11 Nov
LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX
La renovación de los años cuarenta
A partir de los años cuarenta, se observa en Hispanoamérica un cansancio de la novela realista precedente y algunos aspectos que suponen una renovación y una superación del realismo a través de lo “real maravilloso” o el “realismo mágico”:
- Temas nuevos: interés por el mundo urbano, que dará cabida a problemas, no ya solo sociales, sino también existenciales.
- Irrupción de la imaginación y lo fantástico (realismo mágico o lo real maravilloso). Realidad y fantasía aparecen entrelazadas, unas veces por la presencia de lo mítico, de lo legendario, de lo mágico; otras, por el tratamiento alegórico o poético de la acción, de los personajes o de los ambientes.
- Mayor cuidado constructivo y estilístico (innovaciones formales, elementos irracionales y oníricos).
Estos rasgos se prolongarán durante los decenios siguientes y tendrán como pioneros de esta renovación narrativa a cuatro autores fundamentales.
Autores
- Miguel Ángel Asturias, precursor del gusto por lo legendario y lo mágico, despliega en sus obras una desbordante imaginación con un estilo barroco, plagado de imágenes, de símbolos y de efectos musicales. Destaca El Señor Presidente, donde desarrolla el tema de la dictadura con una técnica expresionista y onírica heredera de las vanguardias, con influjo también de la novela esperpéntica de Valle-Inclán.
- Alejo Carpentier contribuyó a la renovación del lenguaje y las estructuras de la novela, con un intenso barroquismo y una gran atención a los conflictos sociales. A ello hay que añadir la fusión de lo real y lo maravilloso. Entre sus obras destaca El siglo de las luces, donde reflexiona sobre la revolución.
- Jorge Luis Borges es un intelectual inquieto por los problemas metafísicos y del conocimiento. Su visión del mundo es la de un agnóstico y escéptico; la realidad es para él caótica, laberíntica y gobernada por el azar. Destacó, sobre todo, por sus cuentos y su densidad simbólica y metafórica: Ficciones, El Aleph.
- A Juan Rulfo se le considera el renovador de la novela indigenista de tema mexicano. Los protagonistas de sus relatos son víctimas de la Revolución, que dejó tras de sí destrucción y muerte. Destaca su obra Pedro Páramo.
El boom de la novela hispanoamericana (años 60)
En 1962, el mismo año que Tiempo de silencio se publicaba en España, aparece La ciudad y los perros del peruano Vargas Llosa; en 1967, llegaba Cien años de soledad, del colombiano García Márquez; por esas fechas aparecen asimismo novelas como Sobre héroes y tumbas de Sábato; El astillero, de Onetti; El siglo de las luces, de Carpentier; La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes; Rayuela, de Cortázar; Paradiso de Lezama Lima… Era el llamado boom de la novela hispanoamericana. Los nuevos novelistas continuaban en la línea de innovaciones de los años cuarenta, pero las llevaban a sus últimas consecuencias y las enriquecían:
- Se incrementa la preferencia por la novela urbana y, cuando aparece el ambiente rural, recibe un tratamiento nuevo.
- La integración de lo fantástico y lo real se consolida.
- La estructura del relato es objeto de una profunda experimentación: ruptura de la línea argumental, cambios del punto de vista, rompecabezas temporal, contrapunto, caleidoscopio, combinación de las personas narrativas, estilo indirecto libre, monólogo interior.
- Se superponen estilos y registros, con distorsiones sintácticas y léxicas, con una densa utilización del lenguaje poético.
Por debajo de todo ello, late el convencimiento de la insuficiencia práctica y estética del realismo. Esto no supone exactamente un alejamiento de la realidad, sino un intento de abordarla desde ángulos más ricos y válidos estéticamente. Esta preocupación estética no supone que el escritor abdique de sus propósitos de denuncia (estos autores suelen proclamar ideas sociales y políticas muy avanzadas).
