28 Feb
La narrativa de postguerra fue marcada por la guerra civil y la dictadura, que influyeron a los novelistas de esta época diferenciándolos en dos posturas: el idealismo y el Realismo existencial. Con el progreso de la guerra y las represalias del régimen muchos autores se vieron obligados a exiliarse dando lugar a la narrativa del exilio.
A partir de 1951 surge la novela de contenido social y enfoque realista. A lo largo de la década de los cincuenta los relatos hablaban de las clases trabajadoras debido a la injusticia y la explotación social, laboral y moral que estas sufrían. En la década de los sesenta y tras finalizar la dictadura franquista, los autores ven la oportunidad de expresarse más libremente (debajo a que la censura se suavizó) y crear obras innovadoras influenciadas por por el boom hispanoamericano. La novela idealista trata dos corrientes principales que son la política, que ensalza los valores tradicionales en la que destacan autores como Rafael García Serrano con Eugenio y José Antonio Giménez Arnau con obras como El Puente; y la corriente de evasión, cuyas novelas evitan toda alusión a la guerra y sus consecuencias como Los Gozos y las sombras, de Gonzalo Torrente Ballester. Junto con esta literatura idealista, los años 40 del Siglo XX estuvieron marcados culturalmente por una subliteratura que englobaba novelas rosa o tebeos y servía fundamentalmente para la evasión de la población. Por otra parte, el Realismo existencial se compone de novelas que reflejan la miseria moral y material y la frustración del ambiente de posguerra en personajes desarraigados y desilusionados. Las obras más destacadas de este movimiento tienen un estilo tremendista que comienza con La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela e influye en autores posteriores; así como Carmen Laforet con Nada (ganadora del primer Premio Nadal, en 1944) y Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada. Este movimiento se centra en representar los aspectos más truculentos de la realidad. Con el comienzo de la Guerra Civil y posteriormente de la dictadura, algunos autores que se ven obligados a abandonar España y desarrollan la novela del exilio, caracterizada por su estilo irónico y la representación crítica de la vida. Algunos autores destacados durante esta época son Francisco Ayala con Muertes de perro (1958), Max Aub, cuya aportación más importante es la novela social que se desarrolla en El laberinto mágico y Rosa Chacel caracterizada por su intimismo e intelectualidad y a diferencia del resto de autores de la novela de exilio, no se queja de la situación del momento en sus obras. Algunas de sus obras son Teresa (1941) y Desde el amanecer (1964). Otro autor a destacar en la narrativa del exilio es Ramón J. Sender quien utiliza la guerra como símbolo y reintroduce el tema de España en su novela Réquiem por un campesino español (1949). También en el exilio, durante la década de los años 40 escribíó Arturo Barea su trilogía La forja de un rebelde, de contenido bélico y político y marcado carácter histórico. A lo largo de la década de los 50 los relatos hablaban de la injusticia y explotación que sufrían los personajes de las clases trabajadoras. Las novelas más representativas son Los bravos de Jesús Fernández Santos; El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, que además desarrolla la técnica narrativa del objetivismo, dando pleno protagonismo al diálogo; y El balneario de Carmen Martín Gaite. Algunas de las carácterísticas de estas obras son la preferencia por la literatura clásica, el Realismo, el Naturalismo y el uso de personajes sin complejidad psicológica. De entre todos los autores de esta década, destaca Camilo José Cela, que con la publicación de La colmena en 1951, inicia un tipo de novela de contenido social y enfoque realista. Esta obra trata de la vida colectiva de personajes de diversa extracción social marcada por la miseria económica y social de la posguerra y el pesimismo de esta. Dentro del Realismo existencial, Miguel Delibes destaca por su gran contribución a la novela y al periodismo. Su estilo se caracteriza por la sobriedad, sencillez y riqueza lingüística. Maestro en describir personajes y ambientes, la obra de Delibes es muy variada y extensa. Destacan obras como El camino (1950) que al igual que la novela Las ratas (1962) explora el ámbito rural y una narración a través de la mirada infantil. La novela experimental surgida al finalizar la dictadura suele tratar temas como el tiempo y la identidad mediante técnicas narrativas nuevas y más complejas que necesitan de un esfuerzo interpretativo por parte del lector, como la cronología desordenada (flashback y elipsis), fragmentación narrativa, la aparición de un protagonista individual, varios puntos de vista subjetivos por parte de los personajes secundarios y un carácterístico estilo indirecto libre y el monólogo interior de los personajes. Destacan en este movimiento literario autores como Luis Martín Santos con su novela Tiempo de silencio, crítica de la realidad española del momento con mezcla de discursos y registros lingüísticos. También experimentan con la novela Juan Benet (Volverás a Regíón), Juan Marsé o Luis Goytisolo (Antagonía).
