12 Nov
Lo trivial de sus conversaciones emerge como crítica a la adormecida sociedad española que 20 años antes había luchado ferozmente en esas mismas orillas. Otros títulos importantes son “Tormenta de verano”, de Juan García Hortelano, “Entre visillos”, de Carmen Martín Gaite o los cuentos de Ignacio Aldecoa. La otra versión de realismo social, el llamado “realismo crítico”, ofrece una expresión más cruda de la realidad. Los protagonistas ya no son burgueses ni universitarios, sino campesinos del vino (“Dos días de septiembre”, de José Manuel Caballero Bonald), u obreros de una presa (“Central eléctrica”, de Jesús López Pacheco), y los conflictos sociales pasan a un primer plano, pero sin renunciar a la técnica objetivista ni a la concentración temporal y espacial.
El panorama narrativo español en los años 60
El panorama narrativo español a principios de los años 60 está protagonizado por la novela social. Autores neorrealistas como José Manuel Caballero Bonald, Juan Goytisolo o Ignacio Aldecoa publican novelas ya maduras dentro de esta estética. Sin embargo, la publicación en 1962 de “Tiempo de silencio”, de Luis Martín-Santos, iba a cambiar abruptamente la trayectoria de nuestra literatura. Sin renunciar a cierto realismo crítico, el autor nos presenta una cuidada trama donde un médico investigador se ve involucrado en un homicidio que terminará por arruinar su carrera profesional, además de cobrarse la vida de su novia.
Técnicas narrativas contemporáneas
Al margen de los acontecimientos novelados, quizá lo fundamental de la obra, por su novedad en España, sea la incorporación de ciertas técnicas narrativas contemporáneas como el narrador en 2ª persona, el perspectivismo, el flujo de conciencia o la fragmentación en secuencias. Las huellas de autores como James Joyce, William Faulkner o Marcel Proust son manifiestas. Importantísimo es también el papel del narrador-ensayista, ya que la peripecia del protagonista por todo tipo de ambientes: fiestas burguesas, laboratorios, prostíbulos, chabolas o conferencias de filosofía le da pie a enhebrar frecuentes digresiones sobre la esencia de España, su papel en la Historia, las causas de su postración, etc.
Impacto de la obra de Martín-Santos
Martín-Santos muere de forma trágica al poco de su publicación, pero el impacto de la novela es enorme. Tanto, que los grandes autores necesitan unos años para digerir esa elocuente crítica al prosaísmo del realismo social. En 1966 aparece “Señas de identidad”, de Juan Goytisolo, quien recoge el testigo de la novela innovadora, que conserva el espíritu crítico de la novela social, pero enriquecido con los hallazgos contemporáneos europeos que la censura había impedido que prosperaran en nuestro país.
La evolución hacia el experimentalismo
España como tema de reflexión será el centro de estas novelas, llamadas innovadoras, a las que se sumarán no solo los autores del medio siglo como Juan Benet (“Volverás a Región”), Caballero Bonald (“Ágata ojo de gato”) o Juan Marsé (“Últimas tardes con Teresa”), sino también los grandes autores de los 40 como Cela (“Oficio de tinieblas”) o Delibes (“Cinco horas con Mario”).
Lo que en los años 60 fue innovación fue cobrando auge y radicalismo y en la primera mitad de los 70 puede hablarse sin error de experimentalismo. Los autores van dejando de lado el tema de España y se centran en el lenguaje, en la propia tarea de escribir. Parecen buscar la destrucción del género novela en una exploración de sus límites: los personajes se desdibujan, el espacio pierde consistencia, el tiempo puede concentrarse en un instante, los argumentos desaparecen en favor de una mente pensante, obsesiva, cada vez más hermética.
Ejemplos de la narrativa experimental
Ejemplos de ello son obras como “Reivindicación del conde don Julián”, de Juan Goytisolo, “Si te dicen que caí”, de Marsé o “La saga/fuga de JB”, del más mayor Torrente Ballester. Pero hay una serie de autores que comienzan su trayectoria literaria al calor del experimentalismo y son quienes llevan el movimiento más lejos. Títulos como “La primavera de los murciélagos”, de J. Leyva o “Cuando 900.000 mach. aprox”, de M. Antolín son elocuentes.