Autores
- Ernesto Sábato es un novelista intelectual que explora en los mecanismos psíquicos del ser humano y las causas morales y ambientales que lo llevan a la destrucción. Sus novelas incluyen elementos propios del ensayo integrados en el relato. Tiene una visión pesimista del mundo, influida por el existencialismo francés, y su idea de que la vida está regida por el absurdo y el mal ya aparece en su primera novela El túnel. En Sobre héroes y tumbas trazará una visión apocalíptica de nuestro mundo.
- Julio Cortázar, cultivador del cuento fantástico e influido por Borges, pretende dejar patente que el mundo es ilógico, impredecible y monstruoso por debajo de su aparente normalidad. Su consagración literaria le llega con Rayuela, novela vanguardista, construida a partir de la técnica del collage y a modo de improvisaciones (puede ser leída en el orden normal o en el indicado al pie de cada capítulo).
- Gabriel García Márquez es el autor que mejor encarna la literatura del realismo mágico. En su obra literaria se distinguen dos etapas, cuya línea divisoria marca Cien años de soledad, la mejor novela hispanoamericana del siglo XX. En ella vuelca toda la memoria de su infancia, la de su pasado y la de Colombia, donde el mundo real y el mundo sobrenatural, la leyenda y la fantasía se funden. Narra la saga de la familia Buendía a través de distintas generaciones, hasta su extinción. La historia transcurre en Macondo, ciudad ficticia, símbolo de Colombia y de la América hispana. Su lenguaje oscila entre lo épico y lo trágico, lo hiperbólico y lo paródico. El tiempo se trata de una manera circular, dando a entender que todo lo que ha sucedido, volverá a suceder de manera fatal.
- Mario Vargas Llosa utiliza el Perú contemporáneo como marco de casi todos sus relatos y en sus obras se aúnan realidades brutales y experimentación formal. Una de sus novelas más destacadas es Conversación en la Catedral, donde reconstruye un país envilecido bajo la dictadura del general Odría; en esta novela política, de una gran complejidad estructural, se entrecruzan diversos hilos narrativos y abunda el monólogo interior además del diálogo. En su última etapa se ha decantado más por obras lúdicas.
- Carlos Fuentes, de sólida formación intelectual, es un crítico implacable de la burguesía. Su obra se caracteriza por la riqueza en la técnica y la mezcla de realidad e imaginación. En La muerte de Artemio Cruz reconstruye la vida de un hombre poderoso que está agonizando, con la combinación de puntos de vista y saltos temporales.
Gramática, formación y tipos de palabras
Los monemas pueden ser lexemas (información auténtica de la palabra) o morfemas. Morfemas: los hay flexivos (de género y número) y también los hay derivativos (prefijos, sufijos, interfijos).
Tipos de palabras según su formación
- Simples: llevan un lexema y pueden llevar morfemas flexivos (género y número). Ej: nube.
- Derivadas: llevan un lexema y morfema/s derivativo/s. Ej: florero, legalización.
- Palabras compuestas: llevan dos lexemas. Ej: sofacama.
- Parasintéticas: parecen palabras derivadas pero no existe la palabra si le quitas un morfema derivativo. Ej: «alunizaje» no existe «alunar» ni «lunizaje».
- Siglas y acrónimos: Siglas (con mayúsculas) acrónimos (evolución de las anteriores, siguen normas de acentuación).
La novela española de 1939 a finales de la década de los años setenta
Los años cuarenta: la novela existencialista
Después de la Guerra Civil, en la narrativa española se produce una ruptura con la narrativa del Novecentismo y de la Generación del 27. Se impone un nuevo realismo que pretende ofrecer al lector un testimonio de la vida contemporánea. En narrativa, la censura se aplicó más duramente que en la lírica, por ser un género más leído. Justo después de la guerra se produce una gran desorientación; se buscan modelos narrativos nuevos, sin conseguir, por lo general, escapar de un mediocre realismo. Al lado de novelas que tratan de la guerra (desde la óptica de los vencedores: falangistas, catolicismo tradicional, con autores como Antonio de Zunzunegui, Ignacio Agustí, Rafael Sánchez Mazas, José María Gironella…), y de la literatura escapista –la más abundante, frecuentemente traducida de otras lenguas–, comienza a desarrollarse un tipo de novela existencialista, que presenta la angustia vital de distintos personajes que sobrellevan una amarga existencia. La censura hace imposible cualquier intento de denuncia y limita los alcances del testimonio. Por eso aún no puede hablarse, en sentido estricto, de novela social; lo que se hace es trasponer el malestar social a la esfera de lo personal, de lo existencial. Las narraciones se desenvuelven, por lo general, en ambientes urbanos y reconstruyen el pasado de los personajes, con una estructura narrativa tradicional, en la que el espacio y el tiempo tienden a comprimirse. Los personajes hablan una lengua coloquial. Esta tendencia es comenzada por novelas como La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, Nada (1944), de Carmen Laforet, o La sombra del ciprés es alargada (1944), de Miguel Delibes.