A partir de 1951 surge la novela de contenido social y enfoque realista. A lo largo de la década de los cincuenta los relatos hablaban de las clases trabajadoras debido a la injusticia y la explotación social, laboral y moral que estas sufrían. En la década de los sesenta y tras finalizar la dictadura franquista, los autores ven la oportunidad de expresarse más libremente (debajo a que la censura se suavizó) y crear obras innovadoras influenciadas por por el boom hispanoamericano. La novela idealista trata dos corrientes principales que son la política, que ensalza los valores tradicionales en la que destacan autores como Rafael García Serrano con Eugenio y José Antonio Giménez Arnau con obras como El Puente; y la corriente de evasión, cuyas novelas evitan toda alusión a la guerra y sus consecuencias como Los Gozos y las sombras, de Gonzalo Torrente Ballester. Junto con esta literatura idealista, los años 40 del Siglo XX estuvieron marcados culturalmente por una subliteratura que englobaba novelas rosa o tebeos y servía fundamentalmente para la evasión de la población. Por otra parte, el Realismo existencial se compone de novelas que reflejan la miseria moral y material y la frustración del ambiente de posguerra en personajes desarraigados y desilusionados. Las obras más destacadas de este movimiento tienen un estilo tremendista que comienza con La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela e influye en autores posteriores; así como Carmen Laforet con Nada (ganadora del primer Premio Nadal, en 1944) y Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada. Este movimiento se centra en representar los aspectos más truculentos de la realidad. Con el comienzo de la Guerra Civil y posteriormente de la dictadura, algunos autores que se ven obligados a abandonar España y desarrollan la novela del exilio, caracterizada por su estilo irónico y la representación crítica de la vida. Algunos autores destacados durante esta época son Francisco Ayala con Muertes de perro (1958), Max Aub, cuya aportación más importante es la novela social que se desarrolla en El laberinto mágico y Rosa Chacel caracterizada por su intimismo e intelectualidad y a diferencia del resto de autores de la novela de exilio, no se queja de la situación del momento en sus obras. Algunas de sus obras son Teresa (1941) y Desde el amanecer (1964). Otro autor a destacar en la narrativa del exilio es Ramón J. Sender quien utiliza la guerra como símbolo y reintroduce el tema de España en su novela Réquiem por un campesino español (1949). También en el exilio, durante la década de los años 40 escribíó Arturo Barea su trilogía La forja de un rebelde, de contenido bélico y político y marcado carácter histórico. A lo largo de la década de los 50 los relatos hablaban de la injusticia y explotación que sufrían los personajes de las clases trabajadoras. Las novelas más representativas son Los bravos de Jesús Fernández Santos; El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, que además desarrolla la técnica narrativa del objetivismo, dando pleno protagonismo al diálogo; y El balneario de Carmen Martín Gaite. Algunas de las carácterísticas de estas obras son la preferencia por la literatura clásica, el Realismo, el Naturalismo y el uso de personajes sin complejidad psicológica. De entre todos los autores de esta década, destaca Camilo José Cela, que con la publicación de La colmena en 1951, inicia un tipo de novela de contenido social y enfoque realista. Esta obra trata de la vida colectiva de personajes de diversa extracción social marcada por la miseria económica y social de la posguerra y el pesimismo de esta. Dentro del Realismo existencial, Miguel Delibes destaca por su gran contribución a la novela y al periodismo. Su estilo se caracteriza por la sobriedad, sencillez y riqueza lingüística. Maestro en describir personajes y ambientes, la obra de Delibes es muy variada y extensa. Destacan obras como El camino (1950) que al igual que la novela Las ratas (1962) explora el ámbito rural y una narración a través de la mirada infantil. La novela experimental surgida al finalizar la dictadura suele tratar temas como el tiempo y la identidad mediante técnicas narrativas nuevas y más complejas que necesitan de un esfuerzo interpretativo por parte del lector, como la cronología desordenada (flashback y elipsis), fragmentación narrativa, la aparición de un protagonista individual, varios puntos de vista subjetivos por parte de los personajes secundarios y un carácterístico estilo indirecto libre y el monólogo interior de los personajes. Destacan en este movimiento literario autores como Luis Martín Santos con su novela Tiempo de silencio, crítica de la realidad española del momento con mezcla de discursos y registros lingüísticos. También experimentan con la novela Juan Benet (Volverás a Regíón), Juan Marsé o Luis Goytisolo (Antagonía).
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