, presidida por Floridablanca. Los patriotas se dividían en dos grandes grupos ideológicos: los liberales y los absolutistas.

La guerra de la Independencia fue un conflicto largo que distingue tres grandes fases:

  • Primera fase: resistencia popular al invasor (mayo de 1808-noviembre 1808). La resistencia de Zaragoza y Girona atascó parte de las tropas francesas en el Norte. El ejército del general Dupont, encargado de invadir Andalucía, fue derrotado por el general Castaños en Bailén (julio 1808). José I se vio obligado a abandonar Madrid y establecerse en Vitoria. Los británicos desembarcaron en Portugal y para octubre, los franceses solo controlaban el norte del Ebro.
  • Segunda fase: predominio francés (noviembre 1808-julio 1812). Napoleón decidió acudir a la península con un ejército de 250.000 hombres. Tras la batalla de Somosierra restableció en el trono a José I. A los pocos meses regresó a Francia, pero dejó al frente a sus mejores generales, y hacia 1810 dominaban toda España menos Cádiz, donde se refugió la Junta Suprema Central. Si la victoria francesa no fue total fue gracias al apoyo del ejército británico y la labor de la guerrilla.
  • Tercera fase: victoria anglo-española (julio 1812-diciembre 1813). Los franceses controlaban el país a costa de mantener un enorme ejército. Cuando Napoleón retiró parte de esas tropas para la campaña de Rusia, un ejército al mando del duque de Wellington tomó la iniciativa y venció en Arapiles (julio 1812).

A lo largo de 1813 los franceses fueron retrocediendo hasta que Napoleón firmó el Tratado de Valençay (diciembre 1813), por el que reconocía a Fernando VII rey de España. A inicios de 1814 las últimas tropas francesas abandonaron España. La guerra tuvo importantes consecuencias demográficas (unos 300.000 muertos), económicas (ruina de la agricultura e industria) y políticas (el inicio de la revolución liberal en España).

Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812

Durante la guerra de la Independencia (1808-1813) se produjo en España una revolución política. En el territorio no ocupado, el vacío de poder fue cubierto por juntas locales y provinciales, encargadas de gobernar sus respectivas zonas. Para coordinar sus esfuerzos, en septiembre de 1808 se formó en Aranjuez una Junta Suprema Central, presidida por Floridablanca y que asumía el poder en nombre de Fernando VII.

Ante la demanda de reformas en las provincias, la Junta empezó a plantear desde 1809 la necesidad de convocar Cortes generales y extraordinarias. Incluso se nombró una comisión para su organización, presidida por Jovellanos. Todo esto mientras se veía obligada a trasladarse ante el avance de las tropas francesas. Primero a Sevilla y después a Cádiz.

Desacreditada por las derrotas militares, la Junta se disolvió en enero de 1810 y traspasó sus poderes a un Consejo de Regencia formado por cinco miembros, todos de ideología conservadora. Su labor se redujo a la convocatoria de Cortes, cuyos miembros serían elegidos mediante un complejo sufragio universal indirecto.

La mayoría de los diputados de las Cortes, que incluían a delegados de las colonias, pertenecían a las clases medias urbanas (abogados, funcionarios, profesores, comerciantes). Le seguían clérigos (casi un tercio), militares y nobles. Las clases populares no tuvieron representante. Entre ellos se distinguían tres tendencias ideológicas: los absolutistas, que deseaban mantener el orden absolutista (obispo de Orense); los reformistas, partidarios de conservar el Antiguo Régimen pero con reformas al estilo del despotismo ilustrado (Jovellanos); y los liberales, que eran mayoría, y querían convertir España en una monarquía constitucional (Agustín Argüelles, conde de Toreno).

La primera sesión se celebró el 24 de septiembre de 1810 y en ella se asumió la soberanía nacional, el poder legislativo y se fijó como objetivo la elaboración de una Constitución. Su funcionamiento se prolongó hasta mayo de 1814, cuando fue abolida por Fernando VII.

A lo largo de su existencia, las Cortes realizaron una importante labor legislativa de carácter liberal. Desde el reconocimiento de derechos y libertades (reunión, imprenta, prohibición de la tortura) a la abolición de instituciones de origen feudal (los señoríos, la servidumbre, los gremios, la Mesta). Entre ellas también destacan la supresión de la Inquisición o la desamortización de los bienes municipales y de las órdenes militares. Ninguna de estas medidas tuvo aplicación práctica por el estado de guerra.

La reforma política más importante de las Cortes de Cádiz fue la Constitución de 1812, la primera de la historia de España. Se trata de un texto largo, formado por casi 384 artículos, y que se inspiraba en

la Constitución francesa de 1791. Sin embargo, fue concebida como un compromiso entre liberales y absolutistas (hay concesiones en ambos lados). Sus aspectos más significativos son: • Soberanía nacional. La soberanía reside en la nación, que incluye a los habitantes de las colonias. • División de poderes. El poder legislativo reside en las Cortes unicamerales, elegidas por mandato de dos años. El poder ejecutivo recae en el rey, que elige a sus ministros. Sin embargo, su autoridad estaba limitada (su gobierno debía ser ratificado por las Cortes, no podía disolverlas y su derecho de veto era suspensivo). El poder judicial recaía en los jueces.