Camilo José Cela
(1916-2002), Premio Nobel en 1989, cultivó todos los géneros. En la novela, pasó del tremendismo de La familia de Pascual Duarte (selecciona los aspectos más duros y desagradables de la realidad) a la novela colectiva, precursora del realismo social, en La colmena. En los años sesenta se unió a las tendencias experimentales con obras como San Camilo 1936 y, sobre todo, Oficio de tinieblas 5. En sus obras presenta un incurable escepticismo ante el hombre y el mundo, una completa desconfianza hacia todo ideal.
Miguel Delibes
(1920-2010). Sus primeras obras son existencialistas, dentro de un realismo tradicional. En los cincuenta simplifica su prosa para retratar la vida rural como paraíso perdido. No falta la crítica social y la denuncia de los males que aquejan a los más humildes. (El camino, Las ratas). En Cinco horas con Mario se suma al experimentalismo de los 60, para regresar a fórmulas más tradicionales en El disputado voto del señor Cayo o El hereje.
Los años cincuenta: la novela del realismo social
Los autores de la década anterior continúan escribiendo; pero triunfa ahora la llamada novela del realismo social, que busca sobre todo la denuncia de miserias e injusticias sociales: la dura vida de los trabajadores, la insolidaridad de la burguesía, la evocación de la guerra vivida por un niño, etc. Para dar testimonio de estas situaciones, los escritores se sirven de una estética realista renovada, influida por el neorrealismo cinematográfico italiano, el behaviorismo americano y el nouveau roman francés: se suele hablar de novela objetivista: el autor pretende mostrar hechos sin enjuiciarlos, ha de ser el propio lector el que saque las conclusiones (a veces la intención crítica del narrador es más evidente: entonces suele hablarse de realismo crítico, de inspiración comunista). Para dar esta sensación de objetividad se emplean ciertas técnicas:
- el narrador es externo, sólo manifiesta lo que puede percibirse por los sentidos, como si fuera una cámara cinematográfica. Por ello cobran especial importancia las descripciones y los diálogos, que reproducen fielmente el habla coloquial para caracterizar a cada clase social;
- los personajes son individuos que representan a clases sociales enteras. Sus problemas son los de toda su clase social (los mineros, los obreros de una fábrica, p. ej.);
- condensación espacial y temporal: la narración suele hacerse en presente; se guarda cierta unidad de lugar y la acción no se extiende demasiado en el tiempo (dura un día o unos pocos). Además, el orden suele ser lineal, sin saltos en el tiempo;
- reflejan la sociedad española de la época, sin criticar directamente la situación política. La guerra no es el tema principal, sino el trasfondo que explica la situación de los personajes.
Entre los escritores de esta corriente podemos citar a Jesús Fernández Santos, Alfonso Grosso, Jesús López Pacheco, Armando López Salinas, Daniel Sueiro, etc., pero sobre todo destacan:
Ignacio Aldecoa
(1925-1969). Novelista y cuentista, presenta al ser humano en su lucha con el destino, con el trabajo: El fulgor y la sangre; Con el viento solano; Gran sol.
Rafael Sánchez Ferlosio
(1927). Autor de tres novelas importantes: Industrias y andanzas de Alfanhuí, precedente del realismo mágico por su mezcla de realidad y fantasía; El Jarama, hito del realismo social, reflejo de la falta de ilusión en la vida cotidiana de unos jóvenes trabajadores. Finalmente, El testamento de Yarfoz, de corte fantástico.