La vuelta a la normalidad en la narrativa
El furor experimental estaba condenado a la extinción por su propia virulencia y la vuelta a la normalidad llegó en 1975 de la mano de uno de los escritores de más prestigio hoy día: Eduardo Mendoza, con su primera novela “La verdad sobre el caso Savolta”. Se recupera el gusto por las trama argumental, por los personajes nítidos, por el tiempo convencional, etc. No obstante, la experimentación no ha transcurrido en vano y el autor posee una gran libertad de recursos: perspectivismo, inclusión de textos no literarios, ironía, parodias, reivindicación de subgéneros como la novela negra, histórica, el folletín, etc.
Éxito de Eduardo Mendoza y otros autores
La trayectoria de Mendoza ha derivado hacia un tono de humorismo costumbrista pero de prosa exquisita que le ha llevado a un gran éxito editorial. Se puede decir que comparte generación con otros grandes narradores como Javier Marías (“Mañana en la batalla piensa en mí”), Antonio Muñoz Molina (“Plenilunio”), o incluso Juan José Millás (“El desorden de tu nombre”). Su éxito permitió hablar de un boom de la narrativa española en los años 80.
La vitalidad de la novela contemporánea
Quizá no tengamos aún perspectiva suficiente para juzgar su calidad, pero la nómina de autores de talento es amplia: Manuel Vázquez Montalbán, Francisco Umbral, Julio Llamazares, Manuel Rivas, Almudena Grandes, etc. Quizá por su carácter proteico, por servir de cauce a la expresión de la épica cotidiana del hombre actual, la novela se ha convertido en el objeto de consumo dominante de la literatura hoy en día. En esta segunda mitad del siglo XX hemos asistido a un viaje desde el realismo a la experimentación para volver a un realismo distinto, menos crítico y más íntimo, que ha enriquecido sin duda al género. Por calidad y cantidad de autores y obras, podemos afirmar que estamos en un momento de mucha vitalidad y de él debemos disfrutar.
La poesía de 1939 a 1975
La Guerra Civil deja un panorama desolador en las letras españolas. La rica efervescencia cultural de los años 30 da paso a unos duros años en los que los mejores autores están muertos (Lorca, Unamuno, Vall-Inclán) o exiliados (Alberti, Guillén, Cernuda, León Felipe…) o en el denominado exilio interior (Aleixandre). A esa dolorosa ruptura hay que sumar el aislamiento internacional en que nos sumergimos y la censura, no demasiado férrea en el caso de la poesía, para completar un panorama realmente triste.
La generación del 36
La primera generación tras la guerra, conocida como “del 36”, la forman autores como Luis Rosales (“La casa encendida”), Dionisio Ridruejo (“Cuadernos de Rusia”) y otros y surge en torno a las revistas Escorial y Garcilaso. Son poetas que han luchado en el bando nacional y al menos en un primer momento cultivan una poesía clasicista y serena, que tiene a España y a Dios como protagonistas. Pero en 1944 se publica “Hijos de la ira”, de Dámaso Alonso, que va a dar lugar a una corriente de poesía denominada “desarraigada”. El verso libre, las imprecaciones a Dios y un tono desesperado son sus rasgos más llamativos, con los que buscan expresar una angustia existencial imposible de desligar de la difícil circunstancia histórica que estaban viviendo.
Poetas desarraigados
Poetas desarraigados hay que considerar también a Miguel Hernández (lo poco que pudo escribir tras la guerra) y a Blas de Otero. Este último va a ser una importante figura de la importante corriente que se va a iniciar en los años 50, la llamada “poesía social”. Sus autores conciben la poesía como un instrumento para la denuncia y el compromiso, una herramienta para transformar el mundo y despertar las conciencias ante la Historia.
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