• Reconocimiento de derechos individuales muy variados: igualdad ante la ley, libertad de expresión, de imprenta, garantías penales y procesales o inviolabilidad del domicilio. Los militares y eclesiásticos contaban con un fuero propio. • Sufragio universal masculino e indirecto. Un sistema muy complejo en el que podían votar los varones mayores de 25 años, excluidos los miembros del clero regular. Solo podían ser elegidos los diputados con un determinado nivel de renta (elegibilidad censitaria). • Confesionalidad del Estado. El catolicismo es reconocido como la religión oficial del Estado y la única permitida, negando la libertad de culto. Fue una clara concesión al sector absolutista, similar al reconocimiento de las propiedades de la nobleza pese la abolición de los señoríos. Otros aspectos incluidos en la Constitución fue la creación de la Milicia Nacional, un cuerpo armado integrado por ciudadanos para mantener el orden público y defender el régimen constitucional; o la organización del Estado, concebido de forma unitaria y dividido en provincias (Plan Bauza, 1813). La Constitución tendría una vigencia muy corta (1812-1814, 1820-1823, 1836-1837) pero una gran influencia en textos posteriores, tanto en España como fuera (inspiraría las de Portugal y Piamonte).

4.4. El proceso de independencia de las colonias americanas. El legado español en América: Uno de los acontecimientos más importantes de la historia de España del siglo XIX fue el proceso de independencia de las colonias americanas. Sus causas fueron muy diversas: • Sociales: existía un creciente malestar entre los criollos, los descendientes de españoles nacidos en América. Suponían el 20% de la población, tenían extensas propiedades y controlaban la riqueza de las colonias, pero no podían acceder a los principales cargos políticos, que estaban reservados a funcionarios peninsulares. Asimismo, el clero americano, perjudicado por las reformas borbónicas, también se puso del lado de la independencia. • Políticas: el rechazo a las reformas borbónicas del siglo XVIII, de tipo centralista, y que tenían por objetivo aumentar los impuestos y el control comercial, reforzar el poder real y disminuir la influencia de la Iglesia (sobre todo de jesuitas). 

En el siglo XIX se añadió también el rechazo de los criollos a algunas de las medidas liberales de las Cortes de Cádiz, como la igualdad con los indígenas. En general, los procesos de independencia tuvieron un carácter clasista y conservador. • Económicas: las colonias deseaban libertad económica para poder comerciar con otros países. El monopolio con la Península perjudicaba a los productores y consumidores americanos. En 1796 Godoy abrió la puerta a permitir el comercio con países aliados, pero ya era demasiado tarde. • Ideológicas: la difusión de las ideas de la Ilustración y el ejemplo de las independencias de los Estados Unidos (1776) o Haiti (1804) también tuvieron cierta influencia. Debemos señalar que el proceso de independencia fue dirigido y llevado a cabo por las élites criollas. Aunque en el siglo XVIII se habían producido algunas revueltas indígenas (Túpac Amaru II, 1780) estas iban tan en contra de la dominación española como de la criolla y no prosperaron. En general, los indígenas, negros o mestizos no jugaron un papel relevante en la independencia, salvo en México. El primer intento de independencia se produjo en 1806. Ese año, el militar criollo Francisco Miranda intentó invadir Venezuela con apoyo de Reino Unido; y los británicos de hacerse con Buenos Aires.


Ambos fracasaron. El proceso de independencia se produjo entre 1808 y 1825, y distingue dos fases: • La primera fase (1808-1814). Tras la invasión napoleónica, en las colonias se formaron Juntas como en la Península. Aprovechando esta situación, algunas de ellas como las de Buenos Aires (el doctor José Francia, 1810) o Caracas (Simón Bolívar, 1811) se negaron a obedecer a las autoridades peninsulares y declararon su independencia. En México el proceso independentista fue algo diferente. Estuvo dirigido por sacerdotes rurales, primero por Miguel Hidalgo y luego por José María Morelos. Además tuvo un gran contenido social, pues incluyó a campesinos indios y mestizos que trabajaban en las haciendas. Pero todos estos movimientos fracasaron por las divisiones internas, la falta de un proyecto claro y sobre todo, el regreso de Fernando VII al trono. • La segunda fase (1815-1825). En esta fase, los rebeldes tuvieron la ayuda militar y económica del Reino Unido y Estados Unidos. La primera en proclamar su independencia fue Argentina en 1816, liderada por José de San Martín. Este derrotó a las tropas realistas en la batalla de Chacabuco, lo que permitió la independencia de Chile (1818). Tras esto, el movimiento de liberación se extendió por todo el continente. Simón Bolívar lideró la independencia de Colombia (1819), Venezuela (1821) y Ecuador (1822). El general Agustín de Iturbide, la independencia de México (1822) y Antonio José de Sucre la de Perú (batalla de Ayacucho, 1824). Hacia 1825, el imperio español se reducía a Cuba, Puerto Rico y Filipinas. La independencia tuvo grandes consecuencias para ambas partes. Para América supuso el nacimiento de quince nuevos Estados que tuvieron diversas trayectorias, guerras civiles y fronterizas y pasaron a estar en la órbita comercial de Reino Unido y Estados Unidos. Para España supuso su declive definitivo como potencia internacional y la pérdida de mercados y recursos, lo que agravó la crisis económica del país y lastraría su industrialización. Finalmente, debemos mencionar el legado español en América, que es rico y variado, fruto de tres siglos de unión política, económica, social y cultural. El más destacado es sin duda el castellano, el cuarto idioma más hablado del mundo, con unos 550 millones de personas y que da unidad a toda la región. También ciertas estructuras políticas (como instituciones o fronteras internas) y económicas (tipos de cultivo, ganado, explotación de recursos, sistema de propiedad de la tierra) son herencia de la dominación española. Y la propia sociedad hispanoamericana, caracterizada por un mestizaje fruto de los matrimonios mixtos que no se dio, por ejemplo, en las colonias anglosajonas de Norteamérica.

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