Carmen Martín Gaite
(1925-2000). Aborda en sus novelas el problema de la inserción del individuo en la sociedad y el problema de la comunicación. Su obra maestra es El cuarto de atrás, a medio camino entre la autobiografía, la memoria y el consciente onírico.
Los años sesenta: la novela experimental o estructural
La literatura social se sigue cultivando durante los años 60, pero cada vez con menos fuerza, pues por una parte no había logrado su objetivo (concienciar a las masas obreras) y, por otra parte, había originado muchas obras de bajísima calidad estética. Sin dejar de denunciar la situación política y social, los escritores empiezan a preocuparse por buscar nuevas formas de expresión: poco a poco se irán recuperando los hallazgos vanguardistas anteriores a la guerra y también influirán las innovaciones artísticas que se habían producido en otros países después de 1939. A ello contribuyó el llamado boom hispanoamericano: en estos años se dan a conocer en España numerosos escritores hispanoamericanos de una grandísima calidad (Jorge Luis Borges, Gabriel G.ª Márquez, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Julio Cortázar…), que enriquecerán la literatura española con nuevas técnicas narrativas y nuevos temas. Entre las características de la novela experimental, podemos señalar:
- Cambios en la estructura: la trama pierde importancia, casi desaparece el argumento, o se mezclan elementos narrativos con otros líricos o ensayísticos, a modo de collage. Se mezcla lo real con lo fantástico y a veces el tema es el hacerse de la propia obra que estamos leyendo.
- A esto se une la distorsión espacio-temporal: se abandona el orden lineal (saltos hacia adelante o atrás en el tiempo…); el espacio desaparece, o se hace simbólico, interior, difuso.
- También los personajes se desdibujan, por el predominio de lo psíquico sobre lo exterior.
- El narrador puede contar la historia en cualquier persona (incluso la segunda); se aleja del omnisciente tradicional y normalmente también del narrador objetivo. Abundan los monólogos interiores, el punto de vista múltiple y cambiante (hay más de un narrador), las digresiones… Pueden mezclarse lenguas distintas, o se usa un léxico difícil, ya rebuscado, ya vulgar.
- Además, se emplean recursos tipográficos novedosos: se eliminan los signos de puntuación o se emplean de forma peculiar; se recurre al estilo directo libre, sin comillas ni guiones; se emplean tipos de letra distintos en función de su significado; desaparece la división en capítulos o partes y la narración se ofrece como un todo indiviso, o separada en secuencias, como el cine…
- Cambia también el papel del lector, que debe resolver el puzle en que se convierte la narración: de él depende dar un sentido al caos. Muchas veces la novela es tan abierta que el lector no está seguro de haber captado su sentido.
Muchos escritores importantes en las décadas anteriores se unen ahora a la experimentación (así Cela: Oficio de tinieblas 5; Delibes: Cinco horas con Mario; o Gonzalo Torrente Ballester: La saga/fuga de J. B.), igual que otros que comenzaron a escribir en los cincuenta, dentro del realismo social. Destacan especialmente:
Luis Martín Santos
(1924-1964). Su producción narrativa es escasa debido a su muerte prematura, pero la repercusión de Tiempo de silencio fue inmensa. Aparece en ella una variada utilización de técnicas narrativas: monólogo interior, perspectivismo, desorden temporal, concepción mítica de la realidad cotidiana, digresiones, riqueza de registros. Se mantiene, además, el compromiso social. Influirá en todos los escritores de la época.
Juan Marsé
(1933). Tras sus comienzos en el realismo crítico y social, continúa con la denuncia social y la crítica de la burguesía despreocupada, con una sátira feroz al señoritismo y a la inautenticidad. Sin embargo, se apoya ahora en una mayor complejidad y renovación técnica (Últimas tardes con Teresa; Si te dicen que caí): autor omnisciente, monólogo interior y la incorporación de originales elementos paródicos.
Juan Goytisolo
(1931). También comienza escribiendo obras de realismo social (Duelo en el Paraíso), y se sumó a la experimentación con Señas de identidad: diferentes personas narrativas, cambios en la puntuación, saltos atrás, elipsis, entrecruzamiento de textos muy distintos e, incluso, en diferentes idiomas, tiradas de versos libres… Estas características continúan en Reivindicación del conde don Julián y Juan sin Tierra.
Juan Benet
(1927-1993). Recrea la guerra civil en un lugar mitificado, en sus obras Región y Volverás a Región. Elimina casi el argumento y el diálogo y emplea en abundancia largos monólogos de diversas voces y descripciones en las que alternan diferentes registros.
Los años setenta: la “generación del 68”
Tras unos cuantos años de frenesí renovador, la novela desemboca en un desconcierto que lleva a una vuelta a la tradición y una simplificación de las estructuras narrativas. Se recupera el argumento, la trama y los personajes (historia cerrada y continua). Igualmente, se vuelve a las personas narrativas tradicionales (1.ª y 3.ª) sin mezclar, y se recuperan los diálogos. Los autores abandonan, en general, las intenciones ideológicas o políticas y reaparecen las preocupaciones existenciales y la presencia de la intimidad. Por otro lado, se acude ahora, además, a los géneros narrativos tenidos por menores o de masas, como la novela negra, el folletín, el relato de aventuras o la novela de ciencia-ficción. Además de muchos autores que van escribiendo desde las décadas anteriores (Delibes, Marsé, etc.), destacan en esta época los siguientes autores:
- en el experimentalismo, Luis Goytisolo, Esther Tusquets, Miguel Espinosa…
- en el neorrealismo, Juan José Millás, Javier Marías, Lourdes Ortiz, Álvaro Pombo…
- en la novela histórica, Antonio Muñoz Molina, Eduardo Alonso, Manuel Vázquez Montalbán…
- Eduardo Mendoza como precursor de nuevas tendencias.
Los narradores que empiezan a publicar a partir de los años ochenta, continúan el camino abierto por los anteriores y cada uno de ellos sigue una trayectoria individual. Salvo en algún caso (como Julián Ríos), se alejan todavía más de las tentativas experimentales, volviendo a la forma tradicional de narrar, es decir, al realismo. Se amalgaman tendencias y géneros en torno a diversos temas, desde el intimista, autobiográfico y erótico, al histórico, político, legendario y de aventuras.
La poesía de 1939 a finales de la década de 1970
Introducción: poesía española desde mediados de los años treinta (hasta 1939)
En los años 30 se produce una rehumanización o vuelta al hombre en varias líneas poéticas: un nuevo romanticismo (Cernuda, Salinas, Alberti…), relacionado con el surrealismo, que sigue cultivándose (Aleixandre, Lorca, …) y que abre el camino a una corriente de poesía social y revolucionaria, comprometida políticamente (Alberti, Emilio Prados…). Por otra parte, aparece también una vía de poesía “trascendente” (Luis Rosales, Leopoldo Panero, Vivanco…): se tratan temas religiosos y éticos, en la estela de Unamuno o Machado, con gran rigor estético, heredado de la Generación del 27. En 1936, la Guerra Civil divide a la sociedad en dos bandos, y también en la poesía:
- Fieles a la República: Antonio Machado, casi todos los poetas del 27, Miguel Hernández…
- La España nacional, con poetas como José M.ª Pemán, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo…
En uno y otro bando la poesía se cultivó intensamente, como arma de propaganda y de combate; sin embargo, en cantidad y calidad la producción fue mayor en el bando republicano. En su conjunto, la poesía de guerra es más un testimonio histórico que una obra de calidad.
Miguel Hernández (1910-1942)
Por edad, pertenece a la Generación del 36, pero su obra, muy estrechamente relacionada con la de la Generación del 27, posee gran singularidad. Tras una primera etapa de juventud, influido por la poesía gongorina y vanguardista del 27 (Perito en lunas, 1931) llega a su madurez creadora con El rayo que no cesa (1936), en su mayor parte sonetos. Encontramos ya los tres grandes temas de su poesía: la vida, la muerte y el amor. La vida es acoso y barreras (se identifica con el toro) y su destino fatal, la muerte. Pero, pese a todo, pone el acento en el amor y la esperanza. Al estallar la Guerra Civil, cultiva una poesía comprometida (Viento del pueblo, 1937), de solidaridad con los humildes. La belleza formal importa menos que la expresión directa del sufrimiento. La confianza en el hombre se quiebra ante la brutalidad de la guerra (El hombre acecha, 1939) y sus secuelas: Cancionero y romancero de ausencias (1938-41), escrita en parte en la cárcel, recoge el dolor por la muerte del hijo, la derrota, la cárcel, la nostalgia y la soledad.
Poesía en el exilio
Al exilio marcha una gran cantidad de muy valiosos poetas, de diversas generaciones: la del 14 (Juan Ramón Jiménez y León Felipe), la del 27 (salvo Lorca, Dámaso Alonso, G. Diego y V. Aleixandre) y muchos otros que habían iniciado su obra antes de la guerra o la compusieron casi toda fuera de España y, desde la amarga experiencia del exilio, expresaron su voz amarga y dolorida: son poetas como Juan Gil-Albert, Arturo Serrano Plaja o Germán Bleiberg.
La poesía en España tras la guerra
Tras 1927, la poesía inicia un proceso de rehumanización, que se intensifica con las dramáticas circunstancias de los años treinta. Se inicia una preocupación por el hombre como tema poético: bajo este enunciado caben tanto los problemas existenciales como los problemas sociales.
Poesía en España a partir de 1939
1. Los primeros años de la posguerra (años cuarenta)
Es quizá la poesía el ámbito en el que hay mayor diversidad artística, sobre todo en la inmediata posguerra. Muestran un tono panfletario, de exaltación a los vencedores, suelen distinguirse varias corrientes:
- Poesía arraigada: autores integrados en el nuevo régimen franquista. Imitan la literatura de los siglos de Oro (estrofas clásicas, como sonetos, etc.). Buscan ante todo la perfección formal y tratan temas alejados de los problemas del momento: amor, naturaleza, religión, patriotismo, etc. Publican en revistas como Escorial o Garcilaso. Muchos forman parte de la “Generación de 1936” (como Miguel Hernández y otros que marchan al exilio). Destacan Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, José García Nieto, Luis Felipe Vivanco, etc.
- Poesía desarraigada: autores que no se sienten integrados ni en el nuevo régimen ni en la religión católica. Expresan su angustia ante la existencia de Dios y ante el mundo, que les parece caótico (existencialismo, y en general se preocupan más por problemas sociales. Les influirán grandemente dos libros de 1944: Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre. Este mismo año se funda la revista Espadaña, en la que publicarán autores de esta tendencia, como Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, y otros que luego escribirán poesía social (Blas de Otero, Gabriel Celaya).
- Al lado de estas corrientes, surgen otras que tratan de enlazar con la lírica anterior a la guerra: así el postismo, que pretende ser “la última vanguardia”, y se relaciona especialmente con el surrealismo (Carlos Edmundo de Ory y Juan Eduardo Cirlot); en Córdoba surge el grupo Cántico, en torno a la revista de ese nombre (que entronca con la poesía del 27), formado por Pablo García Baena, Ricardo Molina, Juan Bernier, etc.
2. La poesía social (años cincuenta)
En torno al año 1955 se consolida en todos los géneros el denominado realismo social. De esta época son Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero, y Cantos Íberos, de Gabriel Celaya. Ambos poetas superan su anterior etapa de angustia existencial para situar los problemas humanos en un marco social. En esta dirección les acompaña Vicente Aleixandre con Historia del corazón. De la poesía desarraigada se ha pasado a la poesía social. El poeta se solidariza con los demás hombres y toma partido ante los problemas del mundo que le rodea. Esta poesía social busca una comunicación directa con una “inmensa mayoría” (no con el público tradicional de la lírica, que es minoritario), dado que se concibe como una herramienta que conseguirá la transformación de la realidad. Para llegar a las masas iletradas, se suele usar un verso libre, un lenguaje aparentemente descuidado, y muchas veces emplea símbolos para evitar la censura. Se vuelve obsesivo el tema de España, con un enfoque más político que en el 98 (títulos como Que trata de España, de Blas de Otero; España, pasión de vida, de Eugenio de Nora, etc.). Y se tratan otros como la injusticia social, la alienación, etc.
3. De la poesía social a una nueva poética (años sesenta)
Durante esta década perduran las corrientes de los años cincuenta, pero, como en novela o teatro, entra en decadencia el realismo social, porque no había conseguido su objetivo (mejorar las condiciones sociales) y, además, había producido muchas obras de poca calidad. Esta corriente va siendo sustituida por otros modos expresivos: deja de considerarse que la literatura es un arma directa de lucha política y gana terreno la preocupación por renovar la estructura, forma, lenguaje y estilo de los textos literarios. Ya durante los años del auge del realismo social, poetas como José Hierro o José M.ª Valverde sobrepasan esta corriente por su amplitud de temas y enfoques. Entre los poetas que mejor representan la superación de la poesía social, podemos destacar al llamado “Grupo poético de los cincuenta” o “Generación del medio siglo”: Jaime Gil de Biedma, Ángel González, José Ángel Valente, Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald. Presentan varios rasgos comunes:
- Se preocupan hondamente por el hombre, pero huyen de todo planteamiento político.
- Son inconformistas, pero cierto escepticismo e ironía les aleja de la poesía social.
- Es su obra una poesía de la experiencia personal. Junto a los temas sociales que tratan en su juventud muchos de ellos, aparece en su obra un retorno a lo íntimo, una evocación nostálgica de la infancia, interés por lo cotidiano, conciencia de aislamiento y soledad.
- En cuanto al estilo, rechazan el patetismo de la poesía desarraigada y el habitual prosaísmo de la poesía social. Buscan un lenguaje personal y a la vez depurado, nuevo y sólido. No les atraen las experiencias vanguardistas y prefieren una expresión cálida y cordial. Con estos poetas nace el interés por los valores estéticos y por las posibilidades del lenguaje.
4. Los “novísimos” (años setenta)
A finales de los sesenta surge una nueva corriente de poesía, practicada por poetas muy jóvenes, que nacieron después de la guerra y vivieron los momentos de recuperación económica. Conocen la literatura española y universal de todos los tiempos y hacen ostentosas referencias a ella en sus poemas, pero mezcladas con el rock, el cine, los tebeos, etc. Estos poetas no creen que la poesía pueda cambiar la situación política o social: lo que les interesa es crear un nuevo lenguaje poético, experimentar con las posibilidades musicales de la lengua, etc., enlazando con las inquietudes rupturistas de las Vanguardias de entreguerras: a veces usan procedimientos surrealistas, collages, etc. A estos poetas se los suele conocer como novísimos (peyorativamente, también se les llamó venecianos por su insistencia en reflejar ambientes refinados, cosmopolitas, decadentes, como la ciudad de Venecia): destacan Pere Gimferrer (Arde el mar), Guillermo Carnero (Dibujo de la muerte), Antonio Colinas (Sepulcro en Tarquinia), Luis Antonio de Villena (Sublime solárium), Leopoldo M.ª Panero, Antonio Carvajal, etc.
5. La poesía desde 1970
En esta década se fueron dando a conocer poetas nacidos antes de 1950: Félix Grande, Ángel García López, José Miguel Ullán, Antonio Colinas, Jenaro Taléns, César Simón…; y después de 1950: Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena, Julio Llamazares… Los rasgos más destacados de esta poesía y que la crítica ha subrayado son los siguientes:
- Surrealismo dentro de una línea vanguardista y experimental. Todo ello en un marco de refinamiento y neomodernismo.
- Culturalismo. Es una poesía que se inspira en el arte o en otras manifestaciones culturales.
- Hay una línea clasicista, sobre todo en poetas de una sólida formación grecolatina.
- También hay una línea de influencia barroca que tiene sus raíces en la poesía del siglo XVII.
Los poetas más jóvenes, los que se dan a conocer a finales de los años setenta o ya en los ochenta, continúan, en parte, las líneas apuntadas, pero parecen distanciarse de los aspectos más característicos de los Novísimos y alejarse del Vanguardismo más estridente. En cambio, se observa un mayor interés por la expresión de la intimidad y por las formas tradicionales.
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